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Huellas en la Nieve del Pasado II

Una pierna, arrancada de su dueño por un mazazo de los gigantes de hielo, cubría la vista de James. Una mano, una cabeza cercenada, el torso entero de un renegado y centenares de cuerpos que antes los protegían del viento ahora los salvaron de terminar ahogados en la nieve de la monumental ola blanca. Eran tantos cadáveres los que cubrían a James y a Zanaey que, desde fuera, se veía como una mancha de uniformes militares en el mismo centro de una llanura de nieve. Mas desde dentro de esa fúnebre cúpula ensangrentada todo se veía como el mismísimo infierno.

James estaba asqueado por las gotas de sangre que le manchaban los ojos, era aplastado por un millar de difuntos y el frío, incluso en esa situación, hacía un fuerte acto de presencia. Pero a pesar de todo no soltaba la mano de la esperanza rubia a la cual aún no le conocía nombre alguno. Sin abandonarla en esa pila nauseabunda de muerte escaló, desde el interior, hasta la cima del montículo que irónicamente les había rescatado de un entierro prematuro. Tuvo que quitarse de encima todo tipo de partes seccionadas de cuerpos de sus propios hombres y algún que otro renegado. Cuando finalmente salieron miraron a su alrededor y notaron una dificultad exasperante al respirar.

―Estamos más alto ―balbuceó Zanaey.

―¿Qué? ―James tenía la voz temblorosa y estaba aguantando las ganas de vomitar debido al hedor del que acababan de emerger.

―La ola blanca... Aumentó la... la altura de esta zona del mar blanco... Es como si... hubiera... Hubiera nacido una pequeña... montaña de... de nieve ―se desmayó.

―Oye... ¡Ey! ... Mierda, no. No te mueras, no te mueras... ¡Maldita sea!

Una persona obesa cargando en la espalda a una joven se hundiría al caminar sobre una capa ancha de nieve, pero los copos eran tan gruesos que contaban con una firmeza comparable a la del suelo. Aunque eso no impidió que James tropezara más de una vez o tuviera que "nadar" en algunos tramos de ese níveo "mar". La ventisca parecía odiarlos pues no paraba de empujar y soplar con todo lo que tenía en una furia fatigosa que habría hecho que cualquiera se rindiera ante la idea de una muerte próxima, pero no James.

Durante toda su vida, el, en aquel entonces, heredero de los Cherryvale, se había subyugado ante todo. No importaba si era un entrenamiento con espadas, una cacería con su padre o simplemente una conversación con una moza que le gustara. Si había algo que James tuviera que hacer, era algo en lo que él se rendiría. Incluso su propio padre, Thane, le recordaba constantemente que era un inútil bueno para nada. ¿Cómo podría confiar, pues, en sí mismo? Entonces, si era un fracasado, ¿por qué seguía luchando contra la hipotermia que ahora mismo le congelaba la sangre?

Desde que Thane le dio la noticia de que viajaría a Borealis para luchar contra un gremio de renegados, le surgió una duda que le causaba escalofríos: "¿Por qué mi padre me ordenaría esto, sabiendo que no tengo ni idea de la guerra?", pensaba. ¿Tal vez para convertirlo en un hombre? Él siempre decía que las crisis forjan a los mejores guerreros. Quizás al ver una batalla real de cerca, el espíritu de lucha de James florecería... Pero... ¿Y si era una forma disimulada de... matarlo? James era una deshonra para los Cherryvale, tanto él como su padre lo sabían muy bien. Sería una "lástima" que él muriera en el fragor del combate... A decir verdad, es imposible saber cuál es la respuesta a todas esas preguntas que atormentaban al noble regordete. Thane era un hombre tan complicado como un puzle. A veces parecía un señor amable, otras un cruel monstruo. ¿Era duro o era exigente? Ni siquiera él mismo podría decirlo a ciencia cierta. Pero fuera cual fuera la razón por la que Thane envió a su hijo a Borealis, ya sea a morir o a "despertar", James quería dejarlo boquiabierto. O frustraba su retorcido plan de deshacerse de él o cumplía sus expectativas de convertirse en una mejor versión de sí mismo, cualquier resultado le valía.

Varios kilómetros después, Zanaey despertó sobre un James medio muerto en el suelo y, frente a ellos, un bosque. El Cherryvale lo había logrado, había salido del Mar Blanco. Zanaey lo miró sorprendida, con lágrimas congeladas saliendo de sus ojos, conmovida ante semejante bondad. Alguien que ni siquiera conocía su nombre intentó salvarla arriesgando su propia vida, ahora tenía una deuda con él. Estando coja y cansada, arrastró a duras penas el pesado cuerpo de James por el bosque, temerosa de que los aullidos de lobos decidieran acercárseles. Entonces llegó a una cueva, un oasis de calor en ese desierto de frío.

