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Negro y Anaranjado II

Aimi no era capaz de ver nada, solo podía sentir en su espalda la sedosa tela de los vestidos colgados detrás de ella y cómo sus delicados dedos palpaban fuertemente la seca textura del arco. La sombra de alguien se movió por la fina línea de luz tenue que se escapaba por entre las rendijas de la puerta del armario en el que se encontraba escondida con una flecha preparada.

―¡Quieto! ―De un salto abrió las puertas de su escondrijo y apuntó con la cuerda de su arco tensada a todo lo que daba directo al corazón del peli anaranjado.

―Hola ―le saludó el chico de bandana blanca, sonriente.

―Tú otra vez... ¿Cómo te escapaste de las mazmorras?

―Pues por la puerta, ¿por dónde si no? ―Detuvo su intento de dar un paso cuando Aimi le indicó con un gesto agresivo que ni se le ocurriera hacer nada extraño―. Veo que no te inspiro la confianza que me gustaría...

―Es lo que sucede cuando me ponen una daga en la garganta, tiendo a desconfiar. ―Lentamente se movió hacia la puerta de su habitación sin dejar de tener en la mira al prófugo.

―Sí, bueno, no me voy a disculpar por eso si es lo que quieres. Fue un error y cualquiera puede cometer uno. Después de todo no creo que ser violada por tres tipos fueran lo planes que tenías para pasar la noche, ¿o sí? ―Sin siquiera sentirse intimidado por la punta de flecha que lo señalaba, caminó hacia el frutero de la mesita de noche y tomó una manzana roja.

―¡Te dije que no te movieras!

―No te engañes, querida. No me vas a disparar ni aunque me escapara por la ventana ―De un mordisco ingirió media fruta. Su estómago comenzó a calmar los rugidos de hambre que lo atormentaban desde hacía horas.

―¿Quieres apostar?

―Muy bien... ―le respondió carialegre―. Dioses, amo las manzanas... Así está la cosa: Yo tengo información sobre tu madre. Para prueba de eso está la daga que traía conmigo y que, por cierto, me quitaste cuando el amistoso de tu hermano me mandó a encarcelar y que ahora guardas en... ¡Oh! Aquí está, típico ―Con una sola mano alzó el colchón de la cama donde estaba guardada el arma.

―¿Cómo sabías que la tenía ahí? ―Las manos de Aimi aminoraron un poco la fuerza con la que sostenían el arco.

―No lo sabía, lo adiviné por pura suerte ―Tomó otra manzana y la mordió incluso con más ansias que la anterior―. Una cosa curiosa la suerte, ¿no lo crees? ... Es una fuerza todopoderosa, imparcial y moralmente ambigua. Incluso el "destino" es escrito según lo que dicte esta... Sinceramente no creo en eso del "destino" pero sí en la suerte ―Empezó a masticar su tercera manzana, Aimi lo escuchaba atentamente―. La mayoría del tiempo son nuestros esfuerzos lo que nos proveen todo, o casi todo, lo que necesitamos y queremos. Pero es la suerte la que nos da la oportunidad de obtener esas metas de una forma más fácil, si es que sabemos cómo y cuándo aprovecharla... Por ejemplo: tú te habrías pasado media vida en lograr encontrar una sola pista sobre Zanaey, pero tuviste la suerte de que yo apareciera con su daga. Acabas de conseguir lo que querías sin mover un solo dedo ―Sonrió―. Respecto a lo de la apuesta... Me la juego a que no me dispararás porque estoy seguro de que eres de las que saben sacar tajada de un buen golpe de suerte, justo como lo hacía tu madre...

―¿Crees que quiero saber algo sobre mamá? ―Los ojos de la adolescente empezaron a derramar lágrimas justo como el día en el que apareció la cicatriz que se escondía en su frente―. Ella nos dejó a Adler, a papá y a mi e intentó matarme con esa misma daga. ¡No quiero saber nada de ella, así que sí, apuesto a que puedo dispararte! ―La cuerda de su arco se tensó incluso más fuerte que antes, la flecha nunca había tenido tantos deseos de atravesar la carne de alguien.

