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Capítulo 8. Un baile real.

¡Hola, amores! Bienvenidas un domingo más a esta historia. Espero que os guste el capítulo y no olvidéis pasar por la cuenta de cristy811994 a leer la segunda parte :)

Mil gracias a Angela-MG por este edit <3 Te adoroooo!!


*Capítulo 8. Un baile real*

(Orden de lectura: 1º)


Lancé un hechizo que desarmó a la princesa. Hermione profirió un quejido al aire cuando la fuerza de mi magia la derribó, haciendo que cayera hacia atrás y quedara tendida sobre el suelo. Yo permanecí quieto un segundo, sin saber cómo reaccionar...

... y ella comenzó a reírse, por fin.

El alivio me recorrió al instante y corrí hacia donde ella se encontraba, con mi varita aún en la mano. La ayudé a levantarse y me percaté de que una sonrisa se había dibujado en mi propio rostro.

Llevábamos varios días practicando duelos. La princesa me lo había pedido, quería aprender a defenderse de verdad y yo no podía negar que era una alumna excelente. La joven era metódica e inteligente, recordaba cada nuevo hechizo y lo reproducía a la perfección, fijándose especialmente en la pronunciación y en el movimiento de la varita.

Hermione era fascinante.

La complicidad entre nosotros había crecido tanto que parecía impensable saber que una vez la había detestado tanto. El odio que yo había sentido por la princesa había procedido del profundo desconocimiento hacia ella, y a esas alturas me sentía culpable. Había sido tan injusto con ella...

La princesa se acercó a mí y acarició mi barbilla con sus labios en un gesto que me tensó de pronto. Cada movimiento de ella me volvía loco y a esas alturas yo ya era consciente de que todo el mundo veía en mi cara que mis sentimientos por ella habían cambiado.

La tomé entre mis brazos y la besé sin más miramientos, sentí que mi varita se caía al suelo, pero no le presté mayor atención y apreté el cuerpo de Hermione contra el mío. Ella gimió ante el contacto y se estremeció cuando acaricié su lengua. Sabía bien, demasiado bien.

—Draco —susurró ella, apartándose de mí.

Fue extraño sentir cómo se alejaba de mí y yo gruñí ligeramente.

—¿Qué pasa?

—El baile.

Bufé al escucharla. ¡Se me había olvidado por completo!

Esa misma noche se celebraría en el castillo un baile en honor al cumpleaños de mi madre. Hermione había encargado un collar de plata y piedras marinas engarzadas y yo sabía cuán ilusionada estaba por esa fiesta dedicada a la reina. Jamás dejaría de impresionarme la relación tan estrecha que se había formado entre ellas, como si la reina Narcissa hubiera decidido asumir la responsabilidad de dedicarse a Hermione tras el suicidio de su madre.

—Pero el baile es por la noche...

No voy a mentir. Quería volver a besarla, sentir su cuerpo cerca del mío y... ¿por qué no? Aprovechar que no había nadie más en esa inmensa estancia del ala de los Malfoy en el castillo, acercarme a ella de nuevo y hacerle el amor allí sin necesidad de una cama.

—Draco —dijo ella con una risa, vi que señalaba a la ventana.

Seguí su gesto con mis ojos y comprobé que, efectivamente, ya era de noche.

—¿Qué van a pensar de nosotros si nos retrasamos?

Como siempre, Hermione era extremadamente perfeccionista en ese aspecto. Yo, a pesar de adorar a mi madre, podría haberme pasado toda la noche allí con Hermione y haber aparecido en el último momento para felicitar a Narcissa. Al fin y al cabo, su cumpleaños sería al día siguiente y no esa misma noche.

—Van a pensar que estamos entretenidos...

Hermione soltó una nueva risa y se acercó una vez más a mí. Juntó sus labios con los míos durante solo un instante y después se alisó la falda azul, dirigiéndose a la puerta de la sala.

—Te veré luego, mi príncipe —me dedicó teatralmente con una pequeña reverencia—, he de arreglarme para el baile.

Salió de la estancia, dejándome ahí solo. El fuego de la chimenea crepitaba y yo recogí mi varita del suelo, después la introduje en mi chaqueta.

Solo entonces me permití suspirar, dejando que saliera a relucir una vez más toda la preocupación que tenía dentro. Esas últimas semanas habían resultado tensas y difíciles y yo no podía negar que tenía miedo. Me aterraba saber que nuestra guerra con la Disidencia no estaba llegando a su fin; al contrario, solamente estaba comenzando.

Evitaba mostrarle esa desolación a la princesa Hermione, pues mi intención fundamental era protegerla a ella. Protegerla de absolutamente todo.

La Disidencia cesaría en su intento por hacernos daño si supieran que Hermione era una bruja. No tendrían razón para querer quitarla de en medio, ¿verdad? Pero confesar la verdadera naturaleza de Hermione significaba mostrar que ella no era la hija del rey muggle... y eso podría desencadenar una guerra aún peor.

No podíamos arriesgarnos.

Alguien tocó la puerta y yo me tensé. Empuñé mi varita como si estuviera a punto de enfrentarme a alguien, un enemigo que yo desconocía.

Desde el último ataque de la Disidencia, no había un momento en el que no me sintiera inseguro y me asustaba no ser capaz de reaccionar a tiempo en caso de que, como la última vez, alguien quisiera lanzarme la maldición cor desinens. Era una maldición tan dolorosa, tan frustrante... sentir que la muerte te atrapa sin que puedas hacer nada por detenerla era la peor sensación que jamás había experimentado.

La puerta de la estancia se abrió y yo me preparé físicamente para atacar si era necesario. Entonces vi el hermoso cabello rubio y negro de mi madre. Me relajé al instante.

