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Capitulo 9

Comenzamos a andar hasta que encontramos el primer cartel, bastante desgastado a decir verdad. Torcimos un par de esquinas e incluso bajamos otro tanto de escaleras, y cuanto más bajábamos más frío hacía.

-- El siguiente cartel no puede andar mucho más lejos, ¿no? -- pregunto mientras me froto los hombros por el fresco que corre.

-- No debería... Hace ya un rato que encontramos el primero y solo hemos bajado cada vez más, y si te soy sincero, no creo que el sótano de la posada esté tan profundo. -- respondió Trad.

Seguimos caminando, esta vez en llano, y encontramos el segundo cartel, aún más gastado que el anterior. Los carteles tan solo daban el nombre del lugar al que conducían y un par de indicaciones: dos giros a la derecha, uno a la izquierda, todo recto y cosas así.

Cuando pasamos el segundo encontramos otros carteles, cada uno apuntando al siguiente cartel y a otros lugares tales como la fosa principal o las diferentes compuertas para el paso del agua. Pero había otros que marcaban lugares del pueblo o incluso de la isla: el puerto, la chatarrería o el colegio de mecánica.

-- Trad, ¿tú sabías lo que había aquí abajo? -- le pregunté mientras caminábamos.

-- Mi padre me dijo que el pasadizo lleva a la posada ''La grieta´´, que queda justo detrás de la muralla. Pero no tenía ni idea de lo que había aquí abajo.--

-- Probablemente sería muy descarado por parte del propietario tener una puerta que saliese directamente de las murallas. Usará las alcantarillas como excusa. --

De repente paramos en seco: comenzamos a oír pasos en la lejanía, o quizás no tan lejanos...

Sonaban erráticos, acelerados y confusos, pero lo que era evidente es que venían hacia nosotros. Sin saber qué hacer, crucé una mirada con Trad e hicimos lo que pide el cuerpo en estas situaciones: huir.

Corrimos sin hacer caso alguno a los carteles. Corrimos y seguimos bajando, pues era hacia donde nos llevaban las escaleras y las pasarelas por las que caminábamos, pero los pasos no hacían más que acercarse y cada vez sonaban más cerca.

Torcimos una esquina a lo que debía ser la bajada más larga y pronunciada de todo el alcantarillado y aguardamos pegados a la pared. El agua caía por una pendiente, como si fuera una cascada, hacia una oscuridad total, y las escaleras eran casi verticales. No sabía a qué le temía más, si a ser descubierto o a lo que pudiera encontrar allí abajo, lo que sé es que, en ese momento me siento vivo. Me sentí más vivo que nunca: el miedo me hizo ser consciente de mi respiración, rápida y entrecortada, de mi corazón, palpitando sincopado, y del sudor frío que me recorre la frente y la espalda.

Apenas debió durar unos segundos, pero se me hicieron eternos.

Trad metió la antorcha en el cauce de agua que corría a nuestra derecha, a fin de que la luz de la misma no nos delatase, y aguantamos la respiración tanto como pudimos para que no se oyeran nuestros jadeos.

Los pasos seguían acercándose, aunque más lentamente. De repente, desde la esquina en la que estábamos vimos reflejada en la pared la luz de otra antorcha, y la sombra que esta proyectaba.

No podíamos guiarnos por la sombra para deducir la identidad de quien la sostenía, porque de ser así sería un monstruo y eso es lo último que esperábamos encontrarnos allí abajo.

Siguió caminando en nuestra dirección y la luz se intensificó.

Estábamos preparándonos para lo que fuese que fuéramos a encontrarnos allí abajo. Trad aguantaba la antorcha a modo de maza y yo me armé con el valor que me quedaba justo a su lado.

Prácticamente la luz de la antorcha se nos echaba encima, y cuando vimos asomarse el brazo de quien la sostenía nos abalanzamos sobre él. Recuerdo que alguien gritó, pero todo sucedió demasiado rápido como para identificar quien fue. No obstante, si que recuerdo que era una voz un poco chillona...

