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Capítulo 10. Para salvarla. (Final)

¡Hola, amores! ¿Cómo estáis? Bueno...  cristy811994 y yo estamos suuuuper emocionadas y os traemos aquí el capítulo final de nuestra colaboración.

El próximo domingo subiremos el epílogo, así que estad atentas. ¡Mil besos!


*Capítulo 10. Para salvarla*

(Orden de lectura: 2º)


No me merecía alguien como Hermione.

La presión había podido conmigo y, por un momento, yo había perdido el control absoluto. Necesitaba un instante para pensar, solo un instante.

Escuché a Hermione suspirar con desilusión y acto seguido salió de nuestros aposentos. Tardé varios segundos en reaccionar, en comprender que cada vez me estaba dejando llevar más y más por el dolor. Iba a terminar perdido y, lo peor de todo, iba a conseguir que Hermione me abandonara.

La princesa se había marchado hacía unos minutos cuando yo me levanté de la silla y, con rabia contenida, estrellé mi vaso de whisky contra la pared.

¿Acaso quería perder a alguien más? ¿Es que no había tenido suficiente ya?

Salí de la habitación con rapidez. ¿Qué sería aquello que había querido decirme Hermione? Parecía verdaderamente dolida y yo... yo era un egoísta que ni siquiera había querido pensar en sus sentimientos. Imaginaba que, al final, yo tampoco había cambiado tanto después de casarme con la princesa.

Una vez en el pasillo, miré en todas las direcciones. ¿Dónde podría estar Hermione? El silencio era inmaculado, ni siquiera un paso o una voz se escuchaba allí. Saqué mi varita del bolsillo y extendí mi brazo hacia el frente.

Vestigo—susurré.

Las huellas de las pisadas de Hermione se iluminaron como si las suelas de sus delicados zapatos hubieran estado húmedas. El rastro continuaba por el pasillo, tenuemente reluciente por la luz de la luna que entraba a través de las cristaleras de colores de las ventanas. Yo lo seguí sin dudar un instante, quería encontrar a Hermione, intentar explicarle de algún modo lo que estaba sucediendo dentro de mi mente.

Caminé durante minutos, cada vez más confundido cuando veía que los pasos de Hermione se internaban en el ala del castillo perteneciente a los Nott. Un nudo se apostó en mi garganta y yo no entendí por qué me encontraba tan intranquilo. La idea de que ella vagara sola por ahí me inquietaba, pero quería pensar que todo estaría bien si ella estaba allí. Estaría segura en el ala de los Nott... ¿verdad?

Crucé los enormes salones de la familia de Theo, caminé durante minutos sin pararme a observar los lujosos muros que me rodeaban. Algo crecía en mí poco a poco, me ahogaba cada vez más y solo quería seguir los pasos de Hermione y encontrarla. Necesitaba darle ese abrazo que antes le había negado.

Su rastro se perdió tras una puerta cerrada y yo tragué saliva al llegar allí. No había nadie alrededor, ni un alma. Solo entonces tomé aire y abrí la puerta con decisión.

Me di cuenta de inmediato de que algo iba mal. Frente a mí, en esa habitación, Theo sostenía su varita entre los dedos y Hermione se encontraba en el suelo, con el rostro enrojecido y respirando con gran dificultad. Me giré hacia el que yo creía que era mi amigo.

—¿Qué le has hecho? —exigí saber.

Theo alzó su varita, dispuesto a atacarme. No había ni una sola gota de humanidad en sus ojos y su rostro esbozó una extraña sonrisa. Por un momento creí que él podía estar bajo la maldición imperius, pero supe que no era así: estaba consciente. No tardé mucho en comprenderlo.

Theodore Nott formaba parte de la Disidencia.

Lo ataqué con mi varita antes de que él pudiera reaccionar, eso lo hizo volar por los aires y golpearse contra el muro de piedra. Él podría llevarme ventaja y estar más preparado para una batalla, pero yo me encontraba infinitamente más enfadado y la magia bullía dentro de mí de forma agresiva. Gruñí en voz alta cuando una de sus maldiciones pasó rozando junto a mí y tuve que devolvérsela. No, definitivamente yo no había esperado enzarzarme en un duelo con una persona a la que quería... pero ahí estaba.

Miré a la princesa Hermione de reojo mientras volvía a atacar a Theo. Su rostro ya no estaba rojo, ahora... ahora estaba pálido.

Bramé un hechizo que derribo a Theo. El joven se golpeó la cabeza contra el suelo y la sangre comenzó a brotar de entre sus cabellos... pero yo no hice nada por él. Me lancé hacia Hermione sin pensarlo ni un momento.

