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Capitulo 3

Recapitulemos: Melsa dice que no me puedo ir, Delio dice que me apoya, y Alexia se va a inscribir a la convocatoria. Bueno: al menos Delio me apoya.

Esas palabras saliendo de la boca de Alexia me sentaron igual que si hubiera saltado desde los acantilados. Todavía no me había apuntado y ya tenía que pensar en como saltar la montaña que ella supondría. Ya lo he dicho, pero creo que no maticé lo suficiente; cuando dije que su habilidad con la mecánica era envidiable se me olvidó añadir un largo "muy".
Me cuesta creer que precisamente  la principal característica que nos unió vaya a ser también la que nos enfrente. 

Cuando teníamos trece años construyó de cero un cebador para los cerdos de su granja. A los catorce consiguió armar un montacargas dentro de su casa capaz de elevar su propio peso, y a los quince ideó un pedalier automático que casi consigue construir a los dieciséis. Gracias al cielo, de haberlo hecho probablemente ya estaría dentro de los Ingenieros... 

Se me iban amontonando los problemas de una forma impresionante. 

--¿Qué es eso que llevas ahí?—dijo Alexia con tono curioso mientras intentaba adivinar que era el trozo de papel que asomaba de entre mis manos. Aunque, evidentemente, ya lo sabía, así que antes de que me diese tiempo a reaccionar me lo arrebató de las manos y lo abrió. 

— Vaya, vaya, vaya... Efectivamente, ¡si que lo sabías mentiroso!—dijo entre risas.—Entonces tu también debes de ir a la rectoría...  Me crucé con Trad hace un rato, supongo que ya debe haberse apuntado, y tú deberías darte prisa. Hoy el rector no parece estar de muy buen humor, cuando he salido empezó a despotricar que iba a cerrar la rectoría toda la mañana, que estaba harto de niñatos y bla, bla, bla...— 

En serio, esto ya era pasarse. 

En aquel momento olvidé a Alexia en aquella callejuela y eché a correr como si no hubiera mañana hasta llegar a la plaza de la rectoría, donde, para mi desgracia, el ordenanza estaba cerrando la puerta.
La rectoría es algo así como el ayuntamiento de las Capitales. Se encarga de regir todo lo que se hace en la isla: comercio, caminos, población y demás. Normalmente debería ser un edificio grande e imponente, pero en este caso no era para tanto, tan solo era un edificio poco más grande que el resto de las casas que rodeaban la plaza con dos grandes columnas grises a cada lado que soportaban un balcón y un tejado un poco más grande de lo normal.
Corrí y atravesé la plaza a toda prisa, pero cuando llegué ya era tarde: el ordenanza acababa de echar el cerrojo a la puerta. 

— ¡Disculpe! ¡Por favor, espere!—exclamé entre jadeos. –Por favor, espere... ¿Cómo es posible ya esté cerrada? ¡Se supone que abre hasta mediodía, y solo son las diez menos cuarto!—dije casi gritando.
— Lo siento chico, el rector no estaba hoy muy agradable la verdad... Ha habido una avalancha de inscripciones para la convocatoria de aspirantes en Eolia y se ha saturado. –dijo el ordenanza. --¡Pero no puede hacer eso!—grité cabreado.
— Oye chaval, no es mi problema lo que haga o deje de hacer el rector: yo solo cumplo órdenes.—

Ya sabía que el ordenanza no tenía ninguna culpa de lo que había ocurrido ni de que el rector fuera un vago consumado, pero él evidentemente no sabía lo que la flojera del rector acababa de ocasionarme. El único viaje que hago al día a Puerto Blanco es el de por la mañana, al mercado con Delio. Después de ese es realmente raro que vaya al pueblo, y es que normalmente no me suele hacer falta, pero lo de hoy era una auténtica emergencia. 

El ordenanza se fue y yo me quedé allí plantado intentando pensar como iba a conseguir apuntarme a las listas, pero por más que pensaba no se me ocurría ninguna idea factible. No podía buscar al rector porque, principalmente, no sabía por donde buscar. Intenté desesperadamente llamar a la puerta durante al menos quince minutos, pero fue totalmente en vano: el rector se había ido, y con él, mi oportunidad. 

Volví a atravesar la plaza para dirigirme otra vez al mercado con Delio, y mientras por el camino pensaba en todo lo que había perdido, me topé con Trad al doblar una esquina . 

— ¡Markkus! ¿Qué haces aquí tan temprano? ¿No deberías estar ayudando a Delio en el puesto?—preguntó con total tranquilidad. 

