Capítulo 2. Whisky y el Infierno.
¡Hola, de nuevo!
Capítulo dedicado a la_leleeen, ¡mil gracias por el edit precioso que nos has regalado para este fic!
Para leer este capítulo, empezad por el Capítulo 2 que ha subido Cristy en su historia "De odio, amor y tragedias": (cristy811994 en Wattpad y Cristy1994 en ff).
¡Espero que os guste el capítulo!
*Capítulo 2. Whisky y el Infierno*
(Orden de lectura: 2º)
Me vi obligado a recomponerme al percatarme de que mi madre estaba allí. Maldición.
Me puse en pie tan pronto como escuché su voz y vi que acudía, sin dudar, hacia mi prometida. No estaba completamente seguro de qué estaba sucediendo, pero me pareció que Hermione... lloraba. ¿De verdad? ¿Cómo era posible que se hubiera echado a llorar? Yo... nuestra conversación tampoco había sido tan mala, ¿no?
Me sentí un idiota confundido. Yo no era precisamente emocional, así que era habitual sentirme irritado cuando las personas de mi alrededor mostraban sus sentimientos de forma tan abierta. La sorpresa llegó cuando me di cuenta de que no era irritación lo que sentía en ese momento hacia Hermione Granger, sino, más bien, algo más parecido al arrepentimiento. Si sus lágrimas eran sinceras, no había estado bien por mi parte hablarle así... pero no podía decir que me importara demasiado haber hecho que se sintiera mal. No era mi culpa que ella fuera demasiado débil.
Hermione y mi madre, Narcissa, hablaron durante un corto tiempo a las puertas del castillo y yo solo pude observarlas, sin saber bien cómo proceder. Ante mis ojos, la reina abrazó a Hermione con suavidad y, cuando por fin pude ver de nuevo el rostro elegante de la princesa, sus ojos castaños ya no derramaban ninguna lágrima. Estaba claro que ella sabía controlarse y mantener la compostura, no en vano había sido educada desde niña para hacerlo.
Pude ver cómo la princesa Hermione se alejaba, entrando en mi castillo con pasos cortos y firmes. La reina Narcissa se quedó allí mismo, en las escaleras de la fortaleza, cruzada de brazos y esperando a que yo me acercara.
Oh, ¡por Merlín! Los ojos de mi madre revelaban que, indudablemente, no estaba contenta conmigo. A saber qué diantre le había dicho esa muggle para ponerla en mi contra, ¡a mi madre, la única persona que siempre estaba de mi lado!
—Madre... —comencé.
—Draco —me interrumpió ella, alzando las manos en cuanto llegué hasta ella—. No seas inconsciente, por todos los cielos. ¿Se puede saber qué le has hecho a la princesa para provocar su llanto?
—Madre, si ella le ha dicho que yo...
—No, Draco. Ella no me ha dicho nada, ¡por supuesto que no! —exclamó—. Se ha secado las lágrimas y ha utilizado como excusa la alergia a los lirios.
Eso me sorprendió. ¿Le había mentido a mi madre? ¿No me había acusado de tratarla como todo un canalla? Eso, desde luego, me dejaba más que descolocado. Reconocía que, si yo hubiera estado en su lugar, probablemente me habría derrumbado en llanto al ver a mi madre y habría fingido haber recibido la más grave de las ofensas. Imaginaba que esa era la diferencia entre la princesa Hermione y yo.
—Pero no soy tonta, Draco, ¡ni siquiera un poco! —Narcissa parecía furiosa de verdad y eso me dolió, mi madre siempre me trataba como su bien más preciado y eran contadas las ocasiones en las que llamaba mi atención de ese modo—. Te conozco muy bien, querido, y sé que eres más que capaz de ser cruel con esa pobre chica.
—No he sido cruel con ella —gruñí, después me arrepentí de mentirle a mi madre. Por lo natural, mentía con la mayor facilidad del mundo, pero era moralmente difícil hacerlo con ella—, bueno, puede que sí. Pero créame, madre, ella no se queda atrás, tampoco. La princesa Hermione no es la niña débil que todo el mundo cree, es mucho más fiera de lo que se imagina.
