Capítulo 1
Si había algo que realmente hubiera cambiado de mi vida por aquel entonces sería el chirriante y penetrante sonido del gallo cacareando como si no volviera a hacerlo jamás. Ya sé que son las seis de la mañana, ya sé que tengo muchas cosas que hacer antes de poder relajarme aunque sean unos minutos, y ya sé que es lo viene después de ese horrible sonido; vaya si lo sabía...
Cada mañana, Melsa se levantaba, cosa que nunca he llegado a comprender, antes incluso de que el gallo cantase: encendía la chimenea, ponía agua a calentar, preparaba unas gachas con la mejor intención del mundo y nos despertaba al resto de la familia. Digo con la mejor intención porque después de tanto tiempo sigue sin saber cocinar unas gachas y todos acabamos comiendo algo de lo que haya por el jardín.
Y eso es algo bueno porque: el jardín es inmenso. Bueno, realmente no es un jardín, es como un gran terreno a medio camino entre bosque salvaje y pradera encantada. Crecen varios árboles frutales tales como manzanos, naranjos, limoneros, cerezos. Hierbas y plantas comestibles como la hierbabuena o la melisa que inundan la casa con su aroma, e incluso lo que era un incipiente huerto que está comenzando a descontrolarse. ¿Cómo sabes cuándo un huerto se está descontrolando? Cuando no eres capaz de diferenciar en una misma mata qué planta es la de los tomates, cual la de las berenjenas y cual la de los pimientos.
Así pues, antes de que me de tiempo a arremolinarme con la sábana, Melsa ya ha entrado en la habitación como si de un huracán se tratase.
--¡Arriba!¡Vamos!¿Sabéis qué hora es? ¡Las seis de la mañana! El mercado abre a las ocho y media y todavía no hay nada en las cestas. ¿A qué esperáis?¡Venga!-- Todo esto lo gritaba cada día con la misma energía y sofoco. Pero eso no es todo; era capaz de ir gritándolo a la vez que nos iba destapando como si no nos mereciésemos dormir ni un segundo más, corría las cortinas y abría las ventanas de par en par, recogía las camisas, pantalones y zapatos de mis hermanos y salía de la habitación con un enérgico portazo.
--No lo volveré a repetir: ¡Arriba!--
Poco a poco fuimos saliendo de nuestros pequeños mundos oníricos; menos Delio, con el que comparto cama. Tiene la extraña, aunque envidiable, habilidad de ignorar los berridos descontrolados de nuestra hermana mayor. Tras Cástor y Pollux, los gemelos tres años más pequeños que Delio, se levantaron Alana y Nea. Alana es un año mayor que yo, aunque prácticamente tiene la misma personalidad que Nea, la pequeña. En realidad todos nos seguimos con pocos años de diferencia menos Nea: Delio tiene diecinueve, Alana tiene dieciocho, yo cumpliré en cinco lunas diecisiete, Cástor y Pollux harán dieciséis en poco más de cuatro, y Nea cumplirá siete tres lunas después de los gemelos.
Melsa no es que sea mucho mayor, cumplirá veintiuno en siete lunas, pero desde la muerte de nuestros padres aparenta bastante más edad. Desde entonces ella se encarga de mantener la casa en pie.
Tenemos una pequeña granja en la parte trasera. No es gran cosa, casi no podría considerarse una granja, pero gracias a ella conseguimos salir adelante. Guardamos diariamente huevos de las gallinas y leche de las vacas, y con la de las cabras, elaboramos queso que vendemos en el mercado, junto con el resto de lo que hayan dado los animales. Con eso y fruta, verdura, y hierbas de nuestro huerto conseguimos ir pagando nuestras necesidades e incluso ahorrar un poco. Lo que no termino de entender es por qué a Melsa no le da por hacer algún día un poco de pan tostado y huevos para desayunar. Creo que todos la querríamos un poco más.
Intento despertar a Delio, pero finalmente es Cástor quien consigue espabilarlo con un método no muy ortodoxo, y es que despertar a alguien tapándole la nariz no debe de serlo. No al menos en mi tierra.
--¿Cuánto creéis que será capaz de aguantar?--Pregunta Cástor.
--Creo que lo vas a averiguar muy pronto...-- Respondió Pollux.
