Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

27

La música electrónica retumba en mis oídos y, pese a que llevo aquí alrededor de una hora, sigue provocando en mí lo mismo: esa sensación en el pecho. Esas ganas de mover el cuerpo. De estar ahí abajo, en la pista de baile, escabulléndote de la mano de una mujer. Pero no cualquiera. Solo una en específico.

Una de cabellos largos y bonitos ojos castaños. Una con la sonrisa más vibrante que he visto en mi vida, a la que los labios siempre le saben a chicle de fresa y huele como a frutas cítricas y dulces...

Una en la que no he dejado de pensar desde que abandonó el apartamento hace unas horas.

Si puedo ser sincero conmigo mismo, no he dejado de pensar en ella desde hace mucho tiempo. Más del que me gustaría.

El asunto con Andrea Roldán, es que me vuelve loco. Me saca de mis casillas. Me vuelve descuidado y torpe; y, al mismo tiempo, hace que quiera cosas que implican demasiados riesgos. Voy en caída libre y necesito detenerme.

Ahora mismo.

Un suspiro largo se me escapa y doy un trago largo al whisky que pedí hace un rato. El calor que me provoca en la garganta es bien recibido y se asienta en mi tráquea como brasa ardiente, pero no es desagradable.

No puedo decir que estoy borracho a morir, pero he bebido lo suficiente como para no poder conducir. Tendré que volver a casa en taxi.

Julián y sus amigos ríen a mis espaldas y yo me acerco a la barandilla del palco exclusivo que mi hermano ha reservado para su festejo. Luces de colores bailan al ritmo de una canción que creo haber escuchado en el coche, gracias a Andrea y, de pronto, me encuentro pensando en ella.

Una vez más.

Otro suspiro. Otro trago largo a la bebida.

Decenas de personas se mueven y bailan allá abajo; desinhibidos, alcoholizados... Y yo no puedo evitar desear estar en casa pronto.

Una chiquilla —amiga de Julián— vuelve a acercarse a tratar de hacerme compañía, pero, luego de escucharla cortésmente durante unos minutos —y de beberme el contenido de mi vaso a una velocidad alarmante—, me excuso con el pretexto de ir por otro trago.

Julián no ha dejado de integrarme en la conversación de sus amigos y, cuando menos lo espero, me encuentro haciendo bromas mordaces e irónicas con él respecto a la nula capacidad de nuestro padre de mantener la polla dentro de los pantalones.

Al cabo de un rato, uno de sus amigos llega a la mesa con una caja repleta de condones que lanza a diestra y siniestra en dirección al cumpleañero.

Julián me lanza uno de los que sostiene a puños entre los dedos y me grita, para hacerse oír sobre el ruido de la música:

—Para que no repitas la historia de papá.

La sonrisa ladeada en mis labios es un reflejo de la suya, y tomo su oferta antes de agradecer con humor y guardarme el cuadro de aluminio en el bolsillo trasero de los pantalones.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que Julián anuncie que su cita ha llegado y que saldrá a recibirla.

Una sonrisa se desliza en mis labios y aprovecho ese momento para levantarme al baño.

Luego de orinar, me lavo las manos y me paso las manos por el cabello para acomodarlo un poco. Lo único que consigo es desordenarlo un poco más, así que dejo el asunto por la paz y reviso el teléfono.

Quiero enviarle un mensaje a Andrea, pero no sé muy bien qué diablos voy a decirle si lo hago. Una parte de mí quiere disculparse por no haberla invitado a venir y otra ruge con fuerza que ella es la que está tomándose atribuciones que no le corresponden. Que la exclusividad y las citas no quieren decir que debo incluirla en todos mis planes.

Aprieto la mandíbula y dejo escapar el aire antes de guardarme el teléfono de nuevo en el bolsillo.

Me regalo un último vistazo en el espejo. La camisa negra que llevo puesta ahora está arremangada hasta mis antebrazos y llevo los botones superiores deshechos. Luzco cansado. Hastiado. De todos modos, me obligo a salir del espacio. La música electrónica estalla en mis oídos una vez más y, esta vez, no reconozco la melodía que truena a todo volumen mientras me acerco a la barra del área VIP por un caballito de tequila.