—Trad no tengo ganas de hablar...— le respondí. –¿Qué ha pasado?— insistió. 

— Han cerrado la rectoría... — contesté. Sin embargo, mis palabras parecieron afectarle más a él que a mí, ya que saltó como un resorte ante mi declaración. 

--¿Cómo! Markkus explícate; son casi las diez y la rectoría cierra a las doce. ¡No puede haber cerrado ya!—dijo Trad casi gritando mientras me agarraba por los hombros y me zarandeaba como si fuera un trapo.
— ¡Cerrada Trad, ce-rra-da! ¿Qué parte es la que no entiendes y por qué te afecta tanto? No eres tú quien se ha quedado sin apuntarse.—dije indignado. — ¿Cómo que no me he quedado sin plaza! ¿Tú me has visto apuntado en algún lado? Porque no recuerdo haberlo hecho.—respondió.
— Me encontré con Alexia hace unos minutos y me dijo que se había cruzado contigo hacía un rato. Supuse que vendrías de la rectoría...--contesté curioso. 

— ¡Fui a comprar recambios para el pedalier en la chatarrería porque se supone que la rectoría no cierra hasta las doce!—dijo indignado. 

Puede que esto suene cruel, pero me sentí aliviado al saber que no había sido el único que se había quedado sin inscribirse. Aunque tampoco es que fuera un gran alivio. El hecho de que Trad también se hubiera quedado fuera no quitaba el que yo lo estuviera también. 

—¿Y ahora que hacemos? Porque no podemos quedarnos aquí de brazos cruzados esperando a que al infeliz del rector le dé por volver. Mi padre me está esperando en la entrada del pueblo, es más, ya debería de estar yéndome si no quiero que se cabree.—dijo mientras comprobaba la hora sobre el reloj que había en el cartel de una tienda. 

—Si... Vete, no te preocupes. Cuando vuelva del mercado iré a verte...— respondí con desdén.
Realmente no tenía ganas de responderle, pero él se despidió con una palmadita en la espalda y echo a correr por la calle hasta que lo perdí de vista.


Yo, mientras tanto, comencé a caminar hacia el mercado, pero no estaba en condiciones de soportar a Delio dándome ordenes ni de escuchar todo el bullicio que caracteriza al mercado a estas horas de la mañana, así que decidí tomar un desvío y comencé a callejear por todo el pueblo evitando y rodeando el mercado, de forma que acabé llegando al puerto. Lo único que quería en ese momento era estar solo. 

Decidí caminar un poco por el muelle hasta llegar a la casa de Tyr, el vigilante.
Es un hombre menudo y de corta estatura, de pelo grisáceo y muy escaso y de una piel tan traslúcida que se podría ver a través de él, sin embargo, sus ojos son de un penetrante color azul marino que, viéndolo en conjunto, dan la sensación de ser lo único que ha evitado el paso de los años, ya que deberá de llevar tantos en el pueblo como la caseta de la colina. Nunca le he preguntado su edad, pero deberá de rondar los ochenta si no los ha cumplido o pasado ya, pero realmente no me importa, ya que es de los pocos habitantes del pueblo con quien tengo trato y es muy amable conmigo, por lo que saber su edad no me resulta imprescindible.

Así pues una vez que llego le saludo con un gesto que el me devuelve con la más amable de sus sonrisas.

—¡Buenos días Markkus! Hacía tiempo que no te veía por aquí. ¿Qué tal todo?— No demasiado bien señor Tyr. No está siendo un buen día...—contesté desganado. 

—Bueno, bueno. Dar un paseo siempre ayuda a ordenar las ideas, y estoy seguro de que tu día mejorará. Ya lo verás — respondió con una agradable sonrisa. 

Eché a caminar mientras veía las pequeñas barcas de pesca regresar con toda su mercancía, algunos barcos más grandes que salían a mar abierto o atracaban, y un solo barco que en otro tiempo debió ser magnífico pero que ahora mismo estaba siendo reparado muy lentamente en la dársena.
Llegué hasta el fondo del muelle, y como este terminaba cerca de la dársena y del dique seco, el nivel del agua era muy bajo. Tanto, que podías bajar y caminar por el fondo del muelle y llegar hasta la playa y conectaba con el principio de los acantilados. No se me ocurría un sitio mejor para pensar. 

Cuando llegué a la playa, me subí sobre una roca plana sobre la cual incluso te puedes tumbar: y eso fue lo que hice. 

