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Capitulo 7


Ya había llegado a la entrada del bosque, que es básicamente una intersección de los caminos que van a las diferentes casas de las colinas.
Visto de noche, el bosque no resulta un lugar tan acogedor para pasear. El viento silba entre las hojas de los árboles, los animales no paran de moverse de un lado para otro rompiendo ramas, escarbando y royendo cosas cuando no están ululando o graznando. Pareciera como si se cambiase el bosque al completo de la noche a la mañana.
Antes de que me pusiera más nervioso el aspecto del bosque en medio de la noche, vi recortarse la figura de Trad por encima de una colina, lo cual me calmó bastante.
-- Justo a tiempo, -- exclamé, -- este bosque está empezando a ponerme de los nervios.--
-- Ya somos dos, y llevo aquí menos tiempo que tú.-- dijo a media risa, -- Cuanto antes lo crucemos mejor.--
Entramos en el bosque y cuando no pudimos ver la entrada aceleramos el paso. No era cuestión de oscuridad, pues aunque si que estaba bastante oscuro por lo tupido del follaje, había luna llena. Para olvidarnos un poco de lo siniestro del lugar comenzamos a hablar.
-- Bueno,-- dije  -- supongo que sabrás como entrar en la rectoría sin que nos descubran, ¿no?
-- ¿Qué creías? No se me ocurriría ir a un plan así de loco sin al lo menos organizarlo un poco. Es una locura, sí, pero si nos cogen al menos nos tomarán por locos organizados.
Era una de las cosas que más apreciaba de Trad: su humor. En aquellos momentos nos estábamos aventurando en un bosque en mitad de la noche, íbamos a cometer un delito entrando en una casa ajena y otro manipulando documentos oficiales, pero su preocupación era que no nos tomasen por unos locos desordenados.
Sin darnos cuenta prácticamente acabábamos de salir del bosque, y fue entonces cuando la cosa se puso interesante.
La casa abandonada está a tan solo un par de minutos andando desde la salida del bosque; es fácilmente visible.
Como ya he dicho, lleva abandonada, como su nombre bien indica y que yo ya estoy repitiendo demasiado, desde antes de que yo naciese según tengo entendido, así que ver cualquier rastro de movimiento resulta bastante llamativo. Pero si ver movimiento resulta llamativo, imagina nuestra reacción al ver una luz dentro.
-- Qué diablos...-- exclamó Trad.
-- Será alguien del pueblo. --resolví tratando de quitarle importancia -- Si nosotros la pudimos usar como escondite, alguien más podría usarla para yo que sé qué.--
-- Quien quiera que use una choza medio derruida en medio de ninguna parte para hacer cualquier cosa tendría mejores horas para hacerlo.-- dijo bajando el tono de voz. -- ¡Calla! Va a salir.
Mientras hablábamos habíamos estado caminando y ya estábamos bastante cerca de la casa: lo suficiente para ver pero para no ser vistos. O eso esperábamos.
Justo al acabar Trad la frase la puerta de la choza se abrió, y lo que vimos a la luz del candil superó toda expectativa depositada en aquella escapada nocturna.
Ni más ni menos que el Almirante Blurbey.
Sujetaba el candil en alto con una mano, con lo cual su inigualable melena rubia brillaba con tintes cobrizos y era imposible no reconocerlo. En la otra mano lleva un paquete. No es ni muy grande ni muy  abultado, tan solo un paquete. Podría haber sido tranquilamente la caja de un regalo, si no fuera por el hecho de que esa casa estaba completa y absolutamente vacía.
Trad y yo la habíamos usado durante algún tiempo como escondrijo para hacer nuestras pequeñas aportaciones al mundo de la mecánica y conocíamos todos y cada uno de sus recovecos.
Con la misma mano con la que guarda el paquete cierra la puerta de la casa, apaga el candil y se vuelve rumbo a Puerto Blanco.
-- Qué puede buscar un Almirante de la flota real en una casa en ruinas de la más perdida isla del reino...-- se pregunta Trad.
