Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

De noche también es verano



1

Detesto el verano, mae.

Me parece un mierdero incagable, especialmente en marzo y abril con el calor que hace. Paso sudando como un cerdo y a veces me cuesta quitarme los calzoncillos porque se me pegan en las nalgas por el sudor. Pero lo que más detesto del verano es a la gente, al tufillo optimista ese que se huele en el aire, especialmente en el colegio. Digo, la gente de mi generación ya tienen cuatro años de experiencia en ese chiquero para saber que este año va a ser igual que el anterior. Como que se les olvida que el diciembre pasado estaban mamando con los exámenes de presentación y llorándoles a los profesores para ver si les regalaban un mísero punto.

Todos los años son lo mismo, mae, este no va a ser distinto. Lo más a lo que usted puede aspirar cuando está en año de bachillerato es a pasar todas las materias para no tener que repetir y vivir otro año de mierda.

La verdad, la verdad, lo único bueno del verano es que se acaba.

Aunque, pensándolo bien, no es que todos los años sean lo mismo, es que van de Guatemala a Guatepeor. Yo lo he notado, que con los años me voy poniendo más amargado, y eso que apenas estoy en último año del cole, no quiero imaginarme cómo voy a ser cuando viejo. Aunque tampoco me imagino de otra manera, es mejor ser un viejo hijueputa que uno que se deja. Pero, bueno, siguiendo con lo que hablaba, me doy cuenta que cada año mis compañerillos me caen peor, especialmente los maes con los que antes me cagaba de risa.

Óscar, por ejemplo, es mi amigo como desde que teníamos ocho años. Recuerdo que nos gustaba comer mandarinas en la casa de él cuando estábamos más mocosos, y que nos cagábamos de la risa molestando perros bravos de casas ajenas. Tuvimos buenos tiempos, la cosa es que últimamente me parece cada vez más insoportable. Como que ya no disfruto nada cuando salimos, y a veces el ridículo se pone a gritarles varas a las viejas cuando vamos por la calle.

Qué imbécil, mae, en serio.

A ver, no digo que esté mal que al mae le gusten las viejas, a mí también me gustan y me entretengo en misa viéndoles las piernas y pensando con quién me gustaría más coger ―porque ni modo que voy a ir a misa a ponerle cuidado al pelón ese―, pero la cosa es que yo lo disimulo y él no. Lo peor de todo es que tiene una cara de culo que no se aguanta. Que, de paso, esa es otra cosa que empeora con el tiempo: los maes. No sé por qué, pero los maes que conozco, compañeros y eso, se ponen más feos con el tiempo. Óscar siempre ha sido flaco, pero ahora tiene la cara como más jalada y los dientes torcidos le apuntan a todo lado; tiene un colmillo que parece que lo va a asesinar mientras duerme. Y así se ponen feos los otros también. Las maes se han puesto unas más bonitas y otras no, pero a los maes parece que a todos los chupó el diablo.

Estoy hablando de Óscar porque me dijo que saliéramos hoy en la noche, que fuéramos a un bar o algo, para aprovechar el viernes, pero igual le digo que tengo cáncer en los huevos y me escapo solo, porque no hay ganas con esa gente. Además, es más fácil que las guapas le presten a uno atención si no va acompañado de retrasos, y yo tengo una suerte que aunque sea pellizco algo porque, a diferencia de esos mamones, yo cada vez me estoy poniendo más rico.


2

Al final decido que sí voy solo, así que me pongo más guapo de lo que soy y bajo al campo de batalla para ver si los planes no se me van a la mierda. Porque la cosa es que para ir sin nadie tengo que buscar transporte. Y transporte significa la moto de mi hermano Erik, pero él anda de paseo y yo tengo que pedírsela a mi mamá. Y ya se sabe cómo son las mamás, que a veces se les mete el diablo.

―Mami, ¿usted sabe dónde dejó Erik las llaves? ―le pregunto haciéndome el inocentón.

Mi mamá está sentada viendo un programa de concursos en la televisión; cuando se vuelve me ve entre esos anteojos culos de botella que tiene, como si yo le hubiera mentado a mi abuela.

―Buenas tardes, mamita, ya llegué del colegio, ¿cómo está? ―Apaga la tele y empieza a caminar a la cocina. Yo aprovecho para ver que son las siete de la noche y el olor a comida me acuerda que ya va siendo hora de picar algo―. ¿Qué es eso, ah? Que ya los hijos ni lo saludan a uno y de una vez se van a encerrar al cuarto. ¿Qué tanto hace usted en ese cuarto?

―Sí, sí, está bien. ―Me acerco y la abrazo por detrás, dándole un beso enorme en el cachete―. Hola, mamita hermosa, ¿cómo está? ¿Qué hizo hoy? Cuénteme.

―¿Ve? Qué lindo que se ve.

Ella se ríe y se le ven lucecitas en los ojos. Como la amo.

―Bueno, ¿me presta las llaves para salir un ratico?

―No.

Vieja hijueputa.

―Ay, ¿por qué no, má? Préstemelas para salir un rato, yo no le hago nada a la moto. ―le digo como si tuviera cinco años, echando la cabeza para atrás, a punto de hacer berrinche.

―Usted sabe que no tiene edad para andar en esa moto, ¿qué hace si lo para un tráfico, ah? Luego quién paga esa multa. Además, es muy peligroso, ¿usted no escuchó lo que le pasó al hijo de...?

Y dale con lo mismo. ¿En qué momento será que la gente vieja se vuelve incapaz de darse cuenta que repiten y repiten y repiten?

―Sí, mami, pero yo voy a tener cuidado. Usted sabe que siempre la he traído bien. Es un rato, para salir.

―No sé...

Ya está empezando a aflojar.

―Usted sabe que yo no me tomo nada, solo es para ir a dar una vuelta, ¿sí?

―¿Y sus amigos? ¿No va a ir con el Óscar ese?

―Ya le dije que es para dar una vuelta solo. No quiero salir con esos maes hoy, mucha pereza.

―Pues, qué bueno, porque a mí ese muchachito no me da buena espina.

―¿Ve? Entonces, préstemelas.

Suelta ese aire pesado por la nariz y luego hace ese ruidito de resignación que siempre hace.

―Cógelas, a ver, están encima de la nevera, en el tarrito.

―¿Aquí?

―No, en el de la vaquita.

No sé qué es esa manía de mi mama de tener granjas por todo lado.

―Ya las encontré. Te amo, gorda.

Me quito el tiro de la chancleta que pega contra la pared de atrás y me apuro para que no me las pueda quitar.

―No lo quiero más tarde de las doce o no se las vuelvo a dar, ¿me escuchó, Boris? Venga para darle la bendición.

―No tengo tiempo.

La escucho decir algo como «qué muchachito este» y cierro la puerta.


Andar en moto es una de las mejores cosas de la vida. La sensación de ser uno dueño de la calle por donde pasa y darle a la velocidad es lo mejor. No tiene nada que ver con un auto, es mucho más personal. Si me preguntaran cuál es mi trabajo ideal diría que repartidor de pizza con un sueldo de un millón. Así podría andar en moto todo el día, ¡y oler a pizza! No pido tanto tampoco, hay jugadores sin huevos que ganan muchísimo más.

