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II. Portrait of you

Aquel día, y muchos más, me dediqué a tratar de descubrir todo lo posible sobre el Dr. Kim Jongdae. Una de las primeras cosas de las que me enteré fue que era brillante en su trabajo. Un porcentaje muy elevado de los artículos científicos que publicaba el hospital eran suyos. Aunque su trabajo en Urgencias era estresante, de alguna forma encontraba el tiempo para participar en ensayos clínicos, grupos de investigación, y aún así todavía le quedaba tiempo para construir relaciones.

Todos los que trabajaban o habían trabajado con él hablaban bien de él: era amable, divertido, serio cuando tenía que serlo, responsable, modesto y trabajador. Imposible. No podía ser que un hombre fuese tan perfecto. Después de hablar con varias enfermeras y un par de médicos decidí que algo tenía que estar muy mal en algún punto de su vida para compensar tanta perfección, pero no iba a esperar a que me lo contasen, estaba decidida a comprobarlo por mí misma.

La primera semana de grabaciones con él fue todo un éxito, aunque me sorprendí siguiéndolo con la mirada muchas más veces de las recomendables. Me fascinaba la forma en la que trataba a los pacientes, sobre todo a los niños. Su delicadeza, su amabilidad inquebrantable pese a los malos modales de la gente. Sonreía constantemente, a todos, no importaba lo duro que estuviese siendo el día o lo cansado que estuviera.

Una tarde en la que el trabajo en Urgencias estaba siendo un verdadero infierno, lo sorprendí en su rato de descanso echando una mano a una de sus compañeras. Le estaba acabando de vendar la pierna a un niño de unos seis años, que hacía pucheros y buscaba a alguien con la mirada. El Dr. Kim le hablaba con tono dulce, calmado, con una ternura en sus ojos que me hubiese quedado todo el día contemplando.

—Bueno, y además me ha dicho tu papá que te gustan mucho los dinosaurios. Como has sido muy valiente tengo algo para ti, ¿quieres verlo?

El pequeño asintió con la cabeza, observando al médico con sus ojos húmedos y churretes por toda la cara.

—Pero tienes que prometerme que no vas a llorar más.

Nuevo gesto afirmativo del niño. Sin ningún esfuerzo, el doctor lo cogió en brazos y salió con él de la consulta, limpiándole los churretes con un pañuelo húmedo mientras la llorosa criatura se agarraba a su cuello con unas manitas pequeñas y sucias. Me pareció todo muy tierno; pero la enfermera parecía preocupada.

—Pobre chiquillo, pobre... No ha parado de llorar hasta ahora... Aunque es normal, un accidente así... Su madre no ha tenido tanta suerte... Una pena... Un chiquillo tan pequeño... Si no fuera por el Dr. Kim todavía seguiría llorando; no sé cómo lo hace.

Respondí algo de cortesía y salí de la consulta. Yo tampoco sabía cómo lo hacía para meterse en mi cabeza e irme volviendo loca poco a poco. Tampoco es que yo hiciese nada por evitarlo. Le daba vueltas y vueltas a su carácter, a su forma de hablar, a cada pequeño detalle. Iba atesorando cada anécdota, por trivial que pareciese, que me contaba cosas sobre su personalidad, que dibujaba ese retrato suyo que iba creando en mi cabeza y al que sin darme cuenta estaba comenzando a dar culto. ¿Cómo era posible ser tan perfecto?

Al acabar la primera semana sugerí que nos fuésemos todo el equipo a celebrar nuestro último éxito de audiencia. Para mi casi desgracia, estuvo a punto de rechazar unirse a nosotros, pero Suho lo convenció prometiéndole que no nos recogeríamos muy tarde.

Esa noche, cuando apareció en el pub, me dio un vuelco el corazón. Sabía que vendría y aún así no pude evitar que se me acelerase el pulso al verlo entrar, buscarnos con la mirada y dirigirse hacia nosotros. Con su flequillo largo, dividido en dos, cayéndolo sobre las sienes, y una camisa blanca ligera y suelta por encima de los pantalones ajustados, de alguna forma me pareció que no había visto a nadie más atractivo en toda mi vida.

—¡Suho, Dinah! —Traía su enorme sonrisa y ese aire de ingenuidad que me desarmaba, y nos saludaba desde la puerta moviendo la mano efusivamente.

—¡Dr. Kim! ¡Aquí! —Le devolví la sonrisa mientras sentía que me ardían las mejillas.

Suho aprovechó para hacer algún comentario sobre quitarme la copa para evitar que se me subiese del todo. Le pellizqué el brazo disimuladamente haciéndolo saltar de la silla para después fingir, con unas pésimas dotes de actuación, que se había levantado voluntariamente,  y me dirigí a darle la bienvenida al recién llegado.

—Siento hacerle esto, Dr. Kim, pero acabo de pedirle una copa cargada y no pienso permitir que me la rechace.

—Jongdae. Llámame Jongdae, por favor. Creo que teniendo en cuenta que intentas emborracharme podemos tomarnos algunas confianzas. —Carcajada suya, escandalosa, juvenil, y carcajada de todos los presentes. De alguna forma su presencia conseguía un buen ambiente de forma casi instantánea. Su forma de tomarse las cosas, su sonrisa constante...

—Jongdae, perfecto. Yo soy Dinah, pero puedes llamarme Dinah. —Nada más decirlo me puse aún más colorada de lo que ya estaba. ¿Qué clase de payaso estaba haciendo ya? Otra carcajada de las suyas, sin embargo, me devolvió rápidamente la paz y me hizo olvidar mi terrible sentido del humor. ¿Cómo no prendarse de alguien que se ríe incluso con tus mayores tonterías?

Desde el otro extremo de la barra, Suho se frotaba el brazo disimuladamente y me miraba con cara de sentirse violado y divertido a la vez, mientras hacía gestos de desesperación por mi actitud "adolescente". Un brillo maléfico en sus ojos, disfrazado de abrumadora ingenuidad, no me pasó inadvertido.

—¡Doctor, que sepa que esa criatura de ahí es una maltratadora en potencia! —Intervención no deseada y nada apropiada de mi querido compañero, deseoso de recuperar su papel de bromista del equipo.

—¿Qué? —Perdido, Jongdae nos miraba alternativamente a uno y a otro.

—No le hagas caso, lleva dos copas y no tolera demasiado bien el alcohol... —mentí descaradamente.

—¡Pero será ment...! —La llegada de la copa de Jongdae y una segunda para mí interrumpió la indignación de Suho, permitiéndome distraer la atención de nuestro rifirrafe hacia temas realmente importantes. Como Jongdae. Su entera existencia. Ese era mi tema favorito.

—Con todo lo que haces en el hospital te será difícil tener un rato como este a menudo...

—La verdad es que no tengo mucho tiempo libre, pero esa no es la razón principal... Me temo que soy un poco raro... Me gusta salir a conducir solo, pasear de noche junto al río.... Esa clase de cosas.

Enrojecí, de nuevo. A mí también me gustaba conducir sola. Lo imaginé paseando por el parque del río... El silencio de la noche, el rumor del viento en los chopos... De repente me parecía el mejor plan posible. Tal vez hiciese algo de frío y me cogiese a su cintura y él me echase el brazo por encima mientras seguíamos avanzando a trompicones y entonces yo le pisaría sin querer, porque para patosa la primera, y los dos nos reiríamos de nuestra torpeza y nos quedaríamos así, abrazados, mirando al río, hasta que se hiciese demasiado tarde y tuviésemos que volver a casa.

Pasé el resto de la noche con esa y varias imágenes más en la cabeza. Acabamos a las 3 de la mañana, algo alegres y con la sensación de ser una gran familia feliz. Las copas de más se notaban. Nos faltaba Jongdae, que había abandonado el barco haría una hora y media provocando el desmadre. Suho se había dedicado a ligar con la camarera, el equipo de edición competía a chupitos con el de grabación y una de las enfermeras y yo nos metimos en la pista de baile sin el menor sentido del ridículo y con una pésima coordinación. Aquella noche acabé durmiendo en casa de ella, más cerca del pub que la mía.

Resultó ser una excelente idea. La chica, Mai, era la enfermera personal de asistencia de Jongdae. Cerré aquel viernes sabiendo que mi médico tenía una extraña fijación con el rosa, que aquella sonrisa que tanto me gustaba había enamorado a la mitad del personal femenino del hospital, que era el único de Urgencias a quien Mai no había visto nunca desmoronarse después de una jornada emocional y físicamente extenuante, y que nadie sabía nada de su vida privada.

A la mañana siguiente me hice de nuevo la promesa de descubrir, costase lo que costase, lo que había tras aquella preciosa apariencia de perfección. Era periodista, no podía evitar sospechar de una posible fachada. Por supuesto, en el fondo era plenamente consciente de que buscaba tan solo una excusa más para acercarme a él y llamar a su corazón. La gran pregunta era si me dejaría entrar.

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