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De Chocolates, Besos y Trampas

El primer aniversario de la reina y el reformado rey consorte estaba a la vuelta de la esquina y Hans quería darle algo especial a su reina, algo que no pudiera comprar con dinero, porque de ese tipo tenía de sobra.

Esa mañana tuvo una conversación sumamente productiva con su cuñada Ana, quien le dio varias ideas de regalos que podía hacer él mismo.

–¿Por qué no intentas llevarla a una hermosa cena romántica en el bosque? –propuso Ana, entusiasmada, pero el ahora rey frunció el ceño–, o, mejor aún ¡Tengan un picnic! Donde le lleves su comida favorita, y conversen, y…

–Espera, espera –interrumpió levantando una mano dándole un alto a su palabrería–, ¿cómo se te ocurre que la voy a llevar al bosque? –la aludida rodó los ojos y puso las manos como jarra–, mejor dime que la lleve a cenar al vertedero.

–Bien, bien, señor pomposo –el joven arrugó el entrecejo ante ese apodo–, entonces ¿qué tienes en mente?

El joven llevó una mano a la barbilla pensativo, pero ni una sola idea que se le venía a su mente era lo suficientemente buena para su esposa, por lo que la desechaba al momento.

Ana se cansó de esperar su nula respuesta y de pronto se le encendió un bombillo–. ¡Lo tengo! –exclamó victoriosa–, ¿qué te parece si le preparas algo con tus propias manos?

–¿Algo cómo qué?

Ella se hundió de hombros pensando. –No lo sé… ¿qué crees que le guste más? ¿chocolates o pastel?

Él sonrió al saber la respuesta. –Obviamente prefiere el chocolate.

–¿Y si el pastel es de chocolate? –le preguntó Ana.

Él le restó importancia con la mano, sabiendo muy bien las preferencias de Elsa. –Ella prefiere los chocolates y tendrá la suerte de probar el sazón de este rey –dijo señalándose a sí mismo con orgullo al tiempo que Ana se reía de buena gana.

–No le veo lo gracioso –dijo el joven algo molesto.

–Disculpa, pero ¿tú? ¿cocinar? –cuestionó y él asintió con la cabeza orgulloso–. Siento pena por mi pobre hermana –dijo sin dejar de reírse, para luego darle la espalda y caminar por los pasillos tranquilamente.

–Oye ¿a dónde crees que vas?

Ella se volteó y le respondió. –Iré a avisarles al consejo real que no cuenten con Elsa en los próximos días. Él no comprendió ni una sola palabra a lo cual ella le contestó–. Pues porque la pobrecita no va a salir del baño en una semana si come lo que vas a cocinarle.

Al decir esto recibió una mirada de total indignación y odio por parte de Hans, sin embargo a ella poco le importó, así que siguió su camino rumbo a su habitación.

Quedaban horas para la hora de la cena y todo debía estar listo, se encargó de que Gerda preparara la comida preferida de la reina y el postre iba correr a su cargo. Mandó vaciar la enorme cocina del castillo ante la mirada preocupada de Gerda. Era consciente que el tiempo corría en su contra, ya que Ana se encargaría de mantener lejos a Elsa de las cocinas en lo que él preparaba su postre, pero no se fiaba mucho de la distraída de su cuñada. Sabía que se le podía escapar, así que con eso en mente se apresuró a seguir su labor.

Ese día había procurado no usar su ropa de siempre para no ensuciarla, por lo que sólo se limitó a usar una camiseta blanca y un chaleco azul acompañados de unos pantalones cafés que ahora complementaba con un mandil el cual Ana gustosamente le había dejado preparado.

Lo tomó con aprehensión como si estuviera lleno de bacterias, lo analizó por varios segundos hasta que finalmente, al no encontrar otro mandil que ponerse, optó por usarlo, haciendo una nota mental de estrangular a su cuñada en cuanto la viera.

–Ositos polares –masculló enojado mientras amarraba los lazos del mandil tras su espalda.

Ya con la prenda colocada, tomó el recetario de Gerda y comenzó a seguir las instrucciones, sacando uno a uno los ingredientes necesarios, poniéndolos en la mesa además de los utensilios que usaría. Sacó la mantequilla, barras de chocolate, almendras entre otras cosas.
Cuando creyó estar listo, dio un nuevo vistazo a la receta antes de comenzar, no quería cometer ningún error. Comenzó batiendo la mantequilla hasta que obtuvo una pasta cremosa, volvió a leer el papel y decía que tenía que derretir el chocolate a baño María.

