II
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Para que podamos entender un poco mas esta historia debemos regresar a unos momentos atrás. Nos ubicamos en una mansión. La mansión de los Terron.
Esta mansión brillaba como plata sobre los rayos del sol. Las flores blancas que adornaban todas las ventanas resplandecían como estrellas en la noche. Los pájaros se posaban en ellas, buscando un dulce néctar para alimentarse. Cantaban hermosas canciones, sincronizándose con la armonía de la casa. Todo hermoso y blanquecino, todo deslumbrante y elegante. Lo único que no combinaba con la gracia del hogar eran unos gritos que provenían del jardín central.
-¡Me rehúso a casarme! -exclamó la señorita Amanda Martine de Terron -. ¡Y me rehúso aún más a casarme con ese mal nacido!
-¡Amanda! -le reprochó su madre por el adjetivo que había usado para describir al hijo del marqués.
-Si vas a ser así de mal hablada por lo menos selo en un tono de voz mas bajo. No queremos que te escuchen, ¿o sí? -para Amanda no fue el regaño de su madre lo que la sonrojó, fue mas el consejo de su padre.
-¡Adrián! -lo llamó su mujer -. No le aconsejes esas cosas a tu hija, mejor repréndela por su horrible vocabulario.
-Samantha, ¿no es mejor que hable mal del hijo del marqués ahora a que lo haga en su cara?
-Siempre eres tan libertino con esta niña, ya hay que ponerle mano dura.
-Mamá, papá tiene razón. Mejor decirle al hijo del marqués "malnacido" ahora que decírselo en su cara después.
-Tú, cállate -un dedo acusador estalló en la cara de Amanda -. No puedo creer que llames mal nacido al hijo del marqués, y mas considerando que pronto será tu esposo -las palabras de su madre hicieron que una bomba en el pecho de Amanda estallara en la peor forma.
¿Futuro esposo? Nunca me casaré con ese interesado, ni siquiera en mis días mas locos podría hacerlo.
-Mamá, no puedo casarme con ese. Como ya he dicho, ¡es un malnacido!
-Que te calles dije -las palabras se atoraron en la boca de Amanda, haciéndola enfadar de maneras irreversibles. Ahora no estaba roja de la vergüenza, ahora estaba roja por la ira. ¿Cómo podía su madre controlar su vida? Que mejor se fuera a controlar vacas, serían una opción mas viable. Seguro las vacas eran mas obedientes que ella.
-Deberías estar agradecida que el hijo de un marqués ha decidido proponerte matrimonio. Seguro vio lo encantadora que eras y supo que eres la mejor opción para ser su consorte -el halago fue añadido con la típica ternura de una madre que considera a su hija como la mejor mujer del mundo. Amanda, a pesar de estar conmovida por la manera en que su madre la veía, también quería entornar los ojos. Pero no lo hizo, sabiendo que eso solo la llevaría a otro regaño que no estaba preparada para aguantar.
Estoy tan cansada. ¿Sería muy malo si cerrara los ojos por un momento? Unos segundos serían suficientes para descansar.
-Mamá, estás siendo muy ingenua -dijo, aún pensando en el sueño que sus parpados cargaban -. El hijo del marqués no me ve como la mejor opción para ser esposa, me ve como un saco de dinero listo para derrochar. Es el quinto en la fila de sucesión del marquesado. Está buscando una chica tonta y bella con un título llamativo y plata en exceso para manipularla y usarla a su antojo. Y yo no soy tonta, mamá -el recuerdo de la conversación del hijo del marqués con uno de sus amigos mas cercanos le llegó como un rayo ardiente.
Antes, a Amanda le caía bien el marqués, incluso lo consideraba como un buen material para marido. Era amable, encantador y guapo. Algo aburrido, ya que como nunca le negaba o contradecía nada a la chica ella consideraba que todo era monótono. Pero al final, no parecía una alternativa muy mala. Hasta que lo escuchó hablando con un amigo, ahí fue donde su ilusión de buen futuro esposo se cayó.
Hace unos días.
Amanda caminaba por los pasillos de la casa buscando un lugar donde sentarse. El hijo del marqués había desaparecido para ir a hablar con unos amigos y las conversaciones con otros nobles no le parecían una buena salida. Además, estaba cansada y le dolían los pies. Si no le hubiera prometido a su madre quedarse hasta el final de la fiesta ella ya estaría en su cama, contando ovejas.
Una puerta semi abierta no llamó su atención, si no que fueron las palabras que salieron de una voz que conocía muy bien.
-Te lo puedo jurar, Ralph, es tan tonta como una calabaza. No se logra dar cuenta que la estoy manipulando -una risa resonó por todo el lugar.
¿Tonta como una calabaza? ¿De quien está hablando? Se preguntó Amanda, aún sin poder entender la situación.
-No deberías decir esas cosas tan libremente, ¿y si alguien te escucha? -le aconsejó su amigo.
-Tranquilo. Si alguien se entera de esto y le dice sólo tengo que poner una de mis irresistibles sonrisas y mentirle, lo mas probable es que me crea.
-Igual, baja un poco la voz. Por si acaso.
-Lo que digas -acordó, con voz aburrida. Amanda alcanzó a escuchar una botella de cristal siendo bebida, seguramente por el hijo del marqués.
