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Todos los platos estaban limpios de residuos. La familia de Terron se había terminado las lentejas, el pavo, las zanahorias y papas en un santiamén. El único cuenco que aún contenía un poco de comida era el de Emi, él cual consistía de las papas que no había probado.

—No probaste las papas —habló Amanda, en un murmullo exageradamente triste. Emi la miró como si estuviera loca.

—Ya no tengo hambre —trató de excusarse rápidamente.

—¿Entonces no probarás mi comida favorita? —hizo un pequeño puchero, y Emi quiso ahorcarla, y no de la manera perversa.

—Lo siento, cariñito —dijo el apodo con ironía —, pero ya no tengo hambre.

—No fuerces al muchacho, Amanda —avisó su padre.

—Pero yo quería tener algo en común con él.

Es buena, eh, pensó el chico, pero yo soy mejor.

—Ya tenemos muchas cosas en común, Amanda.

—Dime una.

Te tengo, gatito, pensó la chica con diversión.

—Los dos amamos los tés, te gusta el postre de vainilla como a mí, nuestro color favorito es el azul y ambos disfrutamos de los jardines —la chica se quedó en silencio, sin saber muy bien que decir. Emi sonrió victorioso.

—No sabía que me pusieras tanta atención —susurró, pensativa. Esperaba que Emi hiciera bien su papel, pero nunca imaginó que se diera cuenta de esos pequeños detalles. Como cuando en la cafetería le robó varias mordidas a su pastel de vainilla, aunque anteriormente él le había dicho que no lo hiciera. ¿Cómo sabía que su color favorito era el azul? Nunca lo había mencionado. Tendría que preguntarle cuando sus padres no estuvieran. Lo de sus jardines era obvio, sus padres lo habían mencionado. Y lo de los tés también, ¿a quién no le gusta un té refrescante?

—Somos pareja, Mandy, claro que sé que te gusta —¿Mandy? ¿Qué rayos estaba pasando? ¿Desde cuándo Emi le prestaba atención y cuando le había puesto un apodo? Tenía que averiguarlo enseguida.

—Vamos a dar un paseo, Emi. Necesito estirar las piernas —Amanda se paró de su lugar, alisando con sus dedos la falda de su vestido. Emi hizo lo que la chica le había comandado sin pensarlo.

—Muchas gracias por el almuerzo, volvemos en un momento —agradeció el chico.

—Con su permiso, padres —los dos caminaron juntos, pero sin agarrarse de la mano.

Cuando estuvieron a una distancia suficientemente alejada de los señores de Terron, Amanda preguntó:

—¿Mandy? ¿Desde cuándo me llamas así?

—Tú eres la única que me dice Emi, pero todos te llaman Amanda. Así que lo justo es que yo pueda hablarte con un apodo especial —para extrañeza de los dos, a ninguno le molestaba ese acuerdo. Para Emi, llamar a Amanda con un toque distinto le hacía singularmente dichoso. Y Amanda se sentía peculiarmente encantada por ser llamada así.

—Está bien, lo permitiré, suena mejor que nido de pájaros.

—Tranquila, no dejaré de decirte así. Es mi apodo favorito —Amanda le dio un leve codazo a lo que Emi rio. El corazón de la chica se aceleró, así que volvió a abrir su boca para ignorar esa sensación.

—¿Cómo sabes que mi color favorito es azul?

—¿Si lo es? —preguntó, sorprendido. Amanda asintió y aunque Emi estaba viendo el paisaje delante de él, notó su cabeza moverse positivamente —. No estaba seguro, para ser sincero. Las tres veces que nos hemos visto has usado vestidos azules, así que lo sospeché.

—Creo que el azul resalta mis ojos, así que por eso lo usó —la chica sintió la necesidad de explicar la razón aunque fuera tan trivial y aburrida.

—Sí resalta tus ojos —alagó sin pensar. Cuando se enteró de lo que había dicho, Emi frunció ligeramente el ceño.

El chico no era de los que se expresaba tan abiertamente. Pero Amanda parecía ser la única merecedora de sus tiernos arrebatos, y ahora Emi quería confesarle que sus ojos eran del mismo color de sus flores favoritas.

—Gracias, el azul es un color majestuoso —musitó Amanda, sonrojada. ¿De verdad pensaba que resaltaba sus ojos? ¿Sería posible que Emi la considerara linda, o meramente atractiva? Una respuesta positiva a sus preguntas, le hacía que el estomago le diera un vuelto.

—Por eso es mi color favorito.

—Así que no era mentira.

—No —guardó silencio, dudando —, tampoco fue mentira que me gustan los jardines. Me parecen pacíficos.

—A mi también. Después de una comida con mis padres necesito dar un paseo enseguida —Amanda apretó los labios, un poco avergonzada de haber sacado a la luz sus problemas paternales. Aunque seguramente Emi ya estaría enterado —. Ya sabrás porque lo necesito.

El chico no vio la necesidad de decir algo mas, así que el jardín quedó en silencio. Solo se escuchaba el leve canturreo de las aves, el zumbar de las abejas y el sonido que sus zapatos hacían contra la tierra.