Y es que Delio, sin dejar de aparentar estar dormido, deslizó su mano fuera de la cama y alcanzó un zapato que, a juzgar por el tamaño no debía ser suyo, y se lo arrojó con toda la maldad de que dispone una persona a la que han despertado intentando matar de asfixia.
El zapato pasó rozando la cabeza de Cástor, quien de no ser por unos nada envidiables reflejos, ahora luciría un precioso moratón verde esmeralda en toda la frente, y fue a dar con la puerta del armario que se encontraba en el lado opuesto de la habitación.
--La próxima vez asegúrate de que tu víctima no sobreviva: y menos si es Delio...--Dijo Alana mientras salía del cuarto con Nea de la mano. Ambas parecían bastante entretenidas, y es que a decir verdad, cada día comenzaba con un intento de asesinato por parte de los gemelos hacia Delio. Si no era intentando despertarlo, era al pasarle unas tijeras volando durante el desayuno, con lo que nuestras vidas también corrían peligro, o al guardar sus ''mascotas'' dentro de sus zapatos. Y digo ''mascotas'' porque su concepto de mascota abarca desde la más insignificante lombriz de tierra hasta la tarántula más grande y peluda que encontrasen en el jardín.
Una vez están todos despiertos y aprovechando que han bajado a desayunar, apuro unos minutos solo para contemplar el paisaje que hay desde la ventana que está justo al lado de mi cama. El mismo desenfreno que ha brotado en el jardín parece haber motivado a las enredaderas que cubren la fachada delantera de la casa. Apostaría a que si quisiera bajar trepando por ellas resistirían mi peso y el de dos más como yo. Aparto algunas hojas que comienzan a cubrir el marco de la ventana y me asomo.
Desde ella puedo ver el jardín y la pequeña valla que rodea nuestra casa; una pequeña valla de madera y piedra en la que se encuentra un pequeño cartel que reza ''Casa de los Buril'' junto a una pequeña puerta de madera vieja. Más allá puedo ver el pueblo, rodeado de campos de pastos y siembra, pero lo que realmente me absorbe es la visión del mar. Nuestra casa se encuentra sobre una colina no muy elevada, pero lo suficiente como para poder contemplar todo el pueblo y el mar a lo lejos. En él está el puerto, con su habitual ajetreo de barcos y mercancías, la lonja, donde los marineros y sus mujeres intentan ganarse el pan vendiendo su pescado, y más al oeste, sobre otra colina, una vieja caseta que, a juzgar por el aspecto, debía de llevar allí desde mucho antes que yo este pueblo. Finalmente, si cruzo la habitación y me asomo por la ventana de mis hermanas veo el gallinero y el establo de los animales, y más allá la casa Trad, mi mejor amigo.
Si sigo mirando, mi vista se pierde en un par de casas más, un poco de campo, colinas y finalmente un acantilado rocoso que vuelve a dar al mar, y es que mi pueblo es una isla. No en sentido figurado; es una isla. Aunque tiene de todo.
La parte sur es donde se encuentra el pueblo, con el puerto y una larga playa arenosa. Conforme avanzas hacia el norte vas ascendiendo en altura hasta llegar a la zona central; zona de colinas con pocas casas, las cuales viven de la siembra y del ganado. Si sigues hacia el norte, el terreno se aplana pero sigue estando elevado con respecto al mar, por lo que desemboca en unos acantilados bastante escarpados con algunas pequeñas calas, aunque totalmente inaccesibles a pie. Desde la zona central si te diriges al este tienes una zona boscosa aunque no muy espesa pero sin embargo nada recomendable de atravesar por la noche.
Finalmente al oeste no hay más que pasto, campo y la vieja casucha.
Antes de bajar adecento un poco la cama de mis hermanos, recojo un poco el cuarto y abro la ventana de mis hermanas y de los gemelos. Adecento la mía y de Delio, y cuando voy a abrir la ventana, veo que llega en pedalier el señor Jarre.
El señor Jarre es un gran amigo de la familia y padre de Trad, Rib y Vano, probablemente los mellizos más problemáticos del pueblo. Trad tiene mi misma edad, y Rib y Vano son más pequeños que Cástor y Pollux por dos mareas lunares, pero aun así se llevan muy bien ya que piensan igual, para tormento de Melsa y el señor Jarre.
