Capitulo 12
Bajábamos por las calles de la ciudad rumbo al muelle de en silencio, sin prisa pero sin pausa: creo que todos estábamos pensando en lo que había sucedido aquella noche y en el rumbo que estábamos dando a nuestras vidas.
Casi sin darnos cuenta llegamos al muelle, en el que de entre todas las naves allí atracadas, destacaba majestuosamente la silueta de ''Coloso''. Era uno de los buques insignia de la Marina Real: un nautilo de proporciones muchas veces mayores que uno de crucero, que es como designan a los de uso frecuente.
Tenía algún que otro ojo de buey abierto, lo que indicaba que debía de haber tripulantes despiertos: eran poco más de las tres y cuarto.
Nos acercamos hasta casi el final del pantalán que daba acceso al navío, pero no había pasarela ninguna para acceder a él. Blurbey se acercó al casco rojo granate y lo golpeó rítmicamente en una secuencia que debía ser algún tipo de código, ya que a los pocos segundos de acabarla le respondieron. Se apartó un poco del casco y vimos como se abría una puerta corredera en el casco de la nave y poco después una pequeña pasarela metálica se extendía hasta el pantalán.
El almirante nos hizo un gesto con el que nos indicaba que entrásemos, y como era el que me encontraba más cerca de él en aquel momento abrí la expedición hacia el interior de ''Coloso''.
Crucé la pasarela con miedo, ¿o quizás emoción? Creo que una mezcla de ambas.
La puerta daba lugar a un pasillo largo que se extendía a ambos lados, y a la derecha, junto a lo que parecía un panel de control en la pared, un miembro de la tripulación que nos esperaba con una mezcla de sueño, enfado y desconcierto en la cara. Fui dejando paso echándome a la izquierda para que entrase el resto de la nueva tripulación: primero Alexia, luego Trad, y finalmente el Almirante.
Tan pronto como cruzó el umbral al pasillo, el marine esbozó una mueca de desagrado.
-- Señor... ¿No se tenía que quedar a dormir con el Rector de la ciudad? -- preguntó mientras bostezaba y se frotaba los ojos.
-- ¿En ese cuchitril? ¡Ni muerto! Y menos después de comer semejante bazofia... Eso no debe ser sano: no entiendo como sigue vivo ese Rector vuestro. -- dijo mientras se quitaba el abrigo.
-- Nosotros tampoco...-- respondió Trad.
Alexia le pegó un codazo, a lo que Trad gimió y le preguntó por qué lo había hecho: Blurbey simplemente rio.
-- Sois un grupo curioso. Creo que nos lo vamos a pasar bien. --
Acto seguido, cogió a Trad por el cuello, le frotó rápidamente la cabeza con los nudillos y cuando consideró que ya había frotado suficiente (o que debía parar para no prenderle fuego...) le dio una palmada en la espalda y se dirigió al marine.
-- ¡Greiwald! Dales uno de los camarotes para los aspirantes, pero prepara en el mío cena para cuatro. -- dijo alegremente.
Los tres nos miramos sorprendidos.
-- Creo que no habéis tenido tiempo para cenar, y en este nautilo no se mata a nadie de hambre. Eso sí: tampoco toleramos faltas de higiene. Ya me contaréis lo de las cloacas más adelante, pero por ahora duchaos y adecentaos un poco. ¡Greiwald! Ya sabes el protocolo. --
Se alejó por el pasillo hacia la izquierda mientras canturreaba una canción y nosotros, encabezados por el tal Greiwald, fuimos hacia el lado contrario.
-- Encontraréis todo lo que os hace falta para el viaje encima de la cama que escojáis: productos de aseo, ropa de dormir y dos mudas de día. Si fuera necesario... -- empezó, pero un bostezo cortó el discurso -- Que si fuera necesario, algún evento especial o cena extraordinaria con el almirante, se os dará un uniforme para la ocasión. Echad vuestra ropa por la trampilla que encontraréis a la entrada de las duchas: mañana deberían devolvérosla limpia.--
Cuando terminó de pronunciar su discurso habíamos llegado al final del pasillo, hubimos girado un par de esquinas en direcciones que ahora mismo no recuerdo hasta encontrarnos con una compuerta semicircular. En el centro de la misma había una rueda, que Greiwald giró varias veces hasta que sonó un chasquido y se abrió.
