XIV
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Amanda leyó todo el fin de semana libros de amor para tratar de olvidarse de Emi. Nada sirvió. En su mente sólo se reproducía el rostro de Emi, sonrieron, mientras bailaban una dulce melodía.
No puedo estar tan obsesionada con un simple baile, pensó la chica.
Pero lo estaba.
No se veía capaz de concentrarse en otra cosa que no fuera el intenso deseo de volver a bailar con Emi.
Amanda nunca había sentido algo así. Cuando bailaba con Robert siempre se sentía como una obligación mas que por un gusto. Y ahora, a pesar de que había un contrato de por medio y pudiera contar como una responsabilidad, bailar con el chico era ligero y divertido.
Su sangre burbujeaba y su boca sólo sabía sonreír cuando estaba frente a él. Su cuerpo ardía, y su corazón se llenaba de emoción. Percibía que algo en su pecho se volvía completo, olvidando los días en los que algún día estuvo vacío.
¿Qué significaba?
Amanda ya sabía. Sin embargo, se rehusaba a aceptarlo. Si lo hace, se vería completamente destrozada en el futuro.
Los libros de romance dicen... los libros de romance explican... los libros de romance describen mi sentir.
Los libros de romance eran la única referencia de Amanda. Eran lo único que podrían decirle que significaba todo el embrollo que pasaba en su mente.
Era un juego de jalar y estirar.
¿Podría ser verdad?
Es mejor no aceptarlo.
Se sentía dividida, cómo un juego de ajedrez.
En un lado estaba el impulso de aceptarlo, de gritarlo por la ventana para que todos lo escucharan. Ese lado no le temía a nada, ese lado estaba lleno de esperanzas; era fiel creyente de las historias de amor, afirmando que con el suficiente cariño todo sería posible, incluso para aquello que no lo parecía.
El otro bando se negaba rotundamente a eso. Ese bando estaba aterrado. Pensaba con claridad y lógica. Ese bando sabía que al amor no todo lo podía, y que con un paso en falso el corazón de Amanda terminaría destrozado.
Los dos puestos creían que su decisión era la correcta. El optimismo y la cautela se miraron fijamente en un interminable juego de ajedrez.
Amanda era el tablero, aguantando la confrontación que sucedía en su cabeza.
Todo porque su corazón le había dictado que quería a Emi.
Emi nunca había leído una historia de amor. Así que no tenía manera de entender lo que sentía.
Arrugó con fuerza el papel que tenía en su mano. No podía concentrarse en su trabajo. Su mente estaba demasiado concentrada en entender sus emociones. La frustración lo acogía cada que llegaba a un callejón en salida.
¿Cuáles eran sus reales sentimientos por Amanda? ¿De verdad era mentira cuando se decía que todo lo hacía por el contrato? ¿No había un atisbo de verdad en su monto de engaños?
Todas las preguntas regresaban con cada pestañeo. No alcanzaba a lograr su trabajo cuando su pecho se acogía en confusión.
No le gustaba nada de eso.
Esta era la razón exacta de porqué los sentimientos no hacían mas que estorbarle. Desde pequeño le habían enseñado que su único deber era traer honor y orgullo a su nombre y criar a un heredero tan perfecto y eficiente como él. Nunca le habían dicho nada sobre enamorarse, o que hacer cuando sus ojos no miraban otra cosa que unas hermosas lobelias.
La cabeza le dolía por tanto pensar, por tanto esfuerzo de encontrar la respuesta a sus imposibles preguntas.
No tenía nada claro en ese momento. Solo una imagen borrosa de los ojos de Amanda, brillando y atrayéndole.
Si seguía su angelical sonrisa caería en hoyo sin fondo, y ahí estaría perdido para siempre.
No podía permitir eso. No podía abandonar todo la fama que había ganando sacrificando su vida por una chica. No se dejaría persuadir por unos ojos bonitos y una letal sonrisa. Tenía que tener autocontrol, tenía que atar su cuello contra la pared para así parar cada intento de escape. No importaba cuanto dolería, cuanto sangraría, lo esencial era resguardar el nombre que tanto sufrimiento le daba.
Por esto el amor no funciona para mí. Yo no necesito un distractor, yo necesito olvidarme de ella.
Pero olvidarse de Amanda parecía a mil años luz de distancia. Intentarlo era imposible.
Esos ojos azules lo perseguirían toda una vida.
Emi cerró sus parpados y resguardó su cabeza entre sus manos.
La imagen de la chica apareció como un reflejo.
Podía ver perfectamente cuanto mechones sobresalían, o como su pecho se movía con cada respiración.