Con dificultad, consigue frenar el pedalier justo delante de la puerta y apoyándose en el reposapiés logra bajarse.
El pedalier es uno de esos inventos de la capital y producto de la inventiva de Los Ingenieros, un grupo de eruditos en diferentes campos de la ingeniería que se encargan de crear artefactos para El Rey, el cual de vez en cuando, si considera que estos no le son de mucha utilidad, permite que puedan ser vendidos al resto de la población.
Este en particular, lo desechó por considerarlo un invento vulgar y rústico, pero en mi opinión es quizás uno de los más prácticos que hayan inventado nunca. Tiene la forma de un carro de caballos pero de reducidas dimensiones, poco más ancho que un hombre, al que han abierto dos espacios para meter las piernas y en los cuales hay unos pedales. Estos pedales están conectados a las ruedas del carro, con lo que cuando los pisas, mueves el pedal y con él la rueda, pudiendo así hacer que se mueva sin necesidad de usar animales. En cuanto a la dirección, se guía por una palanca que gira las ruedas según la dirección a la que se quiera ir, además, en la misma palanca tiene añadida una palanca secundaria que hace la función de frenado. Tiene capacidad para llevar algunas cestas, y algunos incluso tienen capacidad para llevar dos o tres pasajeros. Los más modernos traen incluidos unas cavidades redondas en las que hay insertadas unos candiles con forma cilíndrica. Estos tienen la mitad forrada con una mezcla de nácar triturado y resina que hace que la luz de la vela que se introduce dentro sea reflejada, de tal forma que se aprovecha una mayor cantidad de luz y es posible viajar en pedalier por la noche.
El del señor Jarre es de estos últimos, y bastante moderno a decir verdad. El nuestro es uno de los primeros que salieron. Solo tiene capacidad para tres cestas y el conductor, aunque a decir verdad: para qué queremos más. No podemos permitirnos un caballo, y este pedalier nos permite transportar lo necesario para comprar y vender en el pueblo.
--¡Buenos días familia!-- Dijo desde la entrada.--Traigo buenas noticias, ¡desde la capital!--.
No sé por qué, pero lo que viene de la capital suele ser de todo menos bueno, sin embargo, esto si lo era. Alana fue quien abrió la puerta, le pidió su gorra y su chaqueta, y con un gesto amable colgó ambas en el perchero que hay detrás de la puerta.
El señor Jarre es un hombre de mediana edad, no alcanzará la cincuentena por pocos años, pero su forma física es más que envidiable. Alto y fornido, tiene un pelo alborotado y cobrizo que cae en una media melena sobre sus hombros. Su cara, aunque conserva una vitalidad más propia de un niño de mi edad, muestra las marcas del tiempo y el mar. Una poblada barba color zanahoria le cubre casi totalmente los labios, por lo que parece que sea una barba parlante más que una persona hablando, y unas cejas del mismo color y espesor se extienden en su frente. Alana y Nea se divierten encontrando similitudes entre estas y animales peludos. La última fue que parecían dos gatos acostados, lo cual se encargan de recordarnos haciendo gestos cada vez que se le menciona.
Poco a poco vamos sentándonos en la mesa y Melsa se dispone a servirnos su ''delicioso'' desayuno, ante lo cual ya todos sabemos como reaccionar; poco a poco debemos ir rellenando la olla de las gachas sin que Melsa se dé cuenta, aunque por desgracia, el señor Jarre no había disfrutado nunca de un auténtico desayuno hecho por Melsa, por lo que al ofrecerle ésta asiento y comida, no dudó en afirmar enérgicamente. El hambre de haber madrugado para ir al pueblo debió de nublarle el juicio, porque parece ser que cinco caras haciendo gestos asco hacia la comida no debieron decirle nada...
Melsa comenzó a servirnos generosas cantidades de gachas en cuencos que debían tener la profundidad de un pozo, porque me parecía que nunca se llenaban. Mientras tanto, el señor Jarre sacó de su bolsa de viaje, abarrotada de papeles, lo que parecía ser un anuncio, y desplegándolo sobre la mesa, comenzó a hablar.
--La Catedral, La Biblioteca y El Gremio de Ingenieros han publicado una nueva lista de vacantes para suplir. Dicen que los candidatos deben estar en edades comprendidas entre los catorce y los dieciocho, y que a todos se les dará, durante el periodo que dure la selección, alojamiento y manutención--.