Trad se abalanza sobre el individuo y yo voy detrás para intentar inmovilizarlo. Evidentemente él mostró resistencia, por lo que forcejeamos y nos caímos al agua. Se apagó la antorcha que él llevaba y tan solo quedó negrura. Estábamos tan cerca del salto de agua que la fuerza nos arrastró hasta el mismo y caímos. No fue una caída muy alta, y por suerte había profundidad.

No podíamos chillar porque el agua se nos metía por todas partes, y créeme: el agua de una cloaca no es muy salubre.

Cuando el agua perdió fuerza nos encontramos que estábamos los tres agarrados entre nosotros. El individuo misterioso, por llamarlo de alguna forma, se agarró a la pasarela, con lo que yo, que iba enganchado a la espalda de su túnica, me agarré también y subí. Ayudé a Trad a que subiera también y allí nos quedamos unos instantes, escupiendo el agua que habíamos tragado y recuperando el aliento.

Tras unos instantes, el individuo habló.

-- ¡No tengo dinero! ¡Se lo he dado todo al guardia de la puerta! Por favor, no me hagáis daño. -- sollozó una voz más que conocida.

No doy crédito a lo que oigo. Si no me había quedado muy aturdido tras la caída, esa voz era la de Alexia, y no puedo imaginar qué hace allí abajo.

-- ¿Alexia? -- pregunto desconcertado.

-- ¿Quién eres? -- me devuelve ella igual de desconcertada -- Tu voz me es familiar...

-- ¡Qué demonios haces aquí abajo y por qué nos perseguías? -- chilla Trad entre tosidos.

-- ¡Trad? ¡Markkus? ¡Qué demonios hacéis aquí abajo? -- respondió Xer.

-- ¿Disculpa? ¿Doña Soy-perfecta-en-todo-lo-que-hago-nunca-me-meto-en-líos nos pregunta desde la oscuridad de una alcantarilla qué hacemos aquí metidos con ella? -- dice Trad con su sarcasmo habitual.

Se hizo el silencio, lo cual resultaba bastante incómodo dado que estábamos completamente a oscuras.

-- Bueno, no tenéis que darme explicaciones y yo no os las daré a vosotros. Solo necesito que me saquéis de aquí.-- dijo Alexia con su prepotencia habitual.

-- No, no. Creo que no terminas de entender la gravedad del asunto. Estamos aquí, en lo más profundo de una cloaca, a oscuras y sin un endiablado mapa que nos diga tan siquiera como encontrar la salida más cercana. ¿Qué te hace pensar que podemos sacarte?-- le respondo.

-- Tan inútiles como siempre... -- dijo mientras se llevaba la mano a la mochila.

De ella sacó un portallamas. Es un pequeño aparato que imita las funciones de una vela. En su interior guarda un rollo de cordel metido en aceite de algas refinado. Cuando necesitas luz tan solo tienes que agitarlo y sacar un poco del cordel. En la tapa hay dos piedras que al rozarse generan una chispa, y con dicha chispa se enciende el cordel, que puede arder durante un rato bastante largo en función de lo refinado que esté el aceite de algas.

Alexia lo encendió y una tenue luz verdosa inundó la alcantarilla, lo cual no sé hasta que punto me tranquilizó, ya que solo contribuía a que todo tuviera un aspecto más lúgubre.

-- La próxima vez gástate un poco más de dinero en el aceite de algas... -- dijo Trad mientras se terminaba de exprimir el agua de las ropas.

-- Si quieres lo apago. -- respondió en tono amenazador.

-- Mejor será que nos pongamos a andar. -- dije tratando de zanjar cualquier tipo de posible disputa.

Así, comenzamos a andar durante un rato intentando encontrar algún cartel que nos indicase hacia a dónde debíamos ir hasta que al final dimos con un pasillo muy largo pero iluminado tenuemente por unos pequeños candiles anclados a la pared que proyectaban una luz más cálida y naranja.