Luego de que me lo echo directo a la boca, pido otro tequila, pero con hielos y agua mineral.

Quizás deberías detenerte un poco con los tragos. Me dice el subconsciente, pero lo empujo lejos antes de avanzar hasta la mesa de mi hermano.

Cuando pregunto por él, me dicen que está bailando con su cita y, con una sonrisa en el rostro, me acerco a la barandilla una vez más para mirarlo.

Mis ojos se pasean por todo el espacio cuando lo veo. Claramente, Julián no tuvo la misma fortuna que yo de crecer junto a una hermana amante del baile, ya que lo hace terrible. Y no me jacto de ser el mejor de los bailarines, pero, de verdad, cualquier cosa es mejor que lo que mi hermano menor está haciendo en estos momentos.

La vergüenza ajena que siento es tan grande, que desvío la mirada un poco. En ese momento, el corazón me da un vuelco.

Al principio creo que lo estoy alucinando, pero, cuando la busco entre las personas que suben las escaleras hacia el palco, vuelvo a encontrarla y mi pulso da un tropiezo monumental.

—¿Pero qué demonios...? —mascullo, incapaz de entender qué carajos está pasando, pero no puedo apartar la vista del lugar por el cual Andrea Roldán aparece.

Sube las escaleras con lentitud y el material del vestido que lleva puesto se aferra a cada curva visible en su cuerpo —ya que lleva una chaqueta de piel puesta— cuando mueve las caderas al compás de la música. Lleva las manos levantadas el aire, con una bebida entre los dedos, y se mueve con una soltura de la que jamás la creí poseedora mientras se abre paso por el área VIP del lugar.

Luce como una maldita diosa. Como un sueño erótico hecho realidad en medio de luces de colores, humo, música a todo volumen y cuerpos en movimiento.

Andrea Roldán es la mujer más espectacular que he tenido la fortuna —o maldición, todavía no lo decido— de encontrarme y no puedo dejar de mirarla como un idiota, mientras que se acerca a la mesa donde los amigos de Julián se encuentran y instala en uno de los sillones acojinados del área.

Junto a ella, se sientan una chica y un chico que, de inmediato, decido que no me gusta por la manera en la que se inclina hacia ella para hablarle al oído; y un chico más, que se ríe a carcajadas por algo que ha dicho Andrea.

Uno de los amigos de Julián les dice algo en la lejanía y la veo inclinarse hacia adelante, hacia él, para escucharle.

De pronto, la enfermiza sensación que me provoca el ver a cualquiera de esos tipos interactuando con ella me descoloca. El primitivo instinto que siento de acercarme a ella y dejarle en claro a todo el mundo que tiene algo —lo que sea que esto sea— conmigo, es más grande que nada que haya sentido antes.

Mira nada más como son las cosas. Me dice el subconsciente. Casualmente, está aquí, en el lugar en el que estarías tú.

Aprieto la mandíbula y me digo a mí mismo que no debo pensar de esa manera de ella, pero la vocecilla insidiosa en mi cabeza no deja de susurrarme al oído que Andrea es una chica que tiende a obsesionarse. No deja de llenarme la cabeza de la imagen de ella, en medio de la explanada de la preparatoria, diciéndole a todo el mundo que estaba enamorada de mí.

Cierro los ojos con fuerza.

Andrea no es así. Ya no. Era una chiquilla y yo también. No puedo crucificarla por lo que hizo en el pasado; y, al mismo tiempo, no puedo dejar de pensar en lo invadido que me siento. En lo descolocado que me hace sentir el saber que se encuentra en este lugar.

Aprieto la mandíbula. No sé qué hacer. No sé si debo acercarme y encararla o hacer como si no la conociera y hablar de esto con ella en casa.

Una punzada cargada de frustración me atraviesa de lado a lado y me bebo el tequila de un solo trago, antes de pedirle a un mesero que me traiga uno más.

Esos tragos, imbécil. Mi consciencia no deja de reprimirme y sé que tiene razón. Debería detenerme.

