Negro y Anaranjado III
Un perro corría por el mar celeste siendo perseguido por un gran gato blanco de dos cabezas, o eso era lo que sir Allaster Falcroft veía en las nubes acostado en el alero de un balcón en Pétalo Rosa. Siempre le gustó desde pequeño admirar esas masas de agua evaporada del cielo e inventarse historias en función de las extrañas imágenes que formaban. Solía hacerlo mucho con su hermano cuando entrenaban en la Torre de Ébano, para olvidarse por unos segundos del riguroso entrenamiento al que eran sometidos día sí y día también. En aquella época era el capitán Edan Bladervaine el que siempre los sacaba de la meditación dando voces para que regresaran a realizar otras doscientas repeticiones de movimientos de espada. Ahora, en el castillo de los Cherryvale, era su madre, lady Serena, la que lo bajaba de vuelta a la realidad.
―¡Allaster! ¿Se puede saber qué diantres haces ahí arriba cuando deberías estar dándole tu apoyo emocional a lady Aimi? ―le regañó desde el balcón con esa voz de reproche que siempre se agravaba cuando se dirigía a su hijo―. Baja de ahí en este mismo instante ―Allaster obedeció sin decir una palabra―. Apresúrate y ve a buscar a lady Aimi, tienes que consolarla después de lo que le sucedió anoche con aquellos cuatro indeseables que intentaron abusar de ella.
―Escuché que Aimi no se despierta hasta, por lo menos, después de las diez horas. Aún son las siete, estará durmiendo ―dijo con su siempre serio rostro de frialdad mirando el reloj pendular de Rowxenbhurgo colgado en la pared.
―Se dice "lady" Aimi. Dudo que sea capaz de conciliar el sueño, las pesadillas que debe de estar teniendo por culpa del incidente la tendrán en vela. Búscala y si por algún casual aún no ha despertado, ve y socializa un poco con su hermano, lord Adler. Él será tu cuñado así que tendrás que agradarle lo mejor posible si queremos que nuestras familias se junten.
―Ad... lord Adler debe de estar ocupado formulando una estrategia para evitar que el supuesto Ruiseñor logre robar algo de Pétalo Rosa. No creo que sea el momento oportuno para...
―¡Pues ve y ofrécele tus servicios como guerrero de ébano! ―La voz filosa de lady Serena atacó a Allaster violentamente con su tono escalofriante―. Fuiste nombrado caballero, te entrenaron los mejores guerreros de Pandora y eres su futuro cuñado, razones más que suficientes para que lo ayudes en todo lo que puedas y ganarte su favor. Vas a ir a hablar con él porque yo te lo estoy ordenando, ¿entendido? Y quítate esa camisa sucia y vístete con esta túnica, debes tener buen aspecto para hablar con él.
―Sí, madre... ―Allaster se acercó a la puerta para salir de la habitación, colocándose su nuevo atuendo oscuro. Pero antes de poner un pie fuera su madre lo llamó.
―Allaster... No eches a perder esto. Sé que ese es un pedido demasiado difícil para un hijo tan inservible como tú pero espero que esos trece años que estuviste fuera te hayan rendido algún mínimo fruto. Que no se repita lo de Mirador del Ocre, no necesitamos a otro noble en nuestra contra así que no cuestiones nada y solo mueve la cabeza de arriba abajo a todo lo que lord Adler te diga que hagas. ¿Te ha quedado claro? ―Si su voz era una espada, sus ojos eran dos lanzas que atravesaban el corazón de cualquiera.
―Sí, madre...
Ejércitos, gremios de renegados, piratas, centauros, elfos oscuros e incluso un pequeño enfrentamiento con un draeka de bajo nivel. Ni siquiera ese habitante del Plano del Sol Negro pudo intimidar a Allaster en sus misiones como guerrero de ébano. Sin embargo, su madre era la única que lograba intimidarlo, o más bien, arrodillarlo ante su voluntad. No era miedo lo que hacía que se callara cuando lady Serena le ordenaba algo (porque ella solo le ordenaba, lo que decía se tenía que cumplir) sino el amargo deseo de la redención. Baynard y Dorian Falcroft, esposo e hijo respectivamente de lady Serena, murieron ante la presencia de Allaster sin que él pudiera hacer nada para salvarlos. La culpa era lo que más abundaba en el alma del muchacho de apenas veinte años. Cada vez que Allaster intentaba rebatir algún mandato de su madre, las imágenes de su padre y su hermano dentro de un ataúd en sus sendos funerales aparecía para cerrarle la boca con unas manos hechas del frustrante pecado de la debilidad que su madre se había encargado de resaltar desde que casi muere al salir de su vientre en el doloroso parto que le dio a luz.
El último heredero de los Falcroft tomó el camino hacia la habitación en la que Adler solía llevar a cabo las reuniones de defensa según las indicaciones que unas sirvientas le dieron embobadas por el rostro y actitud indiferentes del chico. Pero no necesitó llegar hasta allí ya que pudo ver a través de una de las ventanas como lord Adler salía galopando como un rayo con una jauría de perros de caza y soldados detrás.