-- La pregunta no es esa, sino qué ha encontrado.-- respondo yo. -- Te recuerdo que hemos desmontado y montado la casa hasta los cimientos, y ahí, a parte de sillas rotas, estantes con kilos de polvo y arañas como perros no había nada. Y tampoco es que hiciese tanto desde la última vez que vinimos.--
-- Bueno, ya que estamos, entremos y echemos un vistazo. Esto nos retrasa los planes.-- dijo Trad.
-- ¿En qué nos afecta lo que haya encontrado Blurbey? -- pregunté.
-- No es lo que haya encontrado, sino dónde lo ha encontrado. Blurbey se iba a quedar en la rectoría a cenar por cortesía de su excelentísima señoría, --dijo con una exagerada reverencia -- y si bien contábamos con que ya habrían cenado y él se dirige ahora a Puerto Blanco, no es de extrañar que el rector no haya empezado todavía a cenar, con lo que las probabilidades de encontrárnoslos antes de tiempo son aún mayores. ¿Cómo ganamos tiempo? Cotilleando. --concluyó con una sonrisa.
Aunque Trad pudiera parecer más simple que el mecanismo de un tornillo, puedo asegurar que no lo es en absoluto. Es de las personas más lúcidas y brillantes que he visto nunca.
Así, nos acercamos a la casa cuando creímos que Blurbey estaba ya lo suficientemente lejos y entramos.
Lo dicho: nada. Cuatro sillas roídas, una mesa coja, un par de estanterías rotas y una chimenea que no ve el fuego desde la prehistoria. Aún con eso y con todo, pusimos la casa tan patas arriba como pudimos, contando con los pocos tiestos que había.
Cuando vimos que aquello no daba resultados empezamos a hacernos preguntas.
-- Si hubiera sacado una vaca habría dejado huellas o algo que pudiéramos encontrar fácilmente, pero esa birria de paquete podía haber estado escondido en cualquier parte.-- dijo Trad aparentemente mosqueado.
-- Sin embargo un paquete de ese tamaño podría haber estado escondido aquí durante años sin ser encontrado, como creo que puede ser...--.


-- Explícate. --
-- Bueno, si la casa lleva aquí desde que la abuela del rey gateaba y el paquete ha estado en ella, tiene que haber estado en algún sitio bien protegido. Debe haber sido algo hueco y probablemente duro. --
-- Solo se me ocurre la mesa. Puede tener un falso fondo o algo. -- dijo ligeramente entusiasmado.
-- ¿Y arriesgarse a que la tirasen, se pudriese o saliese ardiendo? Si vas a dejar algo tanto tiempo sin vigilancia, por lo menos trata de asegurarte de que está bien protegido. No, yo estaba pensando más bien en un ladrillo.-- dije mientras paseaba alrededor de la pequeña estancia.
Si mis sospechas eran ciertas, tendría que haber estado escondido de la vista de todos, pero a la vez fácilmente disponible cuando quien fuera su dueño volviese a reclamarlo. Un ladrillo hueco encajaba bastante bien en mi descripción, pero... ¿Y un hueco en la pared?
Paseé la mano por las paredes en busca de algo que sobresaliese o destacase, pero en el estado en el que estaba la casa no podría decir que las paredes estuviesen precisamente lisas. Sin embargo, cuando llegué a la altura de la chimenea, en el marco de madera del hogar había un tablón que estaba algo levantado.
Miré a Trad entusiasmado y este se acercó aún mas emocionado. Tiré del tablón y con un par de golpecitos conseguí sacarlo. Justo detrás había un hueco; el marco de madera que rodeaba la lumbre de la chimenea creaba un falso fondo.
-- Bingo-- dije con interés.
-- Vale. Ya sabemos dónde estaba escondido el paquete. La pregunta ahora es, ¿qué había dentro?-- preguntó Trad.
-- Creo que la única forma de averiguar eso sería preguntando al Almirante, y no encuentro forma educada ni discreta de hacerlo.--
-- Sea como sea, queda pendiente por descubrir.-- dijo mientras se dirigía a la puerta.
