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Capítulo 1. Nada más desagradable que un muggle.

¡Hola, amores! Muchas gracias por leernos. Cristy y yo estamos muy emocionadas con esta historia y nos alegra un montón que os haya gustado el inicio. Para leer este capítulo, empezad por el Capítulo 1 que ha subido Cristy en su historia "De odio, amor y tragedias": (Cristy 811994 en Wattpad y Cristy1994 en ff).

¡Mil besos!


*Capítulo 1. Nada más desagradable que un muggle. *

(Orden de lectura: 2º)


La música de violines comenzó a escucharse exactamente a las ocho de la noche, tan puntual como un reloj. Me dolía la cabeza, quizás porque sabía que me esperaban horas del más puro aburrimiento en ese estúpido baile que mis padres habían organizado.

Era una parafernalia, sin ninguna duda. Una muestra innecesaria de que nuestra intención de unir ambas familias era sincera; de que la guerra estaba zanjada.

¿En qué puto momento a alguien se le había ocurrido que la mejor forma de firmar la paz entre el mundo mágico y el mundo muggle pasaba por joderme la vida a mí?

—La princesa es muy hermosa, ¿verdad? —comentó mi madre.

Sabía que, aunque su tono de voz intentara ser de lo más casual, Narcissa llevaría un largo rato pensando en cómo sacar el tema de algún modo.

—Es... —dije, quedándome callado antes de lograr pronunciar algún calificativo—. Es... una princesa.

Mi padre, el rey, ya se encontraba abajo en la fiesta y mi madre y yo estábamos solos en uno de los salones del segundo piso de nuestra ala del castillo. Todo a mi alrededor era lujo y elegancia, tanto que, para mí, ya era complicado sorprenderme con algo que se saliera de la excepcional belleza que siempre me había rodeado. Por lo tanto... ¿era la princesa hermosa?

Mi mente se forzó a no contestar esa pregunta. Por una parte, me pareció que no era correcto hacerlo: la princesa Hermione Granger no era mi igual, sería una traición equipararla al nivel de una mujer mágica.

—Draco, mi amor...

No pude zafarme del toque de mi madre. Me acarició el hombro con suavidad y se colocó frente a mí, obligándola a mirarla. Estaba espectacular: llevaba un vestido gris largo, con un delicado escote que se ajustaba a los hombros pálidos de mi madre. Su cabello, naturalmente rubio y negro, estaba recogido en un hermoso moño en su coronilla.

—Deberíamos bajar al baile, madre —dije.

Ella ignoró mi comentario.

—Draco. Sé que no estás feliz... has sido fuerte y considerado, no te has rebelado contra tu padre ni contra mí.

—Rebelarme habría significado traicionar a mi pueblo —susurré entre dientes.

«Como si no estuviera traicionando ya a mucha gente aceptando casarme con una muggle», siseó mi conciencia. Ese tipo de pensamientos eran propios de la Disidencia, ese grupo oscuro de magos al que yo aún pertenecía... aunque no por mucho tiempo más.

—Y no lo has hecho. Draco, has aceptado realizar este sacrificio y quiero que sepas cuánto significa eso para nosotros. Eres el príncipe y has obrado como tal —me dedicó ella, después alzó su mano blanca y acarició mi mejilla del mismo modo en que lo hacía cuando yo era niño—. La princesa es una buena mujer y... créeme, no es tan diferente a ti, lo comprenderás. Pero has de darte tiempo, tienes que permitirte descubrirlo por ti mismo.

—Madre... —dije, alzando el mentón y mirándola a los ojos—. Voy a casarme con ella, lo haré sin ninguna queja, pero no espere de mí que algún día... que algún día la considere mi compañera.

Y, para mi sorpresa, ella compuso una extraña sonrisa. Esperaba decepcionarla con esas palabras, en realidad, pero lo que reflejó su expresión fue más bien una especie de enigmática sabiduría. Narcissa Malfoy pasó su mano por mi cabello antes de separarse de mí.

—Querido hijo... no eres tú quien decide quién será tu compañera. Y no, tampoco seremos nosotros —me confesó—. Simplemente lo sabrás; de pronto lo sabrás. —Guardó silencio un instante y recuperó su porte aristocrático tan característico de la reina Narcissa—. Vamos, mi príncipe.