El calor que me provoca el alcohol en el pecho hace que decida que debo quedarme aquí una vez más y trato de distraerme mirando al ridículo de mi hermano tratando de moverse medianamente decente.

Andrea no parece haberse percatado de mi presencia, pero no puedo dejar de mirarla de vez en cuando desde la distancia. La chica que se encuentra sentada a su lado la hace reír a carcajadas y se ha encargado de mantenerla bien provista de bebidas de distintos colores y sabores.

Los otros dos chicos han mantenido a los amigos de Julián a raya cuando han tratado de acercarse a las chicas que los acompañan.

Para cuando Julián sube de la mano de su cita —quien se desvía hacia el baño—, me siento lo suficientemente adormecido por el alcohol como para tomar una decisión arrebatada.

El mesero llega con mi bebida y le doy un trago largo antes de acercarme a la mesa en silencio.

La atención de todo el mundo se posa en mí en el instante en el que hago acto de presencia y Julián me pregunta dónde me he metido. Mis ojos, con lentitud, se alzan para mirar a todos aquellos que se encuentran instalados en este lugar y, de manera inevitable, mis ojos caen en Andrea.

Ella me mira de vuelta y, lo que encuentro en su expresión me llena de una satisfacción cruda y retorcida.

Pese a la poca iluminación, soy capaz de notar el preciso momento en el que el color le abandona el rostro y su gesto se torna incrédulo y horrorizado.

Sus bonitos labios rojos se abren por la sorpresa, pero se cierran de inmediato y un brillo salvaje —que me provoca querer acercarme a besarla— se apodera de su mirada.

Mantengo mi gesto serio e inexpresivo mientras replico que estaba en la barra y me dejo caer de manera desgarbada sobre uno de los sillones que se encuentran pegados a la pared; del otro lado de donde Andrea se encuentra, haciendo como si no la conociera.

Cuando la cita de Julián regresa, nos presenta al chico de cabello teñido —ese que susurra cosas en los oídos de Andrea— como su socio; a Andrea y a la otra chica, nos las presenta como las amigas de su socio, y al otro chico viene con ellos lo presenta como su mejor amigo.

Por el rabillo del ojo, soy capaz de sentir cómo Andrea me mira, pero me las arreglo para mantenerme ocupado charlando con los amigos de Julián.

Eventualmente, Andrea y su amiga se levantan de la mesa y, de inmediato Julián —quien había estado sentado cerca de ellas—, se acomoda en el asiento contiguo.

—El asunto está así —dice, sin previo aviso, inclinándose hacia sus amigos—: Le pago las borracheras del mes a quien me quite de encima a Sofía. Es que me gustó una de las amigas de su socio.

En el instante en el que las palabras abandonan la boca de mi medio hermano, me tenso por completo. Pese a que no quiero lucir muy afectado por lo que ha dicho, clavo mis ojos en él.

—¿Cuál? —inquiere uno de sus amigos, mirando en dirección a donde Andrea y su amiga desaparecieron.

—La chica del cabello largo. —Hace un ademán que hace que algo dentro de mí comience a calentarse a una velocidad alarmante. Este calor; sin embargo, no es nada agradable. Me hace querer romper cosas. Estrellar los puños contra algo... O alguien—. Tiene que marcharse conmigo esta noche.

Los oídos me zumban y mucho me temo que, si no dejo de escuchar lo que Julián dice, voy a terminar golpeándolo en la cara.

Me bebo de un trago todo el contenido de mi bebida y me pongo de pie con brusquedad y me giro sobre mi eje, dispuesto a marcharme.

En el instante en el que lo hago, golpeo algo —o a alguien— con el costado de mi cuerpo y me detengo en seco, mientras, por acto reflejo, sostengo a quien sea que se ha interpuesto en mi camino.

Una disculpa se construye en la punta de mi lengua, cuando una voz familiar farfulla una disculpa ahogada.

Un escalofrío me recorre. La anticipación me forma un nudo en el pecho, pero me mantengo inexpresivo cuando alzo la vista para encontrarme con que es Andrea quien se encuentra aquí, bajo el tacto áspero de mis manos, a pocos centímetros de distancia de mí, con una bebida entre los dedos y expresión horrorizada.