La princesa lloraba y yo veía cómo, segundo a segundo, la vida parecía abandonar su cuerpo.

—¿Cor desinens? —pregunté.

Asintió con la cabeza sin decir nada y noté cómo las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos también. La iba a perder, la estaba perdiendo y ni siquiera me había permitido a mí mismo tenerla de verdad. Grité con fuerza, impotente.

Sabía lo que esa maldición significaba y, desafortunadamente, sabía que solamente una persona podía contrarrestarla: Lucius Malfoy. Mi padre nunca me había enseñado cómo parar ese tipo de Magia Negra, tal y como él había hecho cuando un cor desinens había estado a punto de matarme a mí.

Yo, totalmente inútil, solamente podía verla morir ante mis ojos.

—Te amo —le susurré—. Sí, te amo. Eres lo único bueno que me ha pasado en la vida. Te amo tan profundamente que no he sabido manejar lo que me provocaba. Creía que no merecía algo tan bueno, tan puro. Hermione Granger, te amo. Por favor, no me dejes.

Una tenue sonrisa se instauró en los dulces labios de Hermione. Supe que me estaba escuchando y quise decir algo más. Abrí la boca para hacerlo... pero entonces comprendí que ya era tarde.

La princesa Hermione ya no estaba.

Fue como si alguien me clavara un cuchillo en las entrañas y lo moviera de un lado a otro. La frustración era tal que sentía que quería morir ahí mismo. Me habían arrebatado a Hermione de entre mis propios brazos y sentía... sentía que yo era quien se la había entregado en bandeja a la Disidencia.

Quise lanzarme una Imperdonable a mí mismo, acabar con ese sufrimiento de una vez por todas.

Ya estaba, ya no había más: la Disidencia había ganado esa guerra y yo no podía hacer nada más por contrarrestarlo... bueno, quizás sí, quizás había algo.

—Voy a arreglarlo, Hermione —susurré—. Voy a hacerlo.

Me puse en pie de nuevo. No quería volver a tocar el cadáver de Hermione porque... porque eso no era real. Ella no podía morir. Necesitaba cambiarlo porque estaba de acuerdo en que la Disidencia ganara, pero no lo estaba con cómo habían sucedido las cosas. Ellos me habían arrebatado demasiado, mucho más de lo que esperaba.

Caminé hacia la puerta de esa sala y no pude evitar mirar a Theo, que aún estaba tendido sobre el suelo. ¿Estaba muerto? Algo me decía que sí, tenía una corazonada.

Con mi rostro empapado por las lágrimas solo necesité un instante para tomar aire y aparecerme en los aposentos de mis padres, una habitación que solo pertenecía a mi madre, la reina, ahora. Estaba a punto de cometer un acto totalmente ilegal y sabía que si los reyes eran los encargados de guardarlo era, precisamente, porque su valor era incalculable. No podía caer en malas manos.

En esa majestuosa habitación, ahora vacía, yo sabía muy bien dónde encontrarlo. Era un secreto bien guardado que mis padres me habían confiado hacía unos años, me habían hecho prometer que jamás lo usaría, que solo lo custodiaría... pero yo estaba a punto de romper mi promesa.

Tomé aire profundamente. Después me dirigí sin ninguna duda a la cámara oculta en la que la familia Malfoy guardaba el Libro del Tiempo.

***

Tenía miedo. Todo podía salir mal y era más que consciente de ello... pero debía hacerlo. Entré a mis aposentos con el Libro del Tiempo en mis manos y me senté en el escritorio. Era un libro antiguo con las tapas negras y un sinfín de hojas amarillentas.

Apenas me había propuesto abrirlo cuando mis ojos se desviaron a ese ejemplar de Romeo y Julieta que pertenecía a Hermione. La obra llevaba días sobre mi escritorio, a veces ella lo había leído por las noches y yo había podido observarla, estudiarla en silencio mientras ella movía los ojos por las páginas y apretaba los labios en un rictus de nerviosismo, como si no supiera ya perfectamente cómo acababa el dichoso libro: morían por amor.

Esa idea antes me había parecido ridícula. Ahora sabía mucho más al respecto: no se moría solo por amor. También se moría por culpabilidad, por vergüenza, por frustración...

Abrí el libro, convencido de lo que estaba a punto de hacer; tenía que darme prisa. El tiempo pasaba y cada segundo era un instante más que se complicaba. Si quería volver, debía hacerlo ahora.

