Querida Tierra,

Recostada sobre tu faz, solamente por encima de un colosal campo rojo, pude sentir y comprender tu sequía como si fuera mía.

Flotando a través de tus aguas, oscurecidas poco a poco con el tiempo, entendí el pesar de tus mares y lagos como si fueran míos.

Dejándome llevar por el paso del viento espeso, pude ser capaz de sentir el colapso de tus pulmones como si fueran los míos.

Es triste y desafortunado, reconocer que a veces creemos que todo lo tuyo es nuestro; dándolo por hecho, luego de saber que tu sentir forma parte de nuestra vida.

Sin embargo, por aquella misma razón, no hay que olvidar que tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos para que, al relajarnos sobre tus tierras, lo único que podamos sentir sea la vida misma invadiendo tus suelos desde hace siglos.

Asimismo, al sumergirnos en tus aguas, lo único en lo que deberíamos poder pensar es en tu grandeza, en la vasta tonalidad de colores que tienes y en la paz que transmite la diversidad rica que posees.

Finalmente, al regocijarnos con el delicado pasar del viento, lo único que deberíamos querer hacer es vivir y dejar vivir, meramente para continuar disfrutando de esa experiencia por más años. Pues, solamente así, llegaremos a sentir la levedad del ser absoluto. El maravillo regalo de ser uno mismo, pero no poder serlo si no se está en armonía contigo.