Y en eso no mentía. Era evidente que esa Hermione era fuerte, gritona, mandona, sabihonda y todas las cosas horribles que se me pudieran ocurrir respecto a ese tipo de mujer que no abundaba, pero que era especialmente petulante para mí.
—Eso espero, Draco —me dedicó mi madre con seriedad—, deseo que sea tan fiera que pueda plantarte cara sin dudarlo, que no se amedrante cuando tú decidas hacerle algún comentario malintencionado respecto a su estatus en el mundo mágico.
Debía de estar verdaderamente enfadada para hablarme así. Yo bajé la cabeza y me sentí triste al oír sus palabras. Lo único que había querido era molestar a Hermione, no disgustar a mi madre.
—Disculpe, madre.
—No soy yo con quien deberías disculparte —dijo mi madre al final, chasqueando la lengua. Después suspiró—. Draco, ella será tu mujer dentro de dos días. Tendrás que... tendrás que vivir con ella, dormir con ella y criar hijos capaces de simbolizar el equilibrio y la paz entre el mundo mágico y el mundo sin magia. Así que, hijo mío, me temo que tú mismo has de aprender a respetar a tu futura esposa antes que nadie. Has de saber que, el día de mañana, si algún mago se atreve a poner en duda su valía como reina, eres tú quien ha de protegerla, quien debe dar la cara por esa joven.
Sabía que tenía razón y cada una de sus palabras me dolía dentro.
No volví a responder y mi madre acabó por darse la vuelta y entrar al castillo, dejándome allí solo. Se le pasaría el enfado, lo sabía, pero en ese momento yo no podía contar con ella; mi madre trataba de darme un escarmiento.
Tardé varios minutos más en entrar al castillo también y me dirigí a mis aposentos, en la torre norte de esa fortaleza de piedra oscura. Compartiría esa estancia, esa cama, con la princesa Hermione cuando nos casáramos, así que me quedaban dos noches solo, dos noches de libertad.
Con un gruñido, saqué un baúl de madera de debajo de mi cama y lo abrí; ante mis ojos se presentaron varias botellas de licor y de whisky de fuego que había recibido como regalo en los últimos dos años como príncipe. Supe que solamente una cosa aliviaría mi dolor esa noche y que ese consuelo era dorado, líquido y picante.
Tomé un delicado vaso de cristal élfico y me serví el primer trago de whisky de esa noche.
Tenía intención de pasarme toda la víspera de mi boda borracho como una cuba.
***
Alcé mi varita, apuntando al techo con ella. Después dejé que un sinfín de chispas salieran de la punta de madera. Esas chispas se dirigían hacia el techo, chocaban contra las ricas molduras de yeso y caían sobre mí de nuevo, aunque sin quemarme ni hacerme ningún daño.
Estaba tumbado sobre la cama con una botella de whisky de fuego a mi lado y un vaso lleno de ese líquido. Había pasado todo el día bebiendo, encerrado como un perro. La borrachera ya se me había pasado, probablemente en mis primeras seis o siete horas bebiendo. Ahora, muchas horas más tarde, tan solo me quedaba un horroroso dolor de cabeza que yo pensaba combatir con más whisky aún.
Si un hombre no puede emborracharse hasta perder la conciencia el día antes de su boda... ¿qué le queda?
Detuve las chispas con un gruñido y dejé la varita sobre el colchón, obligándome a levantarme de la cama. Me dolió la cabeza cuando por fin me incorporé y una arcada me visitó, pero fui capaz de controlarme y ponerme en pie. Vale, quizás sí seguía borracho.
Los restos de chispitas mágicas aún caían por toda la habitación desde el techo. Esa era la forma más primitiva y sencilla de magia; hasta un niño pequeño sería capaz de hacer eso... Pero mi futura esposa no. Era ordinaria, no tenía magia dentro, no era especial... como yo.
Con un grito estrellé el vaso de whisky contra la chimenea de mis aposentos. Ese fuego era la única luz que iluminaba la estancia, la única forma que yo tenía de ver qué había a mi alrededor. Por un momento quise desaparecer, de algún modo, de cualquier modo.
