VI. ... y con alas.
El humo del salón no dejaba dilucidar más que las siluetas de los que estaban en el escenario. Sin embargo, el argentino vio con claridad cómo, tras los acordes finales, Arthur dejó la guitarra y bajó de un salto el escenario, caminando con prisa hacia la puerta de servicio detrás, sin siquiera despedirse del público que los aplaudía con fervor.
—... ¿Martín? — Daniel preguntó al ver al rubio levantarse de la mesa, alejándose sin dar explicaciones. Ambos primos contemplaron cómo este se abrió paso decidido entre la gente apiñada, buscando salir por la puerta principal— ¡¡Tincho!! ¡¡Volvé!! ¡¡Tincho!!— trató de no gritar, pero su voz se sofocó en la multitud.
—Puta madre... — susurró Sebastián, acomodándose los lentes con una mano. Le dio una palmadita al otro y también se levantó de la mesa, para tratar de alcanzar al rubio.
El punk atravesó la puerta como un rayo, ignorando siquiera si sus hermanos estaban cerca, y la cerró con fuerza. Una vez afuera sintió en sus costillas el aire que creyó atorado en su cuerpo y se sentó en el reborde de la calle, soltando el sollozo que había aguantado toda la canción. Se cubrió la boca abierta con una mano y apretó fuerte los ojos, para que las lágrimas llegaran y se fueran rápido, forzándolas a salir.
Pasos atrás, Iain lo siguió con prisa, pero una mano firme tomó su brazo y le frenó el camino con algo de brusquedad.
—Déjalo. Tiene que estar sólo.
—Dyl, ese idiota va a...
—Quizás. Y si sucede, es asunto de ellos.
—Estoy harto de verlo sufrir por ese shithole— le cortó, impaciente — ¡Quiero mandarlo por partes de vuelta a su país bananero!
—También yo. Por eso, dejémoslo terminar lo que es suyo, a su manera. Si nos metemos Artie se sentirá peor; y sabes como es con su asunto de la hombría y el orgullo— sonrió apenas — . Ha salido igualito a ti.
El mayor se soltó, resignado.
—Tienes razón — los pelirrojos aparecieron unos momentos después, preocupados — . Quedémonos cerca de la puerta, esto es algo de Mint Bunny.
—¿¡No vamos a hacer nada!?— se exasperó Finnian, mirando a los demás — Deben estar bromeando.
—Es un problema de Arthur — Iain habló de nuevo — . Nos quedaremos aquí y le daremos apoyo si nos necesita. Aunque me muera de ganas como ustedes de reventarlo, nos quedaremos aquí.
—Odio esta mierda. — respondió Connor, pero el morocho no dijo nada más. Los cuatro miraron hacia la pequeña ventana de brazos cruzados, esperando que todo terminara pronto.
Afuera, y tras calmar su llanto, Arthur descargó su dolor pateando el suelo, tirando botellas y estrellándolas contra las paredes, maldiciendo por lo alto. Como había poca gente y esa zona estaba habituada al ruido nocturno, nadie se asomó siquiera a ver que pasaba en aquella callejuela cerrada.
Sin embargo, el dolor no se terminaba de ir. No era suficiente. Nada era suficiente.
Excepto...
—¡Arthur!
Martín apareció de pronto en la esquina, agitado, caminando con prisa hacia él.
>>— Arthur, listen to me! Please!
Kirkland lo miró de pronto con los ojos abiertos y rojos por el llanto, sin poder creerse que era él; pensando, inclusive, que estaba alucinando por la heroína de nuevo, o tenía una de sus largas y tristes pesadillas. Pero al ver que era real, su tristeza volvió a transformarse en una furia irrefrenable.
Giró su cuerpo y dio zancadas hacia él, cerrando cada vez más los puños en el proceso, dejando los nudillos blancos por la presión; como una tromba marina que iba a chocar contra la costa. Y como tal, el argentino no pudo evitarla.
El inglés le giró la cara con un puñetazo limpio, y después le sacó el aire con un golpe al esternón. A partir de allí, fue un sinfín de movimientos consecutivos en todos lados.
—I fucking hate you!! I-fucking-hate-you!! — cada golpe empujó más al latino contra la pared, a medida que las palabras estallaban con furia contra el rostro ajeno, quebrando la garganta entre los gritos propios y ajenos.
—¡Arthur! — quiso frenarlo anteponiendo los brazos, pero el otro se puso más rabioso, con los puños duros contra el estómago.
—Shut up!! Shut the fuck up!! — el cuerpo alto del rubio se comenzó a doblar del dolor, porque cubrirse fue una tarea inútil.
A pesar de ser algo menudo, el peliverde pegaba con velocidad y era fuerte como un yunque. Movimientos que solamente aprendían las personas con una vida muy dura.
>>—You bloody coward!! Asshole!!! How fucking dare to show up here!! — recusó sin parar, con la mirada desorbitada — How fucking... dare!! — . Gritó de un modo tal que, tras cansarse de pegarle en el torso, terminó pateando la tibia derecha con los borcegos.
Cuando el rubio se desplomó, la adrenalina del punk se apagó en su cabeza y se detuvo, agitado y sudado. La respiración de la boca abierta del inglés fue el único sonido que se escuchó en aquella callecita oscura. Su pecho iba y venía con sus puños aún tensos, dispuestos a seguir descargándose.
Observó, un poco más racionalmente, que aquel había quedado realmente malherido; apenas sosteniéndose con las manos y la cabeza gacha, quejándose del dolor. Y podría haberlo dejado allí desangrándose, o tirarlo a la avenida para que lo recogieran como el perro que era.
Sin embargo, se quedó allí, contemplando las caras de dolor ajeno que le causaron un inusitado placer. Pues, con motivos o sin ellos, Kirkland quería estar con Martín. Después de tanto tiempo esa presencia era real y ansiaba esa compañía, aunque fuera en las peores circunstancias. No iba a perder la oportunidad de tenerlo cerca de nuevo.
Aquella era una argumentación bastante patética y desesperada, pensó algún costado del punk, para conservar con dignidad. Aún así, no movió un músculo.
—Ya... ¿Ya está.. ? — preguntó el argentino minutos después, cuando pudo recuperar la voz. Se sorbió la nariz y se limpió la sangre de la boca, sintiendo como su párpado se hinchaba lentamente. Se puso de pie con una mano en el estómago, tratando de mantenerse derecho aunque cojo de una pierna, y se recargó en la pared con el otro brazo. Cuando levantó la mirada, Arthur notó que el latino no estaba asustado, ni amedrentado.
Todo lo contrario.
—What? — preguntó, en un acceso a soltar los dientes unidos. Le rabió más que el otro sonriera.
—Me chupa tres pelotas hablar inglés — le espetó el rubio, con el severo acento rioplatense. Ante la cara de confusión ajena, continuó— . Sí, soy un cagón. Pasó un año; pero al menos yo vine para verte... para...
—I don't u-
—¡¡Me importa un carajo si me entendés o no, pelotudo!! — le gritó, con un ímpetu tal que el peliverde se pasmó y dio un paso atrás, instintivo— Te dije que fui un cagón, no te llamé ni te busqué porque pensé que te ibas reír de mí... como son todos ustedes, gringos hijos de re mil puta. Fue sólo un garche; estábamos en pedo, vos estabas drogado vaya a saber con qué cosa... hasta casi cogimos sin forro porque me querías acabar adentro — soltó una risa dolorosa — ¿Te pensás que no me acuerdo, que soy un estúpido por parecer un pibe mimado?
—Martín, stop! — quiso callarlo, pero el rubio se incorporó en toda su altura, caminando hacia él. Rengo como estaba, la determinación en su mirada era muy intimidante. Los ojos verdes destellaban chispas; una rabia que el punk conocía perfectamente, pues había convivido con ese dolor desde siempre.
¿Qué clase de vida había tenido el rubio en verdad?
—¿¡Qué te pensás, que vivo en un termo, la concha de tu hermana!? — daba un paso cada vez, haciendo retroceder al otro — ¿Qué no supe que me estabas relojeando las cosas? ¿Qué te hacías el simpático para ponerme algo en el café y después afanarme todo? ¿De qué país pensás que vengo?
—Stop!! Right now!!
—Okey...
La mano derecha se estiró hasta el cuello ajeno, enganchando sus dedos en la gargantilla con tachas para sujetarlo hacia adelante, en un rápido reflejo. Segundos después, el gancho izquierdo conectó con la mandíbula de tal forma que el impulso arrojó el cuerpo ajeno al suelo, en un golpe preciso y seco, dado con la experticia de alguien entrenado. Algo que ninguno de los que estaban allí esperaron del latino.
Detrás de Arthur la puerta casi se abrió, pero se volvió a cerrar. Al mismo tiempo, unos pasos detuvieron a otros en la esquina opuesta.
>>—¡Ahí está su majestad británica, I stopped! — le dijo burlón, sacudiendo la mano con un doloroso ademán.
Arthur escupió sangre; supo que el labio estaba roto y abierto, sangrando con premura sobre la ropa. Y que algún diente se aflojó, pero no terminó de caerse. Se tapó la boca buscando parar la breve hemorragia, asombrado de la fuerza ajena y abochornado por dejarse llevar por el impacto.
—I...
—Sé que fuiste a mi casa para robarme; la cogida fue un bonus porque te calenté, haciéndote el lindo frente a tu hermano, que le ganaste guita por el levante — le cortó, absolutamente convencido de su punto tras la violencia sobre él— . Sí, me di cuenta de toque. Y después de garchar te enganchaste con la conversación, y no sé qué te pasó que te olvidaste, o esperaste una oportunidad que jamás llegó, y yo...
—¡¡Me enamoré de ti!!
Martín quedó en una pieza con la frase a medio terminar en la boca... porque Kirkland soltó aquello en español.
—... ¿Perdón? — susurró, pálido como un papel.
—Que me enamoré. — repitió el inglés con algo de acento, paulatinamente más rojo.
— Eso lo entendí — respondió, también en español — . Pero ¿Desde cuándo...?
—Quise... aprender por tus canciones. No era sólo entenderlo, sino los sonidos — continuó con dificultad, tocándose el labio que ardía como el infierno. Escupió sangre un par de veces para seguir hablando — . Cuando te fuiste, al poco tiempo conocí al vocalista de la banda; es mexicano y...
—Pará... vos... — se sonrojó con violencia — ¿Entendiste todo lo que te dije?
—Algo — comentó, restándole importancia — . Pero... déjame entender — módulo despacio sosteniéndose la cara, porque el dolor estaba llegando hasta el párpado. Cuando se puso de pie, resistió las punzadas de dolor con estoicidad y su tono fue conciliador. Inclusive, el español le hacía la voz más grave y agradable — ... ¿pensaste que sólo fui a tu casa por eso?
—Es lo que se decía hacías con los turistas, cuando te parecía oportuno arrimarte así. Como una especie de viuda negra. — torció la boca — . Al pasar toda esa semana juntos me olvidé del tema. En esos días, mis amigos me lo hicieron recordar porque me veían muy entusiasmado, y temían que me lastimaras — agachó la mirada — . Pasó todo tan rápido que me volví a Buenos Aires con la cabeza revuelta, confundido; realmente no parecías fingir nada, pero el miedo del orgullo me ganó de mano. Cuando quise preguntarte de nuevo, pensando que seguro estabas extrañado por mi silencio, los días se hicieron meses...
—For God 's sake — se tomó la frente con la mano libre, mirando al suelo. Cerró los ojos y los volvió a abrir, pensando en que el dolor no le permitía usar el idioma artificial por mucho más, así que volvió al inglés — . No estaba fingiendo, realmente fui feliz esos días. Muy feliz. Sentí que era algo importante y me asusté también, pero había tomado una decisión al respecto. Cuando no me escribiste más, me preocupé; luego me ofendí, luego me indigné, luego te odié y... al final, nunca te pregunté tampoco.
—Un roto para un descosido — susurró en el mismo idioma, también tratando de sonar conciliador — . Y así se perdió un año.
—¿Se perdió?
—Una oportunidad, cuando pasaron cosas. Me sentí un imbécil, porque pensé que habías obtenido lo que querías de mí y nada más. Lo otro que yo suponía era un deseo.
—Martín... yo...
—Ya está, Arthur. Entendí perfectamente el mensaje con la canción hace un rato — habló con suavidad, casi sin mirarlo — . Tienes razón, dejé pasar mucho tiempo y no imaginé que te iba a pasar eso conmigo. Debe haber sido horrible. Disculparme no va a servir de nada.
—No. De todos modos, no sabías que te amaba.
—Es la misma mierda ahora.
Se quedaron callados minutos que parecieron eternos, con el ruido de los autos pasar en las avenidas, entre sus luces y sus sonidos. La gente a la vuelta parecía hacer cola para entrar al lugar y la noche continuaba; el mundo continuaba, a pesar de ellos.
Para ambos, sin embargo, todo se había detenido.
—... ¿Estás muy malherido? — preguntó de pronto el inglés, dando un paso prudente hacia él, sin saber qué hacer.
—Bastante, tienes una fuerza tremenda — le contestó casi con simpatía, buscando esquivar el dolor en todas partes— . No esperaba golpes tan duros, pero los merezco. Merezco toda esa rabia, porque decidí ignorar todo lo demás por cobardía.
—Estaba... puedo llevarte en un taxi hasta...
—Mejor no — le interrumpió — . Mis primos me están esperando a la vuelta y ya deben estar preocupados. Se están quedando conmigo así que... iré a casa. Tú tienes gente que atender con tus hermanos.
—Ah... sí — respondió de pronto, recordando todo a su alrededor — . También deben estar preocupados — se calló un momento — ¿Eran los primos de los que me hablaste?
—Si, mis únicos primos.
—Me hubiera gustado conocerlos.
—Quizás ellos vengan una vez más, ya que les arruiné la noche. Les gusta mucho este lugar.
—Dudo que quieran hablar conmigo si no estás.
—Sí, no es el mejor escenario.
El argentino se paró lo más derecho que pudo y comenzó a caminar con dificultad hacia la salida a la calle.
—¿Sabes? Sí te robe algo — dijo de pronto el punk. El rubio se detuvo y volteó a verlo con un gesto de dolor — . La camiseta que me diste ese día no te la devolví nunca; me gusta mucho.
—Pensé que te parecía cara y horrible.
—Lo feo también tiene su encanto... con el tiempo.
—Es verdad.
El inglés sonrió como pudo, con tristeza.
—Gracias por venir a verme. — el latino suspiró, para cubrir su congoja.
—Aunque me duela todo y esté enojado por la tremenda golpiza, no cambié de parecer. Eres un chico maravilloso, Arthur. Te has ganado todos estos logros, porque los defiendes y amas con rabia.
—En parte fue porque quise esperarte — volvió al español, para que le sonara más honesto al otro — . Imaginé que podríamos...
Un nuevo silencio.
—Quédate con la camiseta. Te la regalo — soltó finalmente el otro, con una voz suave — . Adiós... Artie.
Y un silencio más.
—Adiós... Tintín.
———00———
—Tincho, vamos a un hospital.
—No, no... Ugh, auch.
—Tin, tenés todo negro, ¿con qué mierda te pegó?
—Las botas de los punks tienen puntas de acero.
—¡¿Qué?!
Daniel se agarró la frente, mirando con preocupación la pierna a lo largo de la cama. Luego de aquella pelea en la que decidieron no intervenir, interceptaron al rubio y lo arrastraron a un auto hasta el departamento. Lo bañaron y lo acostaron; sólo allí pudieron dimensionar, entre los alaridos de dolor, la golpiza que el otro le había dado.
—La concha de tu hermana, nabo de mierda ¿Quién te manda a meterte con esta gente? — le increpó Sebastián, más preocupado que enojado. Martín tenía la mirada baja, concentrado en algo más allá del dolor — Mirá si salían los hermanos, ¡Te iban a matar bo'!
—Estaban detrás de la puerta; los vi, pero no salieron. Es como un código entre ellos. Yo era el "problema" de Arthur, así que tenía que resolverlo sólo.
—Agradecé que tengan un ápice de escrúpulos para hacer algo así. — comentó Daniel.
—Me importa un rábano la lección cultural, esto ya llegó demasiado lejos — habló de nuevo el otro rubio, sentándose en la cama — . No te quebró la pierna de casualidad; tenés el ojo hinchado, el torso al fuego vivo y toda la pantorrilla negra. Encima no querés ir al hospital.
—Tienen un sistema raro — su primo señaló la mesa de luz — . Ahí está el médico del seguro de viajes. Viene a domicilio, llamálo y listo, que me de analgésicos y gasas — lo miró serio, con la voz apagada — . Me miran como si fuera un pibito tarado. No es la primera vez que me muelo a golpes con alguien en la vida, chicos.
—Eso no es mérito de nada... menos en un país extranjero, y mucho menos con personas así de peligrosas. — señaló Daniel, de pie y con los brazos cruzados
—Ni que fueran la mafia.
—A esta altura, no interesa— respondió su otro primo — . El resultado es igual de desastroso.
—Se ve feo, pero no es para tanto. Es sólo piel y carne magullada. Ya se va a curar. — porque había cosas que le dolían muchísimo más, supo pronto.
—Nde, seguro que no es para tanto— el morocho comentó con sarcasmo — . Excepto que nos cagaste la vuelta con este pio lío.
—¿Y por qué los cagué?
—Porque no podes viajar así, estúpido — espetó el de anteojos, frunciendo el ceño — . No te van a dejar subir al avión ni en pedo. Y seguro el médico te va a decir que hagas reposo mínimo, un mes.
El silencio fue profundo por unos cuantos minutos, y el argentino cayó en cuenta la consecuencia frente a los ceños fruncidos de sus primos.
>>—Voy a llamar a la aerolínea y abrir los pasajes. No sé cuándo nos vamos a ir, y no te vamos a dejar sólo con esos animales — Sebastián se puso de pie, acomodándose los lentes — . A casa nos volvemos los tres juntos, como sea.
—Te voy a cocinar algo liviano. — susurró Daniel, caminando detrás de su primo.
—Perdonenme, no quería meterlos en esto.
—Sos un pelotudo, pero te queremos.
Martín no respondió, mirando un punto al vacío.
Enfocado en otras cosas, su cabeza había minimizado la golpiza y no dimensionó sus consecuencias hasta ese momento. Con esa soberbia, había creído que al otro día volverían a Buenos Aires; la misma actitud que tuvo cuando desoyó a sus amigos hacía un año, en ese mismo lugar, siguiendo los juegos con el inglés.
Muchos señalaron aquello como algo carente de inteligencia; pero él lo sintió como una corazonada. No era tan grave dejarse llevar más y pensar menos; a la buena usanza punk, de hecho.
Lamentablemente, la misma fórmula no era aplicable en todas las situaciones.
Se sintió culpable con sus primos y, a la vez, orgulloso de Arthur. Estaba enojado por sus golpes, claro, pero había decidido ocuparse sólo y no llamar a sus hermanos. De haber sido otro grupo se le hubiera ido la vida, porque estaba seguro que si aquel pegaba así, los demás debían ser demoledores.
Al tener más presente las secuelas de la pelea y cómo la suerte lo había acompañado en ese desastroso desenlace, se recostó en la cama con cuidado y apoyó la cabeza en el respaldo, mirando al techo. Quería fumar la marihuana del cajón para relajarse, pero no lo iban a dejar.
"Y me siguen anclando a este lugar de mierda..." cerró los ojos, resignado "La putísima madre..."
——00——
—Bueno... debo reconocer que me sorprendió ese golpe. Tiene un buen puño. Ya no me cae tan mal.
—Cállate, Scott.
Dylan le censuró sin verlo, mientras sostenía con una mano la mandíbula de Arthur y con la otra repasaba un algodón, sobre todo el lado de la cara que había comenzado a quedar negro. El labio estaba rojo e inflamado, y el rubio había tenido que sacar el piercing con una pinza como un cirujano.
—Dyl, estoy bien... — hablo con algo de dificultad.
—También te callas, Artie. Tuve que arrancar la bolita de acero que casi se incrusta en el hueso; no me puedes decir que estás bien. — fue severo sin dejar de tratar la herida, con concentración.
—Menos mal que Dragon Beag es un médico frustrado, bro, sino estarías en problemas con esa cara— Connor se acercó unos pasos, y lo miró curioso — . Quedaste más feo de lo que ya eras.
—Yo creo, por el contrario, que le acomodó lo feo y está mejor así. — opinó Finnian. Cuando se oyó el bufido del menor de los Kirkland, Iain sonrió junto con Dylan, agradecidos por ese intento de relajarlos un poco.
Tras aquella intervención, los pelirrojos terminaron de ordenar algunas cosas del pub hasta que apagaron las luces principales y cerraron las puertas, despidiendo a los empleados por la puerta de servicio. Había sido una noche normal para los visitantes, y bastante más concurrida de lo que habían esperado. El lío de la callejuela había quedado como un asunto menor; algo hasta normalizado en ese barrio, después de tantos años.
El sol comenzaba a salir afuera, y el trasluz de la ventana comenzó a iluminar la barra donde el peliverde estaba sentado, mientras su hermano lo curaba.
—Bueno, ya está todo — Connor se limpió las manos — ¿Te hizo efecto el calmante, Mint Bunny?
—Sí, gracias. Ahora puedo hablar por eso...
—Creo que deberían hacerte unos puntos en el hospital, Artie — Dylan terminó de limpiar, poniendo una gasa sobre la carne partida, que había unido con pegamento médico. En movimientos suaves, se sacó los guantes quirúrgicos y los desechó, acomodando todos los implementos dentro del botiquín de primeros auxilios — . No podemos esperar a que se cure sólo.
—Ustedes terminen de cerrar las cuentas, Dyl, ya has hecho suficiente. Me lo llevo en la moto hasta el St. Pancras — sentenció el mayor, descruzándose de brazos — . Conozco a la enfermera de la guardia diurna, fui tantas veces que ya le debo flores — sonrió con sorna — . Lo coserá y nos volvemos directo a la casa.
—Está bien — respondió el rubio — . Ambos quedaron muy malheridos, Arthur. Espero que esto haya llegado a una conclusión — el peliverde no dijo una sola palabra, manteniendo la mirada baja. Dylan cerró los ojos — . Vayan ahora, Iain, así tendrá más horas para dormir.
—De acuerdo — miró a su hermano y le palmeó el hombro — Vamos, lad.
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