El Libro del Tiempo me daría una oportunidad, solo una, y yo confiaba en que fuera suficiente. No lo había utilizado nunca antes porque el precio a pagar por utilizar ese tipo de magia era demasiado inestable. No era Magia Negra, no, pero sí era caótica al extremo. Nunca se sabía lo que podría suceder utilizando ese tipo de hechizos.

El Libro del tiempo se reescribía una y otra vez, a cada momento, porque nuevos sucesos acontecían y los segundos nunca paraban. Por eso, precisamente, debía darme prisa. Si se acababa el tiempo, si el libro dejaba atrás lo sucedido, ya no podría arreglar nada.

Busqué entre las páginas con avidez y lo encontré por fin. Estaba en un idioma que solamente yo conocía, pues era mi vida la que estaba leyendo. Cualquier otra persona que consultara el libro lo hallaría escrito con un lenguaje que solamente ellos manejaban. Como si el libro fuera solo para mí. «Lo encontré pocos segundos después: Draco se queda en la habitación cuando Hermione sale del lugar, derrumbada y llorosa». Leer esas palabras me atormentó aún más y, nervioso, tomé mi varita del bolsillo y apunté a esa página del Libro del Tiempo. Era ahora o nunca.

Tomé aire antes de hacerlo y pensé una última vez en lo que estaba haciendo, lo que iba a sacrificar: la única manera de alterar el pasado era entregando algo a cambio de aquello que habíamos «robado». Sabía que yo lo había hecho mal y tendría que sufrir las consecuencias, también era consciente de cuál sería el precio a pagar ahora.

La Disidencia se había llevado una vida y, si yo quería recuperarla, tendría que darle algo a cambio...

Pronuncié las palabras sin pensarlo más. Estaba dispuesto a realizar ese sacrificio.

***

Apenas había terminado de pronunciar las palabras del hechizo cuando mis ojos se cerraron violentamente. Apreté los dientes, dejándome arrastrar por una extraña corriente desconocida. Cuando abrí los ojos, ya no tenía el libro en las manos. Estaba... estaba igual que antes. Me encontraba sentado sobre una silla, frente al escritorio de madera de mis aposentos. Frente a mí reposaba el vaso de whisky que antes había roto... aunque ahora parecía que eso no hubiera sucedido nunca.

Había funcionado. Estaba allí de nuevo.

Me puse en pie y hacerlo me mareó. Me tambaleé hasta la puerta, aún impresionado por el viaje en el tiempo que acababa de hacer.

—¡Hermione! —grité.

Nadie me escuchó o, si alguien lo hizo, me ignoró. Tomé aire profundamente, percatándome de que el aroma de la princesa Hermione aún seguía ahí. Eso me estremeció; acababa de marcharse, estaba seguro.

Corrí, aún sin haberme estabilizado bien, y abrí la puerta de nuestros aposentos. Ahora sabía hacia dónde iba la princesa, así que no tuve que pensármelo mucho para salir hacia el ala de los Nott en el castillo.

Jamás habría esperado que Nott fuera parte de la Disidencia: siempre tan dulce y educado... nos había engañado a todos, era evidente. Aun así, la traición de mi amigo no era tan fuerte como el dolor que sentía al saber que Hermione iba a morir si yo no lo evitaba de algún modo.

No me detuve un instante hasta llegar al ala de los Nott. Entré a esa zona del castillo como alma que lleva el diablo, sin ningún tipo de respeto, sin ninguna duda. Cerré la puerta principal de un portazo, por fin sintiéndome más estable físicamente.

Solo entonces la vi por fin. La princesa, con su vestido oscuro y su hermoso rostro femenino, observaba un cuadro de los Nott con la boca abierta.

—¡Hermione! —grité, acercándome a ella de forma casi violenta.

Ella se giró hacia mí y compuso una mueca sorprendida.

—Draco, tú qué... ¿qué...? —preguntó sorprendida.

Yo la estreché entre mis brazos tan fuerte como pude, pero nuestro abrazo no duró. Me alejé de ella rápidamente, urgido por el miedo a lo que estaba por venir.

—Márchate —le pedí—, tienes que salir de aquí.

Ella, para mi sorpresa, no me dijo nada al respecto. Hermione tomó aire y se giró de nuevo hacia la pared, su tono de voz fue entrecortado cuando ignoró mi petición.

—Es él, Draco. Es él —musitó.

—¿Él?

—Ese hombre, Patrick Nott... —dijo ella, aún sorprendida—. Es mi padre.

