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Sueño apocalíptico

La Tierra estaba vacía, pero por algún motivo yo seguía aquí. No éramos muchos los que quedábamos, "rendirse jamás" era nuestro lema.
La guerra había comenzado y todo se desbarataba por donde se mirase, no había mucho lugar donde esconderse. Ellos estaban al mando.
Los estruendos se escuchaban escandalosos. Una del grupo quiso ir en rescate de los pocos que quedabamos, necesitábamos una distracción que nos permitiese acabar con el otro problema.
Corrimos hacía algún lugar, esperando el fin trágico. Los gusanos de lava salían por allí como si gusanos en una manzana fueran, horadando la superficie de asfalto. Eran criaturas de temer, su aspecto hacía creer que los dragones existen y vivieron todo el tiempo rondando el núcleo terrestre esperando estas últimas semanas del final para aparecer y dar el golpe de gracia.
La decisión estaba tomada, necesitábamos eliminar la amenaza y había que luchar contra esas bestias.
"Que valga el sacrificio de Eve," me dije y junto a mí compañero, nos adelantamos para darle fin a tamaña desgracia.
Ellos seguían descargando misiles y bombas desde sus naves de inteligencia avanzada. Pensé en Eve, definitivamente su predicción fue cierta. El mundo se estaba yendo por el caño.
Las criaturas aparecieron, tomando por completo nuestra atención y atacamos. No sabíamos donde golpear, pero si había un momento de ser héroe era éste. El metal de los hierros que encontramos entre escombros, parecía crear fuegos artificiales al tocar a los gusanos de escamas escarlata, con vista de fuego y aliento recalcitrante.
Los ataques parecían en vano, las fuerzas se nos escapaban rápidamente. Mi pesimismo crecía. ¿Qué harían dos seres humanos contras dos criaturas salidas de un comic japonés? Miré a mí compañero de milicia y supe que estábamos juntos en esto. La imágen de Eve vino a mí una vez más, comprendí que no fue sólo un sacrificio fue una entrega por la supervivencia.
El metal chocaba una y otra vez contra el cuerpo extraño de aquellos seres mientras detrás nuestro ellos se encargaban de terminar de asolar la ciudad escombrosa.
Las frentes nuestras chorreaban de transpiración y rabia, las chispas habían corroído nuestra vestimenta y nuestros ojos por momentos luchaban a ciegas por el resplandor del choque.
Los gusanos parecían inmunes, se removían y volvían al ataque. Hasta que mí acompañante asestó un golpe de lleno que traspasó la garganta del ser despidiendo humo y chorreando lava incandescente. Tomé coraje e hice lo propio. Ambos gusanos quedaron en el suelo.
El cielo se oscureció de golpe y el silencio reinó, las naves se paralizaron, la ciudad parecía en calma...pero el suelo comenzó a abrirse y más naves vinieron. Comenzó a llover agua caliente y el sol se apagaba gradualmente, se divisaban las estrellas caer cual fuegos artificiales y la respiración se volvió dificultosa.
Los sobrevivientes salieron de los escondites gritando y huyendo, casi todos cazados por ellos que perseguían a mansalva.
Era desesperante. Las calles se abrían en dos mostrando lagos de lava ardiendo, los escombros de edificios caían sobre los que intentaban huir y nosotros aún contemplabamos los dos bichos del infierno que yacían inertes en el suelo.
El primer temblor nos tomo por sorpresa y él cayó primero, sus gritos se opacaron por el retumbar de mí corazón tras la huida. Qué irónico que el ser humano aún en sus últimos momentos de vida quiera preservar la misma.
Las naves no me seguían, pero sentí uno de ellos pisarme los talones, sentí mí sangre helar. Saltaba los baches, cruzaba entre los pozos, corría entre los restos de ciudad; pero el único interesado en mí era uno de ellos que me seguía de cerca.
Casi recordé lo último que hice antes de la llegada de las naves, hace semanas atrás. Lo habían dicho en el London Times, pero no creí que no existiría un mañana.
La tierra se abre nuevamente y el brazo de mí verdugo me sostubo antes de caer a mí fin. Me levantó hacia lo que parecía ser su rostro y las fuerzas me faltaron abandonando mí cuerpo.
Me encontré en mí cama, sudado. Corrí a la ventana para encontrarme con que nada había pasado, suspiré hondo y volví a la cama. 

Bethany Tudor

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