En aquel momento se me iluminó la mirada.
Era mi oportunidad de dejar el pueblo y mi monótona vida de campesino isleño. Pero, como siempre, ahí estaba Melsa para convertir toda aspiración o esperanza en algo parecido a sus gachas...
--Aquí no creo que nadie tenga intención de ir a la capital. Todos estamos contentos con los trabajos que tenemos. Nea y Alana me ayudan con la casa y el jardín. Cástor y Pollux sencillamente no tienen mucho futuro fuera de los cobertizos con los animales; son... un poco bestias-- dijo intentando que no se dieran cuenta. Aunque a decir verdad, no se alejaba mucho de la realidad que estaba describiendo, porque en ese instante ambos estaban a punto de asaltar con un cuchillo a un pobre ratón que tuvo la mala suerte de dejarse ver delante de ellos.
--Quizás Delio podría intentarlo a pesar de que ya tiene diecinueve. Al menos con los Ingenieros puede tener algún futuro como ayudante, y sería un gran alivio para la familia tener un dinero fijo todos los meses.--dijo mientras terminaba de servir a los gemelos y de salvar de un escobazo al ratón de una muerte segura a manos de Pollux.
--No tengo ninguna intención de unirme a los Ingenieros; ni como ayudante, ni como uno de ellos-- dijo Delio con tono tajante. --Seguiré ayudando al señor Wolfrey en el mercado. Con un poco de suerte se jubilará dentro de poco y me cederá la propiedad. Es un empleo mucho más seguro que andar con locos paseándome de un lado para otro.—
Sé que Delio tiene un carácter poco delicado, pero se trataba de los Ingenieros; el cuerpo de élite al que yo deseaba pertenecer más que a ningún otro lugar en el mundo. Pero justo cuando iba a rebatirle, el señor Jarre habló.
--Tampoco es necesario unirse a los Ingenieros forzosamente. Hay vacantes también como ayudante de cámara en La Catedral, como ordenanza en la biblioteca, o incluso como aprendiz de Bibliotecario. Trad quiere presentarse para ese, aunque ya le hemos dicho que no tiene formación para presentarse. Tendría que competir contra todos los aspirantes de la capital y del resto de islas, pero si él quiere, quienes somos nosotros para impedírselo.-- No daba crédito a lo que acababa de oír; ¡Trad se iba a presentar a los Exámenes de Acceso!
--Que tenga mucha suerte. No son muchos los que consiguen pasar las primeras tandas de exámenes. Y menos aun los que cuando los terminan siguen teniendo ganas de acceder al puesto.--dijo Delio.
Los Exámenes de Acceso no eran, propiamente dichos, unos exámenes ordinarios como los que te hacían en la escuela. Eran más bien una serie de pruebas tanto prácticas como teóricas en las que debías demostrar que tenías los conocimientos necesarios para optar a la vacante.
Había una primera ronda en la que evaluaban los conocimientos básicos que debías de haber adquirido en la escuela y sin los cuales no podías optar al puesto que ofrecían. En esa no solía haber problemas porque la mayoría de los que intentan acceder al puesto han ido a la escuela.
El problema comienza a partir de la segunda ronda de exámenes. A partir de aquí, cada gremio establece su propio número de exámenes y los contenidos de los mismos. Por ejemplo, cuando quedan vacantes libres en algún navío se llenan muy rápidamente porque los exámenes del gremio marine son por lo general para gente con poca formación y más experiencia en el mar. Sin embargo, una vez nos contaron en la escuela que una selección de candidatos para aprendices de Bibliotecarios duró cinco días, ya que uno de los exámenes fue escribir un tratado sobre caligrafía locria desde cero.
También es sabido que los exámenes para aprendiz de Ingeniero suelen ser los más problemáticos, ya que suelen pedir conocimientos sobre ciencias, alquimia o mecánica, incluso alguna vez han pedido a candidatos la creación de algún artefacto a partir de chatarra o cosas al azar.
La tercera ronda es la más temida, ya que es ideada personalmente por cada uno de los Maestres de los diferentes gremios y es única y exclusiva para cada participante.
Si eres capaz de superar todas y cada una de las rondas solo tienes que realizar una entrevista con el Jefe del gremio. No obstante, si éste no considera tras la entrevista que debas optar al puesto, no lo harás.