James vino en sí varias horas, casi un día completo, después. El fuego de la hoguera que la rubia ensortijada encendió lo trajo de vuelta al mundo de los vivos luego de casi fallecer ante la hipotermia.

―Por fin despertaste ―le saludó Zanaey.

―¿Dónde estamos?

―En nuestro nuevo refugio. Esperaremos a que la tormenta amaine para partir hacia Freygargn, no queremos morir de frío luego de haber pasado por aquel infierno blanco...

―No, claro que no... ―Hubo un silencio incómodo durante unos minutos―. ¿Y cómo está tu pierna? ¿Te duele?

―Está... bien, no te preocupes ―respondió acomodándose la capa de piel que le cubría de cintura hacia abajo.

―¡¿Qué te sucedió ahí?! ―James se alarmó al ver una mancha de sangre en el abrigo que la resguardaba del frío.

―Nada... No es nada...

―¡Claro que es algo, estás sangrando! ...

―¡Te dije que no es nada, déjame en paz!

Forcejearon torpemente, lanzándose bolas de la misma nieve que casi los mata a la cara para cegarse. Parecerían dos niños jugando inocentemente de no ser por la manchas escarlatas en sus ropas. James ganó la improvisada contienda, pues logró quitarle de encima la capa de piel y se dio cuenta de que el líquido rojo no salía del pie roto de su compañera, sino del entrepierna.

―Dioses... ―Enseguida volvió a cubrirla. Le daba vergüenza estar mirando las partes íntimas de la chica a pesar de que estaba vestida―. Eso... ¿Qué te ha sucedido?

―Nada, solo es... es ―Respiró hondo―... Es la menstruación...

―No es cierto ―respondió James instantáneamente―. No sé mucho sobre mujeres, pero la menstruación no provoca semejante pérdida de sangre... He escuchado hablar sobre esto, creo que le sucedió a lady Falcroft en Storhai hace algunos meses. Pero no puede ser, para eso tendrías que estar...

―Vale, lo has descubierto ―confesó mal encarada―. Esto es un aborto, ¿contento?

―¿Estabas embarazada? Pero... Esto es algo serio, acabas de perder a tu bebé... ¡¿Cómo puedes estar tan tranquila ante la muerte de tu hijo?! ―El rostro de James enrojeció de cólera ante la aparente impasibilidad de la rubia.

―Esto ya me ha sucedido dos veces ―respondió sin mirarle a los ojos―... Ya estoy acostumbrada...

―¡Aun así...!

―¡Aún así nada! ―gritó―. Todos los doctores que he visto me han dicho que mi cuerpo no es lo capaz de tener un embarazo completo... Me alegro de haber perdido a este bebé también, ahora sé que el sueño que he perseguido durante toda mi vida es imposible.

―Pero...

―¡Nada de peros! ¡No quiero hablar más del tema y punto!

Y así fue, no se habló más del espontáneo aborto de Zanaey, ni de su primer esposo que murió al dejarla embarazada haciendo que perdiera su hijo por el disgusto, ni de su segunda pareja que la abandonó cuando se dio cuenta de que ella tenía pocas posibilidades de procrear. No fue hasta la mañana del otro día que la tormenta cesó dejando atrás una delicada lluvia de diminutos copos de nieve brillosos. James cargó a Zanaey nuevamente y siguieron su camino de regreso a Freygargn. Anduvieron por el bosque durante unas tortuosas horas; aunque no hubiera viento, los pulmones les dolían de tanto respirar aire frío.

―¡Por fin! ¡Gracias a los dioses!

―¿Qué sucede? ―Zanaey abrió los ojos lentamente, se había quedado dormida en la cómoda espalda del Cherryvale.

―¡Es un camino! ... ¡Y mira! ―Señaló a una silueta que se acercaba a unos cuantos metros de ellos―. ¡Por allí viene una carreta! ¡Estamos salvados! ... ¡Ey, por aquí!

Un campesino cubierto hasta arriba de pieles que transportaba leña se detuvo con su carromato al notar, con ojos abiertos como dos mares, el estado ajado de Zanaey y James. Luego de que ambos le explicaran la situación al recién salido de la adolescencia pueblerino, este aceptó a llevarlos hasta Freygargn, pues iba justo en esa dirección.

