XI
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El vestido de Amanda sólo podría pensarse como hermoso. La tela era de un maravilloso azul claro, parecido al del cielo en el amanecer. Pero las mangas del vestido, las cuales estaban caídas dando un toque seductor, eran de un azul fuerte, similar a las profundidades del océano. Este color intenso de tela también podría encontrarse en su cadera. Un listón se deslizaba, recorriendo su muslo derecho hasta terminar al ras del suelo. Su esbelta figura resaltaba con gran atractivo.
Sus ojos brillaban con ferocidad, viéndose aún mas oscuros de lo que eran. Su rubio cabello se veía amarrado en un moño y algunos rebeldes mechones enmarcaban su redondo rostro. Sus labios habían sido pintados de un sutil labial rojo.
—¿No sería mejor ir con el pelo suelto? —preguntó Amanda, dudosa, mientras se observaba en el espejo. Su madre negó.
—Te ves mejor así, más peinada. Por esta noche no podemos permitir que tu cabello se muestre rebelde —Amanda asintió, aún no convencida pero sin ganas de contradecir a su madre.
—Te ves salida de un libro de romance —le susurró Daisy, su doncella personal.
—¿Enserio? —los ojos de Amanda deslumbraron con esperanza.
—Claro que sí, te ves preciosa. Estoy segura que el joven Emi se enamorará otra vez de ti —las mejillas de la chica se prendieron con su directa declaración. Su corazón le retumbó en sus oídos fuertemente y albergó un poco de ilusión a que fuera verdad. Amanda nunca se había preocupado por lo que pensara Emi en como se veía, pero ahora se sentía especialmente nerviosa por saber su reacción.
Daisy la miró con ojos soñadores, como si supiera la verdad sobre su relación. Como si no pudiera ver nada mas que el amor que se profanaban. Amanda se sintió culpable. Daisy era su amiga mas intima, de hecho, era su única amiga. Esconderle la realidad no hacía mas que pesarle en su corazón.
—Eso espero —sólo eso pudo contestar ya que alguien tocó la puerta. Una criada contestó el llamado abriéndola. Una joven entró al cuarto e hizo una reverencia.
—Señora de Terron, señorita de Terron, el señor les espera abajo.
—Vamos, Amanda, no queremos hacer esperar a tu padre—dijo la señora de Terron mientras salía del cuarto de su hija. Su doncella le seguía a paso fiel.
—Ahora podré conocer a tu Emi.
No es nada mío, Daisy.
El salón de bailes estaba elegantemente decorado. Su razón de ser era el cumpleaños de la hija de uno de los duques. Su temática era igualar a las joyas de la corona. El color principal era el dorado, y se podía encontrar en las decoraciones del techo, los platos y cubiertos, las mesas y sillas y hasta en las cortinas de los grandes ventanales. También había pequeños rubís y esmeraldas incrustadas en los ornamentos. Las joyas de la corona eran semejantes, el oro y las gemas como principales sujetos de atención.
Los tacones de Amanda sonaban contra el mármol mientras ella caminaba detrás de sus padres. El carruaje los había dejado hacia pocos minutos y ahora se dirigían a la pieza donde la fiesta se llevaría a cabo. Subieron por unas escaleras hasta llegar a unas puertas grandes. Unos guardias los saludaron con una reverencia y les abrieron la puerta. Un señor de mayor edad se inclinó ante ellos.
—Señor de Terron, señora de Terron y señorita de Terron, bienvenidos a la fiesta. Espero la disfruten.
—Muchas gracias —habló su padre. El señor volteó su rostro hacia la multitud.
—Con ustedes el señor de Terron, la señora de Terron y la señorita de Terron—exclamó fuertemente el hombre. Algunas cabezas se giraron hacia donde estaban.
Amanda bajó las escaleras con delicadeza, buscando entre el mar de personas a Emi. No estaba. Significaba que aún no había llegado.
¿Estaría perdido? ¿Qué tal si no lo habían dejado entrar?, pensó la chica.
Aunque había avisado en su carta que llevaría a un acompañante, no podía confirmar que la seguridad del duque lo dejaría entrar por su pobre nombre.
Si no llega en un rato, lo iré a buscar, se prometió.
Pasó el tiempo y la chica aprovechó a saludar a varias personas. En las conversaciones a las que se unía el tema principal es que el Duque de Yunn haría presencia en el baile. No era habitual que asistiera a esa clase de eventos, había hecho una excepción porque era el cumpleaños de la hija de uno de los grandes apellidos del reino. En realidad poca gente sabía como era físicamente y esa era la razón de que Amanda desconocía su rostro. Muchas mujeres afirmaban de su gran belleza y como ésta te robaba los suspiros. Pero también aclamaban sobre su rudo comportamiento. Esto es lo que Amanda tenía claro, el duque Emilianno de Yunn era un hombre arrogante y maleducado. Ciertamente no le dedicaría un segundo de su tiempo luego de los rumores que había escuchado.