―¿Entonces por qué te quedaste con la daga? ¿Por qué sigues llamándola mamá? ¿Por qué no has disparado aún? ¿Por qué no gritas y llamas a los guardias? ¿Por qué estás aflojando el agarre de tu arco? ... Yo no estoy aquí para haceros daño ni a ti ni a nadie; estoy aquí para salvaros y cumplir la última voluntad de la renegada más bondadosa de todos los tiempos: Zanaey, tu madre.

Un jarrón de agua gélida del Mar de Escarcha cayó sobre los recuerdos de Aimi congelando por un momento todas las imágenes donde ella y su madre recogían flores en la zona del Bosque de Pinos Ocres cercana a palacio, tejiendo unas bufandas para James y Adler o durmiendo juntas en la cama del cuarto. ¿En todas esas memorias en realidad estuvo pasando el tiempo con una renegada?

―No... ―Dijo la chica bajando por completo su arma―. Los renegados son criminales que se oponen al Gobierno, mamá era una noble de la casa...

―¿De la casa Talla?

―Si...

―Esa familia no existe, todo fue un invento de Zanaey para casarse con tu padre, ganarse su confianza y poder infiltrarse en Pétalo Rosa sin levantar sospechas.

―No, eso es imposible. Mi abuelo en persona vino a la boda, al menos eso me contaron.

―Tu abuelo, Rayan Talla, era un señor con barba plateada, calvo, ojos oscuros y con pocas arrugas para su supuesta edad. Esto sí que no lo he adivinado por suerte, lo sé porque me topé con él cuando navegaba hacia acá. Aunque en realidad no es calvo, cuando tu padre lo conoció se había rapado el pelo para que no lo reconocieran de los carteles de "se busca". Porque sí, justo como estás pensando, también era un renegado.

―¿Cómo sabes todo esto? ¿Qué quieres decir con que te encontraste con mi abuelo? ¡¿Quién coño eres?!

―Mi nombre es Jackqen Dell, el aprendiz de tu madre.

―¡Aimi!

La puerta de la habitación se desmoronó cuando Adler, seguido por dos soldados armados con lanzas, entró blandiendo su espada y escudo de oricalco. Desde que Shea le dijo que el prisionero que atrapó en la playa se había escapado de su celda, temió que este fura de inmediato hacia Aimi para hacerle daño. Ahora esa pesadilla se había hecho realidad. Su hermana y el fugitivo se estaban enfrentando cara a cara, por lo menos hasta que llegó él y llamó la atención de ambos.

―¡Aimi, detrás de mí! ―Se interpuso entre ella y el peli anaranjado alzando su escudo en alto mientras los dos lanceros se colocaron cada uno a su lado para mantener alejado a Jackqen, que ponía las manos en alto con una expresión de hastío.

―¡Espera, Adler! El sabe algo sobre mamá, incluso tenía la daga con la que ella me atacó cuando se fue. Por favor, no le hagas daño. Tal vez con su ayuda podamos encontrarla. Dijo que era su aprendiz, lo necesitamos.

Ambos hermanos se miraron a los ojos. Los de Aimi rebosaban de esperanza, después de tanto tiempo ahora tenía la suerte de que el tal Jackqen Dell pudiera proporcionarle la medicina capaz de cerrar para siempre la herida que le causó Zanaey. Ella confiaba en que ese chico de bandana blanca, ojos azules y cabello anaranjado pudiera esclarecer todas las sombras de misterio que de pronto rodeaban la figura de su madre. Pero así como los ojos de Adler son de distinto color cada uno, lo mismo sucedía con los sentimientos de cada hermano. Era la primera vez que Aimi mostraba alguna reacción al tocar el tema de Zanaey, antes siempre cambiaba de tema o cortaba la conversación. Ella quería encontrarla, después de todo lo que su madre provocó al irse sin dar explicaciones, seguía siendo el tesoro que más deseaba.