En fin, la cosa es que voy con la moto por el centro de San Ramón y paro en frente del semáforo que está al lado del parque. Son las siete y media, y aunque no está tan solo hay menos gente de lo normal. Algo a lo que no le hubiera puesto atención de no ser porque siento un peso en la parte de atrás del asiento, como si alguien se hubiera subido. Claro que los huevos se me vuelven dos piedras y apenas es que me puedo volver para ver que, de verdad, hay un mae montado detrás mío.

Es un mae como de mi edad, negro, con esos labios hinchados que tienen. Lo más raro es que no me está viendo a mí, sino que tiene la cabeza girada y cuando yo, por inercia, veo hacia donde él está viendo noto que otros cuatro maes vienen corriendo hacia la moto.

Me cago en el padre.

Me cago en el hijo.

―¡Pero muévase, cabrón! ―me dice el mae de atrás.

Salta con el trasero en el asiento como para meterme leña y se agarra de mis hombros como si yo fuera la mamá.

El semáforo se pone en verde y los maes ya están en la carretera, pero se le meten a un carro que les pita y se hacen un momento para atrás. Yo aprovecho para salir desbaratado para cualquier dirección que no sea atrás. Ignoro el que tengo a un mae que ni conozco montado en la moto porque, sea como sea, más posibilidades tengo de salir vivo con un carepicha que con cuatro.

No me había dado cuenta antes, pero noto que el corazón me golpea como endemoniado; creo que lo voy a vomitar en medio de la carretera.

―Muy bien, mae, ya los perdimos. Bájeme más adelante, ahí cojo taxi.

Me paro en la esquina donde me señaló el hijueputa ese y ahora sí agradezco que no haya nadie muy cerca.

El mae se baja y se vuelve a verme como si no hubiera hecho nada y antes de que diga algo le meto un pichazo en la pura jeta. No recuerdo cuándo fue la última vez que golpeé a alguien tan fuerte, pero me sabe a gloria.

―¡PERO A USTED QUÉ LE PASA, HIJUEPUTA! ―le grito.

El tipo se tambalea, pero no se cae, solo se lleva una mano a la nariz. Yo estoy bufando como un toro, siento una presión en el pecho que no sé ni qué es. Igual me calmo un poco cuando veo que le sangra la nariz al desgraciado. Se lo merece por carepicha, pero tampoco quiero ir al bote.

Luego de semejante golpe, me pongo en posición creyendo que el mae se me va a tirar encima.

―Se lo voy a perdonar porque me salvó de una peor, weón.

―¿Usted es imbécil? Casi me da un puto infarto.

―Ya, perdón. ―El mae se suena la nariz y bota un poco de mocos con sangre―. Pero usted estaba parado con la moto y fue lo primero que se me ocurrió. A esa hora no hay mucho lugar abierto para esconderse.

―¡¿Y a mí eso qué putas me importa?! ¿Y si me hubieran alcanzado qué? ¿Qué culpa tengo yo de que usted sea un drogo?

―Cuidado con lo que decís, weón, yo no soy ningún drogo. Si esos maes se metieron conmigo es porque andaban tomados, yo solo me defendí y me hicieron la contra. Y, bueno, perdón por el susto, pero ya pasó, ¿no? No sea nene, tampoco.

A este negro hijueputa lo voy a matar.

―Mire, para que vea que no fue con mala intención ―me dice―, yo y mi familia somos dueños de un local que se llama Bocaditos, ¿lo conoce? ―Dejo de pensar en cómo enterrar un cadáver para recordar. Sí sé dónde es, pero tampoco sé qué espera el mae que le diga―. Yo trabajo ahí los fines de semana, así que le regalo un almuerzo o lo que sea a usted y alguien más. Y listo, deuda saldada. ¿Qué le parece?

No tengo la mínima intención de aceptar ninguna invitación de ese comemierda pero, ya con la cabeza más fresca, me pongo a pensar en lo imbécil que soy por ponerme a hablar con un mae así en medio de una acera vacía. Vuelvo a ver la moto moviendo la cabeza como la carajilla del exorcista, y me siento más tranquilo cuando noto que sigue ahí, con el motor encendido.

No le respondo. Me subo a la moto y ya en la seguridad de mi asiento me pongo el casco, para luego sacarle el dedo de en medio a quien me ha hecho pasar uno de los momentos más terribles de mi vida.

Juro que voy a correr el rumor de que la comida de Bocaditos tiene cucarachas radioactivas, en serio.


Llego a mi casa con el rabo entre las patas; me insulto a mí mismo por no haberle dicho que sí Óscar y los demás, así al menos no me habría llevado el susto de mi vida con aquellos putos.

Es que, pensándolo detenidamente, hay que ser muy carepicha para montarse en la motocicleta de alguien solo porque lo vienen siguiendo. Yo creo que no lo haría, más bien me hubiera escondido en algún lugar oscuro del parque. Aunque acepto que no todos tienen mi grandioso intelecto.

Mi mamá no debe de haber escuchado que entré porque tiene la mirada fija en el televisor. Están dando uno de esos programas donde ponen a la gente a hacer varas asquerosas por plata. En la pantalla se ve una enana de pelo corto tratando de tomarse un batido de una mierda que parecen moscas.

―¡Ay, por qué será que le hacen ese daño al cuerpo! ―dice mami. Aunque ni por vara deja de verlo.

Diay, por veinticinco millones... ―Hasta que dice eso me doy cuenta de que mi tata ya llegó.

―¿Boris? Di, ¿usted no era que iba a salir? ¿Por qué llegó tan temprano?

―Ah, es que, no sé, me aburrí ―le digo levantando los hombros.

Ni loco le cuento lo que me pasó o no me vuelve a prestar la moto en toda la vida.

Saludo a mi tata y me siento a ver a la mae esa, que ya casi se va a acabar las moscas. Entonces, ya dentro de mi casa, me doy cuenta de que las manos me tiemblan y las tengo frías. Una mae que no debe pesar la mitad de mi peso se acaba de terminar un vaso de una cosa vomitiva y enseña la lengua con orgullo, pero yo me estoy cagando del miedo por algo que ni se puede considerar un asalto. Y es que no puedo evitarlo tampoco. No siento miedo por lo que pasó, sino por lo que pudo haber pasado. Cuando sentí el peso en la moto imaginé el cañón de una pistola en la espalda y al otro diciéndome que me bajara si no quería que me quemara.

No se lo voy a contar a nadie y no voy a tener que admitirlo en voz alta, pero estuve a punto de cagarme en los pantalones.

―Mami.―Mi mamá responde con un «mmm»―. La próxima mejor sí me das la bendición.


3

Hoy llamé a Verónica para que salgamos después de clases y me dijo que sí. Si de por sí hoy lunes ya quedaba poco del susto del viernes, el que ella me haya aceptado lo borró por completo.

Verónica es una chica del colegio de San Isidro que conocí en una de esas actividades motivacionales en que a veces invitan a grupos de otros colegios. Puede que la motivación nunca me llegue, pero me gustan esas cosas para conocer gente de otros lados. Además, si uno anda con alguien, es mucho mejor que no sea del mismo colegio y si lo es, mínimo que no sea del mismo grupo. De verdad, no entiendo a las parejillas que van en el mismo grupo, es obvio que se van a terminar hartando de siempre estarse viendo la jacha. Lo peor es que los compañeros tenemos que estarnos soportando sus demostraciones de amor y sus mierdas de estar siempre juntos en los trabajos.