Amanda pensaba que aunque saludara al duque este tampoco le regalaría un segundo de su tiempo. Ella no era tan popular en los círculos sociales. Sí, gente la conocía pero pocos se acercaban a ella.
Tal vez evadiendo intencionalmente su carente apellido, o tal vez no encontraban nada que les llamaba la atención. Probablemente Emilianno de Yunn sería igual de superficial. No podía esperar mucho de un noble ricachón.
Y aunque la sociedad a veces decidiera rechazar a nuestra heroína, ella nunca se encontraba sola. Era guapa y agradable. Estaba segura que después de que la celebración empezara y las parejas salieran a bailar muchas peticiones le llegarían.
Así de hermosa se veía esa noche.
Emi ya iba tarde. Había invertido mucho tiempo para pensar que tipo de traje combinaba con su camisa. Al final se había decidido por uno azul, y si todo salía bien su vestuario luciría al lado de Amanda.
¿Desde cuándo él pensaba en ese tipo de cosas? No era normal para él analizar esos temas. Normalmente Ronel, su asistente, le elegía la ropa y él no refutaba nada, hasta hoy. Y ahora tenía a un asistente molesto insistiéndole que la razón de sus acciones es que estaba enamorado de la señorita Amanda.
¿Él? ¿Enamorado? ¿De esa loca? Ni en sus sueños mas salvajes.
—Ya llegamos —sentenció Emi, aliviado de que la habladuría hubiera terminado. Bajó del carruaje como si un perro lo correteara y llegó al salón en un trote. Se arregló el cabello con las manos y buscó alguna imperfección en su ropa.
Amanda lo vería. Y sería la primera vez que lo vería como el duque. Los nervios estaban a punto de hacer explotar su estómago. Movió ansiosamente sus dedos alrededor de su cuello, ajustándolo.
No había nada que ajustar.
—Con ustedes la señora Maclar, la señorita... —Emi perdió el interés. Lo único que le importaba es que el viejo, el cual se tardaba milenios para hablar, lo presentara.
¿Qué diría Amanda? ¿Lloraría de la alegría porque su pareja...
Su pareja falsa.
Repito. ¿Lloraría de la alegría porque su pareja falsa fuera alguien tan importante? Alternamente podría renunciar al contrato al verse tan abrumada por ser compañera de una figura tan impresionante.
O a lo mejor, sólo a lo mejor ella me pedirá casamiento, con el pretexto de que con el matrimonio sacaremos los mejores beneficios, pensó el chico con una suave sonrisa.
No. No pienses en casamiento. Eso es tonto, y aburrido y un peligroso distractor.
De cualquier manera, con casamiento o sin él, Emi de Yunn no podía esperar a ver a Amanda.
—... y la señorita Stephanie Maclar.
Por dios santo, ¿cuántos hijos tiene esa mujer?
Si Ronel estuviera con él haría una broma pesada solo para molestarlo. Pero como los empleados no eran permitidos en el baile, ellos tenían que esperar en una sala aparte. El reglamento social si que era aburrido.
—Con ustedes...
Ese viejo solo repite pero se tarda lustros.
—... el señor Emilianno de Yunn —era imposible contar las cientos de cabezas que lo vieron con curiosidad. Sin embargo, si Emi tuviera todo el tiempo del mundo no las contaría, porque en ese momento sólo pensaba en encontrar a Amanda.
¿Ya habría llegado? Seguro que sí, él ya era uno de los últimos invitados.
Amanda, Amanda, Amanda, ¿dónde estás, Mandy?
La figura de una preciosa mujer le captó la atención. Envuelta en la tela que efectivamente combinaba con su traje, Amanda se alzaba como su sueño favorito: azul, deslumbrante, perpetuo. Emi ahogó la respiración.
Los ojos brillantes de la chica lo observaban detenidamente. La sorpresa pintó su rostro. Después llegó la confusión en forma de un ceño dolorosamente profundo. El resultado final fue un rostro torcido en una piadosa aflicción. A causa de esto las lágrimas se empezaron a acumular. Emi no pudo aguantar y bajó corriendo hacia ella. Ignoró a todos mientras trataba de alcanzar a la chica que acababa de lastimar. Amanda solo pudo negar con la cabeza hasta girar su cuerpo y huir.
Igual a la primera vez que se conocieron, Amanda volvió a querer escapar del mundo.
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Palabras: 1503
Yyyy para balancear este es cortito.
Ay, Emi, ¿qué te pasa por la cabeza?
Instagram: chica_violeta_
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