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XXI. Amaranth

Pasaron días extraños después de aquella conversación extraña. Yo hice cosas extrañas, pero lo más extraño fue el corte de comunicación entre Suho y yo. Si ya lo echaba de menos en el trabajo, ahora lo echaba malditamente de menos en cada segundo de mi vida. Las cosas que no podía contarle, las bromas que no podía hacerle, esa copa que no podía compartir con él al salir del trabajo. Solo entonces fui consciente de hasta qué punto me había acostumbrado a él.

Intentaba pensar que era solo eso: costumbre, pero había algo en lo más profundo de mi corazón que me decía lo contrario. Él estaba gestionando con la empresa la vuelta al trabajo y había pedido una mejora de las condiciones laborales en compensación por el tiempo que lo habían tenido apartado sin razón. Me enteré de que le habían ofrecido llevar un programa nuevo, no sabían si tendría el mismo éxito que este, pero sería suyo, nada de presentar una simple sección. Era de esperar, era trabajador y tenía talento y carisma, tarde o temprano iban a dárselo.

Lo llamé para felicitarlo, pero ambos fuimos tan solo corteses. Me excusé para colgar pronto, tenía cita en el hospital, esta vez como paciente, y debía dejar unos papeles para las próximas grabaciones. Yo seguía encargada de la sección, aunque ya había dejado caer en la empresa que iba a dejarlo. Era un alivio, por fin dejaría de convivir con Jongdae. No habían acabado sus vacaciones, hacía tiempo desde que lo había visto en el hospital por última vez, pero de alguna forma seguía allí, en cada esquina, y no pensaba irse. Más que a lo que lo había querido, me recordaba a todas las cosas que me habían salido mal alguna vez a lo largo de mi vida; no podía soportarlo. A veces, no sé por qué, hasta me recordaba a Suho. Esas eran las peores, porque me daban más ganas de llorar de lo normal y no podía explicarlo.

Fui a la cita que tenía, una revisión rutinaria de salud. Algo no iba bien y yo lo sabía; se lo dije, pero el médico no quiso pronunciarse hasta no hacer más pruebas. Qué profesional por su parte. A la salida me encontré con Mai.

—Tienes que venir a verlo bailar. Te va a encantar. Lo ha contratado una compañía importante y ahora tendrá un espectáculo para él solo, todos dicen que es lo mejor que ha tenido el baile en mucho tiempo, los críticos están entusiasmados... Incluso su hermano ha ido a verlo bailar. Desde que toma la medicación es otra persona, considerado, amable... Es introvertido y raro y... me mira demasiado, pero sé que se le pasará. Me gusta, ¿sabes?

—Mai... Dime que no estás pensando en una especie de trio...

—Pero serás bestia... —Se rió, aunque me resultó inquietante su sonrisa al hablar de él. Me alegré de que no hubiesen aprobado la poliandria.

—Me alegro tanto de que seas feliz. Te lo mereces.

—Tú también —respondió, repentinamente seria—. Va en serio.

—Lay y yo estamos bien —mentí.

Lay y yo no nos habíamos hablado desde que me propuso retomar la relación, incluso después de decirle a Suho que nos casaríamos, incluso después de que se corriera la voz y Mai también se enterase. De alguna forma, sin embargo, ella no parecía convencida. Tampoco me importaba demasiado, saldría de aquel hospital pronto, pensaba romper el contacto con todos, incluso salir de la ciudad, viajar a la capital y buscar trabajo allí. Necesitaba dejar atrás todo aquello y olvidar, y ni siquiera me atrevía a pedirle a Lay que me acompañase en mi especie de huida hacia ninguna parte. Ahora estaba sola, de nuevo, y solo había dejado errores a mi paso. Era el momento de abrir un nuevo capítulo en mi vida.

Pasaron los días. Me costó muchos decidirme a firmar la carta de dimisión, pero lo hice. La cerré y la guardé en el bolsillo de la chaqueta. No iba a retrasarlo más. Estaba a punto de montarme en el coche cuando un dolor en el pecho más fuerte de lo normal me asustó. Fue intenso por un minuto y luego se quedó como algo latente, sin irse del todo. Llamé a Mai por teléfono.