―¿Y nunca has pensado en dejar de ser una renegada? ―A pesar del traqueteo del vehículo, James no se sentía mareado como solía pasarle hace algunas semanas.

―No, y tampoco lo voy a pensar.

―Pero... ¿Cómo puede gustarte una vida de criminal, siendo perseguida constantemente por el Gobierno Imperial?

―Un soldado como tú no lo entendería. ―James soltó una risilla ante la sandez de ser llamado "soldado"―. Yo solo quiero que mis hijos tengan una vida divertida, que no se pasen el día aburridos y muertos del asco en nuestra casa como si ahí afuera no hubieran millones de aventuras divertidas por las que vale la pena ser perseguido.

―¿Aún tienes en mente ser madre?

―No... Ya no... No puedo...

―Entonces deja de ser una renegada. Escucha, si quieres, puedo hablar con mi padre, Thane Cherryvale. Estoy seguro de que puede mover algunos contactos para que se te borre de cualquier registro criminal y así puedas vivir tranquilamente con tu pareja. Si no fueras parte de Los Ojos Blancos, no habrías sufrido aquel derrumbe y quizás esta vez sí que hubieras podido dar a luz.

―No importa lo que hagamos, si nos redimimos, si nos dicen que nos aceptan o si alguien obliga a los demás a tratarnos como gente normal y olvidar quienes fuimos; los renegados siempre seremos renegados, es algo que está en nuestro espíritu y en el recuerdo de todos. Además, no creo que a tu padre le haga gracia premiarte por los hombres que perdiste con mi indulto.

―Tenías razón, no lo entiendo. Una vida solitaria siendo repudiada por todos no puede ser justificada por cualquier aventura. Nadie nunca te querrá, nadie nunca te aceptará, nadie nunca te mirará con buenos ojos ―Le vino a la mente su padre, que ahora que lo pensaba, lo trataba como a un renegado―, nadie nunca confiará en ti. ¡Estás arruinando tu vida!

Entonces, dos figuras salieron de entre los árboles del costado de la carretera. Ambas iban a caballo y cubiertas por gruesas capuchas de piel de oso. Rodearon el carricoche, poniendo de los nervios a todos sus pasajeros excepto a uno de ellos que ya sabía quiénes eran. El jinete de atrás no montaba un corcel común, sino un sleipnir: un majestuoso potro de seis patas fruto del cruce entre un caballo y un centauro. Se bajó de su montura a toda prisa y se acercó a Zanaey que lo recibió con una sonrisa y un beso en los labios, James pudo advertir ligeramente una cicatriz muy profunda en el ojo derecho del alto hombre.

―¡¿Qué crees que haces al ir tu sola a esta misión?! ―le regañó el encapuchado señor a la rubia―. Creí que no volvería a verte cuando me desperté con una nota tuya diciendo que irías tu sola a infiltrarte en Los Ojos Blancos.

―¡Ronan! ―La voz femenina de la persona que bloqueaba el camino delante se alzó, era un tanto dulce―. ¿Por qué siempre vas por ahí revelándole nuestros planes a los demás? ―Señaló al plebeyo y a James.

―¡Y tú no digas mi nombre, gilipollas!

―Extrañaba estas discusiones entre los dos ―intervino Zanaey.

―Y yo te extrañaba a ti, mi "oro" ―La volvió a besar―. Venga, regresemos con Raeg... ―Su novia le dio un golpecito en el hombro―. A casa, regresemos a casa... ¿Y esta sangre?

―¿Qué? Ah, no es mía, no te preocupes ―mintió. El tal Ronan no sabía nada del embarazo, Zanaey no le había contado para no ilusionarlo con algo que ella estaba segura que no lograría durar mucho.

―¡Espera! ―James trató de asir a la ensortijada por el hombro antes de que "Ronan" la cargara en brazos, reculó al ver la mirada asesina que este le devolvió―. ¿Estás segura?

―¿Quién es este, mi oro?

―Parece que tienes competencia, tuerto ―se burló la mujer que se acercaba sobre su caballo. Una pequeña ráfaga de viento casi le quitó la capucha, dejando escapar algunos mechones de un cabello que con lo despeinado que estaba y el color anaranjado extraño que tenía, se asemejaba a una flama llameante.

―No, solo es un agente del Gobierno ―aclaró Zanaey antes de que su pareja diera un segundo paso hacia el Cherryvale―. Me salvó la vida y ahora trata de que deje de ser una renegada... Te agradezco lo que hiciste por mí, en serio, pero esta es la vida que escogí hace mucho tiempo. Yo... Sí, seguiré siendo una renegada por un buen tiempo... Vamos, Ronan, regresemos al campamento...