Era una habitación amplia, rectangular, con dos filas de literas dispuestas de forma que en el centro de la estancia se formaba un pasillo hasta el fondo, y al lado de cada litera, dos pequeñas taquillas. Al fondo de la estancia había una puerta, y junto a esta, una trampilla, así que supuse que serían las duchas. En total había siete literas a cada lado, por lo que calculé que la habitación tendría capacidad para veintiocho personas, aunque a decir verdad, no recordaba que hubiera tantos inscritos en la lista: seis para los ingenieros, tres para los bibliotecarios y solo uno para los practicantes.
Greiwald volvió a hablar, pero no creí que fuera capaz de terminar sin bostezar de nuevo.
-- Ahí tenéis: escoged litera, duchaos y buenas noches.-- dijo mientras cerraba la puerta tras de sí.
-- ¡Espera! El almirante dijo que cenaríamos con él, ¿pero como vamos a llegar hasta su camarote si no sabemos nada de esta nave?-- exclamó Alexia.
-- Ogh... Cierto. Esto... Un momento. ¡Blurfo! -- susurró asomándose al pasillo. -- ¡Blurfo por favor, tengo sueño: ven ya!-- volvió a susurrar.
Su llamada no obtuvo respuesta, así que sacó una vieja moneda y comenzó a frotarla contra el canto de la puerta. El chirrido que producía no era especialmente molesto, pero a Blurfo no debió de hacerle ninguna gracia.
Sonó un bufido justo encima de donde nos encontrábamos, y antes de que nos diese tiempo a reaccionar, una bola grande, negra y peluda cayó del techo. A simple vista podía parecer una pelusa grande, negra e informe, pero cuando me paré a observarla con detenimiento no creí lo que veía: un jetze.
Los jetzes son una especie muy parecida a los gatos, pero con sutiles diferencias: su pelaje, diez veces más largo, les protege del frío extremo de las Islas Heladas, de donde provienen; sus ojos son siempre negros, salvo cuando están en peligro, que es cuando muestran su tonalidad, única en cada individuo; su cola es también más corta, y sus almohadillas plantares son adherentes, lo que les permite trepar por cualquier superficie. Desde ese momento añadí a mi descripción de los jetze ''hipersensibilidad auditiva''.
-- Es el jetze del almirante: él sabe el camino.-- dijo mientras bostezaba, -- Creo que ya no se me olvida nada... En ese caso, buenas noches novatos.--
Sin mediar palabra, temiendo quizás que las miles de dudas que nos asaltaban le privaran de su sueño, se dio media vuelta y echó a andar hasta que torció una esquina y desapareció.
No sabía muy bien donde tenía los ojos Blurfo, ya he dicho que a mis ojos era una gran pelusa negra, pero sabía que nos estaba examinando de arriba abajo. Cuando terminó de tantearnos, pasó entre las piernas de Trad, que por cierto: estaba blanco como la nieve, entró en la habitación y de un salto se subió a una de las literas más cercanas, donde se sentó a esperar.
-- Esa cosa no se quedará a dormir con nosotros, ¿verdad?-- pregunta Alexia con una mueca de asco.
-- No creo. Ya has oído al tal Geiwald, es del almirante. Probablemente duerma con él en su camarote.-- dije mientras cerraba la puerta de la habitación.
-- Más le vale... -- susurra Trad mientras la sangre le vuelve a la cara. -- Esos bichos son monstruosos. --
Alexia había avanzado hasta la puerta del fondo de la habitación y confirmó que eran las duchas. Tanteó la sala en busca de una litera que le convenciese, y una vez la encontró, cogió el neceser que tenía todos los materiales de aseo y la ropa de día, ya que la de dormir era un simple pijama y se suponía que íbamos a cenar en un rato con el almirante. Hicimos lo mismo, y una vez nos hubimos duchado nos dirigimos a meter la ropa por la trampilla.