—Dinah, o vienes al hospital ahora mismo o mando una ambulancia. Tú decides.

Parecía hablar en serio, así que cogí el coche y me dirigí a urgencias. Era extraño eso de ir como paciente a tu lugar de trabajo... La vergüenza me estaba matando antes siquiera de llegar al hospital, pero el dolor no acababa de irse y a veces daba punzadas fuertes que no había sentido antes. Fue en el momento en el que me bajé del coche, a unos metros de la puerta del hospital, cuando, de repente, el dolor comenzó a extenderse y a aumentar de intensidad. Sin aviso, sin tiempo para prepararme. ¿Un infarto? ¿Tan joven? Era absurdo... El dolor crecía, iba a gritar pidiendo ayuda, pero cuando pude hacerlo no me atreví y pronto no tenía fuerzas, ni voz, y apenas podía soportar el dolor. ¿Por qué nadie se daba cuenta? Me quedé apoyada en la puerta del coche mientras comenzaba a sentir que no podía respirar. Así que era eso... Así acababa todo. Tantas cosas que no había hecho y tantas que había hecho mal... Qué estúpido derroche de vida. El tiempo parecía avanzar lentamente, pero en solo unos segundos había perdido la noción del espacio y empecé a caer al suelo mientras una figura a lo lejos parecía acercarse corriendo. Tarde, todo tarde...

Llegó justo a tiempo para evitar que me golpease al caer. Lo escuché pedir ayuda. Me dejó en el suelo sujetándome la cabeza y fue en ese momento, justo en ese momento, cuando fui consciente de hasta qué punto estaba enamorada de Kim Junmyeon. Con el dolor estallando en mi pecho, a punto de perder la consciencia, a punto de morir; todo lo que podía ver a mi lado era a la persona que deseaba con toda mi alma que estuviera, de la que necesitaba desesperadamente despedirme, decirle que lo quería, que me abrazase, que me abrazase muy fuerte hasta el final, tanto, que la muerte se apiadase de nosotros y me dejase vivir aunque solo fuese un minuto más en ese abrazo.

—Jun —murmuré, mientras comenzaba a perder la consciencia—, Jun, te quiero, te quiero... Lo siento tanto...

Una voz a mi lado, quebrada también de alguna forma por el dolor, parecía susurrar "lo sé".

—Tienes que aguantar. No te vas a ir, no voy a dejar que te vayas... Estoy aquí, tienes que quedarte conmigo —la voz se elevó—, ¿me oyes? Tienes que... Te quiero demasiado.

Después, oscuridad.

Abrí los ojos en una camilla de hospital. Jun estaba a mi lado, en una silla, con los codos apoyados sobre la camilla y la cabeza entre las manos. Así que estaba viva después de todo... Le acaricié el pelo a Suho, ¿qué hacía ahí? Él se sobresaltó al sentir mi mano. Al mirarme pude ver que tenía los ojos húmedos y ligeramente enrojecidos.

—Dinah, ¿cómo te sientes?

Lo miré sin responder. Debía tener mucha medicación en el cuerpo, porque lo que más sentía en aquel momento eran ganas de besarlo y de decir cosas inapropiadas como "¿sabes que te quiero?". 

—¿Qué haces aquí? —pregunté.

—¿No lo recuerdas? Estaba contigo, antes de que perdieras el conocimiento. Dijiste que... —Sonrió con timidez—. Bueno, creía que me reconociste. No tiene importancia. Solo quería asegurarme de que estés bien y me iré.

—No te vayas.

Definitivamente estaba muy drogada. Rocé sus labios con los dedos, eran tan bonitos... ¿No me había dado cuenta antes de lo agradable que sería besarlos? Él parecía desconcertado, pero no me importaba. El sedante me había quitado los últimos restos de sentido común que me quedaban.

—No quiero morir si no me abrazas fuerte —añadí, sin mucha coherencia.

—¿Qué? —Él frunció el ceño con una expresión divertida.

—Te quiero.

Él no dijo nada. Se levantó de la silla, me miró con seriedad, se inclinó sobre mí y me dio un beso en la boca. Después llamó a la enfermera.