Emi sí que entendía porqué Amanda necesitaba un lugar tranquilo después de convivir con sus padres. No es que los señores de Terron fueran malas personas. El señor Adrián era algo reservado, pero educado. Y la señora Samantha alguien muy atenta. Sin embargo, la forma en que su madre atacaba a su hija con tanta indiscreción le molestaba los nervios. Y como su padre se quedaba callado, torpemente defendiendo a su hija era lo suficiente para alterarlo.

No le gustó como Amanda casi terminaba llorando. Se notaba que ese tema era algo difícil para ella, y aún así su madre lo había mencionado.

¿Cuál era el tema? ¿El del hijo de un marqués?

Emi entonces recordó lo que Amanda había gritado el día que se conocieron.

—¡Me rehúso a casarme!¡Y me rehúso aún mas a casarme con ese mal nacido!

El chico sonrió sin pensar al recordarla tan enojada. ¿Quién era ese malnacido y por qué se había ganado el odio de esa chica?

—¿Por qué sonríes? —preguntó Amanda, curiosa. De reojo captó como la sonrisa de Emi se desvaneció. Un vacío le hizo picar el pecho.

—¿Puedo preguntar yo algo ahora? —inquirió, mirándola. Sus ojos azulados le regresaron el contacto.

—Es lo justo después de que te estuve cuestionando —la chica hizo una mueca, entretenida.

—¿Quién es el hijo del marqués? —los ojos de Amanda se abrieron y una furia le pintó las mejillas. Apretó las manos de sus dedos y Emi temió que había despertado a la fiera.

—Es un malnacido —aclaró, con el enojo palpitando en su voz.

—¿Es con quién te ibas a casar?

—Sí, y no sabes como me arrepiento por haber caído en su coquetería.

—Entonces, ¿te enamoraste? —el simple hecho de Amanda mirando con ojos de amor a otro hombre le hacía fruncir el ceño a Emi.

—No, pero lo que hizo me llegó a doler —la voz de la chica nunca se había escuchado tan rota. Emi pudo sentir su desconsuelo tan vivo que también le hirió a él. Quería golpear a ese hijo del marqués por haber lastimado a Amanda.

—No llores, Mandy —alcanzó a murmurar, a lo que Amanda lo examinó, confundida.

No quiero verte llorar, quiso decir el chico, pero guardó silencio. Tal vez sonaría como un obsesivo loco si lo decía. Tal vez se vería muy vulnerable ante Amanda. Pero por cualquiera de esas dos razones, o más, decidió no hablar de sus sentimientos.

—N-no voy a llorar —titubeó, desconcertada. ¿A Emi le importaba si lloraba? O tal vez solo no quería tener que lidiar con lágrimas. De cualquier manera, Amanda pensó que era tierno.

Preocupado por mi llanto. Así te quería agarrar, bloque de hielo, pensó la chica, divertida.

Emi, empezando a suponer que Amanda se veía mas afectada por sus palabras arrugó las cejas y habló:

—¿Me vas a decir o no? —su corazón le latió con fuerza.

—Todo empieza cuando yo era una inocente muchacha de dieciocho años... —Amanda se fue de largo con su relato. Explicando a gran detalle sus encuentros con Robert, el hijo del marqués. Emi plegaba su rostro cuando ella le decía como era de atento Robert con ella. Pero sus facciones se relajaron cuando le aclaró que el muchacho era sumamente aburrido e insípido. Omitió intencionalmente que le gustaban los hombres interesantes y que le mostraran algo fuera de la rutina.

Cuando llegó a la parte donde le había cachado hablando con su amigo, la ira se escapó de su cuerpo en forma de maldiciones. Despotricó contra él y su estúpido nombre, como odiaba la forma en que se reía y que su voz parecía canto de gallina moribunda. No hubo una parte del hijo del marqués que no fuera insultada.

Amanda terminó, roja de la indignación, y esperó ver la cara de en Emi confundido. Se dio que se lamentaba haberse dejado llevar frente a él. Su madre siempre le había dicho que nunca hablara con esa boca de camionera frente a los hombres ya que podrían considerarlo como detestable. Amanda había figurado que el chico sería distinto, que a él no le importaría su modo de referirse, pero tal vez Emi no era tan diferente a los demás. Tal vez la llamaría despreciable y loca para después irse y nunca mas volver.

Eso a Amanda le rompió un poco el corazón.

No obstante, al ojear a Emi, descubrió que este se estaba carcajeando abiertamente. Su risa resonaba contra cada árbol y planta del jardín. Retumbaba en los oídos de Amanda como una música deliciosa. La chica se veía altamente obsesionada por ese sonido. Era tan grave y deleitable que quería mas, quería muchísimo mas.

Cuando el chico se detuvo, sus labios aún tenían adherida una sonrisa pacífica. Eso pareció un detonador para el cuerpo de Amanda y que ella también alzó sus comisuras, imitándolo.