Siempre podía ver a Amanda. En sus sueños era la protagonista. En sus memorias su sol y luna.
La única manera en que la chica desapareciera de su mente es si estaba con ella. Esa era la cura para su mal.
Emi dio un brinco, parándose de la silla. Caminó por toda la oficina. Había papeles tirados, víctimas de su desesperación. La luz a penas llegaba al cuarto ya que las cortinas estaban cerradas. Los focos en los techos no eran suficiente para iluminar apropiadamente la habitación. Pero así le gustaba al chico, la oscuridad lo ayudaba a pensar.
Emi se acostó en el suelo, con la adrenalina recorriéndole por la sangre. Miró el techo con inexistente atención. Las diferentes formas contaban una historia de valentía. Pero a él ya no le interesaba eso. Ahora tenía otras cosas en su cabeza.
Giró su cuerpo e imaginó que cerca de él estaba Amanda.
Eso era. Sin Amanda se sentía confundido, con Amanda tenía la calma que tanto ansiaba.
¿Qué significaba eso? Podía significar nada o podía significar todo.
Emi aún no conocía todas las respuestas, de hecho no conocía alguna. Pero ahora entendía mejor su enfermedad.
Era tan simple. Tan complicado. Tan tierno.
Necesito a Amanda, si ella está conmigo yo podré enfocarme.
En palabras de un romántico sería:
La existencia de Emi no respiraba por otra razón que no fuera apreciar a Amanda.
Y cuando ella no estaba, él ya no respiraba.
Otro baile. Otra razón para verse.
Amanda había mandado una carta a Emi preguntándole si iría al debut de la hija de un marqués. Emi dijo que si iría porque tenía que ver unos negocios. La verdadera razón es que el chico sólo estaría en la fiesta para ver a Amanda. La extrañaba como un loco.
La vestidura de Amanda brillaba. O tal vez era Amanda quien brillaba. Su vestido era verde enebro y consistía en un abertura un poco escotada, sin mangas, pero con una tela mas oscura que iba desde sus hombros al final de sus senos. Lo demás era liso hasta llegar a la cintura, donde tenía un cinturón del mismo verde oscuro. La falda era recta, pero con algo de vuelo. Cada que giraba el tejido se balanceaba de un lado a otro. Su cabello estaba trenzado, dejando ciertos mechones enmarcar su rostro. Su listón era rojo opaco.
Emilianno de Yunn bajó las escaleras con los ojos deslumbrando de emoción. Buscaron instantáneamente a Amanda. Ella sonrió al verlo, su corazón dio un vuelco.
—¿Cuándo piensas regresarme mi cinta? —preguntó a penas el chico estuvo a su altura.
—Tú también te ves hermosa —Amanda se sonrojó y Emi sonrió.
—Evades mi pregunta —sentenció, escéptica.
—Luego la contestaré. Mientras tanto tomemos algo —alzó su mano y un mesero llegó a ofrecerlos champagne. Emi pilló una para él y otra para la chica. Se la ofreció y los dos sintieron el dulce sabor del alcohol.
—Espero que no trates de emborracharme —acusó Amanda, con su dedo apuntándolo.
—Nunca podría hacer eso —respondió, indignado.
—Te creo muy capaz de hacerlo. Probablemente quieres avergonzarme.
—Sólo quiero hacerte reír —Amanda asintió indiferente, y volteó su cabeza para ver a un grupo de personas. La justificación real de su acto es que no quería que el chico supiera que se había sonrojado por ese tonto comentario.
Estoy perdida, tan perdida.
—¿Te gustaría ir al jardín? —preguntó Emi, de repente. Amanda se sorprendió pero no tardó en aceptar. A decir verdad es que ya se estaba cansando de las cientos de miradas que juzgaban cada respiración que tomaba.
Salieron al pasillo y llamaron a Daisy para que fuera de chaperona. Aunque quisieran privacidad si alguien descubría que estaban solos la reputación de los dos decaería tan rápido que sería un tragedia volverla a levantar.
Observaron atentamente el jardín. Como la otra vez, Emi sabía hacia donde ir.
—¿Cómo conoces este jardín? —cuestionó la chica.
—Siempre que me siento sofocado salgo. Después de un tiempo, con todo lo que salía, conocí casi todos los jardines —se sinceró. Amanda tuvo la tentación de tomarle de la mano.
—Es un punto a tu favor. Yo nunca sé donde estoy parada —trató de bromear, viendo atentamente la reacción de Emi. Este sonrió levemente.