Y yo solo acerté a ofrecerle mi brazo. Mi madre lo aceptó gustosa y comenzó a caminar, llevándome con ella. Había un baile al que debíamos asistir.

***

La fiesta era magnífica, se intuía la mano de la reina como artífice de toda esa celebración: la música que sonaba era maravillosa y un cuarteto de viento conformado por músicos magos interpretaban gavotas, pavanas y gallardas que, sin duda, eran composiciones muggles.

La reina había querido aunar en una misma estancia las más refinadas costumbres mágicas y muggles y, sin duda, lo había conseguido. Los reyes de Inglaterra, padres de la princesa Hermione Granger, parecían de lo más complacidos por el esfuerzo de mi madre para llevar a cabo el baile para celebrar mi compromiso. Aun así, había algo que no terminaba de encajar en el aspecto de la reina, esa mujer que tanto se parecía a la princesa Hermione, daba la impresión de estar agitada por alguna razón. Ya me había dado cuenta durante la comida que habíamos compartido, en realidad. Era una mujer muy extraña esa reina. Contemplé, desde la distancia, cómo, de todas formas, el rey interactuaba con otros nobles de la Inglaterra mágica y parecía sentirse a gusto con ellos.

En esa celebración, muggles y magos charlaban de forma animada indistintamente. Como si, por fin, el infierno de la guerra hubiera quedado atrás de verdad. Y, tanto Hermione Granger como yo éramos la prueba fehaciente de eso: nuestra unión simbolizaba un nuevo mundo. Unos niños muggles cruzaron la sala corriendo a más velocidad de la que se esperaba en un baile tan elegante. Estuvieron a punto de rozar mis piernas con sus diminutos cuerpos, pero consiguieron esquivarme en el último momento y desaparecieron por una de las puertas de ese majestuoso salón.

Recordé, sin quererlo, la historia que la princesa me había contado ese mismo día, cuando la había encontrado leyendo su absurdo libro justo en el mismo maldito hueco de las escaleras donde yo mismo acostumbraba a refugiarme. Hasta eso quería robarme esa sin magia. Ella había mencionado que su obra trataba sobre dos jóvenes pertenecientes a familias enemigas. Qué extraña coincidencia... claro que esos dos se enamoraban sin posibilidad de estar juntos y nosotros dos... nosotros dos nos detestábamos, pero, aun así, estábamos obligados a casarnos. Qué maldito giro irónico del destino.

Mi padre me lanzó una mirada severa desde el otro lado del inmenso salón. Yo, por mi parte, le dediqué un asentimiento de cabeza correcto, pero no sometido. Nada parecía ser suficiente para el rey. ¡Ya iba a casarme con la muggle! ¿Qué más quería? ¿Qué demonios podía hacer para satisfacerlo?

Apreté los puños, furioso, cuando de repente la vi allí: la princesa Hermione. Todo el aire abandonó mis pulmones en el instante en el que posé mis ojos en ella. Su vestido rosa caía por sus piernas con elegancia, ajustándose en su cintura de un modo de lo más hechizante. Sin saber hacer magia, esa joven consiguió que mi mirada no pudiera apartarse ni un instante de ella. La curva de su cuello quedaba expuesta, pues su cabello se alzaba recogido y tan solo un par de gruesos tirabuzones se escapaban de ese complicado moño. Un colgante sencillo acariciaba su piel y rodeaba su garganta, esa era la única joya que llevaba la princesa. Sabía que ella no era presumida, tampoco presuntuosa, pero esa imagen contrastó por completo con las recargadas joyas que mostraban el resto de las invitadas a ese baile.

Tomé una copa de vino de la primera bandeja que encontré, junto a una de las numerosas mesas de degustación que se hallaban contra la pared. Mi madre había seleccionado los mejores manjares —tanto del mundo mágico como del mundo muggle— para servir de «picoteo» en la fiesta. La idea había tenido un éxito rotundo y todos los invitados se paseaban de un lado a otro con una pequeña tosta de foie entre los dedos o una copa del más fino vino francés.