Justo al lado de la trampilla, anclada a la pared, había una placa de la que colgaban unas cintas rojas con etiquetas, y encima de ellas, una pluma atada a la placa por una fina cadena plateada. Até mi ropa con una cinta roja después de haber escrito mi nombre en ella y la tiré por la trampilla: no se oyó la caída. Trad y Alexia hicieron lo mismo, y cuando acabaron, como si tuviera plena consciencia de lo que íbamos a hacer, Blurfo saltó de la litera para posarse, ligero como una mota de polvo, frente a la puerta de la habitación.
Abrí la puerta y Blurfo salió primero.
Yo le seguí de cerca, tratando de no perderlo de vista, y Alexia y Trad me seguían a mí. Mientras girábamos por los pasillos siguiendo a Blurfo pude ver mejor como estaba diseñado ''Coloso'': el interior estaba muy bien iluminado con microgeneradores anclados a las paredes. Los microgeneradores son unos pequeños motores que funcionan con el aceite que se extrae de las algas de Puerto Blanco y del resto del archipiélago de las Islas del Viento. Estos prenden el aceite, que arde a muy altas temperaturas, y la llama se hace pasar por un tubo de coridio, un mineral transparente que cuando se calienta brilla con una luz blanca muy intensa.
También vi, como era evidente, el intrincado laberinto de tubos, válvulas y llaves que recorrían el techo y las paredes a fin de alimentar de aceite todos los microgeneradores y abastecer de agua al resto del nautilo: una verdadera hazaña de ingeniería.
Subimos algunas escaleras y llegamos a un pequeño rellano con dos escaleras a cada lado, y en el centro, una puerta con ojo de buey. Blurfo se paró en la puerta y maulló. No era parecido a un gato, ni siquiera podría considerarse animal: era como un silbido suave y melodioso, pero a la vez penetrante. Al momento se abrió la puerta y el almirante Blurbey nos recibió.
Él también se había puesto cómodo: camiseta azul marina de mangas cortas, pantalón de pijama a rayas blancas y azules y sin calcetines.
-- ¡Ya era hora! He estado a punto de empezar sin vosotros. Venga, pasad. --dijo mientras nos invitaba a pasar a su camarote con un gesto de la mano.
Era una sala poco más grande que la nuestra, mucho mejor decorada y acogedora aunque no era ostentosa como cabría esperar de un alto mando de la Marina Real: el suelo y las paredes estaban revestidos de madera clara y había algunos cuadros de barcos antiguos y de bestias marinas de leyenda, pero sin duda lo que más llamaba la atención eran las imponentes vidrieras que habían sustituido lo que debía ser una pared entera de la estancia.
Lo primero que veías al entrar en la estancia eran los cristales, y desde ellos toda la cubierta del nautilo, así como una perfecta panorámica de todo Puerto Blanco: incluso alcancé a ver las casas de la parte alta de la isla. Noté como si se me hubiera formado una piedra en el estómago al pensar en Melsa descubriendo el truco.
Antes de llegar a las ventanas había una mesa rectangular bastante amplia en la estaban dispuestos platos para cuatro personas, y Blurbey nos lo hizo saber indicándonos con un gesto de la mano. Nos fuimos sentando uno a uno de forma que quedé frente a frente con Blurbey y Trad y Alexia del mismo modo entre ellos.
-- Antes de empezar, me gustaría saber que hacían tres chavales como vosotros en las cloacas de la ciudad a las tantas de la noche. Y por favor, -dijo mientras se colocaba una servilleta sobre el regazo- no hace falta mentir a estas alturas.
Pero antes de que tan siquiera me diera tiempo a pensar una respuesta, la puerta del camarote se abrió. Tras ella entraron una serie de pequeños hombrecitos, pero pequeños en estatura, porque lo que les faltaba en altura les sobraba en porte y anchura.
