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VIII. Beautiful

El incidente con el paciente me ayudó a sobrellevar el resto de aquel día, aunque no fui la única a la que le sirvió para dejar de lado sus problemas personales. Mai estuvo sorprendente y hasta incómodamente comunicativa durante todo su turno. Me contó una y otra vez que Jongin estaba con una medicación suave y que eso era un logro porque si estaba en buenas condiciones mentales con dosis pequeñas significaría que su condición no era tan grave como parecía... Siguió hablando de los mejores tratamientos para pacientes con tendencias autolesivas durante la mayor parte del día.

Su otro tema favorito resultó ser la forma en la que iba a conseguir una orden de alejamiento para su hermano. No pareció escucharme demasiado cuando le sugerí que eso debía solicitarlo el chico personalmente. Tampoco insistí. Honestamente, no me importaba demasiado si se presentaba en la comisaría con toda su energía adolescente pidiendo nada parecido. Ni si la mandaban a freír espárragos. En realidad, en aquellos momentos no me importaba demasiado nada en absoluto.

Como siempre, después me sentí mal por aquello. No me gustaba esa versión de mí que se volvía antisocial cuando algo le dolía, pero no podía evitarlo. La idea de Jongdae abrazando a otra chica me hacía odiar un poco a todos los que nos rodeaban.

A él decidí ignorarlo todo lo posible. Creo que se dio cuenta, pero no me importaba. De hecho, creo que disfruté su mirada confundida cuando, en un momento de la tarde, fingí descaradamente no haber escuchado lo que me decía (en voz perfectamente audible) y llamé por el móvil a un número cualquiera para evitar responderle. Era perfectamente consciente de lo infantil que estaba siendo, pero estaba demasiado herida para hacer otra cosa.

Los siguientes días fueron de altibajos. Hubo momentos en los que solo sentía dolor cuando lo veía, y acababa yendo al baño a llorar después del cruce de palabras más absurdo; otros, despecho, y sacaba mi vena sarcástica de la forma más ridícula y me volvía beligerante por cualquier tontería... Estoy casi segura de que Suho me diagnosticó trastorno bipolar en secreto aquella semana.

Nunca dijo nada, sin embargo. Lo sabía todo, tenía que saberlo, pero no hizo un solo comentario al respecto. Yo no sabía si agradecérselo u odiarlo por ello.

Centrarme en el trabajo no fue tampoco tarea fácil. Tanto, que estuve a punto de olvidar que el lunes siguiente teníamos una cita con el abogado y el denunciante, por aquel tema absurdo de los derechos de la música que usamos de fondo en una emisión. El objetivo era tratar de resolver la situación sin ir a juicio; lo que, teniendo en cuenta que el artista nos había denunciado por una ridícula canción en vez de hablar primero con la productora, parecía, como mínimo, una misión compleja.

—¿Lista? —Una enorme sonrisa me dio los buenos días desde el videoportero a las 7 de la mañana.

—¿Suho? ¿Pasa algo? —Mi voz de dormida era demasiado evidente como para fingir que recordaba perfectamente lo que fuera que tuviéramos que hacer aquel día.

—Claro, te he denunciado a la policía por impuntual y ahora tengo aquí a una patrulla esperándote. Por no hablar del abogado guapo, que dice que te atenderá personalmente. Sí, sí, no me pongas la cara que estoy segurísimo de que me estás poniendo, porque ambos sabemos por dónde van los tiros...

Maldición. El abogado. La cita... Me vestí a toda prisa sin abrirle la puerta. Que mi compañero me viera en pijama no terminaba de encajar en mi idea de profesionalidad. Quince minutos más tarde estábamos sentados en una cafetería con nuestro abogado, todo sonrisas inquietantemente encantadoras y empeñado en convencerme sin el menor asomo de éxito de que el café irlandés era una pésima idea para comenzar la mañana. ¿Cómo podía tener tanta energía tan temprano? Me superaba. Me concentré en mi café para evitar mirarle a aquellos ojos hipnóticos, por si Suho me estaba observando. Tampoco quería más situaciones incómodas como la de la otra vez en su despacho; al menos no hasta que acabase el juicio. Después ya era otro asunto...

—Hazme caso, el alcohol se disfruta más en un daiquiri, aunque yo te veo más con un martini, agitado, no mezclado... —bromeó usando un tenedor como pistola imaginaria e imitando la expresión de una especie de James Bond a medio camino entre lo seductor y lo absurdo.

—Espero que sus conocimientos sobre bebidas alcohólicas los adquiera fuera de sus horas de trabajo o acabará llevándole a mi compañera el café irlandés a la cárcel, —intervino Suho con una retranca que no le había visto antes. Reímos los tres, mientras el abogado nos tranquilizaba sobre sus habilidades legales y yo lanzaba una mirada divertida a mi agresivo compañero.

Si nosotros habíamos llegado unos minutos tarde, más tarde aún llegaba nuestro denunciante. Por fin, un cuarto de hora y tres o cuatro conversaciones intrascendentes más tarde de lo acordado, aterrizó en nuestra mesa el músico de marras, un joven de pelo ondulado y revuelto, ceño fruncido y voz profunda que cargaba con una carpeta llena de papeles a punto de caerse.

—Siento el retraso, el autobús no llegaba. En realidad ni siquiera sé por qué me han citado aquí, pero traigo todos los papeles que demuestran que la canción es mía, incluso los borradores; la escribí en una noche, ¿sabe? —Se dirigió a Suho y después a mí, enseñándonos un papel arrugado y sucio lleno de borrones y renglones dispersos—. Puedo probar que la demo es mía, también. La canté yo, hice los arreglos yo, la grabé yo... Tengo el disco en alguna parte... —Se enfrascó en pelearse con su carpeta a punto de reventar mientras trataba de rescatar el disco en cuestión, que debía estar en algún punto entre aquella maraña de papeles.

Me sentí muy identificada con aquella carpeta en ese momento: dos desastres. Su portador parecía también familiarizado con ellos. Me cayó simpático nuestro denunciante. Debía ser mayor que yo, aunque no mucho, no parecía llegar siquiera a los 30, y era francamente guapo. Ojos grandes y oscuros, labios carnosos, invitadoramente entreabiertos, cuerpo fuerte y definido... No se parecía en nada a Jongdae, excepto, tal vez, en cierta calidez en su expresión, pese a su seriedad.

—En realidad, le hemos citado aquí para tratar de solucionar las cosas sin llegar tan lejos. Aunque usted es quien más tiene que perder en un juicio, realmente no sería bueno para nadie. ¿Le parece si nos centramos en encontrar un acuerdo? —El abogado interrumpió mi análisis del portador de la carpeta explosiva cuando bajaba hacia las manos; podía ver perfectamente el recorrido de sus venas ascendiendo hacia los brazos y eso las hacía aún más atractivas de lo que ya eran.

—¿Perder? ¿Yo? ¿Cómo podría perder? Usaron mi canción sin mi permiso. —Su expresión cambió rápidamente de seriedad a preocupación.

—Verás... Digamos que hay ciertos recursos para... Bueno... ¿Puedo tutearte? —Sonrió con un matiz pillastre mientras proseguía sin esperar respuesta—. Digamos que no vas a poder demostrar que es tuya, seamos claros.

—¿Qué? —El joven abrió mucho los ojos, mirándonos alternativamente al abogado, a  Suho y a mí—. ¿Están diciéndome que van a robarme la canción, sin más? Había escuchado que había gente sin escrúpulos en esta industria, pero esto ya es miserable. ¿Saben cuántas canciones he compuesto antes de que nadie se interesase en una siquiera? ¿Quieren quitarme la única canción en la que alguien se ha fijado nunca? —Comenzó a elevar la voz, algo desesperado—. Muy bien. Pienso ir a juicio, pienso escribir a cada periódico y a cada cadena para que sepan que son unos ladr...

Decidí intervenir antes de que la situación se saliese completamente de madre. No me cabía duda de que el desvergonzado del abogado podía hundir por completo al pobre chico a base de papeleo y pruebas manipuladas, pero no me apetecía tener nada parecido en mi conciencia.

—Tengo una propuesta diferente que hacerte. ¿Qué te parece si te pagamos los derechos por la canción y además por todas las que puedas darnos? Necesitamos más música para el programa y tú tienes talento, ¿no? En lugar de montar todo esto por una canción, puedes usar ese talento para colaborar con nosotros.

Me costó un buen rato y ayuda de Suho hacer entender al músico que no nos estábamos burlando de él. Parecía demasiado confundido para aceptar que acabábamos de ofrecerle trabajo. Cuando dimos por concluida la reunión, sin embargo, habíamos confirmado que colaboraría con nosotros y el abogado había prometido que nos ayudaría con los trámites para enterrar la disputa legal y solucionar el acuerdo.

A la salida, me quedé un minuto siguiendo al joven con la mirada mientras se alejaba calle arriba. Con un poco de suerte, nos volveríamos a cruzar algún día. O tal vez no. No había sido el mejor primer encuentro y probablemente me vería como parte de esa industria sin escrúpulos dispuesta a robarle su trabajo. Pensándolo bien, aunque no fuese así, tampoco es como si le fuese a gustar yo solo porque él me gustase. Con eso ya tenía experiencia.

Me despedí de Suho y decliné su oferta de comer juntos. Qué mejor plan que volver a casa, meterme en la cama y aprovechar el resto de las horas libres escuchando música cortavenas.

Apenas había llegado a mi calle cuando la llamada telefónica de un número desconocido me detuvo.

—¿Dinah? Soy Chanyeol, le pedí tu... su.. el teléfono al abogado... Me preguntaba si... ¿Quieres tomar algo?

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