Al día siguiente tendría que casarme con ella. Tendría que... tocarla. Y eso era indigno. ¿Cómo iba yo a tocar a un ser como ella? Aunque fuera la princesa de Inglaterra, ¡me daba completamente igual! Yo no podía acostarme a su lado, poner mis manos sobre ella y entrar en su cuerpo. La simple idea me repugnaba.
Era una mujer, sí, y estando borracho reconocía que era atractiva: su cuerpo, esbelto y menudo, sería suficiente para conseguir provocarme. Sabía que tomarla podría incluso... resultar placentero. Pero iba en contra de todos mis ideales.
Me senté ante el escritorio de lujosa madera de roble de mis aposentos y tomé una pluma entre mis dedos. Después escribí, con trazos claros, una carta. Mi nivel de alcohol en sangre, gracias a Merlín, no me impedía poder plasmar el mensaje que rondaba mi mente desde hacía días. No dudé en firmar la breve nota con mi nombre.
Mañana tomaré en matrimonio a la muggle, pero mi moralidad seguirá intacta. Sigo formando parte de la Disidencia, sigo compartiendo todos y cada uno de los valores de la organización... pero he de servir a la Comunidad Mágica realizando este sacrificio. Me temo que, a partir de mañana, he de conformarme y obedecer. Lo lamento.
Draco Malfoy
Sabía que me convertiría en un traidor, en un paria para la Disidencia. Pero no podía hacer nada más: la paz entre nuestros dos mundos estaba firmada.
Busqué un sobre entre los numerosos documentos que se encontraban sobre mi escritorio. Todo estaba ordenado al dedillo, tal y como a mí me gustaba. Odiaba la desorganización y mis aposentos siempre tenían un aspecto impecable... menos en ese momento. Mi alrededor era desastroso: libros tirados en el suelo, las botellas que me había bebido durante el día podían contarse y, además, yo mismo desorganicé los documentos en mi búsqueda de ese maldito sobre. Por fin lo encontré y, en solo un par de minutos, conseguí introducir la carta dentro del papel y derretir una pequeña cantidad de lacre para sellar la carta.
Iría dirigida al líder de la Disidencia, una persona a quien yo ni siquiera conocía. La Disidencia se reunía en ocasiones, sí, pero solíamos ocultar nuestro rostro y nuestra identidad con máscaras y capas oscuras. Todo eso era por seguridad: igual que nadie podría acusarme de pertenecer a esa organización, tampoco yo podría entregar a nadie a las autoridades mágicas. Y la identidad del líder era incluso más misteriosa que la de cualquier otro miembro.
Yo era consciente de que, durante bastante tiempo, varias personas habían creído que yo mismo era el líder de la Disidencia... pero esa creencia venía dada por el simple hecho de que yo era el príncipe. Yo sabía que el verdadero líder debía de ser alguien mayor, alguien respetable... algunos apuntaban a alguno de los padres de familias nobles de la Sociedad Mágica. Yo no tenía claro quién podría ser y, de hecho, prefería no obsesionarme al respecto, especialmente ahora, que debía dejar de formar parte de ese grupo.
Tomé la carta sellada entre mis dedos y, a la vez, regresé a la cama para beber un último trago de whisky de fuego de la propia botella. Después, salí corriendo de mis aposentos, sintiendo que mandar esa misiva era casi como cometer un suicidio. La Disidencia podría tomar represalias contra mí, algo malo podría sucederme...
Me dirigí a la lechucería principal del castillo, en una zona que compartíamos las tres familias que lo habitábamos: los Parkinson, los Nott y los Malfoy. Ese lugar había sido siempre un sitio especial para mí, el ulular de las lechuzas me tranquilizó un poco y mis manos dejaron de temblar brevemente, aunque sentí el frío viento del exterior en cuanto salí allí. La lechucería, a pesar de estar dentro del Castillo, se situaba en lo alto de una de las torres y, además, contaba con una gran superficie descubierta en el techo a través de la cual se veía el cielo oscuro y recubierto de estrellas. Una docena de lechuzas con distinto plumaje me observaron con sus ojos grandes y expresivos. Yo me acerqué a una de ellas, negra y pequeña, y enganché la carta en una de sus patas con cuidado. El animal hinchó su pecho cuando me alejé de él, como si estuviera orgulloso de que yo lo hubiera elegido como mi mensajero. Después, echó a volar, saliendo de esa estancia y dirigiéndose al destinatario de mi misiva.