Eran unos tres, y tenían hechuras muy similares: anchos de hombros y de brazos fuertes, piernas compactas y bien formadas, y sus caras parecían talladas en la más áspera y robusta roca que pudieras encontrar en los acantilados de Puerto Blanco. Dos de ellos llevaban barbas bastante pobladas, mientras que el tercero se había dejado una especie de bigote el cual se curvaba al llegar a los extremos.
-- ¡Atūkay! - exclamó incrédulo Trad.
-- Sí, y no les gusta que se les queden mirando, chico. - le devolvió el Almirante Blurbey- Tienen bastante mal humor... -
-- ¡Te he oído, Blurbey! - dijo uno de pronto. - Si no fueras mi superior en este navío ya hacía tiempo que te hubiera pateado el trasero, saco de estiércol de jetze.-
-- Gracias Dolbein, tus halagos me han abierto aún más, si cabe, el apetito. -- respondió el Almirante con su habitual tono sarcástico pero gracioso al mismo tiempo.
Los atūkay, o gente de la piedra eran los famosos habitantes del lejano archipiélago de ATŪK, o archipiélago de roca, una lejana formación de islas muy al oeste de TŪALASYA. Este archipiélago se caracterizaba por los pétreos parajes de sus, del cual recibe su nombre, pero al mismo tiempo es famoso por su inmensa cantidad de cuevas y minas, ricas en piedras preciosas y carbón, muy apreciado porque junto con la esencia de alga parda forman uno de los más potentes carburantes que se han descubierto hasta la fecha. Sus gentes, para poder sobrevivir a tan duras condiciones de vida, acabaron adaptándose tanto al entorno que hasta sus facciones comenzaron a parecerse a aquellas a las de las rocas que tanto trabajaban, pero sin embargo muchos de ellos no podían subsistir, así que, paradójicamente decidieron hacerse a la mar y comenzar a establecer rutas comerciales con el resto de archipiélagos mediante el mar, convirtiéndose en experimentados navegantes y mercaderes. Pocos atūkay quedan en las islas de ATŪK, y los que quedan ya no trabajan en las minas, viviendo de la explotación terciaria de las mismas. Cabe mencionar que no eran famosos por su buen humor.
Comenzaron a servir la mesa, y fue Alexia la que, finalmente, se decidió a responder la pregunta del Almirante.
-- Trad y Markus viven en la parte alta de la isla, así que una vez cerradas las puertas de la muralla no tenían forma de entrar en la ciudad. La única forma de entrar era por... --
-- Por las cloacas. Muy listos, sí señor. Pero, ¿no se os ocurrió que si yo no fuera yo, y os hubiera descubierto trasteando entre los papeles del rector, lo podíais haber pasado muy mal? -- dijo mientras le servían un plato de humeante sopa de marisco.
-- Era nuestra única oportunidad, Señor. -- continuó Trad, quien ya estaba rebañando su plato con un generoso trozo de pan. -- De una u otra forma lo íbamos a pasar mal: si nos pillaban no nos alistaríamos, pero si no lo intentábamos tampoco. No teníamos nada que perder. --
-- Habla por ti, cerebro de guisante. -- respondió Alexia mientras se llevaba una cucharada de sopa a la boca.
-- Y tú, muchacho, ¿por qué andas tan callado? --
Blurbey me estaba preguntando a mí. No me había movido de mi posición desde que me senté en la mesa: el plato estaba delante de mí, sin una sola onda en su superficie, y es que creo que no quería ni respirar.
-- Todavía no me creo que esté aquí, y mucho menos que vaya a ir a EOLYA...-- dije apenas levantando la mirada de la cristalina superficie del plato.
-- Pues será mejor que por lo menos te tomes la sopa o se te va a enfriar, ¡y en este navío no se tira comida! --dijo mientras terminaba un trozo de pan y pedía al tal Dolbein el siguiente plato.