Saboreé el líquido granate, aunque he de decir que no me agradó demasiado. Era seco y en absoluto fue capaz de distraer mi mente de la visión de la princesa. Sabía que tenía que acercarme a ella y que debía hacerlo ya. Todo el mundo esperaba que nosotros dos, por fin, abriéramos el baile. Nadie había podido bailar aún, el protocolo exigía que los prometidos fueran los primeros en formar pareja.

Antes de que alguna anciana noble de la sala se decidiera a acercarse a mí para felicitarme por tan valiosa aportación a la Sociedad Mágica, dejé la copa de vino en el mismo lugar en el que la había encontrado y crucé todo el salón hasta llegar a ella. Hermione Granger fingió estar sorprendida al verme aparecer allí de repente, pero yo sabía que ella me había visto a mí tan bien como yo la había observado a ella.

—Acabemos con esto —le susurré, asegurándome de que solo ella me escuchaba.

Y entonces tendí mi mano como una invitación a bailar. Pude escuchar, desde allí, que la música se detenía y los músicos nos miraban, expectantes, preguntándose si era el momento de abrir el baile de verdad.

De cerca, Hermione Granger era aún más... impactante. Sus mejillas se sonrojaron, ligeramente, cuando comprendió lo que mi mano tendida significaba. No podía negarse, en realidad, así que asintió con la cabeza con lentitud y tomó mi mano. Solo un momento después, los músicos empezaron a tocar una canción nueva, mucho más animada que las anteriores. Estaba claro que nuestro primer baile era un maldito acontecimiento.

Yo no era un mal bailarín, pero jamás me había interesado demasiado por las fiestas y los aparatosos bailes que se celebraran en el castillo. La mayoría de veces tan solo me personaba unos minutos y, después, salía de allí sin que nadie me viera para no tener que aguantar a esas personas que no me interesaban en absoluto. Ese día era diferente: no podía marcharme, toda esa gente estaba ahí solo porque yo iba a casarme con esa joven y ellos tenían que apoyar el trato que se había firmado entre familias.

Las notas musicales de esa gavota comenzaron a sonar y yo me incliné hacia ella en una pequeña reverencia, como dictaba el protocolo. Cuando me reincorporé, la princesa hizo lo propio y, entonces, ambos comenzamos a movernos al ritmo de la música, realizando las figuras que dictaba la coreografía. Ambos sabíamos que todo el mundo nos estaba mirando, éramos conscientes de que no podíamos cometer ningún error... pero, al mismo tiempo, los dos habíamos pasado tantas horas realizando esa misma coreografía, que era imposible que nos equivocáramos. Llevábamos siendo entrenados para ese momento desde niños... aunque nunca hubiéramos imaginado que la persona con quien nos prometerían fuera a ser tan diferente a nosotros.

—No bailas mal, princesa —le dije en un tono burlón.

Y, aunque esperaba recibir una sonrisa por su parte, lo que me encontré fue un bufido. Supe que mi comentario la había molestado y eso me agradó.

—¿Te han enseñado a bailar Romilda y Juliano?

Pronuncié mal los nombres de los personajes que tanto le gustaban, lo hice con el mero afán de fastidiarla aún más y ella puso los ojos en blanco. Después me alejé de ella un instante para dar una vuelta y la princesa hizo lo mismo que yo, al momento volvimos a unirnos.

—Si lo que estás intentando es angustiarme, Malfoy, te adelanto que no vas a conseguirlo. La reina ha preparado esta fiesta con mucho cariño, no haré nada que pueda arruinar su trabajo o desanimarla.

Vaya, qué considerada. Se preocupaba por mi madre.

He de reconocer que me gustó el hecho de que no me tratara con «el debido respeto» y me tuteara, igual que yo había hecho. Las formalidades estaban de más entre nosotros.

—Como veo, siempre haces lo que se espera de ti, princesa.

—Por supuesto que sí. Por eso estoy aquí —contestó, certera—, me sacrifico por mi pueblo.

Lo dijo de un modo casi envenenado y me obligó a chasquear la lengua. La princesa acababa de hablar de su presencia allí como si fuera una obligación indeseada para ella, por supuesto. Pero... ¿acaso no lo era también para mí? Me ofendió enormemente la simple insinuación de que ella era la única cometiendo un sacrificio.

—Yo también... —comencé.

