Todo venía bien, hacía meses que hablábamos initerrumpidamente como si nos conociéramos de toda la vida dilatando el momento de encontrarnos porque yo tenía miedo. Ya saben, miedo de no dar la talla, miedo de no cumplir expectativas, miedo de hablar demasiado, miedo de tener vergüenza, miedo de no gustarle… lo sé, una mujer grande con problemas de pendejos pubertos; pero me sentía así.

Estábamos bien, lo sentía; él conocía más de mí que nadie y viceversa. Pero por las cosas de la vida, siempre hay una piedra en el zapato.

Ese día empezó normal, yo no le escribí porque quería darle espacio (a veces me sentía molesta por escribirle a diario); pasadas una horas de haber desayunado sonó mi celular alertandome un mensaje. Ese frenesí característico de expectación ante un posible saludo de él, me hacía dibujar una sonrisa en mi rostro; mi mala suerte me acompañaba ese día porque no era él.

"Amiga, creo que éste es Nicolás. Yo iba saliendo de la tienda y lo vi, le saqué la foto porque creí que merecías saber que no solo está en la ciudad sinó que acaramelado con otra", leí el mensaje al pie de la foto que lo mostraba a él de la mano con una chica y no sé si era yo o qué, pero para mí ahí pasaban cosas. Sí, de ese tipo de cosas que ustedes se imaginan.

Mi primera reacción fue quedar en shock, luego los bizcochos que había comido parecían haberse transformado en rinocerontes en mi estómago y terminé por soltar unas cuantas lágrimas.

Según Nicolás vivíamos muy lejos para conocernos, estudiaba mucho y trabajaba, además de estar soltero y sin nadie. Me creerán ilusa por haberle creído, yo también me recrimino lo mismo; pero había cosas que no podían fingirse y me hacían creerle. Como nuestra primera discusión, él se ofendió porque yo no le creía y hasta me pidió con una nota de voz que no me fuera, que le dejara mostrarme que era real; uno puede dudar de muchas cosas menos de los tonos de voz de alguien, al menos yo soy muy detallista con esas cosas.

Me sentí estafada, usada, boludeada básicamente e intenté todo el día no escribirle para intentar serenarme y preguntarle como se debe, con altura y en calma.

Pasé el día buscando las palabras, escribiendo y borrando mensajes del chat, esperando que él fuera señales de vida. Hasta llamé a una amiga que no hablábamos hace mucho para pedirle consejo. Siempre terminaba en los mismo: "escribile porque necesitas saber y cerrar el ciclo". ¡Que se vayan al carajo los ciclos y la que los tiró de las patas!

Llegada la tarde, decidí no dar vueltas y escribirle preguntando cómo era posible que exista esa foto y porqué me había mentido. A lo que él respondió:

"Hay una persona para cada situación en la vida y vos no estabas en esa", acto seguido me bloqueó. Ahora sé que efectivamente vive en mi ciudad, a unas cuadras de donde vivo y que nuestra "relación" por así llamarle sólo fue un entrenamiento, era su motivo de alegrarle los días literalmente. Imagínense, él vivía riéndose a costillas mías.

Así que ésta es mi historia que no fue con Nicolás, la persona que creí que era mi regalo de navidad adelantado, esa persona que decís: "fua, tiene todo lo que me recetó el doctor". Sí, así de estúpida me tenía.