Se tensó al leer esas palabras pues no sabía a qué se refería exactamente aquel extraño término, sin embargo vagamente recordó haberlo escuchado alguna vez a Gerda cuando ayudó a Elsa a preparar la cena.

Se acercó al fogón y, para su suerte, Gerda lo había dejado encendido, previéndose, tal vez, de su ineptitud ante los temas culinarios. Buscó una olla grande y la llenó de agua, luego volvió a la mesa y tomo varias barras de chocolate, partiéndolas en varios trozos, Para luego colocarlas en otro envase pues lo pondría encima de la olla con agua. Pero al voltearse de nuevo hacia el fogón vio que Olaf se encontraba analizando sus movimientos con mucha curiosidad.

–Es para Elsa ¿verdad?– le preguntó con inocencia.

Hans soltó un leve gruñido y haciendo acoplo de toda su paciencia y tras seguirle la corriente, lo mandó lejos de la cocina, para ser más exactos lo mandó a ver crecer el pasto.

Con algo de molestia continúo con lo que estaba haciendo, colocó el recipiente de chocolate sobre la olla, comenzó a moverla y cuando los chocolates se derritieron, vertió la mantequilla sobre el chocolate para empezar a mezclar ambos ingredientes, después dirigió su mirada al recetario sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo al leer la siguiente advertencia: se debe colocar el chocolate sobre la mantequilla y no al revés o la mezcla no tendrá una textura suave.

La ira estaba creciendo en su interior, ira que sentía consigo mismo por no haber terminado de leer la receta antes de empezar hacerla. Desvió la mirada a la mesa y pudo ver como Olaf había dejado un rastro de almendras de la mesa hasta la puerta, dejándolo con una cantidad ínfima para su receta, dio un golpe a la mesa lleno de frustración.

–¿En serio tenía que venir a joderme hoy?

A estas alturas del partido Hans estaba totalmente frustrado y enojado por partes iguales, por lo cual no puso atención a lo que hacía y siguió colocando la mantequilla sobre el chocolate. Comenzó a revolver tan fuerte y rápido que parte de esa mezcla salió volando, dejando manchas sobre las paredes y la mesa, siendo consciente del desastre que estaba ocasionando sintió un nudo en la garganta y agarró las almendras que quedaban integrándolas a la mezcla.

Seguía mezclando vigorosamente mientras con una mano se limpiaba el sudor.

–Nadie me va a arruinar esta receta –decía, pero por dentro era consciente que su obra de arte estaba dañada.

Comenzó a hacer bolitas de chocolate y luego a colocarlas en una bandeja.
Se limpió la última gota de sudor y sonriente ante su creación pensó que todo había terminado, pero no podía estar más errado.

Ana se había comportado de lo más rara con Elsa ese día, no paraba de seguirla y de preguntarle a dónde iba… eso le parecía sospechoso, así que al encontrar el momento adecuado se escapó de ella para luego buscar a Hans por todo el castillo ya que no era tonta y sabía que tenía que ver con su aniversario.

Buscó en la biblioteca, en su estudio, en su recámara e incluso las caballerizas, pero no lo encontró, estaba por darse por vencida cuando escuchó un estruendoso ruido que provenía de las cocinas, rápidamente corrió allí.

Al entrar en la cocina, los ojos azules de la chica no daban crédito a lo que veía, se encontró con manchas extrañas en las paredes, chocolates regados por todos lados, así como manchas de grasa en el piso y a un Hans tirado en el piso boca abajo inmóvil. Al observar una barra de mantequilla en el piso ella rápidamente dedujo lo que había pasado, todo indicaba que el joven se había resbalado con la mantequilla cayendo de bruces al suelo. Y Hans al verse en esa decadente situación decidió quedarse así, inmóvil y derrotado en el suelo.

–Hans, pero ¿qué…? –comenzó la reina sentándose de rodillas a su lado.

Él, en respuesta, a duras penas movió la cabeza y la observó con vergüenza en su rostro.

–Para la próxima compraré chocolates –exclamó con tristeza.