Allí echado, comencé a pensar que haría a partir de ese momento. No quería pasarme toda mi vida encerrado en Puerto Blanco. Tampoco hacía falta que fuese a Eolia forzosamente: con solo salir y visitar otras islas me conformaba. ¿Realmente quería levantarme día tras día para ir al mercado, volver a casa, y pasar las horas muertas deambulando por la isla? ¿A eso se reduciría mi vida? 

Pero en aquel momento mi suerte cambió. Y se presentó en forma de nautilo. 

La sirena de los nautilos es muy característica: suena como las ballenas que cada año cruzan cerca de nuestra isla de migración. Y esto es así porque dado el gran tamaño de los nautilos, alguna vez estas los han confundido con congéneres de su misma especie y ha habido algún que otro contratiempo. Así pues, el sonido de la sirena de un nautilo vendría a decir a las ballenas algo así como "no os acerquéis". Y parece ser que funciona. 

Me incliné sobre la piedra y en aquel momento lo vi, y vaya que si lo vi: ¡Debía de ser el modelo Real! Y mi sospecha se cumplió cuando divisé el estandarte del Rey.  Pero había algo que no me cuadraba: ¿Qué hacía un nautilo Real en Puerto Blanco? 

Realmente no es algo que tenga sentido: para recoger a una panda de críos no hace falta un modelo de nautilo tan sumamente caro y tan sumamente grande. Debía haber algún motivo de peso para que un Real llegase a Puerto Blanco; desde luego no debía ser el recoger a los aspirantes de Eolia. 

--¡Markkus, Markkus!—vino gritando Trad.

--¿Has visto lo mismo que yo? ¿De verdad es un Real o puedo empezar a considerarme oficialmente loco?—dijo mientras respiraba grandes bocanadas por la carrera. 

-- Loco llevas desde que naciste Trad, pero eso es un Real: y con el estandarte del Rey.—respondí. –Pero no termino de entender que hace un nautilo así en Puerto Blanco.— 

--¿Hola! ¿Qué hacemos aquí? ¡vamos a enterarnos!—gritó emocionado.  

¿Qué podía hacer ante tanto entusiasmo? Pues correr, evidentemente. Corrimos como si no hubiera mañana, y antes de darnos cuenta estábamos corriendo sobre el muelle y dejando atrás al señor Tyr, que se había quedado dormido en su garita. 

Justo cuando llegamos al principio del muelle, vimos que estaban saliendo algunos de los grandes barcos y buques que había para hacer sitio al nautilo. Y tendrían que salir un par de ellos porque un Real es, valga la redundancia, realmente grande. 

Tendría las dimensiones de dos veces una ballena de largo por 3 de ancho, y la altura... Bueno, más bien la profundidad, sería de aproximadamente dos veces la de mi casa. Que digo, si mi casa es enana... ¡Dos veces la rectoría!  Aquello era una monstruosidad. Pero claro, una monstruosidad digna de un rey. 

Los nautilos normalmente tienen el tamaño de un Trizón, un barco de pasajeros y mercancías a vela, que ya de por sí suele ser grande. Su aspecto es, cuanto menos, curioso. Fueron el invento del Maestro Ingeniero Sedora "El Loco", quien según cuenta, mientras regresaba de un viaje a Isla Supra de una entrevista con el rey, su Trizón naufragó. Aunque él consiguió salvarse, la imagen del Trizón volteado debió de darle la idea, así que diseñó los nautilos como si fueran dos cascos de barcos unidos, siendo la de abajo más grande y recubierta de metal y la superior de madera con un pequeño puesto de vigía.

Así pues, si os podéis imaginar el tamaño de un nautilo normal, multiplicadlo por 4 y obtendréis lo que estábamos viendo en aquel momento Trad y yo. 

Llegando a la entrada del muelle, nos dio tiempo para acercarnos antes de que se aglomerase una multitud curiosa y no nos dejasen ver ni oír nada. Con un poco de suerte, bajamos las escaleras hacia donde se encontraban las barcas y navíos menores y conseguimos acercarnos lo suficiente a la dársena donde arribó el Real, con lo que pudimos oír todo con absoluta claridad. 

Primero sonó una fanfarria, lo cual anunciaba que quien se iba a bajar del barco era importante. Acto seguido, desplegaron la pasarela y bajaron en tropa como veinte soldados uniformados y armados que formaron a sendos lados del muelle. Tras esto, volvió a sonar la fanfarria y comenzó a bajar por la pasarela, ni más ni menos, que un almirante de la Flota Real. 

La cosa se ponía interesante.



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