X. Humano.
—Oye, Katsuki...
El pelirrojo llama pausado al rubio, quien yace en el sillón. Se ha acercado a éste con curiosidad, asomándose desde la derecha del mueble casi acechante, porque lo encontró con otro libro en mano esa tarde de Domingo nada más salir del estudio de Kyoka y le picó el interés.
Estaba siendo maña hallar a Katsuki así en sus ratos libres, concentrado e inmerso en la lectura, ensimismado, y a Eijirou le daba mucha curiosidad el saber qué tanto pasaba verdaderamente porque ¿por qué le era tan interesante el leer?
Cuando Jirou le leía cuentos (que fueron pocas veces, por el trabajo de ella) él prestaba suma atención hasta que, en cierto punto, dejaba de importarle el tema y se disculpaba para ir a entrenar con Hanta. Nunca le cuestionó a la bruja ese gusto, ya que ella se veía ocupada en sus labores como para explicarle y, pese a que aún había un toque de inseguridad en su ser, temiendo de la reacción del rubio por inmiscuirse en sus haceres, la duda aumentó desde que empezó a contemplar detenidamente las reacciones de su compañero al leer.
Recuerda que, el día anterior, Katsuki le dijo "no deberías temerme" (y un confía en mí pasado) y Kirishima quiso creerle, aunque en el fondo moría de nerviosismo al acercarse a él para comunicarle cualquier cosa.
Por algo se comienza, se consoló.
El cocinero suspira, rodando sus ojos solo para dedicarle un ligero "mmmh" sin dirigirle la mirada, a sabiendas de que Eijirou le pediría algo y solo se estaba mentalizando para hacerlo.
—¿Por qué... te gusta tanto leer? —suelta por fin.
Katsuki frunce el ceño tras la inquisición, observando desde abajo al chico parado frente suyo antes de responder sin ganas—No lo sé, ¿porque sí? ¿Tiene que haber una razón para ello?
—Bueno, no creo, pero yo...
—Entonces no molestes, pelopincho —le interrumpe, cortante. La verdad es que el moreno lo había sacado de un momento importante en la trama del libro—. Es interesante, solo eso —y volvió a sumergirse en las páginas del relato.
Eijirou asiente, inconforme por las castas respuestas de su compañero. Pensó en retirarse resignado para ir a jugar afuera o bajar al sótano de la bruja, cuando una idea surcó su cabeza un instante y le pareció bien hacerla.
—Bueno, entonces me... ¿Me leerías tu cuento? —pregunta receloso.
Katsuki lo vuelve a mirar, intimidante—Mmh... sí. Lo haría —contesta, cerrando el objeto en sus manos con un marcador bien puesto y recomponiéndose en el sillón—, pero eres muy tonto para entender lo que leo —continúa, burlón—. Son historias que no comprenderías.
Kirishima se relajó ante esa respuesta que no se oyó tan agresiva como el ceño de su acompañante, aunque...—¡Oh, vamos! Jirou me leía sus cuentos historias también. ¡Soy muy inteligente!
¡Y claro que lo es! Tenía pruebas para refutar eso: había aprendido a dominar (más o menos) un idioma en poco más de un mes, sabía cocinar deliciosos manjares (casi) sin ayuda. Aprendió a nadar, a vestirse, a cazar (o algo así), ¡y muchas otras cosas prescindibles!
Exceptuando el leer, claro, pero ese es otro tema.
Y el pelirrojo se ofende peor cuando siente la risa burlona del otro, cruzándose de brazos y cambiando el peso de una pierna a otra, mirándolo con desaprobación.
—¿Tengo que creerte porqué...?
—¡Porque sí lo soy! —expresa con ánimos. Decide sentarse cerca del rubio en el sillón, aún haciendo un mohín—. Vamos, léeme algo y yo lo entenderé.
A pesar de que las ordenes no le agradaban para nada, Katsuki asiente ante la valentía del ex dragón por desafiarlo, divertido por las reacciones de éste y sin darse cuenta de que lo que leía era una de sus novelas románticas favoritas (y no vamos a cuestionar sus excéntricos gustos, no).
Abre y comienza a relatar desde el inicio de la página marcada.
—[...] y él tomó de la cintura a aquella mujer tan hermosa, rojiza como nadie en aquel baile, llamativa por naturaleza. De seguro todos lo envidiarían por provocar revuelo en el corazón de ella, la codiciada belleza que despliega una danza entre sus brazos, pero poco podía importarle los murmullos de la gente cuando el amor golpea en su mente y parecen tan cercanos como si se conocieran de toda una vida. [...]
Piensa en unir sus bocas, hacerlo por instinto cuando nadie los mira a pesar de ser el centro de atención, y todos lo llamarían imbécil insensato por ello, pero el tener a tal belleza entre sus brazos le nublaba la cabeza y no pensaba en claro. [...]
- ¿quién eres? -dice él y recibe una tardía contestación.
- sí se lo digo, podría matarme...
No sabía cuánto tiempo estuvo narrando, pero se detuvo tras decir eso para observar a su compañero. Levantó la vista solo para encontrarse con un anonadado Eijirou, quien trataba de comprender qué demonios había sido todo lo que escuchó y buscando el por qué le gustó tanto, siendo diferente a cualquier cosa que haya conocido. Un sonrojo y un deje de tristeza decoraban el rostro del confundido pelirrojo.
—¿Y? —cuestiona triunfal el rubio—. ¿Qué opinas, don inteligente?
—... Sin comentarios —dice y escucha una risa proveniente del otro—. ¡Oye, no te burles! —vuelve a hacer un mohín—. Sí... ¡sí que entendí!
—¿Qué entendiste, entonces?
Nada.
—¡Todo!
Un ligero silencio inundó la habitación tras eso. Katsuki se quedó queriéndose reír (y haciéndolo) y Eijirou ofendido por el reaccionar del otro, pero intrigado y con ganas de más.
—Oye, Katsuki... podrías... ¿Podrías seguir leyendo? Para entender más, digo.
—Claro, claro. Sí así hago que tu cerebro funcione...—y la presencia del pelirrojo no le molestó en lo absoluto, al menos no como creyó que sería.
Katsuki sigue con la narración sin apuro, disfrutando ambos del relato. Ninguno nota cuando están tan próximos que el calor del verano parece no existir y la voz de Katsuki es lo único que inunda el lugar, siendo acompañado por un Eijirou completamente perdido pero embelesado por la incomprensible belleza de la lectura.
Y el ex dragón cree empezar a entender el gusto, tal vez, mientras que recién llevan un capítulo de esa dramática aventura.
Eijirou camina con una pesada caja entre sus brazos. Está acalorado por el esfuerzo físico que eso conlleva y el verano, mas no se arrepiente de haber acompañado a dos risueñas mujeres que le seguían el paso adelantadas por las vacías calles del pueblo.
Hablaban entre ellas hasta que decidieron incluirlo en la conversación.
—¡En serio agradezco su ayuda, Kirishima! —exclama la camarera, Hagakure.
—Oh, yo... No lo agradezca —le dedica una puntiaguda sonrisa que podría asustar a cualquiera, pero de la cual las mujeres se habían acostumbrado en poco tiempo.
—Cuando lleguemos a mi casa le daré algo de dinero para compensarlo, ¡y no acepto un no por respuesta!
El único varón asiente a la incomprensible ofrenda que le dio la castaña. De todos modos, presiente que el que le den dinero es algo bueno. A veces, las personas a su alrededor hablaban de ello como necesario para la vida, aunque él no lo entendía del todo, ¡sí seguía vivo sin ese tal dinero!
Llegaron a la casa de Tooru, la cual se veía bastante acogedora, y un hombre rubio y bajito con una larga cola los recibe, agradeciendo al pelirrojo por acompañar a las mujeres hasta allí a pesar del calor y el peligro callejero. Eijirou ríe nervioso ante esa atención, mientras deja la caja donde le apuntan y se pega en silencio a Mina como le indicó Katsuki minutos atrás antes de dejarlo salir.
Deciden (ellas) quedarse a hablar un poco más con Ojiro, el hombre rubio y con cola, para reponer fuerzas. En tanto, Hagakure saca algunas cosas de la pesada caja que transportó Eijirou para acomodarlas en un armario. Y una en especifico llama la atención del ex dragón.
—¿Qué es eso? —señala él, interesado.
—Oh, eso... ¡Es un espejo! En ellos puedes verte reflejado, ¿lo ves? —contestó, agraciada por la expresión del pelirrojo y haciendo movimientos con sus manos frente al objeto—. Mi esposo los usa en su trabajo, ya que él trabaja ha-...
Pero Eijirou dejó de prestar atención a Tooru a la mitad de su explicación, analizando como todo lo que hacía físicamente era copiado por un ser del otro lado de ese espejo y maravillado porque ese supuesto ser era él mismo.
Jamás había podido ver su cara humana de forma tan clara y con tanto detalle hasta ese momento, mas no podía describir como se sentía el verse tan bien. Se descubrió a sí mismo muy diferente del resto. Su tez es muy tostada, ya lo sabía, pero su cuerpo, que se notaba algo marcado por los ejercicios que hacía con Hanta, era bastante robusto. Sus cabellos rojizos subían en puntas, como cuernitos, sus ojos eran aún más rojos y brillantes de lo que creyó, sus puntiagudos dientes, el ropaje que cubría su desnudez.
Y se sintió cómodo consigo mismo, o algo así.
—Sí que eres muy guapo —le musita Ashido, apareciendo cerca suyo y viendo las intenciones del pelirrojo—. ¿Jamás se había visto en un espejo?
—¿A-ah? —Eijirou se sorprende ante el atrevimiento femenino, a sabiendas de que ella suele ser así—. N-no, ahm. No, es la primera vez.
—¿Y te gustan? —interviene Hagakure, con una bebida en una mano y un objeto en otra. El chico asiente apenado—. ¡Oh, en ese caso! Tenga, de este no nos sirve y sería muy peligroso si mi niña lo llega a romper.
Peligroso.
¿Cómo algo tan mágico puede ser peligroso?
La castaña le tiende un artilugio que lo refleja también, pero era mucho más pequeño—Y no se olvide la paga que le debo, eh, considere esto como un regalo.
Eijirou sonríe, asintiendo embobado, aún cuando no la había oído en realidad.
Tras charlar un poco más (ellas) con Ojiro, Mina decreta que es mejor volver porque no sabe qué tan grande será el desastre que encontraría en su local, al que dejó al mando de Katsuki. De todos modos, no iban apurados, el calor de la tarde parece detener todo movimiento exhaustivo a excepción del hablar de la morena, quién siempre tiene un nuevo tema de conversación.
Pero Eijirou no escuchaba nada, atontado por su yo humano físico y las ganas de mostrarle a Katsuki su nuevo descubrimiento.
—¿Qué mierda traes encima, pelopincho? —cuestionó Katsuki cuando el grupito de imbéciles entró al restaurante y él los recibió con su típica cara de orto.
Kirishima llevaba su artilugio como un preciado tesoro.
—Buenas tardes a ti también, Katsuki —La verdad, había bastante más orden de lo que Ashido creyó—. Sí, tuvimos un buen viaje, no te preocupes.
—¡No te hablé a ti! Eijirou, contesta.
El pelirrojo se acercó a él, revoloteando el objeto—Mira, mira, ¡un espejo! ¿Sabes lo que es un espejo? ¡Es mágico!
—Tch, ¡claro que sé que mierda es, cara de nabo! —responde, mientras que el ex dragón quiere mostrárselo como un niño exhibe un juguete nuevo—. ¿De dónde sacaste esa cosa?
—Hagakure se lo regaló —comentó Mina, tras mojarse la cara con el Bobbinato—. Y también le dió unas monedas de bronce, pero no sé qué hizo con ellas.
—¿Qué? ¡Eijirou, estúpido, ven aquí!
Pero a Eijirou no le importaba nada más que su espejo y el reflejo en él.
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