Negro y Anaranjado V
Aún aturdido Allaster pudo reconocer el cabello de fuego de Jackqen. Era algo espectacular, como esa intensa luz al final del túnel oscuro de la que todos aquellos que han escapado de la muerte hablan constantemente. El peli anaranjado lo contempló en el suelo con una ceja levantada y una mirada de: "Te dije que era de los buenos. ¿Ahora me crees?"
―¿Estás bien, sir "Cara de Ave"? ―le preguntó con una preocupación poco convincente. Se notaba demasiado que en el fondo estaba alegre de demostrarle a Allaster que no llegó hasta Storhai para destruir, sino para proteger...
―¿Tú otra vez? ―se quejó mientras se ponía en pie con el corazón y los pulmones adoloridos.
―De nada por salvarte el culo.
―Me he enfrentado a orcos y monstruos marinos con más fuerza que él. No te pongas tantas medallas.
―Ya, claro...
La conversación entre ambos tendría que esperar para después. Tyrone dio un salto desde el suelo y volvió a atacar con un poderoso puñetazo desbordando sangre desde su pecho. Jackqen, con unos reflejos incomparables, pudo desviar el golpe con las manos y enredarle el brazo con la cuerda. Luego se posicionó tras su espalda manteniéndolo en una incómoda postura con la mano detrás donde solo podía forcejear un poco. Allaster se preparó para dar el corte final que acabaría con la vida del Tigre Rojo. Entonces el renegado le propinó una patada en el estómago y luego colocó su pie encima de la cabeza del guerrero de ébano y lo usó para darse un impulso y saltar por encima de Jackqen, liberándose de su control en el acto. El peli anaranjado enseguida se dio la vuelta daga en mano, casi pareciera que sabía que iba a suceder eso. Arrojó su arma impactando esta en el musculoso hombro del enemigo. Increíblemente, el cuchillo solo llegó a hundirse hasta poco más de la mitad de toda su hoja. "¿Su piel es de acero, o qué pasa aquí?", pensó Jackqen.
―Escucha, pelo de mandarina. No sé quien puñetas eres pero no me gusta que... ―Tyrone no pudo dar ni un solo paso más. Dejó caer la daga al sacársela, sus pies temblaban sin energía y sentía como todo a su alrededor se estaba opacando―. Mierda...
Su cuerpo, pesado como una mole de metro noventa de altura, cayó boca abajo al suelo en un estrépito rojo que pintó el césped del jardín frente a los barracones. Allaster se le acercó con cautela y le tomó el pulso: estaba muerto. "Ni siquiera alguien tan fuerte y con una piel imposiblemente dura como esa podía resistirse a fallecer ante la pérdida excesiva de sangre", se respondieron los dos muchachos que lo derrotaron. Los brazos, pecho, abdomen y hombro de Tyrone, el Tigre Rojo, supuraban líquido vital como pequeñas fuentes escarlatas. Aún con su enemigo fuera de combate y sin vida, Allaster se quedó atónito ante la idea de que un ser humano "normal" pudiese haber seguido luchando durante tantos minutos soportando semejantes heridas.
―¡Ah! ―El guerrero de ébano se agarró el pecho con la mano y el ceño fruncido. Los efectos de la solución de fuerza ya habían pasado y estaban cobrando su precio. No era nada que no pudiera aliviar con unos segundos de concentración para calmarse pero aún así le era aterrador sentir como el corazón le latía a una velocidad insostenible.
―Veo que ya te has recuperado un poco ―comentó Jackqen al ver que Allaster guardaba su espada negra de yggdranita con una expresión menos adolorida―. Qué te parece si ahora sí me llevas hasta James Cherryvale? ―El Falcroft se le quedó mirando en silencio durante unos segundos, pensando detenidamente―. Escucha, se que lo que te preocupa es que en realidad sea alguna clase de asesino enviado para matar a James o algo así. Pero te aseguro que es todo lo contrario. Si no confías en mi, simplemente ve junto conmigo y así podrás detenerme en caso de que lo ataque.
―No me interesa si quieres matar o no a lord James, pero yo soy un noble de esta isla y además su futuro yerno. No puedo presentarme en sus aposentos con el hombre que amenazó con degollar a su hija como si fuera lo más normal del mundo.
―Sir Allaster Falcroft, necesito que prestes mucha atención a lo que te voy a decir ahora mismo ―La voz de Jackqen Dell siempre era serena pero fuerte, como un murmullo lleno de energías perezosas que se escuchaba perfectamente. Pero ahora era como si escupiera ladrillos en lugar de palabras, un tono duro y recto―. Raegan Ashther, el Lobo Plateado: aquel por el que los dragones no se atreven a salir de la Fosa de los Colmillos, el principal fundador de la Hermandad del Zorro, el rival del mismísimo Ronan Ainsworth, el Traidor de Ébano. El hombre con doscientos mil kenes de oro de recompensa por su cabeza. ¡El de la puta espada de fuego! ¡Esa leyenda entre las leyendas de los renegados está viniendo ahora mismo hacia Storhai con una flota de barcos colmados de piratas para diezmar Sprigshore! ¡Da igual si vas a ser el yerno, el suegro, el primo o el amante de James Cherryvale! ¡Él se tiene que enterar de esto antes de que sea demasiado tarde y despierte de su borrachera con un mandoble en llamas atravesando el corazón de sus hijos! ―Esas, en efecto, eran demasiadas malas noticias como para ser ignoradas.
―Está bien, te llevaré hasta los aposentos de lord James. Pero nadie puede vernos juntos, muchas cosas se podrían mal interpretar si sucede eso...
―¡Por fin!
