Huellas en la Nieve del Pasado I
"Cuanta paz", pensó Aimi al sentir la brisa fresca que hacía colisionar amablemente los pétalos rosados de un árbol de cerezos junto a ella. No sabía cómo llegó a ahí o siquiera su propia identidad, lo único de lo que tenía certeza era que no quería irse del regazo de su amada madre, que le acariciaba delicadamente la frente. Era un sueño tranquilo para haber surgido a partir de las lágrimas de angustia que Aimi no dejó de derramar hasta quedarse dormida. Entonces alguien la despertó. La noche se alzaba fuera y su habitación solo era iluminada por las grandes Damas imponentes en el firmamento.
―¿Papá? ... ¡Papá! ―A pesar de no haberlo visto desde hace ya demasiados años, sus deseos de volver a jalarle los bigotes (como solía hacerle de niña) eran tan grandes que no tardó en reconocerlo.
―Hola, hija ―le respondió lord James Cherryvale sentándose junto a ella en el borde de la desarreglada cama mientras su hija le abrazaba llorando.
―Te extrañé mucho... ―Aimi trató inútilmente de abarcar todo el torso de su padre pero no podía.
―Lo sé, hija, y yo... yo también. Creí que... ―dijo James con los ojos aguados― Que ya no querrías verme...
―¡Cómo puedes decir eso! ¡Fuiste un mal padre al encerrarte dentro de tu cuarto pero aún así eres mi padre y...! ¡Papá, tenemos que darnos prisa! ¡Ad está persiguiendo a un chico que sabe dónde está mamá, tenemos que evitarlo para que nos dé alguna pista!
―Descuida, Jackqen Dell está a salvo. Allaster lo ayudó a encontrarme y... Bueno, el caso es que él está de nuestro lado y dispuesto a ayudar en todo lo que se avecina.
―¿¡En serio!? ¡Entonces tengo que ir y hablar con él! ―Trató de levantarse pero su padre la detuvo.
―Hay algo muy importante que debo decirte ―Suspiró.
―¿Qué sucede?
―Más bien, qué sucedió... Te contaré toda la historia de cómo conocí a tu madre y el por qué de su partida... ―Aimi no dijo nada, solo se limitó a sentarse y escucharlo todo con suma atención. Esto era lo que había esperado durante mucho tiempo―. Todo comenzó hace veinte años, cuando mi padre, tu abuelo, lord Thane Cherryvale, dirigía la isla.
»La Hermandad del Zorro había sido fundada hacía poco y los gremios de renegados abundaban casi tanto como la arena en un desierto... Borealis era uno de los lugares donde más rebeliones ocurrían, el ejército de allí no era lo suficientemente numeroso como para enfrentar aquella amenaza e incluso muchos soldados habían cambiado de bando. Mi padre,lord Thane, me envió con un batallón de cuatrocientos hombres a un pueblo llamado Freygargn para ayudar a desmantelar las operaciones de un gremio de renegados que se hacía llamar "Los Ojos Blancos".
―No sabía que eras un guerrero, nunca entrenaste con Ad... ―preguntó Aimi curiosa.
―Porque no lo soy, mi torpeza es demasiada como para empuñar un arma. Bueno, el caso es que tenía que llegar a aquel pueblo de Borealis para coordinar mis fuerzas con los apenas cien efectivos del capitán Grafy y atacar la sede de Los Ojos Blancos, que se encontraba en el centro mismo del Mar Blanco que, a pesar de su nombre, no es un mar sino una gran llanura repleta de nieve, similar a un desierto. Freygargn estaba en una situación deplorable. Según lo que me contó el capitán Grafy, Los Ojos Blancos atacaron el lugar en dos ocasiones. Varias casas se encontraban en ruinas, abandonadas por sus antiguos dueños o calcinadas hasta los cimientos, seguramente las habían quemado con antorchas.
»El capitán Grafy y yo nos reunimos con los soldados más experimentados y formulamos (aunque yo no aporté nada realmente) un plan de ataque. Era bharell, el mes del hielo, y en Borealis, una zona eternamente invernal, las nevadas eran el doble de fuertes de lo que estaba acostumbrado. Íbamos a aprovechar la poca visibilidad de una tormenta para rodearlos con nuestros quinientos guerreros y atacarlos durante la noche. El plan fue bien hasta que pusimos un pie en el gran portón de la entrada del bastión. Según la información que teníamos, Los Ojos Blancos era un gremio relativamente pequeño si lo comparabas con otros, unos doscientos hombres como máximo con algunas catapultas para proteger su sede.
―¡¿Doscientos hombres es un gremio pequeño?!
―Créeme, Aimi, los hay mucho más grandes... Bueno, el caso es que cuando entramos al bastión, dentro había un monumental comedor lleno de gigantes de hielo, creo que conté veinte. La piel de esos enormes seres era azul y brillaba como si fuera de escarcha, un color y textura perfectos para el blanco nieve de sus cabellos. El primero en caer fue el capitán Grafy, un gigante de hielo lo mandó a volar con una patada y se estrelló contra la pared. Terminó hecho añicos. Aunque nadie me miraba sentí como todos los hombres, tanto los míos como los del difunto capitán Grafy, esperaban que yo mostrara el mismo valor... Salí corriendo primero que ellos. No tardaron en seguirme, al igual que el enemigo.
»Aquello se convirtió en una masacre. Los gigantes de hielo asesinaban de un solo golpe de sus mazas a tres o cinco soldados. Uno de ellos me lanzó una ventisca gélida y me hizo resbalar. Cuando me di la vuelta estaba a punto de ensartarme con su lanza pero, de repente, hubo un gran terremoto que destruyó al bastión de Los Ojos Blancos. El suelo comenzó a hundirse por el temblor. No importaba si eran gigantes de hielo o soldados, todos cayeron.
»Casi me alcanza a mi también pero el derrumbe se detuvo justo donde yo estaba parado, por suerte mi atacante sufrió el mismo destino que los demás: la muerte. Fui el único sobreviviente, o eso creí. Justo cuando me disponía a irme escuché una voz pidiendo ayuda. Lo pensé dos veces, pero finalmente me decidí a buscar a quién sea que hubiera logrado salir con vida de semejante desastre. Fue entonces cuando me la encontré, era tu madre, atrapada entre los escombros.
―¿Mamá?
―Debajo del bastión de Los Ojos Blancos había un sistema de cuevas subterráneas que al parecer el gremio utilizaba como albergue para sus integrantes (al menos los humanos). Las columnas que lo sostenían debieron colapsar y todo se vino abajo ―El rostro de James se iluminó con una sonrisa que se veía bajo el bigote―. Aún hoy, después de tanto tiempo, recuerdo a la perfección el rostro de ella como si apenas hubiera pasado hace unos minutos...
Los recuerdos comenzaron a inundar la mente de lord James, paseando por su cabeza a toda velocidad como si estuvieran montados en un caballo y su cerebro fuera la pradera. Casi podía verla, a Zanaey, con la pierna atascada bajo un montón de piedras cubiertas de nieve y escarcha, los rubios risos revoloteando con el fuertísimo viento y obstruyendo la vista de esas dos estrellas heterocromas que tenía por ojos.
―¡Por favor, buen hombre, ayúdeme! ―le rogaba con cara de dolor.
―¡Claro, a-ahora mismo!
Esa era la primera vez que James tenía una conversación directa con una chica sin que esta se burlara de su papada, el corazón le palpitaba intensamente. Utilizando un trozo de viga rota como palanca, logró sacar el pie de la rubia de debajo de los escombros. Pero contrario a un "gracias", que era lo que James esperaba, la muchacha le lanzó una bola de nieve y salió corriendo con una punzante cojera. Entonces su canilla terminó de facturarse y enseguida cayó de bruces sobre el cuerpo ensangrentado de uno de los soldados del capitán Grafy.
―¡Mierda, me cago en todo, coño! ―gritó enfurecida rabiando de dolor.
―¡Estate quieta! ―le aconsejó James―. Tienes el pie roto... No te muevas de aquí, voy a buscar algo para entablillarlo.
El joven James buscó por todas las ruinas del bastión hasta que encontró dos tablillas. Luego le arrancó unos trozos de tela a una banderín y regresó al lugar donde estaba la chica, pero se había ido. Un rastro de sangre lo llevó hasta la rubia, que se arrastraba por el suelo resignándose a recibir ayuda de James.
―¡Espera! ―le dijo.
―¡No me atraparás!
―¡Espera! ¡Quiero ayudarte! ―No tardó en alcanzarla, pero cuando intentó aguantarla para que no escapara, la chica le dio un fuerte golpetazo. Tal vez por una resistencia que el propio James no sabía que tenía, o simplemente porque los abultados cachetes de su cara le sirvieron de armadura, pero casi ni le dolió y pudo detenerla―. ¡Te dije que tienes el pie roto, déjame ayudarte!
La rubia de los cabellos rizados caviló durante unos segundos. El frío y la ventisca, que aumentaban el terrible dolor que sentía en la pierna, y la idea de recorrer así treinta kilómetros para salir del Mar Blanco la persuadieron para aceptar de mala gana el auxilio de James. El joven Cherryvale le entablilló la extremidad rota. Luego utilizó unos maderos, banderas y rocas pequeñas para crear un improvisado refugio en el que se resguardaron, aunque el frío y la nieve entraban de igual forma.
―Esto no va a servir ―opinó la rubia―. Esta ventisca es demasiado fuerte para esta tienda cutre que has construido.
―Lo siento, no encontré nada mejor que este trozo de tela ―respondió James refiriéndose a la bandera azul y blanca con la que montó el techo.