―Disculpe ―le habló a un guardia que pasaba por ahí en ese momento―. ¿Ha sucedido algo? Acabo de ver al lord del palacio marcharse con armadura y armas preparadas.
―Sir Allaster... ―El militar, un poco mayor ya, le hizo una leve reverencia en señal de respeto―. Al parecer uno de los delincuentes que atrapamos anoche en la playa ha intentado meterse en la habitación de lady Aimi nuevamente. Lord Adler fue corriendo hasta allí en cuanto se enteró pero el prófugo logró escapar contra todo pronóstico. Se le vio huir saltando los muros, en dirección al Bosque de Pinos Ocres. Ahora mismo se ha comenzado una búsqueda por toda esa zona.
―Gracias.
Aquello era un alivio para Allaster. Por supuesto que se compadecía de su forzosa futura prometida, pero no podía dejar de pensar que gracias a aquel criminal ahora no tendría que ir a ganarse la confianza de Adler, cosa que no tenía demasiadas ganas de hacer. Cuando creía que iba a tener un momento de paz, un aleteo hizo acto de presencia desde la ventana. Era Altair, el halcón negro con garras de hierro que había sido la mascota de Dorian y ahora, después de la muerte de este, pertenecía a Allaster. Su dueño se le acercó y alzó el codo indicándole que se posara sobre él, cosa que el animal hizo con gustosa obediencia.
Ambos, tanto Altair como Allaster, eran realmente parecidos de cierta manera. El par tenían unos ojos brillantes de color ámbar con unas pupilas tan profundas y oscuras que parecían unas pequeñas noches sin estrellas ni lunas. El cabello de Allaster era tan negro como las plumas del halcón. Aunque su peinado, casi rapado debajo y con una cabellera recogida en un moño detrás, era lo que no hacía notar mucho la similitud. Incluso a pesar de ser dos criaturas totalmente distintas en tamaño y forma, los dos poseían el mismo porte sagaz y gallardo que hacía que infundieran una intimidación, o incluso respeto, en los demás.
―Hola ―Altair siempre estuvo muy cerca de Dorian, por eso Allaster le hablaba como si el espíritu de este se hubiera quedado impregnado en el ave. Trató de quitarle las garras de acero pero un picotazo suave se lo impidió―. Veo que sigues sin querer tener las patas desnudas... Ahora mismo no estamos peleando así que no tienes que llevarlas puestas... Creo que pasaste demasiado tiempo con mi hermano, te gusta mucho la acción ―Suspiró tras el segundo pinchazo. Un tercer picotazo aterrizó en la cabeza de joven Falcroft, luego un cuarto, quinto y sexto―. ¿Qué haces? ¿Acaso te ofendiste por lo que dije?
Altair comenzó a gañir batiendo sus alas sobrevolando por encima de la cabeza de Allaster. El pájaro no dejó de hacer ruido hasta salir por la ventana y posarse sobre un montón de heno en el patio, a unos cuantos pisos más abajo. Desde ahí miró hacia su amo, casi se le podía escuchar diciendo: "Tienes que venir a aquí". Altair era un halcón muy inteligente, tal vez incluso demasiado para el diminuto tamaño de su cerebro, y Allaster confiaba plenamente en él tanto como lo hizo en su hermano Dorian. El guerrero de ébano se apresuró a bajar las escaleras como una mismísima ave rapaz en picada, en dirección a su mascota y compañero. Cuando por fin llegó al patio se detuvo a unos cuantos metros del montón de heno al ver en el lodo del suelo unas pisadas lo bastante profundas como para ser frescas. Altair volvió a gañir y junto a él se pudo escuchar un susurro que decía:
―¡Mierda de pajarraco, cállate! ―De entre la paja salió Jackqen Dell dando una vuelta en el suelo para escabullirse hacia el pequeño almacén de madera a su lado. No se dio cuenta de que ya lo habían descubierto. Allaster se aproximó y abrió la puerta, ni siquiera se preocupaba por que el peli anaranjado, que estaba sentado en el suelo, lo viera al entrar. Aunque tampoco es que en ese lugar hubiera suficiente espacio como para intentar esconderse―. ¿Es que acaso hoy todo el mundo me va a pillar? ―protestó al ver al joven.
―Ciertamente, parece que no eres demasiado bueno en esto de pasar desapercibido ―respondió Allaster con una voz que mostraba una total desmotivación.
―Sí soy bueno, solo que hoy tengo mala suerte ―Altair se posó volando sobre el hombro de Allaster. Jackqen se sorprendió al darse cuenta de quién era en realidad ese chico frente a él―. Un momento... Un halcón negro y una mirada fría como el invierno... ¡Claro, como no me di cuenta antes! Eres Allaster Falcroft, el Halcón de Ébano. Todas las historias que escuché sobre ti me hicieron olvidar que originalmente eras un noble de Storhai... Vaya, realmente eres un témpano de hielo silencioso.
―Y tu un renegado muy parlanchín ―Allaster entró en el almacén cerrando la puerta tras de sí. El lugar era lo bastante angosto como para que fuera incómodo para los dos luchar, al menos así le dificultaría un intento de huida al peli anaranjado. El Falcroft tomó una manzana del estante a su izquierda, su alimento favorito, y la mordió (aunque en realidad le gusta más pelada).