―Pero si veo un solo indicio de que vas a hacerle daño a lord James, un simple movimiento fuera de lugar, y te juro que terminarás igual que este renegado ―amenazó señalando a Tyrone.
―Que sí, lo que tu digas. Vámonos ya antes de que llegue alguien más.
Ambos entraron al interior del palacio Pétalo Rosa por una de las puertas principales; a esa hora casi todos los sirvientes debían de estar demasiado ocupados en las cocinas preparando el almuerzo u organizando sus tareas del día. Con casi todos los soldados de la guardia cazando inútilmente a Jackqen en el Bosque de Pinos Ocres era poco probable que se toparan con alguien. No estaba de más tomar precauciones a pesar de todo así que Allaster y el peli anaranjado se trasladaron a través de varios desvíos por los que no hubiera ninguna mirada inoportuna que pudiera delatarlos, escondiéndose tras alguna puerta o pared en cuanto veían a alguno de los pocos militares que quedaban haciendo sus rondas de vigilancia.
―Me alegra escuchar que nuestros compañeros están bien y que sir Allaster logró dar muerte a aquel renegado. ¿Cómo se hacía llamar? ... ¡Ah, sí! El Tigre Rojo. Nunca había oído hablar de él ―conversaban los uniformados mientras Jackqen y el Falcroft esperaban a que pasaran de largo, ocultos tras las grandes cortinas rosadas de las ventanas.
―El capitán dijo que era un renegado que causó problemas en algunos pueblitos de Dríanne. Eso sí, hay que reconocer que era bestialmente fuerte. Lo tenían encadenado y amordazado por todas partes en las mazmorras.
Allaster y Jackqen salieron de su escondite y siguieron su camino solo cuando dejaron de escuchar los chismorreos de la pareja de soldados. Luego de dar unas cuantas vueltas eludiendo todo riesgo de ser sorprendidos, por fin llegaron al último piso de Pétalo Rosa donde la cabeza de familia de los Cherryvale acostumbraba alojarse desde la fundación de la casa. El dúo se encontraba frente a una hermosa puerta de madera barnizada con despampanantes detalles de oro que formaban una hermosa imagen de dos árboles de cerezo en pleno florecimiento. Allaster se acercó y tocó tres veces en la puerta sin obtener respuesta alguna.
―¿Estará dormido? ―intervino Jackqen.
―Lord James Cherryvale no ha salido de su habitación desde hace años y solo le dirigía la palabra a los criados para que le trajeran más vino.
―Entonces está borracho... ―El peli anaranjado agarró el brillante picaporte con forma de ola de mar y abrió la puerta, ignorando el vano intento de Allaster por detenerlo; seguramente con la excusa de: "Es de mala educación entrar sin permiso"―. ¿Hola, James Cherryvale?
―Se dice lord ―le corrigió Allaster pensando en lo poco favorable que será esto para su relación forzosa con Aimi y los Cherryvale.
―¿Qué más da? ... ¿Lord James? ... Vaya, ¿por qué no me sorprende?
―¡Lord James!
El jefe de la casa Cherryvale estaba tendido en el suelo con una botella de vino de Jaskievalia en su mano zurda y otra de cerveza de Khasya en la diestra. Se estaba bañando con su propio vómito, la piel sudorosa brillaba colorada y el bigote castaño estaba lleno de migas y tan desarreglado como su ropa. El tufo a alcohol y la mugre de su regordete cuerpo, recopilada gracias a todas esas semanas sin bañarse, casi hacen que Allaster no decidiera ir en su socorro apresurado en cuanto lo vio. El guerrero de ébano comprobó sus signos vitales: estaba vivo pero aún así no le quedaban muchas fuerzas para sobrevivir al coma etílico que, según todos los indicios, sufría desde hace máximo un par de minutos.
―¡Mierda! ¡Está muy mal, si no hacemos algo morirá! ―Incluso con toda la fuerza que ganó en la Torre de Ébano, Allaster tuvo que esforzarse un poquito más de lo normal para levantar al lord del suelo.
―¿Qué tal el boca a boca? Se lo haces tú.
―¡No digas memeces y ayúdame a llevarlo hasta mi cuarto! ¡Allí tengo algunos ingredientes y pociones de emergencia que podrían reanimarlo! ¿Quieres demostrar que eres de los buenos? ¡Pues venga, ayúdame a cargarlo!
Ambos lo sostuvieron en sus hombros y corrieron en dirección a la habitación de huéspedes donde los Falcroft se alojaban durante su visita. Rompieron algunos jarrones y plantas ornamentales a su paso debido al tambaleo que les provocaba cargar con todo el peso de la redondísima barriga de lord James Cherryvale. De pronto, unos soldados doblaron por la esquina por la que tenían que pasar y, al ver la situación, les apuntaron con sus espadas en alto.
―¿Sir Allaster? ¿¡Qué está haciendo con lord James y ese prófugo!?
―¡Mierda!
El Halcón de Ébano los despachó con dos golpes fluidos en la nuca que los desmoronó inconscientes sobre la alfombra. Se estaban quedando sin tiempo así que retomaron su viaje al cuarto de los Falcroft sin preocuparse porque alguien pudiera encontrar los cuerpos de los dos soldados. Atravesaron por una habitación huyendo de Shea, que se disponía a ir a consolar a Aimi, y siguieron una sucesión de pasillos hasta abrir de un portazo el aposento donde lady Serena los recibió con una mirada fulminante de estupefacción.
―¿Pero qué significa esto?
―Madre, yo...
―¡Señora, no incordie que es una emergencia médica! ―le ordenó Jackqen, ignorando que había hecho algo que nadie nunca había logrado: silenciar a esa mujer.
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