No tardaron mucho en darme el alta. Lo que yo había identificado como un infarto resultó llamarse síndrome del corazón roto. Asociado con el estrés y la ansiedad, es fácil confundir sus síntomas con algo más grave. Jun no se alejó mucho de aquella habitación hasta que salí del hospital. De alguna forma, entre beso y beso, entre "no vuelvas a hacerme esto" y "a este paso el que va a tener un infarto soy yo", fui comprendiendo que ahora éramos novios o algo parecido. Debía ser, porque Mai también lo decía.

—No quería decírtelo, pero vivir en negación es tu pasión...

No pensaba vivir mucho más en negación, especialmente después de que aprovechásemos la única noche que pasé ingresada para... explorar... las posibilidades... físicas... de la relación... Descubrí que su piel era suave y sus manos fuertes y dulces a la vez y que quitarle la camisa era tarea difícil si me concentraba en los abdominales perfectos que había debajo... Un desmadre.

A la mañana siguiente, Mai estaba convencidísima de que habíamos hecho más de lo que debíamos, mientras Suho fingía estar impactado por semejante acusación y yo trataba de tirarle una almohada a mi amiga.

—Sois un par de tórtolos díscolos, vaya trabajo me habéis dado... —bromeaba ella—. Siempre supe que estabais hechos el uno para el otro, pero como sois un par de cabezotas...

Por lo visto, lo primero que Mai había hecho cuando la llamé al hospital, cuando empecé a sentirme mal, fue llamar a Suho, por eso estaba él allí cuando yo llegué. Mai... A ella le debía poder tenerlo ahora junto a mí. Después de tanto tiempo evitando ser feliz, evitando aceptar que lo quería, ahora éramos el uno del otro. Su mirada de nuevo, ahora sin deseos no formulados, sentir su respiración en mi cuello cuando me besaba, su cuerpo entre mis manos... ¿Cómo podía haber vivido tantos años sin tenerlo?

—No puedes imaginar el dolor que sentí cuando pensaba que te morías en mis brazos —me dijo él una tarde—.

Estábamos sentados juntos. Acababan de darme el alta del hospital, pero seguía de baja médica, en casa. Me recosté sobre su pecho con un nudo en la garganta, sin saber qué responder. Quería decirle que la idea de morir sin despedirme de él me había dolido más que el propio infarto, o lo que quiera que fuese. Tal vez lo dije.

—Lo sé —susurró, abrazándome con fuerza—. Lo sé.

Descubrimos juntos que la vida podía volver a ser bonita y divertida. Una vez superados los problemas médicos ambos nos concentramos en hacer planes de futuro. De alguna forma no teníamos nada que pensar: sabíamos que queríamos pasar el resto del tiempo que nos quedase el uno junto al otro. Dejé la sección del programa que llevaba sola desde su ausencia, la del hospital, y como contrapartida el me fichó como segunda de a bordo para su programa. Era un buen trato: más responsabilidad pero también más sueldo y más tiempo libre, ya que podía delegar en otros parte del trabajo.

Salí del hospital por última vez sin volver a ver a Jongdae. Ya apenas ocupaba mi mente, pero me alegré de alejarme de él. Mai y Jongin seguirían formando parte de nuestro día a día, salíamos a comer continuamente e incluso planificamos viajes juntos... Nunca olvidaríamos el papel que habían tenido en los meses más complicados de nuestras vidas, ni cómo nos habían acercado el uno al otro, sobre todo Mai. Habíamos cambiado todos mucho en poco tiempo, pero ahora por fin teníamos algo muy parecido a la felicidad.

A veces aún me pregunto si he llegado a sentir por Suho lo que sentí por Jongdae. Me repito que son cosas diferentes, que el doctor Kim no era real, que solo fue una fantasía de perfección de la que me enamoré sin conocer al ser humano que se ocultaba tras ella. No ocurre mucho, pero intento alejar rápidamente el pensamiento. Al fin y al cabo, soy feliz junto a Jun; sé que es amor. 

No sé por qué, sin embargo, hay una vieja herida, profunda, oculta, que se abre cada vez que aparece el recuerdo de Kim Jongdae. Parece una quemadura, pero tan honda... Creo... Creo que es la marca de aquella vez que abrí mi alma a la luz del sol.

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