Ya estaba: acababa de dejar la Disidencia, al menos a efectos prácticos.
Como si hubiera leído mi mente y supiera lo que había hecho, me encontré con la princesa Hermione cuando me giré para salir de allí, quién sabía cuánto tiempo llevaba ahí. Mis ojos enrojecidos tardaron unos segundos en conseguir enfocarla y, por un momento, me tambaleé. Conseguí mantener el equilibrio en el último momento.
—¿Me has seguido? —gruñí.
—Estás borracho —me dijo ella, no era una pregunta.
—Qué princesa más observadora —le dediqué de forma sarcástica, después apreté los puños y repetí la misma pregunta—. ¿Me has seguido?
—No podía dormir —contestó al final, aunque pareció molesta por tener que responder a mi pregunta—. Tan solo estaba paseando, recorriendo el castillo. Y cuando pasé por esta puerta me pareció escuchar búhos.
Los ojos de Hermione se dirigieron a los animales de esa sala. Jamás había visto a alguien tan curioso y maravillado por algo tan normal como era una lechucería. Si bien, ese lugar me agradaba, no era nada especial. ¿Acaso los muggles no utilizaban lechuzas para enviar sus mensajes?
Estuve cerca de preguntarle acerca de eso. No contaría como interacción con ella, había bebido lo suficiente como para no tener que tomar responsabilidad por ninguna de mis acciones de esa noche... pero, aun así, no pude hacerlo. Me pareció que preguntarle acerca de su mundo sería demasiado íntimo.
—En mi mundo, algunas personas usan palomas mensajeras —comentó ella, acercándose a uno de los pájaros con cierta precaución—, pero nunca había escuchado que hubiera lechuzas que realizaran la misma acción. —La princesa, con más decisión de la que yo imaginaba que tendría, se arriesgó a acariciar la cabeza de esa lechuza. El ave se dejó hacer, cerrando los ojos con cierto placer.
No podía negar que eso era interesante... y ni siquiera había tenido que preguntarle por esa información. La princesa había hablado por propia voluntad. Quizás ya no estaba enfadada por mi comportamiento del día anterior, a lo mejor había aceptado que su destino era inamovible... y actuaba en consecuencia. Yo tendría que haberle enseñado el castillo durante ese día, haberle hablado de su historia... pero ninguno de los dos era una grata compañía para el otro, así que ninguno de los dos había esperado que sucediera en realidad.
—¿A quién le mandabas una carta con tanta urgencia, a estas horas de la noche, bebido y el día antes de nuestra boda, príncipe?
Me sorprendió que realizara esa pregunta de un modo tan directo. Me pilló tan desprevenido que no supe cómo contestar ni qué decir. No parecía estar juzgándome, la pregunta tenía un interés genuino, como si de verdad quisiera entender la situación.
Pero ese, precisamente, era el problema con los muggles. Que ellos no entendían nada.
Me alejé de ella con pasos torpes, aún aturdido por la enorme cantidad de whisky que había consumido en las últimas horas, sin comer ni dormir más que de forma corta e interrumpida. Por fin llegué a la puerta de la lechucería y la abrí, girándome hacia ella de nuevo. Por esa vez, no pensaba dejar que fuera ella quien me dejara con la palabra en la boca.
—Prepárate, princesa, y descansa bien esta noche. Mañana nos espera el infierno.
Cerré la puerta sin darle oportunidad a responderme, no quería escucharla más. Sus palabras, a menudo, turbaban mi mente. Ella hablaba de cosas que yo no comprendía bien y que tampoco quería asimilar.
Después bajé las escaleras, dirigiéndome a la torre de mis aposentos y mentalizándome de la realidad: veinticuatro horas más tarde, me encontraría pasando la noche con la princesa Hermione.
Gracias por leernos :) ¡¡¡Nos vemos el domingo en LA BODA!!!
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