El resto de la cena transcurrió con tranquilidad: el Almirante hacía preguntas, a las cuales siempre contestaban Alexia o Trad para, acto seguido, dedicarse palabras de sarcástico cariño. Cuando terminamos el postre, el Almirante hizo un gesto para que retirasen los platos de la mesa, y con el evidente sopor que produce una comida copiosa, Trad, e incluso Alexia, soltaron algún que otro bostezo.
--Bueno, creo que ya que estamos bien servidos y llenos es momento de retirarnos a descansar. Mañana va a ser un día largo.-- dijo con esa ligera sonrisa que parece estar fija en su rostro. -- ¡Venga! ¡Fuera de aquí!-- añadió mientras gesticulaba con las manos como si tratase de alejar a un gato de su comida.
Trad fue el primero en despedirse y en levantarse de la mesa, seguido de Alexia, que al menos tuvo la decencia de despedirse de nuestro anfitrión. Finalmente, cuando hice ademán de levantarme, pues Trad y Alexia ya habían abandonado el camarote, el Almirante aireó la mano y al instante la puerta del mismo se cerró.
- Markkus, ¿no? Me gustaría hablar un momento contigo: a solas. No será mucho tiempo. - dijo mientras se retiraba la servilleta del regazo al tiempo que se levantaba y comenzaba a rondar la mesa.
- Ha sido un poco irregular todo esto, ¿verdad?- comenzó. - Quiero decir, lo de las alcantarillas, colaros en la casa del rector, etc. Sinceramente, tenéis mucha suerte de que no os hubieran descubierto...- dijo mientras se apoyaba en la mesa. Se quedó mirando por la ventana, mientras jugueteaba con la servilleta.
- Si...- dije, - bueno, en realidad en gran parte se lo debemos a usted. Si no fuera por usted no...- pero no pude terminar.
- Vamos, no ha sido nada. Era una situación especial, por así decirlo. - dijo mientras me guiñaba un ojo. - Sin embargo, Markkus, me gustaría comentarte algo.- añadió. - Cuando lleguemos a eolia, necesitaré algo de ayuda... Llamémoslo ''trabajo de campo''. Nada peligroso, por supuesto.- dijo esbozando esa sonrisa pícara que ya le había visto antes.
- ¿Y está buscando a alguien que pudiera echarle una mano con ese ''trabajo de campo''?- pregunté con cierta intriga.
- Así es.- respondió él sonriente.
- ¿Y había pensado en mí?- pregunté ya con la sospecha de por dónde iban los tiros.
- ¡Ah! Excelente, Markkus. Excelente, de verdad. Eres un chaval encantador. Sabía que estarías dispuesto.- dijo mientras me estrechaba la mano. ¡Yo no había dicho nada! Tan solo había formulado otra pregunta y ya me hallaba en semejante berenjenal...
- Pero Almirante, yo...-
- Nada, nada.- dijo mientras giraba mi silla y me acompañaba a la puerta.- Te daré toda la información cuando lleguemos a Eolia. Por el momento no te preocupes. -dijo abriendo la puerta y casi empujándome fuera de la estancia. - Ah, y una cosa más: mantengámoslo en secreto, ¿de acuerdo? Como vuestra pequeña infiltración en la casa del rector... -añadió con ese tono que implica que realmente no tenía otra opción mientras se inclinaba sobre mí apoyado sobre el marco de la puerta.
Asentí con la cabeza sin saber muy bien en lo que me acababa de meter.
- Perfecto. - dijo mientras me guiñaba un ojo.
Acto seguido, se reclinó, sonrió y cerró la puerta.
Y allí me quedé, en ese débilmente iluminado pasillo, tratando de averiguar a qué era a lo que acababa de acceder y qué supondría para mí, pero como no llegué a ninguna conclusión, decidí que lo mejor sería volver al camarote con Trad y Alexia y dormir: dormir hasta que desembarcásemos en Eolia. Demasiadas emociones para un solo día.
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