Pero la música se detuvo en ese mismo instante y la princesa no me dejó terminar mi frase. Tan pronto como uno de los violines tocó su última nota, ella se alejó de mí y se dio la vuelta con elegancia. Una inmensa ronda de aplausos acalló mis intentos por responderle, ¡por gritarle que el único sacrificándose allí era yo!

Maldición. Me había dejado con la palabra en la boca y, para colmo, sin poder devolverle la ofensa.

Quise marcharme de allí. odiaba esa estúpida fiesta y odiaba a la princesa sin magia con la que tenía que desposarme. ¡Por Merlín! Mi linaje iba a acabar conmigo, estaba seguro de que una unión entre Hermione Granger y yo no traería ningún tipo de descendencia. Éramos dos especies totalmente diferentes, ella era inferior a mí y a todo lo que yo representaba.

Me alejé de la marabunta a medida que una gran cantidad de los invitados llegaron al centro de salón y se colocaron para, por fin, comenzar a bailar al ritmo de la música que envolvía todo el hermoso salón. A esas alturas no había nada allí que no me resultara indeseable: las flores eran absurdas, los decorados ridículos y la gente de la fiesta despreciable.

Tomé una botella de whisky muggle de una de las mesas y me serví un buen chorro en un vaso de vidrio élfico soplado. Tan solo había probado un pequeño sorbo cuando noté que el sabor de ese brebaje era auténticamente nauseabundo. ¡Pardiez! ¿No había nada allí que mereciera la pena?

—¿Whisky muggle? —me preguntó Theo.

Theodore Nott era noble, como yo, pero no era un pedante extravagante como la mayoría de aristócratas de la Sociedad Mágica. Tenía mi edad y ambos nos habíamos educado juntos en muchos sentidos, aunque yo siempre había pensado que Theo era un poco solitario. Era amable y sensible, así que podía considerarse... lo contrario a mí.

—Es una bazofia —gruñí.

—A mí tampoco me gusta —se rio.

—¿Hay algo en su maldito mundo que no sea una soberana mierda?

Me arrepentí al instante de haber dicho algo así. Sabía que Theo no se lo contaría a nadie, o al menos eso esperaba. Ese tipo de actitudes no eran correctas. Yo era el príncipe de la Sociedad Mágica en Reino Unido y acabábamos de salir de una guerra, lo mínimo que se esperaba de mí era respeto hacia los muggles. De todas formas, él no me contestó.

Una joven morena se acercó a nosotros al vernos allí, Pansy Parkinson. Pansy, al igual que Theo, provenía de una familia noble. Los Malfoy, los Parkinson y los Nott éramos las únicas tres familias cuyo linaje mágico se remontaba más de mil quinientos años atrás. Nuestras tres familias formaban los Tres Antiguos y vivíamos juntos en el castillo. Así había sido siempre. Los Malfoy habían sido la familia real durante más de quinientos años, pero antes de nosotros, también los Parkinson y los Nott habían reinado.

—¿Cómo te encuentras, Pansy? —la saludé con educación.

Theo hizo lo mismo que yo, dedicándole una sonrisa a la joven.

Era hermosa, llevaba el cabello oscuro recogido en un moño del que escapaban algunos mechones completamente lisos y brillantes. Su figura se presentaba atractiva, delimitada por un corsé de color verde oscuro con detalles plateados.

—Todo lo bien que puedo encontrarme en una habitación llena de personas sin magia —gruñó ella.

Sabía que Pansy no estaba de acuerdo con la unión de los dos mundos. Theo, a nuestro lado, se mostraba más abierto a la idea.

—Serán solo unos días —dijo, como si eso pudiera tranquilizar a nuestra amiga.

Ciertamente a mí no me tranquilizaba. Decidí cambiar de tema.

—¿Has recibido noticias de tu padre, Theo?

El señor Nott se encontraba recibiendo un importante tratamiento mágico en Estados Unidos. Después del final de la Guerra contra los muggles, el señor Nott había enfermado de pronto. Las malas lenguas decían que la tristeza al ver que muggles y magos iban a firmar la paz era lo que le había causado una horrible enfermedad, pero era demasiado arriesgado afirmar que algo como eso podría ser cierto. Especialmente ahora que la unión de ambos mundos estaba a punto de ser una realidad.