Verónica, como decía ―eso de ser amargado y tener tanta gente mierda alrededor me hace perder el hilo―, tiene diecisiete años, igual que yo, y es una muchacha muy guapa y graciosa. Tiene el pelo castaño, largo, de ese suave que nunca se enreda, y cuando se acerca me doy cuenta de que huele a algo rico; no sé qué es, pero me encanta. No es delgada ni gorda, otra cosa que me gusta porque gracias a eso tiene buenas tetas. Y bueno, como dije, es muy graciosa e inteligente. Es una perfecta combinación entre alguien que me agrada por lo que dice y también por el cuerpazo.

Uno de los problemas más grandes de conseguir alguien con quien salir es que hay maes inteligentes y maes bonitas, y las que son ambas son una raza en peligro de extinción. Por ejemplo, tengo compañeras con las que me cago de la risa cuando hacemos trabajos en grupo, pero nunca me metería con ellas porque, o son feas, o no son feas pero andan muy desarregladas, o sea, que no les interesa andar con maes. Igual y hay que seguirles la pista, tal vez cuando entren a la Universidad se ponen guapas. Mientras tanto, están descartadas. Luego están las otras, que son las ricas. El problema con las ricas es que como saben que están ricas suelen tener un carácter de mierda, sea por una cosa o por la otra.

Por ejemplo, Yuri. Yuri fue una novia que tuve en noveno, que tenía un culo sin precedentes. No me refiero a que fuera muy grande, la cantidad también es importante, claro, pero estoy hablando más de la calidad. ¿Si se entiende a lo que me refiero, no? En fin, era lo mejor en cuestiones de cama, el problema era... todo lo demás. Era una tipa demasiado insoportable, siempre me andaba siguiendo la pista y me llamaba a cada rato que para ver dónde estaba yo y si le estaba parando el cuerno. A ver, tampoco es que eso sea tan raro viniendo de una mae ―más con un novio tan guapo, digo, la desconfianza se entiende―, la cosa es que lo de ella llegaba a niveles estresantes.

Es en esos momentos de la vida en que un hombre debe amarrar a su Ello y despertar al inútil del Yo para que haga algo. O sea: no pierdas la cabeza por un culo. Hubo que cortarla, ni modo.

Hoy tengo un quiz de Psicología, por cierto, y yo no sé cuántos negros motorizados asaltaron a Freud, porque para olvidar el susto me puse a estudiar y me quedó todo clarísimo.

―Mire quién viene ahí.

Me la he pasado todo el rato entretenido conmigo mismo, en uno de los pollos del colegio, comiendo porquerías, cuando Óscar me toca el hombro y me dice eso. A veces cuando nos sentamos a hablar en cualquier lado mientras dan las ocho para entrar me pongo a pensar en mis cosas y lo ignoro, pero esta vez no puedo.

Marta viene caminando con esa amiga suya que me detesta (qué bueno, porque yo creo que ella es un grano en el culo), y cuando nos topamos las caras una mierda desagradable me burbujea en el estómago.

Marta era mi novia hace como dos semanas hasta que me descubrió apretando con Verónica y se puso histérica. La verdad es que yo ya pensaba cortar con ella cuando me metí con Verónica pero, pues, me agarró tarde y tuve la suerte de que nos encontrara en el parque. Tampoco me interesa mucho lo que Marta piense o deje de pensar de mí, aunque no quiere decir que pueda ignorarla por completo.

Las veo caminando sin doblar hasta que se paran en frente mío. Era obvio que venían para acá, porque no estamos en el mismo grupo (justo lo que digo del problema de tener pareja en el mismo colegio).

―Tengo que hablar con usted.

Óscar y Pablo ―el otro mae que está con nosotros― se quedan callados, probablemente esperando a que yo proceda.

―Yo no tengo nada que hablar con usted. Qué mal que haya pasado lo que pasó, pero ya pasó, ¿bueno? No puedo hacer nada más al respecto ―le digo serio, porque en estos casos si uno se extiende solo embarra más la caca.

―Podrías por lo menos disculparte, grandísimo hijueputa ―me contesta ella, con esa cara de amargada que pone cuando se molesta.

―Verano, principio de año, borrón y cuenta nueva ―contesto por decir algo. Ya sé que no creo en esas mierdas del cambio, pero de momento me viene bien.

Escucho a Óscar y Pablo soltar un par de risas idiotas, pero no caigo en la provocación, solo me vuelvo y la ignoro. Ella se queda un momento parada, como esperando a ver si yo aflojo y de último sí me disculpo, pero solo nos da la espalda y camina donde está la mamona de su amiguita.

―Qué decepción con vos, Boris ―me dice antes de largarse.

No le respondo de nuevo, porque no tiene caso. La verdad es que me merezco el insulto, y así quedamos en paz, ¿no? Si le respondo lo más probable es que siga.

Diay, mae, lo hacen como quieren. ¿Por qué no le dijo algo?

Óscar está sonriendo como si le hiciera mucha gracia verme parir chayotes.

―Pues si así se siente tranquila, mejor. A ver si así supera esa etapa anal y me deja en paz.

Óscar y Pablo se carcajean. Lo normal es que me agrade que se rían de mis chistes, pero en este momento solo me hacen sentir peor humor del que me dejó Marta.

Al final será que sí se vengó la puta esa.


Apenas me da tiempo de bañarme y ponerme ropa que no sea de vagabundo para encontrarme con Verónica. Se supone que salimos a las cuatro y media del colegio, pero me salté el portón del gimnasio para tener tiempo de verme con ella a las cinco.

Estoy sentado en una banca frente a la heladería del parque cuando siento que alguien me tapa los ojos. A mí la verdad es que esas varas me incomodan, porque luego me asusto y le meto un pichazo (aún estoy un poco histérico por lo del viernes), pero como es ella fuerzo una sonrisa y respondo.

―Eres Verónica.

―¡Correcto! ―me dice quitando las manos y apareciendo en frente mío.

Incluso esa idiotez queda bien si es ella la que lo hace. Para este punto sería muy imbécil si me negara a mí mismo que ella me gusta a un nivel que nunca antes había experimentado con otra mae. Me encanta que compartamos un rato juntos, incluso si no apretamos, lo cual es decir demasiado.

―¿Dónde vamos a comer? ―le pregunto besándola en esos labios suavecitos que tiene.

―Ahm, no sé ―responde juguetona y me acaricia el pecho.

Uy, mi amor.

―¿Ha ido a Bocaditos? Hacen una comida riquísima.

Finjo una sonrisa mientras siento que se me congelan los huevos que ya tenía bien calientes. Hay como mil puestos de comida en San Ramón, ¿por qué justo le gusta ese? Pienso en decirle que encontré una cucaracha en mi plato, como le dije a Óscar, pero luego me doy cuenta de que hablarle de cucarachas a la mujer que me gusta ―peor aún: cucarachas en mi plato― no es muy buena estrategia. Así que me voy por lo más fácil.

―Yo creo que la comida de Las Delicias es mejor. Hacen un arroz cantonés entero delicioso.

Me pone ojitos de huevo crudo.

―Pero la vez pasada fuimos donde usted quería...

Eso es cierto; si hubiera sabido la hubiera dejado elegir, pero no soy una vieja con una bola de cristal para saber que me iba a poner en una situación tan incómoda. Total, recuerdo que el mae me dijo que él trabajaba ahí los fines de semana, así que hoy, lunes, no debería estar.

No quiero volver a encontrármelo, la verdad, no me creo lo que me dijo y fijo es un drogo. Todo el mundo sabe que lo mejor que se puede hacer para seguir en una sola pieza es no hacerse amigo ni conocido de drogos.

―Está bien, es justo ―le digo.

Me da un beso en los labios y se separa antes de que pueda empezar a disfrutarlo. Yo sonrío embobado; parece que cada paso que da es una táctica bien calculada para dejarme más idiota.

Caminamos al bendito local ese y, desde que estoy como a diez mil kilómetros, puedo presentir el peligro. Claro: el mae está ahí, de mesero, así que obviamente me ve, aunque ni siquiera hemos entrado. Sonríe y me hace una seña. La verdad, en ese momento me parece otra persona, supongo que porque la otra vez estaba oscuro. Además, luego de un par de días ya no siento que lo odio, pero igual tengo una dignidad que mantener así que levanto el pecho y entro haciendo uso de toda mi testosterona.

El mae se acerca a la mesa donde nos sentamos. Primero saluda a Verónica y luego me habla a mí.

―Qué bueno que vino ―me dice como si no hubiera estado a punto de morir por culpa de él―. Acá está el menú, pueden pedir lo que quieran, la casa invita.

Qué frase tan peliculera y pedorra.

―¿Y eso? ―pregunta Verónica, que anda perdida.

―Es que su amigo Rafa salvó a una perrita que quiero, así que como agradecimiento...

―Se llama Boris.

―Eso dije.

Verónica sonríe, como entendiendo que es mejor no preguntar más y yo le devuelvo el menú al mae.

―Quiero lo más caro.

―Boris ―me regaña Vero en voz baja.

―¿Qué? Era un perro muy grande.

En fin, la cosa es que terminamos comiendo un plato surtido con yo no sé cuántos tipos de carne. Haciéndole cuentas la verdad es que por ahí debía haber un pedazo de humano, porque nunca había probado tantos sabores. Sea como sea, estaba delicioso, comí tanto que me empaché y creo que me voy a volver vegetariano.

Claro, en parte todo se debe a que estaba comiendo con Vero y hablé con ella durante horas. Es tan simpática y ocurrente... En serio, me siento tan gay cuando hablo de ella, pero es que creo que me gusta tanto que incluso si fuera fea seguiría con ella (Dios, no es cierto, no me pongas a prueba).

Luego de un rato me dijo que se tenía que ir, así que se levantó antes y yo me quedé solo. Estaba pensando en si debía ir a agradecer a la cocina o algo, cuando el mae se sienta en mi mesa y me saluda.

―¿Todo bien?

La verdad no sé qué responder, pero él sigue.

―¿La comida estaba bien, le gustó a la chica?

―Ah, sí, muy rica.

―Ah, qué bueno.

Empiezo a sentir esa incomodidad asfixiante que se siente cuando uno está a la par de un familiar que solo le pregunta por el estudio y luego se queda callado. Entonces, el tipo sale al rescate de mi salud mental después de lo que parecieron dos horas.

―Mire, estuve pensando que la verdad sí estuvo muy mal lo que hice y eso. Espero que no le haya quedado ningún trauma.

―¿También me va pagar el psicólogo?

―Pues, conozco una tía...

―Mae, fue una estupidez, pero la verdad es que ya pasó. Con lo de hoy estoy más que satisfecho, más bien gracias por la ayuda. ―El mae sonríe y se le ven los dientes blanquísimos entre los labios enormes que tiene―. Oiga, y la verdad, ¿por qué lo andaban persiguiendo esos hijueputas?

La cara del mae cambia. No es que se enoje, pero se nota que la pregunta no le hace gracia. Se echa hacia atrás en la silla y parece que se queda pensando en sí me dice o no.

Fijo es drogo y por eso no le da la gana decirme.

―Era solo una pregunta, mae, tampoco tenés que responderme. Cada uno con sus trapos sucios.

―Que no soy drogo ―me dice como si fuera un negro lee mentes. Pone cara de enojado cuando lo dice, pero luego levanta los hombros―. Es que soy homosexual.

Cuando me dice eso me quedo patinando un momento. Cuando la agarro estoy a punto de decir «aaah, un maricón», pero por dicha me contengo.

―¿Te querían pegar porque eras... así?

―No era así, soy así, y la verdad suena menos insultante si me dice maricón directamente.

De verdad que empiezo a creer que este negro lee la mente.

―Ya, perdón, es que si me lo dice de pronto se me hace raro, mae, pero no tengo ningún problema con eso. Más bien me parecen muy carepichas esos maes. Bueno, a menos que te les hayas insinu...

―NO. Qué asco, mae. Y aunque lo hubiera hecho no tenían por qué hacerlo.

―Sí, sí, usted tiene razón ―le digo.

Luego me quedo pensando y, sin suponer en las consecuencias que eso me podría traer, le pregunto:

―Oiga, ¿y yo le parezco guapo?

En ese momento, cuando levanto la mirada, veo que hay una muchacha parada detrás de él. Tiene alzada una ceja y me mira raro. Deben ser hermanos, porque es igualitica a él... o sea, también es negra.

―Perdón, venía a ver si necesitaban algo, pero parece que ya entraron en confianza.

Será hijueputa.

―No, no, no, espere un toque. Yo lo dije porque los gay son como mujeres, así que era para ver si yo le parezco guapo a las mujeres...

Siento que la cara me va a explotar (y la verdad es que estaría bueno que algo me aplastara el cerebro lleno de mierda que tengo); las palabras se me hacen un despelote en la lengua.

Los carepichas esos se ríen de mi retraso.

―Ya, mae, no me lo voy a coger.

―Eso quisieras, hijueputa ―lo insulto para tratar de salvar un poco mi dignidad.

Se vuelven a reír esos hediondos.

―Pero, ya, en serio. No es como si por gustarme los hombres pensara igual que una mujer.

―Y no todas las mujeres pensamos igual, eso es una estupidez ―agrega la otra mae.

―Pues, no sé, para mí a alguien que le gusten los hombres piensa como mujer, por muy diferentes que sean todas las mujeres. Porque, a fin de cuentas, lo que diferencia a los hombres y las mujeres es quién les gusta.

―Qué capacidad la de usted de sonar como un liberal y un retrógrado en una misma frase ―dice la muchacha.

Le voy a responder algo, pero la verdad no sé muy bien ni qué es liberal ni qué es retrógrado, así que nada más suelto un sonido que no significa nada.

Después de eso nos embarcamos en una conversación sobre mujeres, hombres y gente a la que uno se quiere coger. La mae ―que sí es la hermana del negro, que por cierto se llamaba Mateo, y que por cierto ella se llama Cecilia― se sienta en la mesa y ya más en confianza me es imposible no hacer la pregunta que estoy seguro que le hacen a todos los maes que les gustan los maes.

―¿Y vos cómo sabes qué te gustan los maes si nunca te has metido con una vieja?

―Igual que usted sabe que no le gustan los hombres aunque no se haya metido con ninguno.

―Es distinto.

Los dos se vuelven a ver como tratándome de idiota.

―¿Por qué? ¿Por qué soy homosexual?

―No, porque los hombres son todos feos y huelen a culo. Ya de por sí es un milagro que le gustemos a las mujeres. ―Los dos se ríen―. En serio, las mujeres huelen más rico. Más allá de que a uno le parezcan guapas o no, tienen una esencia como a vainilla que huele rico y son más... suavecitas. Se siente rico cuando uno duerme al lado de una mujer, pero me parece la cosa más terrible imaginarme lo mismo con un hombre, ¿a quién le puede gustar ese huesero?

La verdad es que me siento como, no sé, muy bien, tengo muchas ganas de hablar. Como que es un cambio de tema respecto a lo que siempre converso con mis compañeros y siento que tengo muchas cosas nuevas que decir y escuchar. No es la conversación donde uno ya sabe qué van a responder los otros y no se sorprende.

―Eso quiere decir que si fuera mujer sería lesbiana.

―Si fuera mujer pasaría tocándome las tetas todo el día.

―No cambie la pregunta ―dice ella.

―No sé, la verdad nunca lo he pensado... supongo que sí ―digo al fin―. Y bueno, al final no me dijo cómo supo qué le gustaban los maes.

Mateo levanta los hombros.

―Solo me di cuenta que me gustaban y ya, no fue nada del otro mundo.

―Qué jodido. ―Cambio de tema cuando me doy cuenta que la he cagado otra vez―. Bueno, usted tampoco me dijo si le parezco guapo o no... ¡pero qué conste que lo digo por otras razones!

Mateo suspira como su yo fuera retrasado.

―¿Es por esa muchacha con la que estaba antes? ―me pregunta Cecilia―. Estaba guapa, ¿no es su novia?

―¿Por qué? ¿También es rara y me la quiere quitar?

―Pues podría hacerlo para herirle ese orgullito macho tuyo.

Me estoy dando cuenta que Cecilia es como un hombre.

―Sí me gusta, pero igual no lo pregunto solo por ella. Hay mucho Boris para todas, a lo mejor luego le doy de probar.

Ella me saca el dedo y a mí me hace una gracia estúpida.

Es raro, aunque apenas los conozco como que me conecté con ellos inmediatamente y sé que puedo hablarles vulgar sin que se enojen. Es como eso del amor a primera vista, pero a nivel de amigos.

―¿Y no me va a decir? ¿O le da pena? ―le insisto a Mateo, ya más por joderlo que por real interés.

―La verdad me parece que sos feo y hueles a culo.

―Para ser maricón tenés unos gustos horribles.

Y así seguimos.

Como me la pasé tan bien con ellos me invitaron a su casa el viernes y conocí a su mamá, que es la dueña del local. Me dio pastel de chocolate, dice que ellos hacen el mejor pastel de chocolate de todo San Ramón y la verdad es que estaba delicioso. También me dijo que yo era un chiquito bonito.

En su cara, negro.


4

Como estoy de buen humor casi se me había olvidado que estamos en verano, pero hoy hace un hijueputa calor que de verdad no me voy a poder despegar los calzoncillos del trasero sino uso aceite. Lo peor es que es martes y tenemos todo el puto día de clases. Detesto los martes porque hay química y la química me da igual, pero el profesor es un pedazo semejante malparido que deberían inventar un insulto solo para definirlo. Es de esos hijueputas profesores que hacen reportes por cualquier mierda, sea por las tenis, que si lleva el pelo muy largo a los maes, que si llevan los aretes muy grandes a las maes.

A mí me ha hecho como diez mil boletas por lo de los zapatos, que no se pueden llevar tenis si no hay educación física. Aunque para demostrarle que me vale picha siempre llevo unas blancas y le pongo el cuaderno de recados directamente cuando entramos. Claro, el tipo me detesta tanto como yo a él, pero, como dije, me vale picha lo que piense ese hijueputa de mí.

No puedo dejar de pensar en lo mucho que me cae mal cuando lo veo explicando vuelto de frente a la pizarra. Es que con este calor de mierda y en una clase con ese mae de verdad que no puedo poner atención. Lo único que me salva es que soy bueno con los números y con la química, no sé por qué (aunque soy idiota en español y sociales, pero la profesora de español es muy buena con nosotros y la de sociales un vejestorio que ya ni se da cuenta cuando nos copiamos).

―Boris, ya que no está prestando atención pase a la pizarra y enseñemos cómo hacer este ejercicio.

Me dan ganas de decirle: «¿Si no estoy poniendo atención cómo cree que voy a hacerlo, idiota?», pero me conformo con responderle lo más amable que se me ocurre con el calor golpeándome por todo lado.

―No sé cómo se hace.

Escucho unas risitas de mis compañeros y veo que el mae como que no sabe qué responderme. Típico de esos profesores de mierda: cuando algún alumno no les agacha la cabeza se quedan en blanco.

―¿O sea que no estaba poniendo atención?

Diay, eso fue lo que usted dijo, ¿no?

Otra vez las risitas de mis compañeros. Y con todo, sé que son risas de solidaridad, porque no hay nada mejor que ver a un profesor que todo el mundo odia siendo enfrentado.

La cosa es que este enfrentamiento termina de la manera en que todo el mundo se espera.

―Si no le interesa la materia entonces, por favor, salga de mi clase.

Otro día tal vez no lo habría hecho, pero con el calor y las mínimas ganas que tengo de aguantarme las últimas cuatro lecciones que me quedan, me levanto ―todo matón, claro, ya que me van a bajar en conducta al menos lucirme frente al pueblo― y le digo «sí, mejor» antes de salir.

Luego me salto otra vez uno de los portones y me largo de esa cárcel. La verdad es que aunque me hice el héroe me da cólera que me vayan a bajar puntos por eso, pero sobre todo me enoja no poder darle un pichazo a ese mae para ver si le arreglo esa cara horrenda que tiene.

Porque, para empezar, no es mi culpa, ¿cómo es posible que uno no pueda llevar tenis al colegio, ni aretes grandes, ni el pelo largo? ¿Por qué se tiene que brincar uno un portón para poder salir? Es que de verdad es una puta cárcel, no hay más. Si ese mae no pudiera hacer tantos reportes no me caería tan mal, pero parece que lo que quieren es más bien que los alumnos detesten a los profesores y los profesores sean todos unos carepichas.

Vaya mierda con todo.

Me siento en uno de los muritos que hay alrededor de la corte de justicia que está en frente del colegio (qué ironía), y saco una botella de agua que mi mamá me obliga a llevar porque suelo deshidratarme muy fácil. Creo que las mamás normales no dejan salir a los hijos en invierno sin abrigo, Internet está llena de memes sobre eso. La versión de mi madre es no dejarme salir a la calle sin la botella de agua, y la verdad es que el calor sí me molesta mucho.

Por eso odio el verano.

Durante los meses calientes casi siempre estoy esperando que llegue la noche. Me encantan las noches porque son frescas o muy frías y uno se puede enrollar a tomar café con empanadas de frijol (he probado empanadas de frijol de todas las mamás de mis compañeros y ningunas se comparan con las de mi madre, por cierto). Pero mientras no llegue la noche, pues hay que aguantarse el día.

Hablando de mi mamá, me quedo pensando que si llego temprano probablemente me va a preguntar por qué salí a esa hora y no creo que me vaya a hacer mucho caso si le digo que no tenía clases, así que mejor empiezo a caminar haciéndole cabeza a dónde puedo ir a pasar el rato. Iría a las maquinitas, pero casi no tengo plata.

Entonces, me viene la idea más perfecta a la cabeza: voy a ir donde Vero. No es que sea tan acosador, pero me sé su horario de memoria y vive en el centro de San Ramón, así que no tendría que pagar bus. Entre más pienso en la idea más rápido camino, porque la verdad es que me suena. ¿Y si sus papás no están? Son las dos de la tarde, las posibilidades de que estén trabajando son muchas, y no tiene hermanos. Casi que me pongo a volar cuando lo pienso, aunque bajo la velocidad luego, porque tampoco quiero llegar todo sudado, o más de lo que ya estoy, pues. Siguiendo con lo otro, si sus papás no están tal vez hasta tengamos tiempo de hacer de lo que no hemos hecho aún.

Es raro que no lo hayamos hecho aún, generalmente me acuesto más rápido con las viejas y si no sueltan, pues no me espero tampoco y busco a alguien más. Aunque Verónica es especial, supongo que es por eso. Tal vez la espera también haya contribuido... igual, tampoco está bien esperar tanto como para matar a alguien de ansiedad.

Me cuesta un poco encontrar la casa porque solo he ido como dos veces, pero al fin llego. Antes de entrar pongo todo en su lugar y trato de verme medianamente presentable. La verdad es que ahora que estoy en la casa me empiezo a preocupar por el sudor, tal vez tenga que pedirle el baño para darme una ducha. Y, bueno..., eso estimularía la imaginación.

Toco la puerta con los nudillos, pero apenas la empujo se abre sola. Queda entreabierta y me pienso si entrar o no. Si ella está sola caer de improviso sería bien de película, como les gusta a las mujeres, pero si su mamá o el tata están dentro se me caería la cara de la vergüenza. Me quedo un momento pensando y finalmente decido entrar, porque, ¡mierda!, hay que aprovechar las opciones que la vida nos da a los dichosos.

Entro a paso lento, echo otro vistazo para cerciorarme de que no hay moros en la costa, y camino, al principio sin oír nada, pero escuchándola luego. Reconozco su timbre de voz, aunque doy un paso a atrás cuando pienso que tal vez está hablando con alguien. Se queda callada, pero luego se vuelve a escuchar. Esa segunda vez ya puedo saber que no está hablando con nadie.

La segunda vez ya sé qué es lo que está haciendo, y aun así, por un instinto estúpido, me quedo ahí, parado como imbécil. Y no solo me quedo parado, camino hacia la puerta que está entreabierta también y me asomo, porque ese instinto me sigue bombeando por todo el cuerpo.

Los veo, los veo a los dos. A Óscar y a Verónica. Incluso la voz de Óscar la había reconocido, creo que hasta la asocié de inmediato porque no había ido a clases en la tarde, pero tuve que verlos para caer en lo que estaba pasando.

Los labios me tiemblan, aunque las piernas les ganan en eso de parecer gelatina. Me dan ganas de hacer una escena de película ―no precisamente de la porno en que estaba pensando antes― y descubrirlos a los dos, pero por la poca dignidad que me queda solo me devuelvo por donde entré y cierro la puerta, como ellos debieron haber hecho.

―No haber cerrado la puerta...


Hay cosas que uno no nota hasta que le pasan. Eso que siempre las oyes por aquí y allá y hasta opinas sobre ellas, pero el día en que las vive es cuando se da cuenta de lo mierda que son. Por ejemplo, yo nunca me había puesto a pensar en que cuando a uno le pasa algo muy hijueputa el mundo sigue girando con normalidad. La gente pasa a la par riéndose y cada quien parece feliz en lo suyo.

Otra cosa en la que jamás me hubiera fijado antes es que en las películas ―ya no sé ni en cuáles― el clima siempre está como conectado con los sentimientos del protagonista. Si yo estuviera en una película y me encontrara a mi amigo y a la vieja que me gusta cogiendo, cuando saliera a la calle estaría nublado y empezaría a llover. Y yo no tendría que aguantarme las ganas de llorar como una loca porque como tendría la cara mojada las lágrimas casi ni se notarían, y la gente que pasara al lado no podría verme bien la expresión.

Pues aquí no está lloviendo. Quiero llorar, quiero llorar como una loca, pero no está lloviendo. Las calles de San Ramón tienen bastante movimiento, los carros andan como si nada y hace el mismo calor de mierda que antes.

¿Alguien ha visto una película donde el enamorado de turno pierde a su amor cuando está sudando como cerdo en el día más putamente soleado de la humanidad? Bueno, por eso yo no soy Leonardo DiCaprio o alguna de esas nenas.

Me paro y tomo agua para ver si así se me quita el nudo en la garganta, y mientras siento un par de lágrimas bajarme por la cara pienso en lo mucho que detesto el verano.


5

Los dos días siguientes le digo a mami que estoy enfermo. Generalmente no me creería, pero cuando me ve tirado en la cama y no viendo tele o algo así supongo que lo da por cierto y hasta me trae comida que huele bien, pero no me da mucha hambre.

―Ay, Dios, usted sin ganas de comer. ¿Quiere que le llame un doctor?

―Es que ando con mal de estómago. Un día de estos pasé a comerme una hamburguesa con Óscar y creo que tenía carne de perro, porque me cayó mal.

La sola mención de Óscar hace que de verdad me den ganas de vomitarme ahí mismo, pero me contengo.

Creo que la gente normal lloraría en una situación así, pero yo no he soltado ni una lágrima luego del martes. Todo el miércoles y el jueves me la pasé pensando en Verónica, casi nada en Óscar, pero sobre todo pensé en Marta. No sé muy bien qué es lo que siento. Tampoco se me desgarra el pecho ni nada, solo no me dan ganas de moverme, ando como deprimido.

Ya para el lunes se me ha de haber pasado, o al menos así es como me consuelo para no sentirme tan basura.

Cierro los ojos cuando escucho el celular. Estoy seguro de que es Verónica, algo me lo dice, pero cuando me fijo veo que es de Mateo. Me pregunta que si voy a ir y yo le respondo que no, que ando cansado por el colegio.

No sea tan banano, me responde, hasta vamos a hacer pastel.

Me río, aunque no es nada tan gracioso. Le digo que el banano es él, pero después pienso que la verdad es una buena idea ir. Me he quedado en la casa parasitando muchas horas e igual me siento como una mierda, tal vez salir sea mejor que seguir en estado de putrefacción.


Apenas me alistó un poco para ir y cuando llego Cecilia me abre con una gran sonrisa.

Es curioso como la gente cierra la puerta para hacer pastel, pero no para coger con el mejor amigo del casi novio.

Pido permiso y entro.

―¿Y a usted qué? ¿Lo asustó un fantasma o algo? Está todo blanco ―me dice Mateo.

―No, es que me encontré a la mae que básicamente era mi novia cogiendo con mi amigo.

Estamos entrando a la cocina cuando lo digo y los dos se me quedan viendo como si les hubiera dicho que se les acababa de morir la mamá. La verdad es que debe ser impactante que a uno le digan algo así, pero es que no sé, como que lo tenía pegado en el pecho, como que necesitaba decírselo a alguien, pero no a mi mamá, ni a mis amigos que conocen al hijueputa de Óscar. ¿A quién se lo iba a decir si no a la gente que no me conoce de casi nada? ¿No es la gente con la que hablé sobre con quién debe uno acostarse la más indicada para eso?

No me gusta el calor que hace que uno sude y se le ponga la cara como un tomate, pero el calor que me llena el cuerpo cuando los dos se acercan a preguntarme que cómo me siento, que si necesito agua, y que no sé qué cosas más la verdad es que no me desagrada. Es como cuando uno por fin suelta algo que lo estaba asfixiando.

Ahí, con dos personas poniéndome tanta atención, siento que los ojos se me ponen llorosos. Me llevo las manos para limpiarme, pero salen tantas lágrimas que no me puedo controlar.

Estoy ardiendo.

―No..., no estoy bien..., es que... ¡SERÁN HIJOS DE PUTA! MALPARIDOS, carepich...

Empiezo a llorar como un bebe, sentado en una silla de la cocina como si ahora fuera a mí a quien se me acabara de morir la mamá. Siento la mano de Cecilia sobándome la espalda, consolándome como si fuera algo importante, como si a la gente no la engañaran todo el tiempo... como si yo no hubiera hecho exactamente lo mismo.

Dejo de berrear y me limpio los mocos, recordando que estoy en casa ajena y eso. Me tiembla todo y ya luego del bombazo me siento muy imbécil.

―Perdón.

―No importa, mae, está bien.

Con la mano temblorosa cojo el vaso con agua que me pone Mateo frente a la nariz. Me tomo solo un poco, jalo los mocos, y me doy cuenta que de pronto me siento mucho mejor, como si algo se hubiera desinflado dentro mío.

Me termino el agua, por eso de que soy malo para soportar el calor.

Me limpio los ojos y veo a Mateo y a Cecilia como si fueran un par de extraterrestres.

―¿Se siente bien? ¿Quiere recostarse?

Meneo la cabeza de un lado a otro.

―Estoy bien, gracias a los dos. Es que... necesitaba decírselo a alguien, pero ya estoy bien.

Me levanto; me limpio los ojos otra vez. Nunca me había puesto a pensar en todas las mierdas que uno suelta cuando está triste. Es como si llorar lo volviera una fábrica creadora de mocos, de lágrimas y de aire caliente.

Pero también de consuelo.


6

En la casa de Mateo y Cecilia hay un patio bastante grande; es como un bosque escondido detrás de una casa. Tienen dos palos de naranja y uno de esas guayabas a las que hay que ponerles bolsita porque sino las pica el gusano de la fruta y cuando se abren están todas negras por dentro.

La noche ahí es más fresca y el cielo se ve más pichudo, como con más estrellas. Así que si de por sí me encanta la noche en ese lugar es como un paraíso.

Luego de hacer pan de chocolate en el horno nos sentamos alrededor de uno de los palos de naranja y ponemos el termo en una de las raíces para que no se caiga. El pan lo hicimos con un horno de esos grandes, que ponen el pan crujiente. En mi casa nunca ha habido de esos hornos, o al menos ninguno que yo recuerde, así que ver la masa ir poniéndose dura y oler el gustillo dulce con que se va llenando la cocina es todo un espectáculo.

No hemos hablado de nada de lo de Verónica luego de lo que pasó, pero sí conversamos de otras cosas. Cecilia dice que sus papás son de Limón, pero que la gran parte de su vida la vivieron en San José y hasta hace un año se vinieron a San Ramón para atender el negocio, que les gusta mucho aquí, aunque van siempre de vacaciones a Limón. También me contaron que los dos están en la universidad, ella en primer año y él en segundo. Ella estudia Trabajo Social y él Antropología, aunque a fin de cuentas lo que los dos quieren es trabajar con población de bajos recursos en su provincia natal.

―Limón es una de las provincias más pobres. Tiene una gran diversidad religiosa y étnica, pero está ignorada en los medios de comunicación, y a los costarricenses no se les enseña esa diversidad como parte de su cultura. Además, el sistema educativo que tenemos, centrado en una visión que intenta copiar los sistemas de potencias que no tienen nada que ver con nosotros, no ayuda en nada a la inclusión. ―me explica Cecilia―. Vivimos envidiando la cultura de otros países y no nos damos cuenta del gran tesoro que tenemos cerca.

―Los costarricenses ven a esa diversidad étnica como algo ajeno, como una gente que cree en otros dioses y que no pertenecen a ellos, pero viven a la par ―agrega Mateo.

Yo los escucho mientras veo el cielo. Aunque apenas tienen un par de años más que yo siento como si estuviera hablando con gente de cincuenta años, y me estoy preguntando si ellos son muy inteligentes o yo muy idiota... Creo es un poco de ambas.

La pregunta de qué voy a estudiar ya me tiene hasta los huevos, claro, igual que a todos los que estamos en último año de colegio, pero escuchando a Mateo y Cecilia se me vienen a la cabeza cosas que antes no había tenido en cuenta. Ellos tienen bien definido qué es lo que quieren hacer con su vida, tienen una lucha, algo que proteger, por eso hablan con tantas ganas de lo que estudian. Pero yo no tengo nada de eso.

¿Me tendré que ir a otro lugar a trabajar? ¿Cuánto me irán a pagar? ¿Me alcanzará para comprarme un carro? Esas eran las preguntas que me hacía cada que pensaba en eso de la Universidad. Y esas eran las cosas que otros me decían que tenía que tomar en cuenta, por eso de que la vida está tan difícil. Pero nunca nadie me preguntó si lo que yo iba a estudiar iba a servir para ayudar a otros.

Yo nunca me lo pregunté.

―El otro año entro a la U, pero no había pensado en esas cosas ―les confieso.

―No es su culpa, el colegio tampoco quiere que ustedes se pongan a cuestionarse. Si fuera por ellos solo habría ingenierías y medicina ―dice Mateo.

―Entonces, ¿ustedes creen que esas carreras son malas?

―Ninguna carrera es mala, es el enfoque, Boris. Necesitamos profesionales en todos los campos, pero necesitamos profesionales humanistas, que piensen en más que el dinero y la producción. Podés trabajar con tecnología, por ejemplo, pero también podés ayudar al mundo priorizando y encontrando formas menos contaminantes de usarla. Como le digo, lo importante no es en qué trabaja, sino tener siempre esa tendencia a pensar en cómo crear un mundo mejor para la mayoría, no para los ricos.

Eso me relaja bastante, porque aunque no he pensado en nada específico no quiero limitar mis posibilidades.

―¿Y no le llama la atención nada, de verdad?

―Soy bueno en matemáticas y química. Hay varias cosas que me parecen interesantes, el problema es que no sé si ese interés tenga que ver con estudiar varios años sobre eso y probablemente trabajar en lo mismo. Igual y es solo algo que me atrae de pronto.

―A la mayoría le pasa eso. Igual no hay que preocuparse tanto, el primer año que lleva las generales puede llevar apenas un par de un par de cursillos de la carrera que elija y ya luego se puede cambiar si no le gusta. Pasa mucho que cuando se entra al ambiente como que se le empieza a perder el miedo.

Cecilia es muy buena para hacer parecer las cosas como algo no tan importante, es relajante oírla decir eso. Mis papás y mi hermano más bien lo que hacen es meterme presión.

Nos quedamos un rato en silencio. Mientras tomo café sigo repasando lo que hablamos, pero Mateo interrumpe mi momento hablando del tema que probablemente estaban esperando sacar esos weones.

―Bueno, no nos ha hablado de qué fue lo que pasó.

Pueh loh de siemphe ―respondo con la boca llena de pan de chocolate.

La conversación de antes me calmó y aunque me duele recordarlo ya no me siento tan hecho mierda.

―¿Ya se lo habían hecho otras veces?

―No, me refiero a que es algo que le pasa a muchos, tampoco es tan importante.

―Que le pase a muchos no quiere decir que a usted no le doliera, Boris, no trate de hacerse el duro ―me dice Cecilia.

Por supuesto que me hago el duro, sino terminaría llorando otra vez.