―Vale ―Tenía muchos deseos de decirle unas cuantas cosas a James, pero se los tragó por el bien de su novia.

Los tres renegados se alejaron en dirección contraria, cabalgando sobre sus corceles. Ronan y Zanaey iban delante sobre el robusto sleipnir negro, hasta que finalmente giraron a la derecha saliéndose del camino al desaparecer de la vista. El campesino no se lo pensó dos veces y arreó a su potro para salir por patas de ahí, temeroso de que aquel tipo decidiera usar la espada en su espalda para algo más que intimidarlos.

―Mientras, yo me lamentaba ―prosiguió James con su historia, gozando de toda la atención que su hija Aimi podía prestarle a esas altas horas de la noche.

―¿No querías dejar que mamá se fuera? ―Aimi ya estaba cabeceando con sus verdes ojos luchando por no cerrarse.

―No... Logré salvarla en el Mar Blanco, ¿pero para qué? Siendo una renegada podría morir en cualquier momento. Un ataque del Gobierno, un desprendimiento de rocas dentro de unas ruinas, un asesinato por parte de un gremio enemigo... Yo, no sé, supongo que me la tomé como mi proyecto personal. Le tenía tanta lástima por la vida que le tocó tener que me di a la tarea de reinsertarla en la sociedad para que fuera una mujer de provecho.
»Por eso comencé a perseguirla. Me gané unas cuantas discusiones con mi padre por estar casi siempre fuera de Storhai rastreando la pista de tu madre. Si lograba hacer que ella decidiera salirse del crimen y transformarla en una ciudadana respetable, entonces sería un logro del que sentirme orgulloso y decir: "hice algo bien, ayudé a alguien." Fue cuando en uno de mis viajes descubrí que tu madre trabajaba nada más y nada menos que para Raegan Ashther, el Lobo Plateado.

―Espera, ¿qué? Incluso yo sé quién es ese hombre.

―Sí, es alguien muy famoso, o mejor dicho, muy infame. Uno de los fundadores de la Hermandad del Zorro y la razón por la cual los dragones no nos atacan. En aquel entonces también era el líder del gremio Lobos del Sol. Mi vida corrió peligro más de una vez mientras la buscaba, nunca creí que sería tan peligroso rescatar a alguien de ese mundo. Hasta que entonces, después de unos cuantos años persiguiéndola, atrapándola para hablarle (solo para que luego se escapara) y de inmiscuirme en sus "aventuras" para intentar protegerla y se redimiera... Bueno, pues que surgió el amor. No sé cómo o cuándo fue que pasó, solo sé que mientras estábamos atrapados en una cueva en Desdemonia, terminamos besándonos.
»Te seré sincero, de no ser por que sabía con antelación que ella ya había roto con Ronan, no hubiera tenido el valor de hacer nada. Un tiempo después, cuando se dio cuenta de que estaba embarazada nuevamente (esta vez de mi) decidió ir conmigo hacia Storhai y vivir aquí. Tramamos un plan con un "amigo" de ella para que se hiciera pasar por su padre. Falsificamos papeles y sobornamos a unos cuantos funcionarios para que todos creyeran que ella era parte de los Talla, una familia noble en ascenso. Obviamente, todo fue una mentira de nosotros. Pero ahora resulta que, según lo que me contó Jackqen Dell, ese era el mismísimo Raegan Ashther disfrazado y que todo fue un engaño para infiltrarse en este palacio y robar algo en nuestra cámara acorazada. Cuando Zanaey se dio cuenta de que era imposible, se marchó abandonándonos fríamente.

―No quiero saber más ―interrumpió Aimi, al borde de las lágrimas―. Adler tenía razón, mamá nunca nos quiso así que... Para mí, ella es historia.

―Hija...

―No, no digas nada, papá... Ahora mismo solo quiero estar sola y dormir...

―Entiendo, hasta mañana...

James abandonó con pesar la habitación de su hija sin mencionar nada sobre el inminente ataque de Raegan Ashther, ya habían sido suficientes revelaciones para Aimi. Mientras, ella solo se acomodó en su cama y volvió a dormir. Un odio profundo hacia Zanaey despertó en ella, igual al que sentía Adler. Mas esa ira no se vio reflejada en sus sueños, pues otra vez apareció el árbol de cerezos y su madre acariciándole la cabeza en el regazo.

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