Y yo apenas fui capaz de reaccionar ante esas palabras. No entendía qué demonios estaba diciendo y supuse que lo había confundido. ¿Cómo iba a ser Patrick Nott, el padre de Theo, también el padre de Hermione?

—¿De qué estás hablando?

—¡Lo es! Nos ha engañado a todos, Draco, durante todos estos años él... él fingió ser mi tío, pero en realidad era mi padre. Por eso soy una bruja.

Ni siquiera pude contestar a su afirmación, de todos modos, pues unos pasos nos sobresaltaron y me hicieron temblar. Me di la vuelta y lo vi, aunque en cierto modo lo esperaba, sabía que estaría allí: Theo.

Me interpuse entre Hermione y él. No se me escapó una mueca de extrañeza en sus ojos, como si no comprendiera por qué yo estaba protegiendo a Hermione de ese modo. El Theo del pasado no era consciente de que yo ya había sabido lo que haría después, que intentaría matarnos a ambos.

—Déjala ir —dije con voz firme.

Y, como si le hubiera quitado su máscara, el verdadero rostro de They se mostró de inmediato. Atrás quedó el joven inseguro y apocado. Ahora, sin lugar a dudas, tenía a alguien muy diferente frente a mí: los ojos verdes de Theo me observaban como si yo fuera un montón de artículos desorganizados y viejos que le resultaran una auténtica molestia. No me cupo la menor duda en ese momento de que Theo era muy importante en la Disidencia, mucho más de lo que yo jamás habría imaginado.

Conjuré un hechizo no verbal y traté de atacarlo con él, pero Theo lo esquivó con tranquilidad. Su técnica con la varita era letal, mortífera. Me pregunté a cuántas personas habría matado antes de ese día y la posible respuesta me heló la sangre.

—Perdona, Draco, no es nada personal —comenzó él—. Avada...

—¡No! —gritó Hermione, horrorizada.

—¿Qué demonios quieres, Theo? —bramé, alzando la varita hacia él y con la respiración acelerada.

—El tiempo de los Malfoy ha pasado —dijo él fríamente—, ha llegado la hora de que los muggles ocupen su lugar en la sociedad: lejos de nosotros... por debajo de nosotros.

Su sonrisa fue tan siniestra que me costó reconocer al muchacho que una vez había sido mi amigo; el mismo joven con quien yo había jugado durante mi infancia, con quien había aprendido a hacer magia...

Me rompía el corazón, lo reconocía.

—Theo, no tienes que hacer esto, puedes... puedes dejar la Disidencia. Hay una salida.

Quería ayudarlo, no sabía por qué... quizás porque algo en él me recordaba a cómo yo había sido antes. Había estado perdido, tanto que las ideas de la Disidencia se me habían metido profundamente en la cabeza hasta el punto de impedirme distinguir la realidad del delirante sueño que tenía esa organización.

Pensé que, quizás, podría cambiar su opinión de algún modo. Era mi último recurso...

Para mi sorpresa, Theo ahogó una intensa carcajada, sin dejar de apuntarme con su varita ni un solo instante.

—Draco, eres un auténtico estúpido —pronunció con lentitud, después entrecerró los ojos, alzando la barbilla dignamente—. Aún no has entendido que yo soy la Disidencia.

Solo en ese momento comprendí lo que estaba sucediendo. Era él, lo había sido durante todo ese tiempo, ¡durante años! Theodore Nott era el líder de la Disidencia. No había nada que pudiéramos hacer ante eso.

Sabía lo que estaba por venir y, aunque tuve miedo, algo me decía que eso por fin iba a acabarse. Sabía que, al igual que en ese libro que a ella tanto le gustaba, el final feliz no era posible. En un clima de guerra como en el que Hermione y yo nos habíamos conocido, la muerte era uno de los protagonistas de la historia.

Tomé aire.

Avada kedavra —pronuncié, dirigiéndome a Theo.

Avada kedavra —pronunció él a la vez.

Me estaba dando cuenta de que la única forma de corresponder con lo sucedido en el pasado, con aquello reflejado en el Libro del tiempo, era que Theo también muriera. Así lo marcaba el orden de los hechos: Theo moría y... y Hermione también. Solo que ahora sería yo quien caería en lugar de ella: por eso había vuelto.

Miré a Hermione una última vez antes de que la luz verde impactara en mi corazón.

Al menos esta vez había conseguido salvarla.


¿Cómo estáis? CONTADMEEEEE, ¿qué os ha parecido?

Espero que os haya gustado, a veces también hay que disfrutar de los finales poco convencionales jaja. ¡¡Muchos besos y nos vemos el domingo!!


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