—Su salud ha mejorado —contestó con un asentimiento de cabeza—, gracias.

Pansy posó su mano sobre el hombro de Theo con suavidad y supe que estaba a punto de dedicarle palabras de ánimo, pero Theo alzó la mirada hasta un punto al otro lado de la sala y de pronto se hizo el silencio. Yo seguí la dirección de sus ojos verdes hasta encontrarme con la imponente figura de mi padre. Lucius Malfoy, ataviado con su capa negra y una sencilla corona plateada sobre su cabello largo y rubio, se había alzado en las escaleras con una copa en la mano. La levantó por encima de su cabeza y vi como todos los invitados a la fiesta lo imitaban, también los reyes, los padres de la princesa Hermione.

—Los jóvenes representan un nuevo futuro. Un futuro para nuestro mundo, que ahora es uno solo —recitó el rey, alzando la voz de un modo que solamente él conocía. Su voz era tan profunda que llegaba a calarme por dentro, sin que yo entendiera cómo lo hacía—. Y dentro de dos días daremos la bienvenida a nuestra familia a una nueva hija, una hija más especial de lo que nunca hubiéramos imaginado. Princesa, por favor...

Ante mis ojos contemplé cómo Hermione se acercaba a mi padre y subía los enormes escalones para quedar a su altura. Lo observó con respeto y mi sangre se heló. Aquello era... era una pesadilla, un sinsentido... y aun así, estaba sucediendo.

—Yo, Hermione, princesa de Inglaterra... —dijo ella y su voz sonó tan dulce y estable como si hubiera nacido para pronunciar esas palabras delante de todo el mundo—, siento la más enorme gratitud por lo que mi matrimonio significará para todos nosotros. Sé que con el príncipe Draco y conmigo, con nuestra unión y nuestro reinado, se firma la paz... y así se mantendrá.

Me estremecí. Juro que mis piernas temblaron cuando la escuché: Parecía sincera. La princesa debía de estar exultante sabiendo que, por fin, tenía todo el protagonismo que llevaba toda su vida buscando, sin duda. Y eso me enfureció. No me gustaba esa mujer, aparentando ser una maldita heroína y dejando al resto del mundo a la altura del betún. ¿Qué pasaba conmigo? ¿Quién iba a reconocer lo que YO estaba haciendo por ambos reinos?

Quise marcharme de allí, pero logré controlarme. No me moví: no hice absolutamente nada. Debía quedarme ahí, permanecer estoico. Contemplé a la princesa y, con todo el cuidado que fui capaz de reunir, tomé una de las copas de vino de la mesa y la agarré entre mis dedos. Si hubiera dejado que mis instintos me gobernaran, probablemente la habría roto en mil pedazos, pero no lo hice.

—Juro que mantendré la paz entre los reinos —dijo Hermione Granger una vez más, ignorando por completo mi labor—. Y daré mi vida, si es necesario, por proteger a mi pueblo.

Una nueva ronda de aplausos y vítores la rodeó. La maldita princesa debía de estar a punto de alcanzar un orgasmo, seguro que se acariciaba por las noches pensando en los grotescos discursos que podría dar en cuanto se convirtiera en reina. Todo eso tenía que ser un teatro por su parte, ¿no?

Me aclaré la garganta y alcé mi copa al aire también.

—Princesa Hermione —dije en voz alta—, le agradezco sus palabras. Bienvenida, una vez más, a la Sociedad Mágica. Estoy convencido de que, a pesar de no poseer magia, será capaz de sentirse como en casa.

Todo el mundo se giró hacia mí y la vista de la muchacha también se posó en mi cuerpo, a pesar de que estuviéramos a varios metros de distancia. Me sentí bastante satisfecho de haberle robado la atención, aunque solo lo había hecho porque sabía que a ella no le gustaría.

Mis palabras hicieron mella en el gesto de Hermione, que se tornó nervioso. Mi satisfacción fue aún mayor.

—Princesa, yo haré todo lo posible por asegurar que su estancia aquí sea... agradable y duradera.

Cuando los invitados comenzaron a aplaudir mi intervención, yo compuse una sonrisa triunfal y bebí de mi vino.

Supe, aun así, que eso no quedaría así entre la princesa Hermione y yo.


Nos vemos el domingo, ¡mil besos!

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