A medio morir.
Y vio aquella casa en la sombría tarde lluviosa... y quiso huir, escapar, irse a algún otro lugar y reconoció que su destino no se encontraba allí (y tal vez tampoco en otro lugar) pero sabía que debía buscar otro camino, aunque igual se dirigió allí tortuosamente como sufriendo con cada paso y con la cabeza bien erguida como símbolo de orgullo (ese mismo orgullo que lo hacía caminar hacia algo que sabía que no era suyo y que no quería para sí)
Caminó con la vagancia particular de un estudiante mediocre yendo a la escuela tan odiada, en eso llegó a la puerta y acercó la llave como pidiendo permiso a los engranajes a que girasen. La puerta se abría perezosamente mostrando el lúgubre ambiente del interior, esa puerta que separaba la realidad de la cruenta brusquedad de la vida cotidiana.
Ingresó y, pesadumbroso, se movilizó hacia las escaleras que subían a una clase de purgatorio, purgatorio que le sentaba bien a un demonio como él... ¿demonio? o será que ese purgatorio no le pertenecía, que sólo fuera heredado por el destino. ¡Maldito destino, maldito purgatorio!
Encontró la casa vacía y sintió alivio, buscó una silla... pero no se sentó, empezó a girar dando pasos lentos alrededor del objeto inmóvil, hablando de a ratos con la nada y preguntándole a esa soledad sentada en una silla: ¿Qué hacia él allí? ¿Cuál era el propósito de seguir en la ruina emocional por ver felices a otros? La soledad jamás contestó, aunque en la mente de él las respuestas eran claras porque no había vuelta atrás... no podía borrar sus errores, ni convertir en conejitos blancos las penas como si fuera mago de circo, él solo podía seguir corriendo en la misma rueda cíclica y repetitiva porque al igual que los hámsteres, él no podía ir a otro lugar.
Después de caminar en silencio por media hora, por la casa esa que no sentía suya (pero vivía allí), de la que quería y ansiaba salir (pero estaba atado)... después de recorrerla sin motivos más precisos que el sondeo de su miseria, se sentó en la silla antes interrogada.
Lloró al principio y después cantó, ese canto que les sale a las personas cuando ya no saben más que hacer y se resignan. Se levantó de su silla y la acomodó junto a las otras... tras una pausa casi catatónica frente a la alacena de la cocina, tomó un cuchillo y salió al patio.
Las perras corrían enfurecidas como presintiendo el hecho ensordecedor que gritaban los ojos de él. Se agachó y las acarició a ambas, calmándolas y siguió hasta detenerse bajo un árbol de limones a medio morir. Contempló su alrededor: las perras eufóricas, el cielo acorde a un funeral, la llovizna le daba un tono melancólico y el árbol que tenía esa dejadez que el sentía en su interior.
Se sentó allí, bajo el árbol y empezó una especie de confesión (pero sin llanto, ya era tarde para llorar). "De todos modos, es una decisión tomada", concluyó y asió el cuchillo, miró su filo... era tan hermoso que merecía que él se tomara un tiempo para convencerlo de lo que iban a hacer (aunque el cuchillo simplemente cometería el crimen sin replicar).
De repente, la lluvia se hizo presente. Las perras corrieron a sus cuchas y él despertó de su ensoñación (aunque estaba bien despierto), con el cuchillo en mano cortó una rama del árbol y le dijo: "es solo para dejarte un recuerdo mío" (digamos que eso fue una vacilación ante lo atroz). Ahora con el cuchillo todavía en la mano, se lo acercó al cuello y respiró muy hondo, la punta estaba justo bajo su mandíbula...presionó con fuerza y la chorrera de sangre se esparció por el suelo y él con una sonrisa cayó bajo el árbol a medio morir.
Bethany Tudor
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro