Prólogo
Humedad. Frío. Antigüedad.
El aire, denso y pesado, permanecía estático, apenas alterado por la corriente que generaba a su paso un anciano mientras empuñaba en alto una antorcha: ni siquiera esta, que brillaba con intensidad, conseguía penetrar en la densidad de la bruma que se condensaba y escurría por entre los resquicios de los agrietados muros de aquel laberinto subterráneo.
Finalmente, llegó a una estancia inmensa, magnificada por la altitud de sus techos y la oscuridad que la envolvía. En el suelo, un puente de piedra negra, delgado y estrecho, conectaba con el centro de la sala.
Comenzó a atravesar el puente mientras el crujir de la piedra le advertía de su fragilidad: los fragmentos que caían no producían sonido alguno.
Cuando llegó al otro lado, alzó la antorcha.
Cuatro columnas, altas y agrietadas; ajadas y enmohecidas; viejas y polvorientas, y sobre cada una, una blanca y grande calavera.
Una habló.
- ¿Qué haces tú... aquí? -
Su voz, fría, húmeda y antigua, resonó por toda la cavidad.
Apenas con un hilo de voz, pero aparentando fortaleza, el anciano respondió.
- Tenéis la respuesta a esa y a otras muchas preguntas: no hace falta que os las formule. La cuestión es, ¿vais a responderlas?-
- Insolente...- replicó otra.
Tras esto, se hizo el silencio. Durante lo que parecieron eras, no se oyó voz viviente en aquella estancia.
- Calma, no creo que sea consciente de la situación en que se encuentra. -
La voz de otra de las calaveras rompió dicho silencio.
- Oh, ¿de veras?- comenzó el anciano, pero antes de que pudiera continuar su discurso, la primera de las calaveras habló.
- Nuestro cometido no es dar respuesta a tus preguntas, ni por consiguiente, alas a tus ínfulas.-
El anciano, pálido hasta entonces, comenzó a temblar: de ira y de miedo, pero su orgullo no calló.
- Yo os he traído aquí, si no fuera por mí, todavía os estaríais pudriendo en lo más profundo de la cripta de la catedral de Tualasya. Me lo debéis.-
- ¡JAJAJAJAJAJAJA!-
Como si las embargase la locura, las tres calaveras rieron a coro. Era una risa gutural, siniestra; oscura... Cuando callaron, la segunda habló de nuevo.
- Tú, bufón insolente, no controlas nada. -
- No sabes la magnitud de las fuerzas que están en juego. Nosotras estamos aquí porque debemos estar. - respondió la tercera.
El anciano, que parecía retornar el color a su pálido rostro por la ira, respondió.
- Podría mandar esparciros por todo lo ancho del mundo...-
- Y entonces tú no obtendrías nada.- anticipó la primera calavera.
- Doblemente bufón, doblemente insolente...- anotó la segunda.
Encendido, y mostrando una furia que no cabría esperar en un hombre de tan avanzada edad, les espetó.
- ¡Necesito encontrar ese libro!-
Una vez más, se hizo el silencio.
- No es tu cometido, y por tanto no vamos a ayudarte.- formuló la segunda, una vez más, en tono solemne y pausado.
El anciano temblaba salvajemente: en él, la ira, la cólera, el orgullo y el pavor se mezclaron a partes iguales.
- Cuando lo encuentre os arrepentiréis de este momento. ¡Nadie volverá a interponerse en mi camino! Y las primeras en caer, seréis vosotras.-
Una vez más, se hizo el silencio.
- Mírate... Antaño, sabio y erudito, ansiabas el conocimiento por un bien mayor, y ahora solo resta de aquel que fuiste una cáscara vacía y hueca.- dijo la primera calavera.
En aquel momento, la mirada de la segunda calavera se posó sobre el pecho del anciano, sobre el que descansaba un amuleto agrietado y de apariencia tosca, pero delicada.
- Veo que tu insolencia va ligada a ese amuleto pendiente de tu pecho. ¿Dónde hallaste semejante reliquia?... - le inquirió.
- Eso no importa. Si no vais a responderme, no me sois de utilidad. - dijo desafiante.
Un rayo de salvaje locura iluminó las cavidades de aquellas calaveras, otrora ojos vivos y expresivos.
- Es curioso... ¿Conoces su funcionamiento?-
- Sé que con él no podéis manipularme. - contestó arrogante el anciano.
- Cierto, cierto. No podemos tocarte...- comenzó la primera.
- Pero lo que nos rodea sí...- terminó la segunda.
Como si sus palabras cobrasen poder, toda la sala comenzó a temblar. El anciano se pareció percatar del propósito de aquel temblor y corrió, tanto como su estado le permitía, hasta llegar al otro lado del puente.
Encolerizado, lanzó una última mirada de profundo odio hacia el centro de la estancia, y mientras escuchaba las carcajadas enloquecidas de las tres calaveras, volvió tras sus pasos apresuradamente, llevándose así consigo la única luz que entraba en aquella estancia en eras.
Cuando el temblor hubo cesado, en la completa oscuridad que reinaba aquella sala, la primera de ellas habló.
- Se ha puesto en marcha el mecanismo.-
- Es cuestión de tiempo: ha comenzado a despertarse.- dijo la segunda mientras lanzaba una mirada a la cuarta calavera.
Esta, que apenas había sido percibida por el anciano, no distaba en apariencia de las otras tres, salvo por el emblema que descansaba sobre la frente de su cráneo: cada uno era diferente. Aparte de esto, no mostraba signos de reacción alguna: pareciese estar ausente.
- Es hora de que todo vuelva a su sitio.- afirmó la tercera.
- Si... Pero es curioso, ¿podéis verles con claridad?- preguntó la primera.
- No.
- No.
Respondieron una después de otra.
- Lo imaginaba... Nuestro tiempo se acaba.- continuó.
- Estoy cansada: muy cansada.- suspiró la segunda.
- Me pregunto quienes serán...- preguntó la tercera.
Y así, volvió el silencio a la sala.
Sin embargo, no muy lejos de allí, cuando las calaveras volvieron a dormir, alguien despertó...
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