Elsa puso la mano sobre su espalda y le habló con dulzura –Mi pobre bebé… querías hacer unos chocolates, ¿verdad? –el asintió–. No te preocupes amor, lo que importa es la intención –aseguró dándole varias palmaditas en la espalda animándolo a levantarse.

Él se levantó del suelo con lentitud y levantó la vista buscando a su esposa, y para sorpresa estaba sentada sobre la mesa y con un dedo llevaba a su boca un poco del chocolate que había quedado embarrado en el bol.

Se veía tan hermosa, con ese vestido verde limón que dejaba entrever una generosa parte de sus piernas y así que, se perdió en sus labios embadurnados de chocolate haciéndole revivir su fantasía de noches anteriores.

La imagen de Elsa con los labios cubiertos de dulce y el cuerpo bañado en chocolate hizo qué se dilatarán sus pupilas.

Ella notó el cambio en su mirada y con una sonrisa divertida le preguntó. –¿Hans?

Pero él ya no la escuchaba, su vista estaba perdida en los relucientes labios de la reina, se veían tan apetitosos, tan tentadores que no pudo resistirse más.

Se abalanzó hacia ella, apretando su boca con la suya para luego agarrarla de la nuca, impidiéndole que retrocediera, no podía evitar saborear el chocolate en su boca y ese dulce sabor aunado a la dulzura de sus labios lo estaban enloqueciendo. Sentía crecer el fuego del deseo desde lo más profundo de su ser.

Ella dejó escapar un gemido y él tomó ese instante para adentrar su lengua en su boca, tratando inútilmente de saciar su hambre de ella. Hans se separó de sus labios únicamente para desatar el vestido de la joven y quitárselo por encima de su cabeza, al hacer esto se dedicó a besar el cuello de su amada, quien no dejaba de proferir gemidos guturales que lo enloquecían aún más mientras se deshacía de su infantil mandil y de su chaleco.

El joven fue descendiendo una línea de besos húmedos hasta sus pechos, y allí le arrancó su ropa interior.
Pronto Elsa estaba desnuda frente a sus ojos y ella, sabiendo de su belleza, desató su cabello, pues era consciente de que él amaba verla con el cabello suelto.

–Eres una diosa, mi diosa de las nieves –dijo extasiado y con una erección creciente en sus pantalones.

Él terminó por deshacerse de su camisa y desabrochar sus pantalones, para después hundir su cabeza entre los pechos de la joven, ella sintió como la recorría con sus manos en una caricia lenta y prolongada, acariciando su diminuta cintura hasta sus bien formados pechos estrujándolos y apretándolos, mientras daba pequeños mordiscos a su pecho izquierdo Y después al derecho, los mordía y los lamía haciendo que la reina soltara gemidos de placer.

Elsa abrió los ojos y dirigió su mirada a la puerta de la cocina y, haciendo un gran esfuerzo por dejar de lado el placer, con un movimiento de mano congeló la entrada para que nadie los interrumpiera.

Se sentía indecente por estar haciendo ese acto a plena luz del día y en las cocinas de su castillo, pero todo impedimento se hacía a un lado al sentir el placer que Hans le estaba otorgando.

Hans separó las piernas de la joven para después finalmente deshacerse de sus pantalones Y aventarlos al piso.

La rubia sintió los latidos de su corazón acelerarse y el deseo crecer dentro de ella, comenzando a repartir besos sobre su pecho, sobre viejas cicatrices. Y en ese momento él supo que no podía contenerse más, necesitaba tenerla ahora mismo.

Pero ella leyó el deseo en su mirada y sonriente puso una mano en su pecho, alejándolo.

–Creo que tú ya tuviste tu regalo… pero ¿y yo qué? –Dijo Elsa en un tono juguetón.

Él sonrió ante su juego y recordó que había llevado una caja y varios listones para decorar sus chocolates, así que se agachó y buscó bajo la mesa hasta que lo encontró y agarró un listón azul, con el cual hizo un moño en su erección.

–Ta-da –dijo con una sonrisa triunfante, pero ella se carcajeó–. ¿Qué? –preguntó con algo de decepción en su voz–, ¿acaso no te parece suficiente?

–Claro que sí, pero… ese regalo no es del todo nuevo –declaró y los celos que sentía al saber que ella no había sido la única mujer en la vida de su marido se apoderaba nuevamente de ella.