Sus ojos y los míos se encuentran. Esboza un amago de sonrisa nerviosa, pero, dedicándole mi mirada más glacial, doy un paso hacia atrás y aparto las manos de sus brazos. Acto seguido, me quito de su camino y le permito el paso.

Ella me mira durante un largo momento, como si estuviese cuestionando mi actitud, pero yo no dejo que ninguna emoción me invada el gesto.

En ese momento, algo en su expresión cambia. Como si hubiese decidido algo importante.

Luego, le da un trago largo a su bebida —sin apartar sus ojos de los míos— y se encamina hasta el lugar que ocupaba en la mesa.

Su amiga la sigue de cerca —no sin antes lanzarme una mirada venenosa—, pero no es hasta que veo cómo Andrea se quita la chaqueta, que la poca capacidad de raciocinio que tenía se esfuma en el aire.

El escote en la espalda del vestido solo me vuela la cabeza y casi quiero ponerme a gruñir como un verdadero animal salvaje cuando el chico del cabello teñido la toma de la mano y la guía hasta las escaleras que llevan a la pista de baile principal. La otra chica y el otro fulano los siguen de cerca y yo no puedo evitar excusarme con el pretexto más estúpido para instalarme junto a la barandilla y mirar lo que hacen.

Andrea baila con ligereza y sus caderas se contonean a un ritmo tan sinuoso, que no puedo dejar de verla. No puedo dejar de imaginarme abrazándola por la espalda, moviéndome al compás y ritmo de su cuerpo y de la música.

De pronto, me siento duro y aprieto la mandíbula.

Estás muy borracho.

Se echa el cabello hacia a un lado y levanta las manos para bailar mientras que el chico de cabellos teñidos se acerca tanto a ella que me rechinan los dientes.

De pronto, el hechizo en el que había sido sometido se rompe con brusquedad y, sin más, no puedo pensar con claridad. No puedo dejar de mirar cómo ese hijo de puta pega su cuerpo al de Andrea y se mueve contra ella.

Aprieto los puños y mi visión se tiñe de rojo. El impulso es irrefrenable y apabullante, y no puedo detenerlo. No puedo frenarlo y, sin pensar en las consecuencias, me encamino hasta las escaleras.

La música electrónica es apenas un rumor bajo en medio del caos de latidos irregulares que es el pulso detrás de mis orejas.

Ira, frustración, enojo, celos... Todo se arremolina en mi interior y quiero gritar. Quiero romper algo. Quiero golpear a ese imbécil y echarme a Andrea al hombro —cual cavernícola—, y llevármela lejos de este lugar para hacerle el amor como Dios manda.


He llegado a la planta baja y ahora me abro paso entre cuerpos sudorosos y calientes. Alguien suelta una palabrota cuando utilizo un poco más fuerza de la debida, pero no me detengo. No puedo hacerlo.

Necesito acabar con esto de una maldita vez o voy a volverme loco.

Ahí está ella, moviéndose como si su única intención fuese enloquecerme; y ahí está él, bailando cerca de ella. Demasiado cerca...

Aprieto la mandíbula, pero de todos modos doy un rodeo, de manera que quedo de espaldas al tipo en cuestión.

Llegados a este punto, estoy tan enojado, que podría estallar en cualquier instante; pese a eso, me sorprendo a mí mismo cuando, con toda la lentitud y deliberación que puedo, le toco el hombro al sujeto en cuestión.

El chico se gira, confundido, y por el rabillo del ojo soy capaz de ver cómo Andrea se percata de mi presencia.

—No quiero sonar como un completo hijo de puta, pero, si no quieres que las cosas se compliquen para ti, debes irte —digo, sin un ápice de tacto, y me sorprende cuán hosco sueno.

—¿Qué? —El fulano replica y aprieto los puños.

—Bruno... —Es Andrea quien interviene, pero ni siquiera me molesto en mirarla. Esto es entre este tipo y yo.

—Largo —espeto, ahora con más brusquedad, en dirección al chico que me observa con aturdimiento—. Ahora.





Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro