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XIII. Love words

Me contuve en el último momento de abrazar a Jongdae, pero mi sonrisa le dijo todo lo que debía saber. Me devolvió otra sonrisa algo preocupada y yo abracé rápidamente a Mai y salí corriendo.

Lo primero que hice fue llamar por teléfono a Suho. Una, dos, cinco veces. No respondió. Siempre cogía el teléfono, pero era una situación excepcional, tenía sentido que no quisiera hablar. Inquieta, llamé a la editora con la que salía, tal vez hubiese ido a ella en busca de compañía... Comencé a asustarme más de lo que ya lo estaba cuando me dijo que no sabía nada de él desde la noche anterior. Tampoco había aparecido por las oficinas durante la tarde. Cogí el coche y conduje todo lo rápido que pude en dirección a su casa. ¿Sería posible que se le hubiese pasado por la cabeza hacer alguna estupidez?

Aparqué en prohibido y llamé a la puerta de su casa. No hubo respuesta, pero seguí llamando una y otra vez. Tenía que estar... Tenía que estar... Si no... Ni siquiera  sabía dónde buscar. ¿Cuáles eran sus sitios favoritos? ¿Qué hacía cuando estaba triste? No sabía ninguna de esas cosas.

El ruido repentino de la cerradura de la puerta al abrirse devolvió a los latidos de mi corazón un ritmo medianamente normal. Respirando por fin, aproveché el primer hueco de la puerta y me deslicé dentro de la casa, en previsión de que cambiase de opinión antes de acabar de abrirme.

—¿Qué haces aquí? —Su voz fue la primera en decirme que había estado bebiendo, pero las botella de soju sobre la mesa me lo confirmaron.

—¿Te has mirado al espejo? Estás hecho un desastre.

Era verdad. Tenía el pelo desordenado y la camisa mal abrochada por primera vez en su vida. Suho podía tener con sus cosas la peor organización del planeta tierra, pero el resultado siempre era perfecto. Su imagen y su trabajo eran limpios, estéticos y eficientes. Al parecer, ese Kim Junmyeon se había quedado bajo la lluvia de la madrugada anterior.

—Si has venido para decirme eso es mejor que te vuelvas por el mismo camino. —Se dio la vuelta y fue a coger una botella medio vacía de alcohol, a lo que me adelanté quitándosela de delante.

—No he venido a eso. Jongdae ha mirado en los registros del hospital.

Suho, que había decidido ir a por otra botella en el otro extremo de la mesa, se paró en seco y se dio la vuelta, mirándome directamente, devorado por la ansiedad.

—¿Y?

—Está vivo, en planta, está bien. Está bien, al menos por el moment... —No me dejó terminar. Se lanzó hacia mí y me abrazó con tanta fuerza que sentí que iba a dejarme sin aire. Lo abracé también, acariciándole el pelo con las manos—. Estás hecho unos zorros. Vas a dejar el soju en paz, ¿verdad? —Asintió con la cabeza—. ¿Me lo prometes? —No creí que fuera posible, pero respondió a mi pregunta poniendo aún más fuerza en aquel abrazo que amenazaba con acabar con mis pulmones—. Suho, si sigues apretando me vas a convertir en salchicha.

Me soltó, por fin. Lo miré; otra vez aquellos ojos húmedos...

Le ayudé a poner un poco de orden en la casa antes de irme. Que el chico estuviera vivo no iba a devolverle el trabajo, pero al menos descargaría parte del peso brutal en su conciencia. Lo dejé después de obligarlo a cenar y abrocharse la camisa correctamente. Cuando se dio cuenta de que había confundido los botones sonrió, divertido: "Qué horror, siento que después de esto estoy preparado para ser un robinsón en una isla con caníbales, qué nivel de salvajismo...". Era la primera vez que sonreía en casi 24 horas.

Al día siguiente volví a ir al hospital sola. Lo odiaba. Era el sitio de Suho, conmigo; ir sola se sentía como si le estuviese robando algo que se había ganado con tanto esfuerzo... Era injusto, tan injusto. Aunque hubiese bebido ligeramente por encima de la tasa permitida, él estaba bien, no estaba ebrio. Un error no debería cobrarse con tanta dureza.

Respecto a Jongdae, no pude evitar sonreírle más de la cuenta, observarlo más de la cuenta, quererlo más de la cuenta. De nuevo. Era más que agradecimiento, amaba con toda mi alma ese aura de madurez que destilaba, su manera de dar la importancia correcta a cada cosa. ¿Por qué no podía ser mi novio un poco más como él?

Chan me llamó por teléfono unas ocho veces a lo largo de la mañana. Por primera vez desde que habíamos empezado a salir no nos habíamos visto por la noche y eso le hacía sospechar, aparentemente, que quería dejarlo. La novena vez fue más de lo que estaba dispuesta a consentirle, por más que me muriera de ganas el resto del día de ir a su casa y besar cada parte de su cuerpo hasta que me perdonara por gritarle.

—¡Se acabó! ¡Tienes tres malditos años mentales! Como vuelvas a llamarme en el trabajo voy a ir a acostarme con el primer imbécil que pase por la calle ahora mismo, así te quedarás tranquilo.

—Solo quiero saberlo —protestaba él—. Ayer estuviste con Junmyeon, ¿verdad? Tengo derecho a saberlo.

—¡Sí, estuve con Junmyeon! ¡No, tengo una aventura con Junmyeon, idiota! ¿Contento?

Escuché ruidos tenues al otro lado de la línea.

—¿Chanyeol? —Silencio—. ¿Chan? ¿Chanyeollie, va todo bien? —Comenzaba a asustarme. Juraría que estaba sollozando—. Chan, te quiero, ¿vale? Serás un idiota, pero eres mi idiota; no quiero ningún otro... Oye, ¿estás ahí? ¿Quieres que vaya a tu casa ahora mismo? ¿Estás...? ¿Estás llorando?

Carraspeó rápidamente antes de responder muy poco convincentemente.

—No, no, claro que no. Qué tontería.

Le prometí que nos veríamos esa noche. En el fondo yo también la necesitaba. Relajarme, disfrutar, reír, no pensar en el día después ni en lo que podría ser; no pensar en nada. Aparentemente tendría que demostrarle contundentemente a Chanyeol que seguía queriéndolo, pero, honestamente, eso no iba a ser un problema...

El resto del día, mientras tanto, me dediqué a tratar de conseguir que Mai me contase por qué no había parado de sonreír un maldito segundo desde las 7 de la mañana.

—Pero si esta es mi cara normal, ¿Dinah, qué mosca te ha picado...?

—Mai, no me tomes el pelo que no está el horno para bollos. Dime qué porras te ha pasado entre las 8 de la noche de ayer y las 7 de la mañana de hoy. No es mucho tiempo, no has podido robar un banco... Todo lo más el desgraciado de tu novio te habrá pedido matrimonio y entonces te mataré.

Me lanzó una mirada de reprobación absoluta y siguió trabajando, con su enorme sonrisa intacta sobre su cara.

—Mai —insistí—, o me lo dices o llamo al abogado Byun para hacerle una consultita...

La velocidad a la que borró la sonrisa me resultó aún más inquietante.

—Ni se te ocurra. Por favor. Va en serio. No le llames, nunca; Baek es muy celoso, pensaría cosas... Ya sabe que hay un chico que... —Se calló repentinamente.

Empecé a ver por dónde iban los tiros.

—Entiendo. Así que has vuelto a ver a Jongin...

—¡Sshhh...! Calla, hombre, ¿quieres que se entere todo el hospital?

—Mai cuenta o voy a hablar tan alto que me va a oír tu novio desde el bufete.

—Ya voy, ya voy. Bueno... Esta mañana vine al trabajo y... Solo... Estaba ahí.

—¿En Urgencias? ¿Herido?

—No, no... Ahí... Frente a mí... Sin más, con unos pantalones ajustados que deberían estar prohibidos por la Convención de Ginebra y una camisa suelta que tres cuartos de lo mismo. ¿Te he dicho que se mueve como un bailarín? Es ágil y pasional y...

—MAI, ¿cómo has comprobado lo "pasional" que se mueve? Explícame, por favor...

Se rió.

—Malpensada. Hablaba de su forma de andar, de sus gestos... Además, tengo novio.

Advertí que su seriedad al pronunciar esa frase había disminuido considerablemente desde la última vez.

—Querida, ¿tú sabes lo que es vivir en negación? Porque, si no, puedo darte una clase práctica ahora mismo: "Mira soy rubia y mido 178", "Uy, la tierra es evidentemente plana, porque nadie está boca abajo...", "Hola, soy Mai y no me estoy enamorando del morenazo con problemas...".

—Oye, eres malvada. Además, no he acabado. El caso es que cuando llegué esta mañana al hospital me estaba esperando. Al principio pensaba que había sido una casualidad, pero llevaba desde las 5 de la mañana sentado en el bordillo porque no sabía cuándo entraba yo a trabajar. Me acerqué y me sonrió con esa sonrisa perfecta y yo... por poco me caigo de espaldas. Me dijo  que entendía que estaba con alguien, que dolía, pero que no era culpa mía. Y... Me preguntó... —Mai comenzó a ruborizarse, dudando si continuar la frase—. Me... Me preguntó si le daba permiso para intentar conquistarme...

—Pobre iluso, no sabe que estás conquistada, colonizada y tienes hasta un virreinato con el nombre de Kim Jongin en la cara.

—Pero serás bestia...

—¿Qué le respondiste?

—Que sí.

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