―Zanaey dejó de ser importante en el momento en el que puso un pie no solo fuera de nuestro hogar sino fuera de nuestras vidas ―Por primera vez, las lágrimas de su hermana no le importaron a Adler―. Me da igual lo que este idiota sepa sobre la mujer que nos dio la vida para luego abandonarnos. Ha intentado matarte dos veces y no permitiré que vuelva a suceder...

―¡Él no vino a matarme!

―Soldados... ¡Atrapen a este criminal y llévenlo a la horca!

―Bueno, esta vez tampoco tuve suerte. Vaya rachita la que llevo ―dijo el peli anaranjado con una manzana en la mano.

Ambos soldados le atacaron con sus lanzas pero fallaron. Jackqen saltó de la ventana mientras lucía su mejor sonrisa. Todos en la estancia corrieron a verlo descuartizarse contra el suelo, mas solo pudieron mostrar una amarga cara de decepción cuando el escurridizo de bandana blanca logró evitar el daño dando tres giros en un tejado al caer. Los guardias de alrededor lo vieron y escucharon con claridad el movimiento de las tejas, no tardaron en empezar a lanzarle flechas que asombrosamente no lograban dar en el blanco a pesar de ser tantas dirigiéndose a un mismo objetivo. Jackqen lo esquivaba todo mientras seguía corriendo por los muros del castillo y techos hasta salir de la vista desde la ventana de Aimi.

―Ese tipo no va a ir muy lejos... ¡Ustedes dos, síganme! ―le ordenó Adler a sus hombres.

―¡Hermano! ―Aimi lo tomó de la metálica hombrera ámbar de su armadura y lo obligó a escucharla―. ¡Por favor, tráelo vivo!

―¡No! ¿No ves lo que está haciendo? ¡Te contó que conoce a mamá solo para acercarse a ti y luego matarte cuando menos te lo esperes! ¡Antes de que eso suceda lo enviaré a la horca!

―¡Por favor, Ad! ¡Puedes volver a apresarlo e interrogarle sobre mamá en el calabozo, no creo que desde ahí pueda hacerme nada!

―¡No! ¡Si se escapó una vez, puede hacerlo una segunda!

―¡Él es nuestra única esperanza para volver a encontrarnos con...!

―¡Nunca más nos encontraremos con Zanaey porque yo mismo no lo permitiré! ¡Ella es la razón por la que todo nuestro hogar se está marchitando! ¡Si esa... esa puta regresa solo será cuestión de tiempo antes de que nos vuelva a traicionar, voy a eliminar toda posibilidad de que eso suceda!

―¡Ad, no!

Durante el resto del día los hermanos Cherryvale no volvieron a verse. Nadie sabía nada de Adler desde que salió de Pétalo Rosa con un batallón completo de soldados dispuesto a darle caza a Jackqen Dell. La única señal de vida que el heredero mayor de los Cherryvale daba eran los diminutos brillos de antorchas que se veían en la lejana espesura del Bosque de Pinos Ocres bajo la noche. Los ladridos distantes de los perros de guerra se escuchaban desde el boscaje y se combinaban al desesperado llanto de Aimi que no había dejado de empapar su almohada con lágrimas en las que se veía el rostro de Zanaey reflejado.

―Lady Aimi, no ha comido nada desde esta mañana ―le dijo Shea con una mirada lastimosa.

Al ver que su ama no le hacía ni caso, Shea decidió dejarla un tiempo a solas. Tal vez así Aimi se calmaría un poco, contrario a la joven asistenta que solo se preocupó aún más por su dueña al cerrar la puerta. La criada bajó las largas escaleras de la torre hasta llegar a los establos. Keff, el mozo de cuadras, alimentaba a un par de caballos con un puñado de heno mientras les acariciaba la crin. Cuando vio a la chica, su rostro se iluminó tanto como la antorcha a su lado.

―Hola... ¿Qué te sucede? ―Le preguntó al ver la cara larga de Shea.

―Solo estoy preocupada por lady Aimi, otra vez tuvo una discusión con su hermano.

―Tú y ella siempre han sido muy unidas, más de lo que se ve en otras grandes familias nobles. Verla enfrentada con lord Adler debe ser muy duro. El señor se preocupará mucho por Sprigshore y la isla pero hay que aceptar que no trata muy bien a su familia.

―¿Por qué lo dices? ―preguntó Shea un poco enojada.

―¿Qué por qué lo digo? Él nunca pasa tiempo con lady Aimi y cuando lo hace siempre termina regañándola por todo, además nunca se ha esforzado por intentar sacar a lord James de su habitación. ¿Qué clase de hermano no le da cariño a su hermana? ¿Qué clase de hijo no le inquieta el claro alcoholismo de su padre?

―De la clase de hermano e hijo al que verdaderamente le importa su familia. Lord Adler no puede amar más a lady Aimi porque incluso su enorme corazón no tiene espacio para albergar semejante cantidad de afecto. Tu no lo sabes porque llegaste al palacio hace unos pocos años pero él siempre ha estado pendiente de su hermana desde pequeños, incluso cuando se fue de Storhai para militar en el Ejército del Gobierno Imperial. ¿Crees que para Adler es fácil ver a toda su familia separada?

―Lo siento, no quería ofenderlo ni nada. Solo digo que a veces pareciera que le importa más ocuparse de los asuntos de la ciudad que de su fa...

―Adler sabe que no puede dejar que le den el mando de Storhai a los Falcroft. Él tiene bien claro que mantener vivo el legado de los Cherryvale es una misión en la cual no pueden interferir los sentimientos. No es que le preocupen más los temas de la ciudad y la isla, es que es su deber encargarse de ellos como miembro de la casa noble más importante en este pequeño trozo de tierra. Mejor lávate los dientes antes de hablar mal de un hombre tan entregado como lord Adler, el pobre es el que más sufre con todo esto.

―¡Allaster! ―Adler atravesó el gran portón seguido por los soldados a su servicio, parecía que el aire a su alrededor hirviera de rabia mientras se acercaba a la pareja de sirvientes―. ¡Shea! ¿¡Dónde está Allaster!? ―Un halcón negro con sus garras cubiertas por un armazón de acero estaba posado en el hombro del joven Cherryvale.

―No lo sé, mi lord. Según escuché de los demás criados, sir Allaster y lady Serena tenían planeado partir hoy hacia Puerto Tiburón.

―Lady Serena se fue hace varias horas, mi lord ―agregó Keff algo nervioso, nunca le había halado a Adler de frente―. Pero el caballo de sir Allaster sigue aquí, así que aún debe estar en el palacio.

El heredero de los Cherryvale se adentró en Pétalo Rosa con largas zancadas, casi como si fueran las de un gigante. Pasó por el salón principal ignorando los llamados de uno de los guardias que corría hacia él. De un empujón lo quitó de su camino y siguió caminando con aún más apuro, soltando chispas de los ojos. Casi derrumba la puerta de la habitación donde los Falcroft estaban alojados desde que llegaron.

―¡Allaster, ábreme ahora mismo! ―vociferaba dando golpetazos. Nadie respondió (aunque solo hubieran pasado unos pocos segundos desde que comenzó a llamar) así que embistió el trozo de madera que le bloqueaba el paso y lo derrumbó con el escudo―. ¡Allaster! ¿¡Qué significa el mensaje que me enviaste con tu halcón!?

―Lord Adler, tranquilícese ―dijo el más joven de los Falcroft.

―¿¡Cómo que "Jackqen Dell, el prisionero que amenazó a lady Aimi en la playa, está bajo mi protección"!? ¿¡Qué quiere decir eso!?

―Quiere decir que no le puedes hacer daño a Jackqen hasta nuevo aviso, hijo mío ―habló una tercera persona.

―Papá... ―El rostro de Adler palideció al ver a su padre, James Cherryvale, sentado en un sofá con el prófugo peli anaranjado disfrutando de una reluciente manzana en la silla cercana a la hoguera.

―Tardaste lo tuyo, rubiecito ―señaló Jackqen.

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