Alexia apagó su portallamas y seguimos el pasillo hasta que vimos a lo lejos una pared con una escalera vertical.

-- ¿Habéis visto algún cartel en lo que llevamos andado?-- pregunté.

-- No, pero la verdad es que eso parece una salida. -- dijo Trad mientras corría hacia la escalera y echaba un vistazo hacia arriba. -- Si. Es una salida.

Alexia y yo nos asomamos y vimos a lo que se refería Trad. Desde abajo se veía una trampilla cuadrada desde la que se filtraba una luz cálida y algún que otro ruido como de ajetreo y jaleo.

-- Será el sótano de la posada. -- dijo Trad.

-- ¿Qué posada?-- preguntó Alexia.

-- Es una larga historia. -- respondo. -- ¿Pero como estás tan seguro de que es el de la posada y no el de cualquier otra casa de Puerto Blanco? Hemos dado tantas vueltas por aquí abajo que ya no sé dónde estamos.--

-- Que pasa, ¿ninguno se ha traído una brújula? -- volvió a preguntar Alexia.

Trad y yo nos miramos y reconocimos la estupidez en la cara del otro, pero evidentemente ninguno íbamos a reconocerlo delante de Alexia. ¡Antes la muerte!

-- Eso da igual. Ahora mismo es nuestra única salida, y no pienso dar media vuelta y andar otro tanto para perder el tiempo y perdernos a nosotros mismos. -- respondió Trad.

-- Vamos, que no traéis brújula...-- murmuró Alexia.

Trad le lanzó una mirada asesina y comenzó a subir por la escalera. Debía de tener como diez metros de altura, así que cuando iba por la mitad Alexia y yo comenzamos a subir.

Cuando Trad llegó arriba, pegó la oreja para tratar de averiguar si había mucho movimiento y si era o no seguro salir en ese momento. Tan solo oyó el crepitar de una olla, así que levantó ligeramente la trampilla, solo lo suficiente para comprobar que no había nadie, y así era.

Salimos uno por uno de aquella condenada y oscura cloaca a lo que parecía ser el hueco de un armario empotrado. Era bastante amplio, y en él cupimos los tres una vez salimos. Tras salir Alexia cerré la trampilla con mucho cuidado y esperé junto con mis compañeros, si es que podía llamar a Alexia compañera, a confirmar que no había nadie en la estancia fuera del armario.

-- ¿Dónde estamos? -- pregunta Alexia.

-- Parece que es una cocina.-- dice Trad asomándose por el hueco entre las puertas. -- Sí: es una cocina. Tiene que ser la de la posada.--

Acto seguido, salimos del armario y dimos, como había dicho Trad, a una cocina amplia.

Era cuadrada y bastante simple en cuanto a distribución pero a rebosar de cosas: una mesa en el centro abarrotada de enseres y las paredes repletas de productos de todo tipo. Justo al lado del hueco del que habíamos salido estaba la olla que había oído Trad. En ella se estaría cocinando algún tipo de sopa o guiso que estaba comenzando a rebosar. Justo en ese momento escuchamos pasos al final de la escalera que subía a lo que nosotros creíamos que era la posada. Sin embargo, para nuestra desgracia, no lo era.

-- Ya está el rector exigiendo... ¡Harta! ¡Me tiene harta! -- dijo una voz al principio de la escalera. Acto seguido, esta se abrió y alguien comenzó a bajar.

--Todo el día pidiendo: todo el santo día. Tesa, la comida. Tesa, el desayuno. Tesa, la cena. Tesa, bla. ¡Harta! --

Era una mujer, pero eso fue todo cuanto alcancé a escuchar, porque como alma que lleva el diablo estábamos otra vez metidos en el armario. La tal Tesa debía estar muy concentrada en su enfado porque no escuchó el portazo que dimos con la puerta por la prisa con la que nos metimos dentro.