—Si que es un malnacido —fue lo único que dijo, todavía entretenido. Amanda se sintió feliz al saber que Emi no se había indignado o asqueado por sus palabras.

Cada vez me cae mejor, pensó la chica.

—Nunca pensé verte tan enojada. ¿Quién pensaría que un nido de pájaros podría decir esas palabritas?

Retiro lo dicho, quiero ahorcarlo.

—Él saca mi lado agresivo.

—Prométeme nunca hacerte enojar.

—Sigue llamándome nido de pájaros y me volveré salvaje.

—Tomaré el riesgo, entonces —Amanda rio ligeramente, negando con la cabeza. Emi lo recibió con afectuosidad.

Los dos se quedaron en un cómodo silencio, admirando las flores que avistaban mientras caminaban. Anduvieron por un rato, los ojos de Emi brillaban con cada nueva especia de ser vivo que encontraba. No sabía cual era su parte favorita del jardín. Podría ser la gran fuente de mármol rodeada de rosas amarillas, o la escultura de la diosa de primavera abrazada de tulipanes. Definitivamente había amado la figura de dos amantes bailando hecha de margaritas. Cuando la había visto se preguntó como habían moldeado las delicadas flores para construir tan inmensa y vivida estatua. Amanda le respondió que contrataron a un hechicero para que les fabricara la figura. También añadió que si se acercaba lo suficiente podría ver el polvo dorado característico de la magia.

El chico estaba encantado al ser envuelto por tanta belleza. Adonde sea que mirara podría encontrar hermosura, sin excepción alguna.

Cuando la pareja dio una vuelta a la derecha, Emi se quedó pasmado y quieto por un segundo. Apresuradamente se acercó a un arbusto azul. Se agachó, y suavemente rozó las flores. Amanda se acercó rápidamente hacia donde estaba él.

—¿Qué pasó? —preguntó, preocupada.

—Son lobelias —contestó, prestando atención a cada detalle de las flores. Eran preciosas, de un azul claro pero intenso. Le robaban la respiración. Amanda se sentó junto a él, y lo miró, fascinada por la reacción del chico.

—Te gustan —afirmó, siguiendo la silueta de los labios de Emi.

—Son mis flores favoritas —el chico dejó de contemplar las lobelias para fijarse en una vista mas esplendida: los ojos de Amanda.

El chico y la chica se apreciaron con especial interés. Los ojos de Emi eran tan espesos y profundos que embelesaban a Amanda. Y Amanda era la razón por la cual las lobelias eran las flores favoritas de Emi.

—Si quieres, puedes llevarte un ramo —sugirió la chica. Emi aceptó, y con mucho cuidado arrancó unas cuantas flores. Amanda curioseó cada sutil movimiento del chico.

Cuando el chico ya tuvo un puño lleno de lobelias se levantó. Amanda también pensó hacerlo pero antes de alzarse una mano le fue ofrecida. La chica frunció el ceño, mirando la palma extendida. El chico esperó la respuesta de ella, viendo sus ojos dudar. Ninguno de los dos dijo nada. Al final, Amanda aceptó, y sus pieles se tocaron con ternura. La ya conocida calidez abrasó a Emi y le dio una reconfortante sensación. Amanda se sintió el corazón rebosante de ardor. El pecho, que antes le quemaba por tan frío que estaba, ahora escocía con calor.

Apoyó su peso en la mano de Emi y así consiguió pararse apropiadamente y sin problema alguno.

Ni Amanda, ni Emi querían soltar sus manos. Se sentían bien al tocarse tan cómodamente. Sin embargo, liberaron la intimidad con remordimiento.

Regresaron a sus andares, esta vez de regreso hacia los padres de Amanda.

Las mejillas de Emi se incendiaron cuando su meñique rozó el dorso de Amanda. Giró un momento su rostro para que Amanda no lo notara.

Amanda lo notó, y se enamoró de tan adorable acto.

Así es en los libros que leo, pensó con una sonrisa, tan tiernos que dan ganas de apachurrarles las mejillas.

Al inicio el pensamiento de Amanda le daba alegría, hasta que cayó en una fuerte conclusión que le hizo temblar las piernas.

Los protagonistas sólo se comportan así con la protagonista.

No. No. No.

Su sonrisa se borró en un instante. La cabeza le empezó a taladrar y Amanda quiso alejarse de Emi lo mas pronto posible.

Mentira, no quería alejarse. Quería estar mas cerca, así la chica volvería a sentir su corazón arder.

Amanda se sintió apenada por sus reflexiones. ¿Quién en su sano juicio querría palpar a su corazón en llamas?

Ella. Y eso significaba que no estaba en su sano juicio.

¿Qué pasa cuando te gusta alguien?

No estás en tu san...

—¿Por qué caminas raro? —preguntó Amanda, ignorando fuertemente su desastrosa mente. Emi la miró con velocidad. Sus ojos relucían con vergüenza.

—No, por nada. 

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Palabras: 2369

Uy, uy, está larguito. 

Instagram: chica_violeta_

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