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Casa de Ander
El timbre había sonado en la residencia y ella mirando por la ventana se fijó que era el chico del restaurante, quiso abrir y pagarle pero el hombre ya estaba casi detrás de ella.
―No tienes que pagar. Ocúpate de mi hija, nada más.
Su voz sonó tajante y directa.
―Perdón —quedó cortada.
Se dio media vuelta y volvió a entrar a la cocina para quedarse con la bebé.
El abogado entró donde se encontraban las dos y le dejó su comida sobre la mesa.
―Pedí por ti.
―¿Cuánto te salió lo mío?
―No vas a pagarme. ¿Cómo prefieres el sueldo? ¿Al contado o te lo transfiero?
―Prefiero al contado, no me manejo muy bien con las cuentas.
―De acuerdo. Buenas noches ―emitió y luego se inclinó para darle un beso en la frente y otro en la mejilla a su hija.
―Buenas noches. Gracias por la cena.
Él no dijo nada y salió de allí.
Ella miró a la niña.
―Es lo que hay, bomboncita. Más no se puede pedir. ―Levantó los hombros sin nada que pudiera hacerle.
Se preparó para cenar y saborear lo que él le había pedido, quedó encantada. Una hora después el sueño la estaba matando y antes de quedarse dormida en la mesa, acomodó todo y se llevó a Agnes en brazos al cuarto. La preparó primero a la niña y luego fue ella. Aquella noche las dos durmieron con tranquilidad hasta que la bebé se despertó hambrienta y con el pañal sucio.
Dejó a la bebé en la cuna y salió del cuarto para prepararle el biberón y calentárselo en el aparatito eléctrico que tenía sobre la mesa de noche mientras le ponía un pañal nuevo.
De a poco fue alimentándola mientras se relajaba. En pocos minutos terminó y le hizo el provechito. La acostó de nuevo y ella hizo lo mismo. Unas horas después Nayra se despertó y decidió darse una ducha y vestirse mientras la bebé aún continuaba durmiendo. Cuando ya estaba lista para salir volvió a verla de nuevo desde la cuna y le acarició la mejilla. Salió del cuarto dejando la puerta entornada y se dirigió a la cocina a preparar el desayuno.
El abogado se presentó poco tiempo después.
―Buen día ―su voz ronca de recién levantado la atravesó y casi suspira de no haberse contenido.
―Buenos días. ¿Café? ―preguntó y él asintió con la cabeza.
―¿Pudiste dormir bien?
―Sí, claro. Tu hija duerme mucho, es muy bueno para ella poder descansar bien durante la noche. Aquí tienes el café ―le acercó con un dedo la taza por la encimera.
―Gracias.
―¿Qué desayunas?
―Solo café, gracias.
―¿No tienes hambre durante la mañana hasta que sea la hora del almuerzo? ―cuestionó sorprendida.
―Estoy acostumbrado. Tú desayuna lo que quieras.
―Okey pero no viene mal algo en el estómago hasta el mediodía.
Ander ni siquiera le respondió, la miró desde el borde de la taza y con eso, ella entendió que debía callarse y no decirle más nada.
―Me iré, gracias por el café. Te sale bien.
―Te lo agradezco.
―Ya sabes todo, creo que no necesitas llamarme al móvil.
―No pretendía llamarte.
―Bien. ―Asintió con la cabeza y salió de la casa.
Nayra se mordió el labio inferior y revoleó los ojos. Era insoportable y ni un día había pasado de su trabajo como niñera.
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Casa de los Aritzmendi
Por otro lado, en la casa de los padres de Ander, Brittany y Aaron estaban terminando de desayunar, y fue el marido quien sintió curiosidad por saber lo que pensaba su esposa de la niñera.
―Anoche no te lo he preguntado, ¿qué opinas de Nayra?
―Me parece encantadora. Sencilla y buena gente. ¿Por qué?
―Era curiosidad, nada más. Es la misma impresión que me causó cuando la vi en Buenos Aires.
―Creo también que será la debilidad de Ander.
―¿Por qué lo dices? ―quiso saber el hombre.
―Ayer cuando él llegó, el ambiente estaba tenso. No lo sé, esa tensión que se palpa.
―Conozco esa tensión, creo que la tuve contigo cuando te conocí ―confesó Aaron.
―Exagerado ―rio y él se acercó a darle un beso en los labios.
―Me iré y pienso lo mismo que tú, lo tendrá a mal traer a nuestro hijo ―rio diciendo la verdad.
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Estudio de Abogacía Ander Aritzmendi
Habían pasado muchas horas desde que él se había ido de la casa y estaba tan intrigado por saber cómo estaba todo allí que puso frente a sus ojos el móvil y buscó el número de la joven. No pudo resistir hacer una videollamada para verle la cara.
En la casa el teléfono de Nayra comenzó a sonar a un volumen bajo y se dio cuenta que era una videollamada de Ander. Quedó más que sorprendida pero se la aceptó, el único detalle fue que ella dejó la cámara hacia el techo.
―¿Todo bien?
―Sí. Tu niña está durmiendo la siesta en el carrito.
―De acuerdo. ¿No puedes poner la cámara para verte o estás ocupada?
―Aproveché para seguir bordando.
―¿Trajiste bordados en el viaje? —interpeló intrigado.
―Sí, metí todo dentro de la valija pero son agujas de plástico.
―¿Agujas de plástico? ―preguntó curioso.
―Sí ―dijo y le mostró la bolsa de agujas de colores.
―¿Y qué bordas?
―Una funda de cojín.
―¿Puedo ver el bordado?
Abrió más los ojos sorprendida por demás y le mostró el bastidor con el bordado que estaba continuando.
―¿Hace cuánto que haces eso?
―No muchos pero hace bastante.
―¿Puedo preguntar el porqué?
La argentina quedó desconcertada por la manera en cómo estaba yendo la conversación.
―¿Podrías poner la cámara para que te vea? No me gusta así, siento que le estoy hablando a la pared.
―Me hiciste lo mismo el primer día que me llamaste porque no firmé el contrato. Estamos a mano.
―Tienes razón ―admitió y hizo un mohín con la boca.
Nayra suspiró y puso la cámara frente a ella.
―Gracias.
―¿Querías saber el porqué empecé con esto? ―cuestionó de nuevo―, estoy más que segura que Nicolás te contó sobre nuestros padres.
―Sí.
―Bueno, lo empecé al poco tiempo de lo de mi padre.
―Se entiende.
―Lo dejé dos años atrás, el bordado en cinta, hasta que unos meses anteriores lo retomé.
―Parece que se te da bien. ¿Haces cualquier cosa en bordado?
―Flores en su mayoría. ¿Por qué?
―Porque me parece que debe tener buena salida laboral.
―Nadie te paga algo así, no pagan lo que en verdad valdría y como nadie me va a pagar algo por lo que me cuesta, ni siquiera me gasto en ofrecerlos.
―Te pago por un trabajo bordado si le haces algo a Agnes.
Nayra levantó la vista hacia la pantalla.
―No tienes que pagarme un bordado para que se lo haga a tu hija. Si quieres que le borde algo, solo tienes que pedírmelo. Nada más. Ya me pagas el sueldo como niñera, no necesito más.
―De acuerdo... elige lo que quieras, no tengo idea de esas cosas.
―¿Pero qué quieres? ¿Una funda de cojín? ¿Unas sábanas para cuando sea más grande? ¿Un cuadrito?
―Lo que se te ocurra.
―De acuerdo, veré lo que busco y si me gusta lo haré.
―Me parece bien, gracias.
―No hay de qué.
―En fin... Tengo que seguir por acá.
―Bueno. ―Lo miró de nuevo―. Cortaré.
―Sí, sí.
Cuando terminaron de conversar, Nayra apoyó la frente contra la mesa y suspiró. Creyó que se iba a sofocar de no empezar a respirar con tranquilidad. Por otra parte, Ander se estiró el cuello de la camisa, nunca le había pasado algo semejante porque no era de los puritanos que jamás habían tocado y se habían acostado con una mujer.
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