—Yo siempre te guiaré —se miraron por un segundo, sólo por uno, pero eso fue suficiente para hacerlos sonrojar.
Que extraño, Emi, tú pareces ser mi perdición.
Caminaron por un rato, en completo silencio. Daisy estaba nerviosa, ¿se habrían peleado? Pero el ambiente se percibía tan tranquilo y cómodo que era imposible.
La pareja falsa observó cada parte del jardín. Inhalando el aroma de las flores y exhalando el olor de dicha.
—Lobelias —exclamó el chico. Se agachó y arrancó algunas.
—Eso es ilegal.
—¿Le dirás a alguien?
—Depende de que tan bien me trates.
—Mhmm, entonces tendré que correr la policía.
—¿Prefieres correr antes de tratarme bien? —enfurruñada, Amanda cruzó los brazos. El chico se levantó y comenzó a caminar.
—Sí, los policías me dan miedo, tú no —contestó Emi, riéndose abiertamente.
—No dirás eso cuando me enoje —dijo, muy digna.
—Ya te haré enojar —Amanda se dio cuenta que si decía que sí Emi sabría que tenía el poder de hacerla enojar, y eso en su extraño lenguaje competitivo significaba perder.
—Inténtalo —lo retó, muy segura de que ella no se enojaría.
Incorrecto. Amanda tenía un temperamento muy... ¿activo?
Cállate.
¿Ven?
—Mira, un pajarito —expresó Emi, subiendo su rostro para ver el cielo.
—No hay pájaros en la noche —la chica en vez de mirar la noche estrellada contempló a el chico.
—Ven, pajarito —Emi ignoró a Amanda y alzó su brazo —, aquí hay una casita para ti —exclamó ante de dejar caer su brazo encima de la cabeza de Amanda. Ella trató de quitarlo pero él era mas fuerte —. Puedes dormir en el cabello de esa —completamente irritada Amanda saltó logrando soltarse del agarre de Emi.
—¡Esa tu abuela! —gritó, molesta. Emi la miró con los ojos brillándole de diversión.
—No tengo abuela —las mejillas de Amanda se tiñeron de rojo.
—¿Cómo que no tienes? Todos tenemos abuelas —habló, aún decidida a no perder. Aunque si somos sinceros Amanda ya había perdido.
—Pues yo no tengo. Ella ya no está
—¿Pero antes tuviste?
—Sí —la chica rodó los ojos y Emi tuvo el impulso de reír.
—Pues ahí está.
—¿Mi abuela? Te digo que ella ya no está —Amanda explotó.
—¡Ya cállate! —ordenó, exasperada.
—Gané.
—Ganó tu abuela, y como ella ya no está entonces gané yo —Amanda, quien no gana la empata.
—Yo puedo recibir el premio por ella.
—Así no funciona, yo gané y punto.
—Pero si yo fui quien te hizo enojar.
—Tu abuela me hizo enojar, no tú.
—Tengo la misma sangre que mi abuela, así que lógicamente soy similar a mi abuela. Eso cuenta.
—No —Amanda entrecerró los ojos, mirando a Emi con ganas de asesinarlo.
—Sí —y así se pasaron largos momentos. Al final Daisy entró en escena y preguntó si no tenían frío. Los dos negaron, pero decidieron volver al baile por el bien de la muchacha.
—Ten —frente a Amanda había un ramo de lobelias. Un Emi muy sonrojado se las estaba ofreciendo.
—¿Para mí? —logró articular, pasmada de la sorpresa.
—¿Para quién mas? —la chica tomó con delicadeza las flores y las observó con mucha atención. La luz de la luna bailaba de un pétalo a otro, haciendo que las lobelias parecieran lujosos diamantes.
—Son hermosas —elogió la chica en un suspiro.
—Lo son —alagó el chico, admirando sutilmente todas las facciones de la chica.
—Gracias, Emi —Amanda le dedicó la mas radiante de las sonrisas al causante de que su corazón latiera tan rápido que tenía miedo que todos lo escucharían.
—De nada, Mandy.
La pareja falsa regresó a la fiesta. Sin embargo, desde esa noche sus sentimientos ya no fueron los mismos. Ellos se consideraban una pareja falsa, pero cada minuto ese falsa sobraba más.
Junto a sus lobelias, Amanda aceptó que quería a Emi.
Junto a sus lobelias, Emi aceptó que sentía algo por Amanda.
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Palabras: 2106
Al fin aceptaron sus sentimientos.
Mañana subo los últimos capítulos. Solo quedan 4 para terminar esta pequeña historia.
Instagram: chica_violeta_
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