―¿Nada mejor? Si te fijas, bajo los escombros hay soldados con capas de piel. Quítaselas y ponlas en el techo. También amontona sus cuerpos alrededor de nosotros. El olor será desagradable pero al menos nos servirán de pared contra el viento.
―¡No puedo hacer eso! ―exclamó el Cherryvale.
―¿Por qué no? Ya están muertos.
―Sí, pero hay que tener un mínimo de respeto por ellos.
―Eres un agente del Gobierno Imperial, ¿no? ―preguntó, fijándose en la armadura de lujo que James vestía bajo la capa de piel de oso―. Pues toma los abrigos y cadáveres de los renegados de Los Ojos Blancos, si lo que te molesta es hacerle eso a tus hombres.
―No me importa si eran del Gobierno o renegados, no mancillaré sus cuerpos de esa forma.
―Mierda, vamos a morir de la manera más tonta posible en este yermo helado y todo por tu culpa...
Pasados unos minutos el viento aminoró, la nieve no dejaba de caer y seguía haciendo un frío mortal pero aún así era una buena noticia, más o menos. James tomó dos o tres palos e intentó prender fuego con ellos. Le daba vueltas y vueltas al maderillo con las manos, frotando con la punta un trozo pequeño de tabla para tratar de iniciar una combustión empleando la fricción pero los copos de nieve y el viento no le dejaban conseguirlo. Así estuvo durante media hora, viendo como el poco humo que lograba sacar por momentos se desvanecía con una creciente ventisca que volvía a ganar fuerza. Miró hacia su compañera y vio como temblaba con los risos llenos de escarcha, muy parecida a como se encontraba él.
Cuando la rubia despertó, una hora después, tenía tres capas de piel sobre ella. James Cherryvale estaba engurruñado a su lado cubriéndose con más mantos. Fuera, haciendo de pared protectora, una infinidad de cadáveres impedían que el viento, por lo menos en su mayoría, los azotara. Y la tienda, antes hecha con una fina bandera, ahora era resguardada por decenas de abrigos de piel de los soldados caídos, tanto de caballeros del gobierno como de renegados.
―Mañana partiremos hacia Freygargn. Hay más pieles, si quieres cubrirte más ―dijo James.
Esa noche el noble barrigón no pudo dormir bien. A pesar de todo, el frío aún se colaba por más de una rendija y no ayudaba mucho lo remolona que era la rubia ensortijada. ¿Cómo una persona que sobrevivió a un derrumbe y tiene un pie roto podía moverse tanto mientras dormía? Y para colmo roncaba, lo suficiente como para mantenerlo despierto y de mal humor. De pronto, de forma poco natural, el viento se detuvo. La pared de cadáveres que había erigida afuera era alta pero no tanto como para hacer que el soplo invernal de bharell se contuviera en seco.
James asomó la cabeza por fuera de la tienda de pieles, extrañado y preocupado a la vez. El cielo estaba raro, no había estrellas por ninguna parte, ni una sola constelación. Movió su vista hacia arriba para buscar las lunas, suspiró de alivio cuando las atisbó. Pero una gigantesca mancha negra se alzaba, casi cubriéndolas. ¿Un eclipse? No, esa cosa venía del suelo. Los ojos de James se acostumbraron a la oscuridad, sus oídos comenzaron a captar el borrascoso rumor que cada vez se acercaba más. Una formidable, colosal, titánica ola de nieve se les aproximaba, con pequeños granizos que chocaban contra el techo del refugio. Era tan descomunal que cubría todo el cielo hacia el norte, no se veían ni las montañas que habían detrás a treinta kilómetros.
―Una ola blanca... ―James estaba boquiabierto, con los ojos como platos, paralizado. ¿Qué iba a hacer? No podía ni aguantar los golpes en su infructuoso entrenamiento en Sprigshore, ¿cómo cojones iba a resistir semejante fenómeno de la naturaleza? ―¡UNA OLA BLANCA!
―¿Por qué grit...?
La chica se despertó con un enfado que mutó a terror al ver la muerte segura que se les avecinaba. Aimi no se lo podía creer, había leído sobre las olas blancas pero nunca supo de nadie que sobreviviera a ese tipo de calamidad. Grandes masas de nieve, movidas por un viento bestialmente gélido que solo sucede en el bharell de Borealis, capaces de superar la altura de una mogote pequeño.
―¡¿Cómo sobreviviste a eso?! ―preguntó entre atónita y... ¿Acaso era emoción lo que el brillo de sus ojos mostraba ante la aterradora historia de su padre?
―No lo sé... Mi primer instinto fue proteger a tu madre. No la conocía de nada, y fue bastante molesta y mal educada conmigo pero...
―La amabas.
―¡Claro que no ―rió―! Acabo de decir que no la conocía de nada, ¿cómo voy a amarla?
―Uy, perdón. Creo que leo demasiados libros...
―No, no fue por "amor", ni nada de eso. Fue por... Esperanza...
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