¿Estaba bebiendo? Si alguien lo notaba, el hijo del marqués sería tomado como un alcohólico. Su reputación se iría hasta el fondo. Amanda tembló ante la posibilidad de que su reputación también decayera.
Lo mejor será checar que nadie venga acá y protegerlo. Razonó la chica.
A pesar de aún estar confundida por quien era la "chica tonta como una calabaza", Amanda giró su cuerpo y se motivó a retornar a su misión por conseguir una silla. De verdad, sus zapatos la estaban matando. Sin embargo, la afirmación del hijo del marqués la hizo detener sus pasos y congelarse en su lugar.
-Cuando me case con Amanda tendré el dinero suficiente para comprar el mejor alcohol del mundo. Seguro hasta me puedo comprar todo la licorería si quiero. Lo único para que servirá esa -su mente prontamente sacó sus propias y correctas conjeturas. ¡Malnacido! ¡La estaba usando para sacarle su fortuna! Amanda no permitiría eso. Nunca. Antes muerta que ser utilizada como un objeto por parte de un hombre inútil. Era aburrido y ni siquiera tan guapo, ¡y se atrevía a decirle tonta!
Cuando Amanda salió de ahí, hirviendo en ira e indignación, empezó a comprender porque Robert se había estado comportando tan sumiso. Estaba tratando de complacerla. ¡Ja! Al parecer había resultado al contrario.
Desde esa noche, Amanda dejó de contestar a las cartas de Robert. Las terminó quemando, tratando de apaciguar su furia con el fuego. Cuando los múltiples llamados del hijo del marqués no dieron resultado para que la chica contestara, Robert fue hasta su casa. Al verla, con el ceño fruncido y una rabia brillando en sus ojos, el hijo del marqués supo que algo había pasado y que Amanda estaba a punto de terminarle. Eso nunca pasó porque cuando la chica comenzó a hablar los padres de ella salieron, dándole la bienvenida al invitado indeseado.
Robert aprovechó ese momento para pedirle matrimonio a Amanda, sabiendo que la señora de Terron no dejaría que su hija se negara a la propuesta. El hijo del marqués ya podía ver los múltiples billetes que llegarían a sus manos.
-Tengo algo de que hablar con mis padres antes de aceptar esta insignificante muestra de amor -y tan propia como ella podía ser, Amanda salió del salón, seguida por una sorprendida madre y un confundido padre.
Cuando Amanda regresó al presente, su cuerpo volvía a quemarse en coraje. ¿Cómo se atrevía? ¿Un quinto hijo del marqués capaz de decirle a la respetada hija del Conde que era tan tonta como una calabaza? Increíble.
-No voy a casarme con él -volvió a aclamar, sumergida en el enojo.
-¿Cómo sabes que él está buscando eso? -inquirió su madre, dudando en la veracidad de las palabras de su hija.
-Lo escuché hablando de ello con un amigo suyo.
-No me queda claro porque el querría tener tu dinero. Su familia es rica, no hay necesidad.
-¿No me crees? -sus palabras sonaron mas heridas de lo que Amanda pretendía. Le escocía el pecho pensar que su madre sospechaba que todo era falso.
Nunca te mentiría, madre. Nunca.
Amanda quiso decirle eso, pero el orgullo que le alimentaba la mente se volvió mas fuerte, guardándole rencor a las dudas de su madre.
-Sólo sé que mi hija debería casarse con el hijo de un marqués. No puedes rechazarlo -decretó, con una autoridad inflexible. Los ojos de Amanda se cristalizaron con la reciente traición de su progenitora. Ver como su propia madre la lanzaba al hombre que sólo la buscó por su dinero y que en su matrimonio la vería como un objeto y nada más le termino de quemar el corazón. El enojo se apoderó de lo que restaba de su cuerpo y todo ella se sintió en un rojo vivo.
No dejaré que esto termine así. Nunca accederé a esto.
Amanda era una mujer fuerte y decidida. Si algo no le gustaba, pelearía hasta la muerte para cambiarlo. Y en este caso, correría hasta renovarlo.
-¿Padre? -susurró, buscando su mirada. El hombre, completamente apenado e incapaz de rehacer las decisiones de su esposa, agachó su cabeza, siendo envuelto en la vergüenza. Acababa de abandonar a su propia hija.
Ahora si, de la mejilla de Amanda, una solitaria lagrima cayó. Ésta, terminó siendo secada con fiereza por las manos de la chica.
-Son unos cobardes. Nada diferentes al malnacido de allá dentro -habló, con lo amargo subiéndole por la garganta.
-No me hables así, Amanda Martine -reclamó su madre. La chica negó la cabeza.
-Ustedes no me hablen a mí -salió del jardín central con pasos rápidos. Por unos momentos no hubo sonidos, solo los cantos de los pájaros. Pero nada de eso alegraba a Amanda, para ella, ahora solo existía el dolor y la traición de sus padres.
-¿Amanda? -preguntó Robert cuando vio a la alterada chica. Ésta paso por su lado.
-Señorita Terron para ti -exigió, golpeando su hombro con fuerza, completamente apropósito.
-¡Amanda Martine, regresa acá! -la llamó su madre, escuchando sus tacones trotando a través del mármol. La chica comenzó a apresurarse para salir de la mansión -. ¡Guardias, síganla! -cuando Amanda huyó de su hogar fue cuando empezó a correr.
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Palabras: 1741
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