―Yo la quería ―les digo y me digo―. Si me hubiera pasado con cualquier otra mae me hubiera enojado y les habría gritado que los dos eran unos carepichas, pero cuando los vi a los dos no me sentí enojado, sino demasiado triste. Óscar sabía que ella me gustaba, que casi que era mi novia, pero de él me lo hubiera esperado. Me dolió de ella, porque yo la quería.

―Y porque pensó que ella lo quería ―agrega Cecilia.

―Sí, eso también.

―Pero no era su novia, así que básicamente no lo engañaron. Fue usted el que pensó que le debían fidelidad.

¿Ya dije que Cecilia es como un hombre? Debe ser que entre ella y Mateo se cambiaron los papeles.

―No me consuele tanto.

―Yo entiendo a Boris ―dice Mateo―. Pero igual sé que lo que Cecilia dice es cierto, al menos hablando en el sentido estricto.

Sentido estricto mis pelotas.

―Igual ya no importa, no andaría con ella porque me dolió. Solo tengo que evitarla durante lo que queda de mi vida.

No sé si soy cómico sin darme cuenta, pero los dos se ríen.

―Nosotros lo apoyamos en su luto, Boris, usted sabe que siempre tiene nuestra cocina para venir a llorar.

Le saco el dedo a Mateo y siento que la cara se me pone roja como un tomate.

Qué vergüenza, por Dios, pero qué vergüenza. Eso me va a perseguir toda la vida.

―¿A usted también le hicieron lo mismo, negro? Con eso de que dice que me entiende.

―No, solo me lo imagino.

―¿Y a usted le cuesta mucho conseguir un mae? Usted es el primer raro que conozco.

―No sé por qué todo lo que decís suena tan homofóbico.

―Usted sabe que lo digo con amor ―le digo pellizcándole el muslo y riéndome con Cecilia.

Mateo me saca el dedo, aunque luego pone cara de que está pensando.

―Pues no es como si hubieran tan pocos, ya cuando se mete más en el tema conoce más gente. Lo que pasa es que se piensa que los homosexuales son todos muy afeminados, que ser afeminado no tiene nada de malo, pero a la mayoría no podría diferenciarlos.

Mmm. ―Me quedo pensando―. Qué varas que existen playos negros, yo siempre me los imaginaba blancos.

―¿Sabe qué es lo que pasa, mae? Que usted es tan tonto que no puede imaginar a color.

Yo me rio con ganas.

―Es broma, yo no tengo nada en contra de los negros. Tanto problema por cinco centímetros más de picha.

Luego Cecilia me dice que soy un machista y yo le digo que ella es una loca feminista, y así seguimos.

Conversamos de varios temas hasta que se hace tarde. Por mucho que ellos sepan cosas que yo no, me siento muy bien cuando conversamos, porque siempre soy parte de lo que hablan y no necesito fingir. De hecho, no me había dado cuenta de lo mucho que finjo con la otra gente con que me junto, hasta que echo de ver lo sincero que puedo ser con ellos.

―Espero que se acabe el verano pronto, porque lo detesto. Tal vez cuando llegue el invierno pueda pensar mejor en qué estudiar.

―Qué tontera ―dice Mateo.

―Es en serio, todo me sale mal cuando es verano y el hijueputa calor que hace, no lo soporto.

―En la noche no hace calor.

―Sí, pero de noche.

―Pues sí, de noche también es verano, baboso.


7

Hay una frase que dice que no todo es blanco o negro, refiriéndose a que no hay nada completamente bueno ni malo. La gente comúnmente asocia el blanco con lo bueno y el negro con lo malo, pero yo creo que es justo lo contrario. Porque si me hubiera quedado pensando que lo blanco es bueno nunca hubiera encontrado lo verdaderamente bueno del verano: lo negro. Porque la noche que me encanta es negra, el pan de chocolate es negro y Mateo y Cecilia son de piel negra también. Claro, yo soy blanco y eso, pero tampoco hay que ponerse a pensar mucho o se echa a perder.

Creo que es una manera de verlo muy poética, por cierto, así que la apunté para ir por la vida esperando a decírselo a alguien. Tal vez me sirve con alguna mae, porque a las mujeres les gustan los hombres sensibles y eso.

Aunque, tengo que confesar que lo pensé solo porque recordé lo que dijo Cecilia el viernes, y si estaba pensando en eso es porque quería perder el tiempo en algo para no tener que hacer lo que me propuse a hacer durante todo el fin de semana.

La cosa es que todo el fin de semana no fue suficiente para llenar mi bomba de orgullo y valentía, así que cuando finalmente me dirijo a mi meta voy caminando como anciana de iglesia.

―Marta, ¿podemos hablar un momento?

Me vuelve a ver como si yo fuera un fantasma y deja lo que estaba haciendo de lado. Es uno de esos crucigramas que agarra de todos los periódicos, es como adicta a esas cosas, siempre saca un rato en el almuerzo para hacerlos, como si fuera un viejillo de sesenta años.

―¿Qué querés? ―me dice toda amargada.

―Quería pedirle perdón.

Lo dije de una porque, como se sabe, lo mejor es no embarrar de más la mierda.

Vuelve a ver los papelitos esos, como si yo no le hubiera dicho nada. Me quedo ahí parado diez, veinte, treinta segundos, cada uno pesado como una piedra. Cuando pasa el minuto estoy a punto de volverme resignado a que no me va a dar pelota, entonces habla de nuevo.

―¿Y eso? Pensé que en verano todo era borrón y cuenta nueva.

Mucho debe gustarle hacerme sentir mal a esta hijueputa.

―Fue muy estúpido decir eso, por eso vengo a pedirle perdón.

―Apuesto a que ya oyó lo que dicen de Óscar y su novia. Solo viviéndolo en carne propia entendería.

Una emoción que no sé ni qué es me bombea en el pecho cuando escucho eso. ¿El imbécil de Óscar ya fue a contarle a todo el mundo? Aunque tampoco tengo de qué sorprenderme, debí habérmelo esperado. No le voy a contar a Marta que lo vi con mis propios ojos, así que mejor le sigo la corriente.

―Sí, y por eso quería pedirle perdón.

―Debe de quererla mucho para que le haya dolido.

―La verdad es que sí. Por eso ahora sé lo que se siente.

Marta deja otra vez los papeles y me mira a los ojos, para ver si estoy siendo sincero, creo. Marta es así, muy observadora. Es imposible mentirle, siempre se da cuenta de todo.

―Debe de dolerte más a usted, porque yo la verdad ya pensaba en cortarlo. ―Se ríe, seguro de la cara de imbécil que pongo―. Aunque igual me engañó y no acepto sus disculpas... a menos que me invite a almorzar. Se me olvidó mi almuerzo y ya iba para el comedor, pero ya que anda tan arrepentido para qué hacer fila.

También es una tacaña de las peores que conozco.

―El almuerzo es muy caro, la invito a un café.

―Está bien.

Mientras caminamos por el pasillo me doy cuenta de que mi relación con Marta era muy diferente a la que tenía con Verónica. Marta es mi amiga además de mi novia, por eso puedo quedarme callado sin que se sienta esa vara incómoda entre los dos.

―¿A dónde vamos a ir? Quiero comer algo dulce. Pastel, ojalá.

Le sonrío como en mi propia película.

―Yo conozco a quienes hacen el mejor pastel de chocolate de todo San Ramón.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro