Vienen de las nubes como pequeños algodones de azúcar.

Cada que una nube se arremolina demasiado a veces pequeñas partes de ella se desprenden y caen a la tierra.

Flotan imperceptibles entre el viento y las flores como dientes de león recién cortados por la brisa veraniega.

Y de apoco van adquiriendo forma.

Hasta que simplemente caen de pie con sus cuatro patitas y como un vendaval rugen en un sonoro —miau—.

A veces los gatos caen en plena noche de tormenta, por eso son grises o negros.

Otras veces los gatos caen en pleno solsticio y de ahí su color amarillo.

Y otras veces caen en plena luna llena y de ahí que sean blanquitos.

Pero cuando la luna es menguante y el cielo es muy oscuro pasa algo increíble.

Los pequeños fragmentos de nube que no saben qué color tomar se caen y forman gatitos manchaditos.

En cambio cuando las nubes se colorean entre la acuarela que forma el atardecer produce a esos pequeños mininos que pintan con más de un color en su piel.

No son como los manchaditos que partes están definidas de un tono y otras de otro. Estos gatitos que forman una mezcla en todo su cuerpo como si de un lienzo vivo se tratase su cuerpo.

¿De dónde vienen los gatos?

Del cielo por supuesto.

Del arrebol de las nubes que cuando se hacen demasiado grandes dejan caer un pequeño trocito de sí para el mundo.

Viajando entre el viento, siendo arrullados por la propia brisa.

De ahí que algunos tengan rulitos y otros estén peloncitos.

Siendo abrazados por los rayos del sol y acunados por la propia luna.

Hasta que sus cuatro patitas tocan el suelo y como un vendaval rugen en un sonoro —miau—.