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Capítulo 47: Parece que me abandonó todo menos el sol

Vladimir

El agua del mar refresca mis ideas, más que mis pies. No puedo dejar de pensar en mi suerte y la falta que me hará. Ya no soy el hombre más afortunado del mundo. ¿Qué soy ahora? No tengo una profesión, no me dedico a nada más que a nunca perder. No soy nada.

Sacudo esos pensamientos negativos de mi cabeza mientras me concentro en el azul del mar, sentado a la orilla de la playa donde me entretengo con el ir y venir de las olas y con los restos de algas que llegan a mis pies.

¿Qué voy a hacer? Sabía que esto pasaría. Se lo dije a Pablo, me lo dije a mí mismo muchas veces y pasé por encima de mis convicciones creyendo que eran estúpidas. ¿Y sí valió la pena?

Un pequeño resto de coral llega a mis pies y lo contemplo sin pensar en nada, más que en Loreta. Tenerla a mi lado vale la pena. A pesar de estar feliz por eso, no sé si estoy preparado para dejar a mi suerte partir. Por eso no había vuelto al casino desde que acepté mis sentimientos por Loreta, porque no me sentía con suerte.

Llevo toda la mañana y parte de la tarde haciéndome esa y otras miles de preguntas para las que no encuentro ninguna respuesta. ¿De qué sirve reflexionar tanto si al final no se logra nada? Sigo tan confundido como esta mañana cuando salí a trotar. Es una sensación desesperante.

Mi teléfono empieza a vibrar y cuando veo quién es, decido ignorarlo. Por ahora no puedo hablar con ella, no si mi cabeza y mi corazón aún no se ponen de acuerdo. No quiero lastimarla, pero también necesito un momento para pensar. Un momento muy largo. Siento que hice esfuerzos grandes por estar con ella, y no quiero tirar eso a la basura.

Soy todo confusión y en un impulso de desespero, tiro mi cuerpo hacia atrás y caigo acostado en la playa, mirando al cielo gris como mi ánimo; al menos estoy sincronizado con el humor del clima.

Mi celular vuelve a vibrar y aunque estoy casi seguro que es Loreta, vuelvo a mirar la pantalla pero veo la palabra "Pablo" esta vez. Me siento para poder hablar más cómodo y le contesto.

—Quiubo, parcero. ¿Cómo va esa luna de miel? —dice mi amigo al otro lado de la línea.

—Hola Pablo...

—Oh, oh, ¿qué pasó? —pregunta entendiendo con exactitud lo mal que estoy, solo escuchando dos palabras.

—Pasó lo que tanto temía pero sabía que iba a pasar...

—¿Loreta te dejó? —interrumpe.

—No, mi suerte me dejó. Perdí. En un casino. Yo, el que nunca pierde.

—Ay, Vlado, cualquiera puede perder...

—Yo no. Llevaba más de diez años sin perder ni una vez. Ni una. Y sin enamorarme de nadie ni un poquito. Pero ya ves; me enamoro y lo primero que pasa es que pierdo. Me vuelvo una persona común y corriente.

—Vlado, tener suerte no te hace lo que sos. Vos sos una magnífica persona, sos considerado, el mejor amigo que se puede tener, y aunque no te conozco en esa faceta y espero no hacerlo nunca, sos un buen novio. La suerte es algo relativo. Encontraste una mujer asombrosa que te ama, ¿eso no es tener suerte? La fortuna en los juegos tal vez solo era algo que tenías y quizás ahora no, pero no pasa nada, porque sos feliz con Loreta.

Analizo un momento sus palabras, y aunque veo la lógica en lo que dice, no me siento para nada así.

—¿Qué pensás hacer entonces? ¿Qué va a pasar con vos y Loreta? Por cierto, ¿dónde está ella? —pregunta después de mi silencio.

—Está en el hotel, yo estoy en la playa trotando. Ay, Pablo, pues no sé. La verdad es la primera vez en mi vida que no sé qué hacer. Quiero regresarme ya mismo para Cali y tener más tiempo para pensar.

—¿Vas a alejarte de la bailarina?

—¡Todavía no sé! Siento que la estaría lastimando y ella no tiene la culpa de nada... Además no la quiero dejar. De verdad la amo.

—¿Sientes que la vas a lastimar? Ja, ¡pues obvio que sí, hombre! Y mira que ella te había preparado toda esa sorpresa con tanto esmero y dedicación. Pobre vieja, de verdad la que no tiene nada de suerte es ella.

Pablo y yo seguimos hablando unos momentos y colgamos la llamada. Sus palabras quedaron sonando en mi cabeza.

«Voy a lastimar a la mujer que amo»

Vuelvo a recostarme en la arena y a mirar el cielo gris por un momento, y después de pensarlo un poco, la decisión ya está tomada en mi cabeza.

Abro mis ojos de repente y me doy cuenta que me he quedado dormido en la playa. Me levanto con un fuerte ardor en la cara y terribles punzadas que siento en mis costillas.

—¿Ves? Te dije que no estaba muerto... —escucho una voz dulce e infantil.

—¡Entonces deja de picarlo! —Le contesta otra voz, aún más dulce.