—¿Qué sucede, Draco?

Narcissa frunció el ceño y se acercó a mí de inmediato. Yo guardé la varita en mi chaqueta de nuevo, negando con la cabeza.

—No es nada, madre. Tranquila.

Supe que, sin duda, mis palabras no la habían tranquilizado un ápice. Me maravillé cuando me encontré con el hermoso vestido negro de mi madre, con adornos en plata y exquisitos bordados. Estaba hermosa.

Sus fríos ojos grises se fijaron en mí, contrastando con la inmensa calidad que irradiaba su mirada.

—¿Se puede saber qué estabais haciendo en esta habitación durante tanto tiempo? El servicio me dijo que has prohibido la entrada a todo el mundo...

Apreté los labios. No podía revelarle la verdad, ni siquiera a mi propia madre. Narcissa no se quedaría quieta si yo le confesaba que mi esposa tenía magia.

—Madre...

—Draco. Solo quiero saberlo. ¿Todo está bien con la princesa?

Asentí con la cabeza e intenté demostrarle en ese movimiento que podía confiar en mí.

—Madre, todo está mejor que bien —le aseguré—. Y... por favor, no me haga darle más detalles sobre nuestra relación.

Para mi sorpresa, mi madre apartó la mirada y se ruborizó. Yo tuve que controlarme para no lanzar una carcajada. Por Merlín, ¡por supuesto que yo no me refería a eso! De pronto caí en la cuenta de que ella estaría imaginándose que lo que había sucedido entre Hermione y yo en esa sala era otra cosa muy distinta a la realidad. Una voz en mi mente me dijo que ojalá hubiera sido eso.

Ojalá pudiera disfrutar de Hermione a todas horas, sin tener que preocuparme de protegerla, de entrenarla para la lucha...

—Me alegro mucho —dijo mi madre tras unos instantes, sin rastro ya de su sonrojo—. No sabes cuánto. Es una jovencita excepcional.

—Lo sé, madre.

Narcissa se acercó a mí y posó una mano en mi hombro.

—Ojalá el resto de nuestro mundo fuera capaz de verlo también —susurró.

Mi madre me besó en la mejilla tras pronunciar esas palabras. Después se alejó de mí elegantemente y musitó que me vería en el baile después.

Solo cuando ella se fue yo me di cuenta de hasta qué punto tenía miedo de decepcionarla. Hasta qué punto me aterraba no ser capaz de proteger a las personas a las que amaba de lo que estaba por venir.

***

Los invitados estaban tan elegantes y felices como en cualquier otro baile de la corte real, totalmente ajenos a las amenazas que pendían sobre nuestras cabezas. La música de los violines resonaba por todo el enorme salón cuando entré en él. Mis ojos se dirigieron automáticamente a todos los jóvenes, buscando a la princesa.

En el centro de la sala, mis padres bailaban juntos al ritmo de una música lenta. Los observé un momento, fijándome en que, a pesar de que ellos no pudieran compartir gestos excesivamente cariñosos en público, se miraban con un cariño que yo siempre había sido capaz de ver en ellos. Y nunca lo había entendido de verdad, al menos no hasta ese momento.

—¿Me buscabas, príncipe?

La voz me sobresaltó cuando me giré hacia ella y la vi ahí, ataviada con un vestido vaporoso de color granate. Se había peinado con sus largos tirabuzones castaños cayendo sobre su espalda. Observé sus ojos y, con solo un movimiento, tomé su mano entre las mías y la acerqué a mis labios.

—Hermione —susurré, depositando un beso.

Imaginé que todo el mundo me observaba, pero no me importó. Era mi esposa y sí, a los ojos de todo el mundo ella era una muggle. Seguramente había varias personas de la Disidencia allí, vigilando cómo yo miraba a la princesa y cómo la tomaba de la mano. No me importaba ni un poco.

Si era un traidor por eso, estaba dispuesto a plantarle cara a cualquiera.

—¿Quieres bailar? —le pregunté.

—Por supuesto.

Tomé a la princesa del brazo y la conduje al centro de la sala, donde el resto de parejas ya bailaban. Por el camino no pude evitar ver a Pansy Parkinson parada junto a una de las esquinas de la habitación, ciertamente aparte del resto de los invitados. Briony Parkinson ni siquiera había aparecido allí ese día. Ambas se encontraban muy afectadas aún por lo sucedido con Angus Parkinson y yo lo entendía perfectamente.

Pansy era mi amiga y sabía que ella ni siquiera entendía cómo demonios debía proceder después de lo sucedido con su padre. Sus ojos oscuros parecían tristes y sabía que mi amiga estaba sola. Eso me dolió.

—¿Estás bien? —preguntó la voz de Hermione.

—Sí, muy bien —mentí, después me centré en ella una vez más—. No es nada, perdona.

Estiré mi brazo y ella lo tomó. Acto seguido se movió de forma grácil y yo la seguí, sin perder el ritmo de la música. Su cuerpo se unía al mío de vez en cuando y la complicada coreografía parecía ahora mucho más fácil que nunca, bailando con ella.

Recordé nuestro primer baile juntos y eso casi me hizo detenerme. Cuánto la había odiado ese día, antes de nuestra boda. Qué poco había sabido yo por ese entonces.

La princesa dio una vuelta y yo la contemplé una vez más, hechizado.

Su sonrisa fue brillante. Aun así, había algo que no podía sacarme de la cabeza por mucho que lo intentara: en ese mismo baile, escondidos tras el anonimato que les brindaba la Disidencia, había varias personas que, sin ninguna duda, me habrían asesinado gustosamente. Ese pensamiento consiguió helarme la sangre.


Nos vemos el próximo domingo, ¡muchos besos!

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