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IV. ... escrito.

Alguna vez fue que planeamos

Hacernos todo el daño de una vez

Dictando una sentencia desafiante

No existes

No existes

—¿Qué es eso?

Finnian levantó su pelirroja cabeza tras su chopp gigante de cerveza, y estiró las pecas de su rostro con una expresión extraña. A su lado de la barra, un muchacho similar pero con el pelo un poco más largo giró sobre su eje en la silla, y enarcó una ceja.

Toda una noche embalsamados

Golpeé las mismas caras una y otra vez

Temí por mi cerebro aprisionado

En una trama vulgar

—Ay no, otra vez...

Los acordes en el aire no pertenecían a ninguna clase de punk, sino a un extraño rock que ninguno reconocía; parecía más blues que otra cosa, con arreglos extraños y disonantes. Si bien la voz apenas se oía, la guitarra principal era la que marcaba la melodía en ese salón.

Quizás deba tomarme una revancha

Aún tenemos cuentas que saldar

Deslizaré mi puño por tu espalda

Un hermano le dio un codazo al otro, para que volteara a ver también. Detrás y en el fondo, entre las penumbras de un escenario pequeño y apagado, una cabeza verde estaba encimada sobre una guitarra eléctrica roja, practicando en silencio con el rostro cabizbajo.

—Tenemos que hacer algo, Connor — susurró Finnian, secreteando al oído — . Ya van dos semanas que está así. Si no compone el ánimo vamos a tener que internarlo.

—¿Internarlo? No tenemos dinero para eso, lo tendremos que dejar en la calle hasta que alguien se ocupe de él. — dijo con un tono ácido y una media sonrisa. Se tocó con distracción el piercing de su nariz, porque en el fondo estaba preocupado también.

—Deja de ser un imbécil, y dime algo útil.

—La verdad, no sé qué podemos hacer por él. — los ojos verdes lo miraron con intensidad — . Ian se lo dijo; que no se metiera en ese foso, y ahora...

—Los puedo oir, assholes — cortó desde la lejanía el joven, dejando de tocar con pereza las cuerdas — . Son dos viejas molestas y chillones, se las oye a millas de distancia.

—Me pondría feliz porque ese es casi el Arthur que conozco — Finnian, más rebelde que su hermano a su lado, se sentó más derecho — . Pero no suenas lo suficientemente convincente, lo siento por tí.

—Déjenme en paz. — fue la respuesta, sin siquiera levantar el rostro.

—Sabes que big bro te lo dijo, Artie — habló Connor entonces, cruzándose de brazos y piernas, luciendo sus lustrados borcegos altos con diferentes cordones de color en cada pierna — . Fue una mala idea desde que dejó de ser una apuesta.

—Ustedes van y vienen con quienes quieren, y jamás les hice una sola pregunta — el menor los miró entonces con el ceño fruncido, cargado de reproche — . No tienen por qué meterse en mis asuntos.

—Serían tus asuntos si no fuera un momento importante para nosotros, y te necesitamos absolutamente enfocado — interrumpió Finnian, terminando su cerveza de una sentada, repasando la boca con la mano — . Iain está a dos pasos de quedarse con este lugar, y necesitamos estar en la misma página.

—Ya dije que estaba de acuerdo, ¿Qué más quieren?

Hubo un silencio profundo, y de repente uno de los pelirrojos golpeó con fuerza la barra, indignado. El otro supo, además, que hubo un dejo de celos en ese movimiento.

—¡¡Qué dejes de pensar en ese argie!! fuck!! — gruñó Connor, dando unos pasos hacia él — . Dices que no te has metido en nuestras cosas, pero nosotros jamás enredaríamos las piernas con un latino que, encima, tenía los días contados — sonrió a medias — ¿Qué esperabas, que se quedara por tí?

Arthur se levantó con violencia de la silla en la estaba sentado, y esta cayó hacia atrás por el impulso. Dejó su guitarra apoyada en un bafle y caminó hacia él en grandes zancadas.

—¡¡Deja de llamarlo así!!

—Oh, por todos los demonios del infierno... — giró sus ojos verdes hacia el techo, hastiado — ¿¡Te estás escuchando!? ¡Pareces una niña!

—Si no eres capaz de tener a alguien que te aguante más de dos minutos no vuelques tu frustración sobre mí, redhead — le susurró, sonriendo a medias — . Porque me suena a envidia.

—¿Envidia? ¡Jajaja! Lo siento, creo que no te escuche bien... ¿Por qué envidiaría algo que no existe? — le señaló — Entre más pronto asumas que el argie sólo quiso cogerte para darse el gusto, y largarse de nuevo al nido de ratas que es su país tercermundista, más rápido volverás al mundo real y seguirás con tu vida.

El peliverde se puso morado y unió los dientes con los ojos desorbitados, resoplando con furia. Lo tomó de súbito de la remera con la estampa de The Ramones y lo jaló hacia atrás.

—¡¡Cierra la boca, idiot!!

—¡Oblígame, Mint Bunny!


—¡Basta!

El vozarrón del mayor se hizo presente en la entrada, contemplando la escena un largo momento. Frunció el ceño al verlos enredados.

—¿Qué está pasando?

Detrás del morocho teñido de azul apareció un muchacho rubio, con el cabello levemente ondulado y corto, y unos ojos iguales a todos los presentes; vestía con estampas de bandas de metal en la ropa, pantalones, tachas y botas, pero su cara angelical y su voz suave hacían que la apariencia fuera casi una broma.

—¡Dylan!

Como si fuera una aparición, Arthur y Connor se separaron sin dejar de mirarlo.

—Veo que aún siguen los males de amores — susurró el mayor, en un gruñido. Arthur bajó la cabeza, apenado, mirando hacia otro lado — . No te preocupes Dyl, nada que interrumpa la noche.

—Ah, menos mal — los miró de golpe con una sonrisa — . Creo que ya está todo listo.

—Oh, ¿de verdad? — Finnian lo miró entusiasmado, acercándose.

—Costó un poco, pero logré un acuerdo — dijo entonces el rubio, orgulloso — . Si todo sale bien, en un mes tendremos este pub.

—¡¡Eso es tan genial!! — aplaudió el otro pelirrojo, palmeando el hombro pequeño del rubio.

—Ya era hora, ¿cierto? — sonrió Iain, acariciando a su vez el cabello de Dylan con algo de brutalidad — . Y todo gracias a su idea.

—¡Jajaja! No hice nada, solamente hablé con las personas correctas y tuve un poco de paciencia. Por eso no estaba viniendo, quería dejar en claro que era serio. Con ustedes haciendo presencia aquí ayudó mucho — los miró a todos — . Así que ha sido un trabajo en equipo.

—Me da alergia que tengas ese instinto tan capitalista — susurró Finnian, divertido y feliz — . Pero ¿la verdad? Dinero es dinero.

—Es más que eso. Podemos tener nuestro propio lugar y hacer lo que queramos — susurró Dylan, entusiasmado — . Es pasar un poco por las reglas para luego salirse de ellas.

<<Para combatir al sistema no debes vestirte de negro, sino introducirte con saco y corbata, llegar al pináculo de la cadena alimenticia... y destruirlos desde adentro.>>

Martín se oyó claro en los recuerdos de Arthur, mientras contemplaba cómo los demás hermanos felicitaban al rubio por semejante proeza. Al fin podrían tener algo propio; y quizás, con algo de dinero podrían recuperar la casa de sus padres. Era básicamente el logro de sus vidas, después de haber quedado solos en el mundo demasiado pronto.

El argentino hubiera estado feliz por ellos; estaba seguro de eso, pensó con una sonrisa breve y perdida. Hasta había imaginado que Dylan, por sus modos, podría convertirse en su favorito; y que, con el tiempo, se divertiría con Connor y su habilidad para bailar; el buen tomar de Finnian, y la profunda preocupación literaria de Iain, también fanático de Tolkien.

Si tan sólo...

—Lo siento, Dylan — se acercó minutos después, disculpándose por la falta de entusiasmo— . Hiciste algo increíble, bro, estoy orgulloso de tí.

—Gracias, Arthur.

El peliverde lo abrazó con fuerza, y el rubio le acarició la cabeza con cuidado, ya que sabía lo que estaba pasando por esos ojos tristes. Cuando se enteró del juego que habían hecho aquella noche con el mayor; y que después Arthur se perdió todo un fin de semana, e inclusive algunos de los días subsiguientes... le dio un mal presentimiento.

Porque jamás había visto al muchacho enamorado de nadie. Al menos, no de esa manera tan profunda.

—Empecemos a acomodar la cueva para abrirla, ya casi es la hora de apertura. — comentó Connor mirando hacia otro lado, incómodo.

—Es lo bueno de que el dueño confíe en tus músculos y tu mala cara, Ian, así ya te deja abrir este lugar sólo. — se burló el otro gemelo, igual de incómodo.

—Aún es suyo, así que debemos cuidarlo hasta el mes que viene; cualquier cosa que lo haga dudar arruinará el esfuerzo de Dyl, así que debemos ser impecables en esto — dijo el mayor, mirando hacia la barra — . Ordenemos un poco.

Cuando el morocho y los pelirrojos se alejaron, el rubio soltó del abrazo a su hermano, acariciándole las mejillas con ternura.

—Todo estará bien, Artie. Ya vas a ver.

—Yo... lo lamento — susurró, con los ojos húmedos — . Te juro que estoy muy feliz por lo que has hecho, pero...

—Lo sé, duele — le cortó despacio, como si hablara en secreto — . Ay, Mint Bunny, quién te mandó a enamorarte de ese chico.

—Soy un imbécil — susurró, avergonzado — . Era obvio que no iba a funcionar... y, la verdad, sólo estuvimos juntos esa semana. Martín es tan perfecto y yo soy... yo. Por eso, aunque me dijo que se iba, tuve la ilusión de que iba a quedarse después de lo que había pasado. No sé. Esa idea fue la que me hizo sentir más estúpido — sonrió con sorna — . Claro que no iba a cambiar nada; no soy algo que necesite... y ni algo que yo merezca.

—Creo, por el contrario, que es lo justo lo que mereces — le acarició el cabello verde — . Es una mezcla divertida y ¿sinceramente? — sonrió más — De gustibus non est disputandum.

— ... eh, ¿otra vez citando hechizos de Harry Potter? Luego me dices ñoño a mi.

—¡Jajaja! No, es un refrán: "sobre gustos no hay nada escrito". Porque no hay reglas ni condiciones para el amor. Es salvaje y libre, como nos gusta vivir a nosotros, si te fijas —señaló — . No distingue nada; siquiera distancias, o países, o idiomas, o tiempo. Mucho menos, apariencias.

Le palmeó el hombro y se alejó con el resto de sus hermanos.

>>—Si me preguntas, siento que esta historia entre ustedes está lejos de terminar.

——00——

—Despabilate, pelotudo.

Martín miró con odio a su amigo tras el zape en la cabeza, sacándolo de la contemplación del celular en su mano, sin hacer nada en la ventana de aquella habitación. Abajo, el ruido del tránsito, los bocinazos y los insultos le hicieron ver que estaba de vuelta en Buenos Aires y que tenía puesto su "uniforme del sistema", a palabras del inglés.

Arthur...

—¿Qué querés?

—Que me contestes la pregunta que te hice.

—Eh... sí, que se yo. — se encogió de hombros, queriendo desembarazarse del diálogo. Su amigo sonrió.

—¿Aceptas ser la puta que nos vamos a repartir en la joda del sábado?

—Eh... ¿¡Qué!? — se puso rojo de golpe.

—¡Jajaja! ¿Ves que estás hecho un tarado? No me diste pelota — le señaló — . Te pregunté si venías al cumpleaños, así le doy el regalo que le compré a Romina en Londres.

—No me rompas las bolas Gustavo, no tengo ganas de hacer nada — le respondió, ofuscado y molesto, sobre todo por la mención de la ciudad — . Ya tenes las bolas peludas para declararte y cogerte a la pibita si tenés ganas. Ni siquiera necesitás el regalo, menos a nosotros.

—Ah pero dale, copate, ¡Haceme la segunda!

—Está re entregada, ¿para qué me querés ahí?

El otro le pegó en el hombro de pronto, en nombre del honor de la chica.

—Primero, porque sos mi amigo; y segundo, para que dejes de hacerte el poeta deprimido, fumando y tomando mirando a la ventana como Fivel, pensando en el gringo ese.

—Estaría muy genial, gordo, que no te metas en mis asuntos.

Yo te dije — le señaló con el dedo — , te dije que era una mala idea. Pero no, vos querías tener la novedad de decir que pudiste garchar a uno de esos.

—Se llama Arthur. — le cortó, con el ceño fruncido.

—Bueno... Arthur — respondió burlón, estirando la fonética del nombre— . No sabía que el punk tenía nombre. Arturito. Como sea. Sólo fue un polvo, Tincho. El loco ese ya debe estar en la suya. Olvidate y volvé a tu mundo real con tus amigos y a tus fiestas.

El rubio torció la boca, tan indignado que si no sabía si insultar, gritar, llorar de impotencia, romperle la quijada de un golpe o hacer todo junto, en diferentes secuencias. Cada vez era más tentador.

—Dejáme sólo, Gus. No quiero ir a ninguna fiesta. Andá y hacelo, no des tantas vueltas. No pierdas el tiempo.

El otro muchacho suspiró con los brazos en la cintura. Cuando vio la expresión del rostro del rubio, dejó de provocarlo o insistirle. Estaba muy afectado, y entendió más pronto que tarde de que parecía ir en serio aquel asunto.

—Che... — se rascó la cabeza — No es la Edad Media, pueden mandarse mensajes y verse en videollamada. — le dijo con un tono de voz baja. Martín sonrió con tristeza.

—No es lo mismo.

—Es algo — se encogió de hombros — . Pero si ni siquiera le mandas un whatsapp para ver si está vivo, no va a sostenerse mucho eso.

—No sé... — respondió, mirando el teléfono por milésima vez.

—Al final, me decís que no pierda el tiempo, que busco excusas con ustedes... y vos resultás ser flor de maricón — Martín volteó a verlo enojado — . Sí, mirame como quieras, pero tengo razón. Ni siquiera te bancás la idea de que te mande a cagar como corresponde, después de dos semanas sin dar señales. Más aún si paso algo importante, o lo que sea.

—Yo...

—Callate, Tincho. Sos un cagón. Siempre haces lo mismo porque le tenés pánico al compromiso. Lo sabés y no querés afrontar que el tipo va a seguir con su vida y vos con la tuya. Y te querés matar, porque pensabas que iba a ser algo de paso y te enganchaste. Porque aparte de cagón, sos un pelotudo.

—¿Ya terminaste, o te tengo que cagar a piñas para que te vayas?

—Ya me voy, señorito — se puso las manos en los bolsillos — . Trata de no hundirte demasiado en la mierda, así podemos ver dónde estás después para sacarte de tu miseria.

Martín suspiró con largueza cuando quedó sólo, y miró el celular una vez más.

——00——

Arthur Kirkland era un punk muy particular, porque tenía un problema con el orden y el desorden. Era demasiado prolijo para algunas cosas y demasiado caótico para otras. Según Dylan, y también Iain, era el encanto que tenía el menor de la familia. En consecuencia, sus ocurrencias y reacciones ante situaciones de la vida siempre eran dispares e impredecibles, al punto que cruzaban la falta de lógica.

Por eso, no hubo manera de vaticinar todo lo que pasaría con el argentino. Había tenido otras parejas, británicos y europeos de aquí y allá, pero siempre habían sido cosas efímeras y de duración variada; en algunos casos, inclusive, habían quedado amistades sólidas y profundas durante muchos años. La forma de llevar sus relaciones era, en el mejor de los casos, un misterio; y en el peor, rara.

Esta última categoría caracterizaba a aquella situación. Pues el latino era no solamente lo contrario a su forma de pensar y de verse, sino también en su sentir. Al menos, eso creían los hermanos.

<<Hi! Tintin>>

Otra cosa que le molestaba de modo irracional era dejar sin leer cualquier clase de mensaje, recado, email o nota de texto. Nada debía estar en negrita; todo debía ser marcado como leído. Era una necesidad. Sobre todo, la herejía de dejar algo en la parte de Borradores; palabras que nunca había logrado ver la luz por olvido, por desidia... o por orgullo.

<<How are you? Are you working? I think I will have a job next month, since Dyl could make it! We are really happy!>>

¿Por qué no le había escrito después de tantos días? Del miedo pasó a la preocupación, y de la preocupación pasó a la confusión.

<<Are you coming back, someday?>>

La confusión llevó al enojo, y el enojo recibió a la indignación. Una persona como el argentino tenía en su cabeza una idea de superioridad que, tras la calentura, volvía a su cauce natural, dándole a entender que aquella relación habría sido curiosa y breve como dar un tour en la Torre de Londres. Y no más que eso. De otro modo, le hubiera mandado mensajes en algún momento. Pero no ocurrió.

<<I missed you, lots and... I'm scared.>>

Sin darse cuenta, aquella bandeja en su celular fue el único testigo de sus sentimientos, con el texto dejado como una confesión. Comenzó a llenarse de ellos, con el correr del tiempo.

<<Because... I need you. >>

Mensajes que jamás llegaron a destino.

<<I love you.>>

——00——

No tenía manera de contrastarlo con otras personas, pero todos sus amigos se habían puesto de acuerdo en aquella experiencia juntos: los punks tenían un modus operandi muy particular cuando la presa era provechosa. Algunos eran más violentos y "clásicos": directamente recurrían a los puños para darse el gusto de robar lo que consideraban importante. Otros eran, sorprendentemente, más elaborados y retorcidos; forjaban amistades, generaban vínculos de los más diversos y, una vez bajada la guardia ajena, atacaban.

Con su inseguridad en ristre, e incapaz en forjar un lazo profundo emocional, estaba paralizado, más allá de su sonrisa socarrona y su voz firme. De ese modo, los días comenzaron a correr y no supo qué hacer. Por un lado, quería confiar en aquel que había compartido su cama casi una semana; con quien rió y habló casi sin dormir por días enteros; con quien, inclusive, salió un par de veces de día en forma de hilarantes citas, que los habían hecho caminar hasta que se ampollaron los pies, y se quemaron los dedos de tanto fumar.

<<Hola, Artie!>>

Mas, por otro lado, estaban sus amigos de toda la vida diciéndole que no se dejara engañar por el encanto de los ingleses y sus aparentes buenos modos. Sobre todo, en ámbitos sórdidos en los que se habían movido.

El pulgar de salió del send, una vez más.

Aquello había sido una apuesta y Arthur había vencido a su mayor; eso lo vieron todos esa noche, y lo supieron los amigos del argentino. Al tratar de advertirle, el rubio ya se había ido con el punk rumbo a su casa, apresurados y calientes. Lo intuyó, claro, no era un imbécil; pero no le importó si, total, la pasaba bien. Y terminaron demasiado bien. Ese día, y el siguiente... y la semana entera, hasta que tuvo que regresar a Buenos Aires.

<<¿Querés hablar un día de estos por videollamada? Si no estás muy ocupado, claro. Quiero que me cuentes cómo te está yendo... o de lo que quieras hablar, no importa.

No te rías, ¿eh? pero quiero escuchar tu voz, tu acento. Hasta las caras cuando digo algo que no entendés... que es casi siempre, je.>>

Era incongruente, porque sus amigos tenían un buen punto. No eran inventos, lo había visto en otros. Pero su pecho, en cambio, le hacía sentir que las cosas eran absolutamente diferentes. Que Arthur era diferente. Que eso era diferente; no sabía lo que era, pero no era malo.

<<Te extraño. Mucho. Muchísimo. No puedo dejar de pensar en vos, y la manera de encontrar una excusa para volver a verte. A decirte... no sé, tantas cosas.>>

Y, sin embargo, el resquemor de caer en una trampa británica ganó terreno; con el correr de los días, ese sentimiento llenó su cabeza gracias a los intentos de sus amigos de seguir con su vida. Porque, a pesar de su convicción inicial...

<<Creo que nos mandamos una cagada. Una linda cagada, quiero decir. Creo que podríamos hacer algo. No sé si querés, o si te parece una ridiculez. La verdad, estoy algo asustado porque... bueno, preferiría decírtelo.

Pero... >>

... jamás envió los mensajes.

——00——


En algún lugar de Londres, la noche había sido todo un éxito. La elección de las bandas más populares entre el público había surtido efecto, y gracias a las sugerencias sobre la forma de ofrecer bebidas, entre ofertas y promociones que había comentado Dylan, las ventas habían tenido un especial subidón esa noche. Más que nunca, el dueño se sintió seguro de que esos chicos, a pesar de todo lo que representaban, podrían cuidar bien del lugar y administrarlo; porque además de quererlo como un hogar genuino, lo sabían manejar y lo conocían hasta la médula.

Los choques de las copas y bebidas fueron casi sólo para festejar, disfrutando entre cigarrillos y buena música una noche que definitivamente sería el principio de una nueva perspectiva para los hermanos. Entre una copa y otra, la gente se fue reemplazando, los recuerdos se nublaron, y el pasado fue parte de las volutas de humo que había en el ambiente. El futuro era la única cosa por la que valía la pena sonreír.

El sueño del pub ocupó entonces el lugar que correspondía por su importancia, y se dedicaron de pleno a ello.

Arthur se sintió mejor con el correr de los días. Tras las palabras de Dylan se había sacado un pesado manto de lana húmedo de los hombros, al no sentirse juzgado. Seguía siendo el mismo, con sus pensamientos duros y contrarios al status quo; tenía los mismos gustos, el mismo lenguaje, las mismas preferencias, y el mismo talento. Leal como un perro a sus hermanos, juntos, tanto en la dicha como en las peleas callejeras, entre el alcohol y las drogas.

Entonces, ocurrió lo inevitable.

En su mente, Martín pasó de ser un motivo de suspiros, a una espina clavada en el pie. Era la única cosa que no lo dejaba avanzar. El dolor se convirtió en resignación, y luego en enojo, y luego en ira; a un punto tal que si llegaba a ver a alguien parecido o algún pobre turista argentino, comenzaba a insultar en la calle sin motivo, hasta que uno de sus hermanos lo arrastraba lejos como un animal rabioso. Básicamente, volviendo a ser el de antes.

——00——

Internacionales — Especial Londres

Un lugar de otro mundo

por Lidia Cáceres (corresponsal)

Underworld se ha convertido en la sensación en los últimos meses. Música, tragos originales, bandas clásicas, retro, populares, inclusive extranjeras, todo es posible en este rincón que invita el pasaje al Más Allá, que se ha convertido en el lugar obligado para los fines de semana. Su origen es tan curioso como el sitio en sí: manejado por los hermanos Kirkland, cinco muchachos oriundos de la ciudad y muy metidos en la cultura punk, muestran con orgullo cada noche este espacio que se ha convertido en una insignia para el barrio en el que crecieron.

Si tienen la posibilidad de viajar a Inglaterra, no pueden dejar de visitar Londres y disfrutar del lugar que se ha transformado en la nueva Reina (a la usanza de los británicos) de la movida nocturna de la ciudad.

Para más información pueden visitar https://www.theunderworldcamden.co.uk/ 

——00——

<<Hey, Arthur>>

El mensaje no puede ser enviado al destinatario. Número inexistente.


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