--Eso espero.--dijo el señor Jarre.--No obstante, vine a avisaros pensando en alguien que sé que al menos estaría interesado en esta noticia...-- En ese instante se me heló la sangre en las venas. El señor Jarre me lanzó una mirada simpática, graciosa, como si supiese de antemano mi respuesta. También creo que sabía lo que aquella insinuación desataría en Melsa.
--¡Ni en sueños! Markkus no ha vuelto a coger un libro desde que terminó la escuela, ¡y de eso hacen ya dos años! Además, no tenemos dinero para un nautilo a Eolia.-- dijo Melsa queriendo cerrar toda discusión. Sin embargo el señor Jarre no se dio por vencido, y viendo mi cara de desesperación siguió insistiendo.
--Melsa, Trad tampoco ha vuelto a coger un libro desde que dejó la escuela. Pero creo que tiene posibilidades. Además, todos sabemos de las capacidades de Kus para la mecánica. Podría llegar a ser un gran ingeniero si se le da la oportunidad. Además, por el nautilo no te preocupes; un nautilo se encarga de recoger a los aspirantes de las islas circundantes.--
Viendo la cara de negación de Melsa el señor Jarre decidió insistir un poco más, pero acabó excediéndose. -- Kus siempre han tenido grandes aptitudes, y tu padre lo sabía...--
Efectivamente, el señor Jarre se excedió mencionando a mi padre. Nuestra madre murió tras el nacimiento de Nea, y mi padre nos crió lo mejor que puede criar a siete hijos un marinero. Pero un día de invierno, el nautilo que se suponía debía de traer a mi padre de vuelta desde Eolia se hundió a medio camino entre las islas. Nadie supo explicar el por qué.
Cuando eso ocurrió, Melsa apenas tenía dieciocho años, y desde entonces ha cargado con todo el peso de la familia, de la casa, y de los problemas. Así que, tras mencionar a mi padre Melsa palideció. Su sombra siempre le había resultado muy alargada.
--Señor Jarre, agradezco su visita, pero está decidido: Markkus seguirá ayudando a Delio en el mercado. Ahora, si nos disculpa, tengo que encargarme de que mi familia salga adelante con algo más que sueños.--
Y con un gesto serio, Melsa se levantó de la mesa y se dirigió hacia la cocina. Supongo que saldría por la puerta trasera hacia el gallinero a recoger los huevos y ordeñar a las vacas.
El señor Jarre se levantó de la mesa con la decepción pintada en su cara. Alana se levantó también para acompañar al señor Jarre, y como por efecto dominó, todos acabamos levantándonos también.
Le dio su chaqueta y su gorra, y cuando estuvo a punto de salir, se giró, me miró y me dijo.
--Lo he intentado Markkus.--
No había nada que yo pudiera hacer. Así que, junto con el resto de mis hermanos, me dirigí a la mesa y comencé a recogerla, cuando como si el propio destino quisiera ayudarme, me di cuenta de que el señor Jarre se había olvidado el anuncio sobre la mesa. En él ponía claramente la lista de puestos vacantes y los días para las inscripciones; ¡y el plazo acababa hoy!
Seguí leyendo cada vez más entusiasmado hasta qué, sin darme cuenta de que había regresado, Melsa cogió el anuncio, y en un abrir y cerrar de ojos, y antes de que tan siquiera me diera tiempo a lamentarme, lo había hecho trizas y arrojado al hogar.
--No me hubiera gustado que leyeses eso Markkus. No quiero que te hagas falsas ilusiones.-- dijo sacudiéndose el delantal. --Algún día podrás ir a Eolia y presentarte a Jefe de Ingenieros si quieres, pero hoy te necesitamos en casa. Yo te necesito en casa.--
Estas últimas palabras sonaron como un murmullo, colgando de un hilo de voz. Nunca había visto a Melsa tan seria, ni tan triste a la vez.
Sin embargo, a pesar de que no había tenido tiempo de leer todo el anuncio, si alcancé a leer lo más importante: habían convocadas cinco plazas para aprendiz de Ingeniero, las listas se cerraban hoy a las doce de la mañana, y el nautilo con los aspirantes saldría la madrugada del día siguiente.
Tenía muchas cosas en las que pensar.
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