Él rodó los ojos divertido y separando las piernas de su esposa le dijo al oído. –No te pongas celosa, tú eres la única que puede disfrutar de todo esto –al decir aquello tomó la mano izquierda de su amada y la llevó hasta su palpitante erección haciéndolo gemir al instante.

En ese preciso momento sintió la impetuosa necesidad de penetrarla o si no sentía que moriría, sentía que moriría si no se hundía tan hondo, tan profundo como pudiera entre las paredes cálidas de la reina.

–Te necesito –le dijo en susurro mientras la tomaba de la cintura y devoraba su cuello para luego con su mano libre acariciarla y apretar uno de esos pechos.

Se separó de sus labios para acercarla lo más posible a él.

Ella quitó el moño del miembro viril y Hans extasiado, la embistió de golpe robando un gemido por ambas partes.
Hans comenzó a balancear las caderas llevando un buen ritmo, fuerte y profundo, pero aún no lo suficientemente rápido para satisfacerlo.

Elsa se abrazó a él acariciando su espalda y dejando pequeños mordiscos en su cuello.

Solo los gemidos y los suspiros de ambas partes se escuchaban en la habitación. Hans fue aumentando el ritmo de las embestidas conforme a la excitación y el deseo. Se estaban volviendo locos, haciendo que quisieran cada vez más y más.

–Maldición, copo de nieve –decía sin detenerse–, eres deliciosa.

Ella solo gimió su nombre en respuesta.

Hans dio una embestida especialmente fuerte y rápida qué hizo a la joven sentir las placenteras contracciones al previo orgasmo, pero Hans quería jugar un poco por lo que se detuvo de momento a otro.

–Dime qué te gustaron los chocolates, ¡vamos! –demandó y ella lo miraba confundida .

–Pero… –jadeó ella.

–No me moveré hasta que lo digas –insistió, ahogado en puro deseo.

A pesar de que el deseo y la excitación estaban nublando la mente de la joven, no le iba a dar el gusto de oírla suplicar. Así que tomó ventaja de su posición y se balanceó hacia adelante y hacia atrás provocando que Hans gimiera de placer en contra de su voluntad.

No pudo resistirse al placer que estaba sintiendo por lo que retomó su ritmo veloz y Elsa soltó un grito gutural dejándose llevar por el placer del orgasmo.

Él cerró los ojos con fuerza cuando llegó al clímax, se encontraba sudando y jadeando, apretándola contra su pecho. Hans, al darse cuenta de que debía estar aplastándola soltó su fuerte agarre.

Ella le miró con sus ojos azules, sus mejillas sonrojadas y Hans supo que nunca permitiría que otro hombre viera esa mirada.

–Eso fue jugar sucio, mi copo de nieve.

Elsa se rio y pasó una mano por su rostro, enviando escalofríos por su espalda.

–Tú me enseñaste –respondió orgullosa.

–Y eres una muy buena alumna –dijo mientras acariciaba la rubia cabellera de la reina–, pero eso no te salvará de un castigo.

Ella sonrió de lado, curiosa ante su castigo aunque estaba segura de que lo disfrutaría.

Sin previo aviso, la empujó sobre la mesa y la tomó de las piernas apoyándola sobre sus hombros. Los ojos de Elsa se entrecerraron con irritación e intentó levantarse pero él se lo impidió.

–No jugaste limpio… ahora te toca sufrir.

Ella se retorcía tratando de incorporarse, pero nada sirvió, el cazador tenía a su presa justo donde la quería y se rio con un toque de triunfo ante su desafiante lucha.

–No te soltaré, amor –le susurró al oído y ella se estremeció al escuchar el sonido de su voz.

La tenía atrapada y retenida pero eso no significaba que no podía disfrutar ¿o no?

Una sonrisa siniestra se plasmó en los rasgos de la joven, se movió hacia adelante haciendo que su trasero chocase con la entrepierna del joven, quién gimió ante el contacto íntimo. Sin perder la sonrisa del rostro, presionó intencionalmente su trasero contra la entrepierna de su captor nuevamente.

–Veremos quien ríe al último.