La mujer siguió murmurando y lanzando improperios sobre el rector. Pasó por delante del armario un par de veces y alguna vez estuvimos a punto de creer que nos iban a descubrir, pero solo recogió un par de ingredientes y un carrito que por allí había. La escuchamos cruzar al otro lado de la cocina, abrir una puerta, meter el carrito y tirar de una campanilla. Tras eso se dirigió a las escaleras, las subió, abrió la puerta y la cerró tras de si al grito de ‘‘¡Qué hartita me tiene!’’

Aguardamos unos segundos y volvimos a salir procurando hacer tanto ruido como una pluma al caer.

Vimos que se había llevado el carrito y que la olla ya no se encontraba en el fuego, por lo que debió haberla sacado por algún sitio. Comenzamos a buscar hasta que Alexia dio con ello.

-- Es un montacargas. --

Abrió una puerta más o menos ancha y alta de rejillas que estaba a ras del suelo. En el hueco que había cabríamos perfectamente Trad y yo, o Trad y Alexia, o cualquier combinación de dos de nosotros.

-- Y allí, --dije señalando las escaleras -- está la puerta.--

-- Yo creo que es más que evidente que no podemos arriesgarnos a salir por ahí.-- dijo Alexia.

En aquel momento el montacargas bajó vacío y a Alexia se le iluminó la mirada. Con un brillo de entusiasmo, y cierto punto de malicia en los ojos, nos miró y nos lanzó el desafío.

-- Venga valientes. ¿Quién se atreve el primero? -- preguntó con aire divertido.

-- Tú has tragado mucha agua. ¡Pero estás loca? ¿Cuando abran el montacargas que vamos a decir? -- respondí alterado.

-- Este montacargas tiene cierre interno, abertura superior y una manivela dentro. Es evidente que lo diseñaron para que pudiera subir el servicio en caso de necesidad. -- respondió ella tras un breve vistazo a su interior.

-- ¿En caso de necesidad? ¿Qué podría obligar a alguien a meterse ahí dentro? -- preguntó Trad.

-- No sabes lo exquisitos que pueden llegar a ser los ricachones idiotas como el rector.-- dijo con Alexia con cierta repugnancia en su voz.

-- Bueno, alguien tiene que ir, así que iré yo primero. --dijo Trad mientras se metía en el montacargas -- Pero voy contigo Kus.--

Yo accedí, y Trad se metió dentro del montacargas, pero justo cuando iba a meterme volvimos a escuchar pasos. Aunque no iban acompañados de los gritos habituales de la señora Tesa, no queríamos ser descubiertos a estas alturas de la historia, así que empujé a Alexia dentro del montacargas.

-- ¡Idiota, te van a ver! ¡Qué haces?-- susurró Trad.

-- ¡Shhhh! Calla y sube con Alexia hasta el despacho del rector. Apuesto lo que sea a que el montacargas tiene que llegar hasta él: no estará tan gordo por casualidad. -- dije con una sonrisa al tiempo que cerraba la puerta del montacargas.

Entre tanto comencé a escuchar cómo los pasos bajaban las escaleras, así que corrí tan silenciosamente como pude hacia el armario, me metí dentro y aguanté la respiración.

Escuché como los pasos daban vueltas por la cocina, cogía algo y se paraba, pero de pronto el ruido del montacargas subiendo me sobresaltó y dejé escapar una exclamación ahogada.

Recé por que quien fuera que estuviese allí no se hubiera enterado. Recé todo lo que supe y tan fuerte como mi fe me permitía, pero no pareció servir de nada. Los pasos volvieron a oírse, y cada vez estaban más cerca. Podría haberme escurrido por la trampilla y esperar allí a que se fuera, ¿pero y si la levantaba? No me daría tiempo a escapar: había mucha distancia hasta abajo y si se proponía a perseguirme me alcanzaría. Además, presa del pánico como estaba me arrinconé en una esquina y esperé, hasta que finalmente pasó lo que tenía que ocurrir.

Las puertas se abrieron, y me encontré cara a cara con el Almirante Blurbey.                                                                                                                                 

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