―No soy un renegado.
―Por lo que me informó un guardia del palacio, anoche amenazaste a lady Aimi nada más llegar a la isla.
―Si para ser un renegado solo hubiera que amenazar a la gente, entonces tu serías uno de los peores. Más de un bardo a cantado alguna que otra canción sobre ti y tus misiones como guerrero de ébano.
―¿Y qué es lo que cantan los bardos sobre mi? ―preguntó ingiriendo un trozo de manzana con la vista puesta en Jackqen.
―No me sé muy bien las canciones. A decir verdad son pocas comparadas con las de otros de tus iguales, pero aún así son algo interesantes. Dicen que fuiste el guerrero más joven en ingresar a la Torre de Ébano, con tan solo siete años y que eres uno de los más prometedores. Casi todos los héroes de los últimos dos siglos se han adiestrado en las artes bélicas y sido nombrados caballeros ahí, desde ya todos esperan que te pares en el mismo umbral que ellos.
―Héroes y otros no tan héroes...
―Cierto, también está Ronan Ainsworth, que casi desbarata toda la organización en un acto de traición... A propósito, ¿puedes darme una de esas manzanas? Las que me comí en la alcoba de Aimi no fueron suficientes.
―No creas que por que te estoy dando conversación somos amigos.
―En ningún momento pensé en eso, solo tengo hambre... Ya que estamos, ¿qué haces aquí? ―Allaster lo miró de reojo. Mucho había tardado en aparecer esa pregunta que tanto le hacía la gente desde que regresó hace casi tres meses―. Los guerreros de ébano renuncian a todos sus bienes y títulos para ingresar en la Torre y dedicarle su vida a la lucha sin siquiera permitirte casarte o tener hijos, sin embargo aquí estás. Incluso hay rumores de que de alguna forma lograste salirte de todo ese cotarro, algo que nadie nunca había logrado.
―Para no ser tan famoso, se habla excesivamente de mí para mi gusto... Es suficiente, es hora de llevarte ante la guardia.
―¿Podrías al menos escucharme? Estoy seguro de que en tus muchas misiones te has topado con algún que otro criminal que parecía ser una cosa y luego era otra.
―Habías dicho que no eras un renegado...
―Exacto, sé que lo parezco pero no lo soy.
―¿Cómo puedo estar seguro de eso? Tienes cara de ser de los que no tienen reparos en mentir y traiciona... ―Antes de que terminara la frase, Altair se deslizó por el estrecho lugar hasta llegar al anaranjado cabello de Jackqen.
―Este bicho es muy raro ―dijo acariciando al animal con un poco de nervios.
Allaster confiaba demasiado en Altair como para ignorar que no le mostrara ningún tipo de hostilidad al prófugo. Pero aún así sospechaba de ese misterioso personaje.
―¿Cómo te llamas?
―Jackqen Dell, mucho gusto. ―Le extendió la mano con una sonrisa, Altair se subió en esta y miró a Allaster con sus ambarinos ojos.
―¿Por qué estás tan obsesionado con hablar con Aimi... con lady Aimi?
―En realidad sería mejor si conversara con James Cherryvale, el verdadero lord de la isla. Pero como al parecer está demasiado ocupado arruinando sus riñones con alcohol, no es una muy buena opción. Y Adler, bueno, digamos que no es de mis mayores camaradas. Eso me deja solo a Aimi.
―¿Qué es eso tan importante que tienes que contarle a los Cherryvale como para pasar por todo esto?
Durante un minuto solo hubo silencio. Allaster esperaba algún tipo de respuesta, fuera verdad o no, esta le daría una idea de con quién estaba tratando. El sudor empapaba los ojos de Jackqen obligándolo a parpadear para secárselos un poco. Estaba nervioso y el Falcroft lo había notando. El peli anaranjado se alzó estirando un poco las piernas y se paró frente con frente a Allaster, quien siguió su ejemplo cuando lanzó al suelo el corazón de la manzana.
―Raegan Ashther está en camino hacia esta isla. Me encontré con él cuando navegaba hasta aquí y esto lo prueba ―De su bolsillo sacó una cuerda con decenas de colmillos de diferentes tamaños, colores y formas colgando junto a un dije de un lobo aullándole al sol―. De lo que si cantan todos los bardos en Pandora es de cómo Raegan Ashther se enfrentó a los dragones de la Fosa de los Colmillos en Yggdrahaim. Le quitó un diente a cada bestia a la que derrotó y con él se hizo este colgante.
―Conozco muy bien esa historia, también se que el símbolo de Raegan Ashther es ese que tienes en tus manos ―Su voz desprendía una impasibilidad total.
―Entonces sabes que esto no es una falsificación ni nada por el estilo. ¿De dónde podría sacar yo un puñado de dientes de dragón tan grande como este? Se lo quité al mismísimo Raegan Ashther justo antes de que me aventara al mar luego de destruir el barco en el que iba, no sin antes escucharle decir: "Ahora vamos hacia Storhai".
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