Pero él solo se limitó a sonreír, pues al contemplar la desnudez de la joven y verla respirar con dificultad sentía que estaba en el paraíso. Sonrió seductoramente e inclinándose de nuevo desplegó una línea de besos en su cuello mientras le mordisqueaba ligeramente, deslizándose por su clavícula, hombros y el área sensible justo por encima de sus pechos, ella respiró hondo al sentir toda la atención que estaba recibiendo, pronto Hans cerró su boca sobre uno de sus pezones  y comenzó a succionarlo lenta y suavemente al principio, sin embargo poco a poco se fue haciendo más voraz y rápido, logrando sacar varios gemidos de placer a la reina.

El abrazador calor que provenía de su hombría era demasiada y necesitaba liberarse con urgencia. Elsa no quería darse por vencida tan pronto, no quería darle el placer de hacerle saber que también lo deseaba pero cuando él, con ambas manos, abrió sus piernas, estaba húmeda para él.

–¡Dímelo, Elsa! ¡Dime qué mis chocolates son los mejores, dímelo! –exigió de nuevo en un tono infantil qué hizo sonreír a la joven.

–Sí, está bien, lo acepto son los mejores… pero, por favor, no te detengas.

Él sin perder más tiempo enterró su miembro palpitante dentro de ella arrancándole un gemido a su amada. Hans se movía rítmicamente dentro de ella, saliendo antes de volver a empujar. Elsa al perder todo rastro de raciocinio por el sexo, pasó los dedos por el cabello pelirrojo del chico, disfrutando de cuán suave era, mientras sus embestidas aumentaron de velocidad. Colocó sus piernas sobre sus hombros sirviendo para empujarse aún más profundamente, sintiendo toda la presión creciente fuerte y palpitante en todos sus puntos dulces y sensibles. Un clímax acalorado se estaba emergiendo dentro de ella a medida que las embestidas eran más fuertes y rápidas.

–Oh, Elsa –gimió, sin dejar de follarla.
La abrazó por la espalda, acercándola a su pecho, mientras él se recargaba en la pared con ella en brazos, devorando su cuello con pequeños besos voraces. Se reclamaban sus labios entre gemidos de placer, hasta que Hans dio ese último empujón agonizante, lleno de lujuria y pasión.

–Oh… ¡Dios! –suspiró pesadamente al salir de ella.

Elsa se estremeció de placer al tiempo que él la depositaba en el suelo con delicadeza, derrumbándose contra el cuerpo jadeante de su esposa.

Permanecieron así por varios minutos hasta que Elsa se removió algo incómoda, pues era obvio que la estaba aplastando, al darse cuenta de ello cambio de posición, dejándola descansar sobre su pecho.

–No puedo creer lo que hicimos aquí –empezó Elsa, incrédula y divertida a la vez.

–Oh vamos ¡No seas aguafiestas!

–¡Gerda me va a matar! –se lamentó preocupada la reina.

–No pasa nada –contestó sin tomarle importancia–. No es nada que tus poderes de hielo no puedan solucionar.

–¿Es en serio?– preguntó Elsa sentándose –¿Quieres que llene la cocina de hielo y luego qué?

–Luego esperamos a que el hielo se derrita y se limpie solo –solucionó con facilidad pero la joven solo negaba con la cabeza.

–No puedo creer que seas tan idiota –contestó sin evitar reír.

Ella intentó ponerse de pie sin embargo él se negó a dejarla ir.

–¿Adónde crees que vas? Aún no me has dado mi regalo– le reclamó en tono juguetón.

Elsa sonrió. –Tu regalo estará aquí en nueve meses –dijo despreocupada y él frunció el ceño sin entender.

–¿Qué?

La reina tomó sus prendas del suelo y comenzó a vestirse sin prestarle atención.

–Lo que oíste –se volteó hacia él y le tomó de la mano, colocándola en su vientre–, tendremos un bebé.

–Un bebé –repitió sin poderlo creer–. ¡Un bebé! – llevó sus manos a la cabeza, entre sorprendido y emocionado.

–O tal vez sean dos, no lo sé– bromeó la reina, acariciando la mano de su esposo, que aún reposaba sobre su vientre, con miles de pensamientos hermosos con su bebé, hasta que un golpe seco la trajo a la realidad.

Su esposo se había desmayado de la impresión y ella negó con la cabeza, divertida.

.....

¡Hola!

Este One-shot surgió como regalo para Martha felson,esperando sea de tu agrado.

Es lo primero que subo de el fandom Frozen,espero les guste y me apoyen cuando suba un longfic helsa que tengo planeado.

¡Nos leemos!

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