Pero en ese instante vi el candil de Blurbey acercarse a lo lejos.
-- ¡Trad, Blurbey vuelve!-- exclamé en un susurro.
-- Pues será mejor que nos vayamos enterrando en un hoyo bien profundo antes de que lo hagan mi padre y Melsa, porque seguro que esto va a llegar a sus oídos.--
Murmuró estas últimas palabras mientras buscaba algún escondrijo en el que ocultarnos, pero la simpleza de la casa fue el único y mayor obstáculo: no había dónde esconderse.
El candil cada vez brillaba con más fuerza y ya comenzaban a escucharse los pasos del Almirante. Intercambiamos miradas de desesperación y en un momento de lucidez a Trad se le iluminó la mirada. Corrió hacia la chimenea, me miró y susurró '' ¡Cómo en el colegio!´´ y se metió en la chimenea.
En el colegio nos divertíamos escalando por los árboles del patio. No obstante, había dos que eran especialmente grandes como para rodearlos con los brazos pero que estaban lo suficientemente juntos como para treparlos haciendo presión espalda con espalda con otro compañero y apoyando los pies contra los troncos hasta llegar a las primeras ramas en las que poder colgarse.
Era evidente que la chimenea no era tan grande como para permitirnos a Trad y a mí meternos espalda con espalda y con los pies apuntando a las paredes, así que lo hicimos al revés: apoyamos los pies en la pared contraria dentro de la chimenea. Primero se colocó Trad y luego yo, un poco por encima.
Justo a tiempo.
Sonó la puerta abriéndose y pudimos oír las pisadas de Blurbey. Dio un par de vueltas y se detuvo ante la chimenea.
Había dejado el candil sobre la mesa, el cual proyectaba la sombra de su figura sobre la chimenea pero de la que nosotros solo alcanzábamos a ver sus pies.
Se quedó inmóvil frente a la chimenea unos segundos, segundos que nos parecieron horas. Nos miramos, dentro de lo que nos permitía movernos la estrechez de la chimenea, y nos preguntamos que podía habernos delatado. Vi la respuesta ante mí como quien ve hundirse su barco. Ni Melsa enfadada me habría aterrado tanto: el tablón que ocultaba el falso fondo estaba tirado frente a la chimenea.
Estaba a apenas unos centímetros de la boca de la chimenea, y tranquilamente podría haber resultado que se hubiera caído de forma natural dadas las circunstancias en las que se encontraba la casa, pero tan solo hacía falta un gesto de Blurbey para que nos descubriera y pusiese fin a nuestra pequeña aventura.
Me imaginé volviendo a casa acompañado de dos marines y del mismísimo Rector totalmente indignado ante mi comportamiento, soportando la reprimenda monumental de Melsa y su cara de desaprobación durante meses. Pero lo que no soportaba era la idea de volver al hastío de mi aburrida vida campesina.
Y sin embargo, ahí estaba Blurbey, agachándose a recoger el tablón.
Todo pasó a cámara lenta.
Blurbey se agachó, alargó la mano hacia el tablón y lo cogió. Se debió quedar mirándolo unos segundos, extrañado ante su caída. Durante esos mismos segundos nuestras piernas empezaron a temblar, producto del miedo pero también del cansancio.
Se incorporó, colocó el tablón y dio media vuelta.
Oímos los pasos de Blurbey dirigirse hacia la puerta, abrirla y salir por ella.
La noche volvió a ocupar toda la casa, y solo el tenue brillo de la luna que se colaba por una de las ventanas daba cierta visibilidad y calidez al lugar. Esperamos unos segundos para asegurarnos que se había ido y, como si se nos hubieran escapado el alma y las fuerzas del cuerpo, nos dejamos caer estrepitosamente sobre la base de la lumbre.
Nos quedamos así unos segundos, rascándonos las magulladuras del golpe. Nos miramos, y acto seguido empezamos a reírnos como si no hubiera un mañana.
Por primera vez en años me sentí libre, tranquilo y feliz.

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