Cuando abro mis ojos por completo, los niños que estaban picándome con una rama se asustan y salen corriendo. Me siento y veo que la marea subió un poco y tengo la mayor parte de mi ropa mojada. Así como mis bolsillos vacíos.

«¡Bravo, Vladimir, solo a vos se te ocurre dormirte en la playa con el celular en el bolsillo!»

Me levanto y empiezo a caminar totalmente cabizbajo hacia el hotel sin saber aún qué hacer. Sé que lo que me espera es una pelea con mi novia y eso me anima aún menos, pero tengo que enfrentar las consecuencias de mis actos.

No sé ni siquiera qué hora es, pero ya debe haber pasado bastante tiempo desde que salí del hotel. Loreta debe estar preocupada.

Paro un momento en uno de los negocios cercanos a la playa porque el hambre me está matando, y si vamos a discutir, prefiero tener el estómago lleno. Olvido que mi billetera también fue robada y salgo del sitio. Con seguridad mi suerte se la llevó el mar.

Regreso al hotel, y la habitación se ve vacía, no veo la maleta de Loreta. Empiezo a llamarla pero solo escucho el silencio, así que llamo a la recepción a preguntar por ella.

—Sí, señor Ventura. La señorita hizo check-out y se fue. Dijo que usted regresaría por sus maletas y se iría también —responde la persona que contesta al otro lado de la línea.

¿Loreta se fue sin decirme nada? Estoy anonadado. No puedo creer que haya estado conmigo solo mientras tuve suerte. De repente siento lo que me imagino que es mi corazón rompiéndose, porque aunque sé que Loreta es la causante de que mi suerte me haya abandonado, no quería terminar las cosas con ella. De hecho, había decidido renunciar a los casinos y quedarme a su lado.

Mi boca empieza a secarse y corro a la nevera del mini bar por una botellita con agua. La bebo de un solo sorbo y arrojo el envase con fuerza; tal vez esperaba que el tarro se quebrara en mil pedazos y así, no sé, funcionara como una analogía de mi corazón roto, pero recuerdo que la botella es de plástico cuando rebota en el piso, luego en la pared y luego me da justo en la frente.

«¡Maldita sea, ya no puedo ni siquiera romper cosas!»

Noto que una lágrima quiere a salir de mis ojos y me siento extraño. No sé por qué lloro; ¿por mi suerte?, ¿por mi corazón roto?, ¿por mi ingenuidad en creer que Loreta seguiría conmigo siendo un fracasado?

Después de unos momentos, respiro profundo y poco a poco empiezo a calmarme. Tengo que pensar las cosas con cabeza fría, así que voy a darme una ducha.

Luego de estar vestido y con el ánimo más calmado, llamo al banco para cancelar las tarjetas de crédito que me han robado y a la aerolínea para comprar un tiquete para Cali, por suerte recuerdo el número de la tarjeta de crédito que dejé en el apartamento y que nunca toco pues es solo para emergencias. Nunca había tenido que usarla, pero siempre hay una primera vez para todo en la vida.

Entro a mi apartamento con la única intención de acostarme a dormir más o menos unos cien años y que cuando me despierte todos mis problemas hayan desaparecido, pero Romano se lanza sobre mí en cuanto abro la puerta.

—¡Hola, Romano! ¿Tú qué haces aquí? —le pregunto mientras él bate la cola emocionado.

—Vino conmigo —dice Pablo saliendo de la cocina con un vaso en su mano— Quiubo parcero, ¿o debería llamarte Hellboy? ¿Qué te pasó en la cara?

—Parece que me abandonó todo menos el sol.

Mi amigo deja el vaso sobre la mesa y me abraza fuerte. Luego coge mi maleta y la lleva a mi cuarto.

—Sentate en el sofá, ya te traigo lo que necesitás —ordena.

Romano regresa al rincón de siempre y sigue durmiendo como si nada, la verdad me sorprende que me haya saludado efusivamente, él no interrumpe su sueño jamás. Supongo que me extrañó; yo también extrañé al baboso.

Mientras me siento en el sofá y me quito los zapatos, Pablo va a la cocina y regresa con dos vasos en la mano. Me pasa uno y al beberlo me doy cuenta de que es Vodka con jugo de naranja. Aunque no soy de beber mucho, siento que hoy lo necesito.

—¡Por todas las mujeres que nos dejan sin nada, hasta sin suerte! —exclamo arrastrando un poco las palabras.

—¡Salud! —responde Pablo con entusiasmo, chocando su vaso con el mío, con tanta fuerza que lo quebramos.

—¡Por fin puedo quebrar algo! —exclamo emocionado mientras mi amigo se agarra su estómago de la risa.

—Al menos estos no son vasos de plástico...

—¡Por los vasos de vidrio! —grito emocionado y chocamos dos vasos invisibles en el aire.

No recuerdo en qué momento empezamos a pasarnos con el vodka, pero creo que fue en el momento en que se acabó el jugo de naranja cuando nuestra sobriedad se vino abajo.

Voy a la cocina por una escoba y un recogedor para que no corramos peligro con los trozos de vidrio de los vasos, y empiezo a barrer en el pasillo. Luego paso la escoba por debajo del comedor y luego salgo al balcón a barrer un poco más. Pablo sale del baño, a donde fue mientras fui por los utensilios de limpieza y me mira extrañado.

—¿Qué hace, parcero?

—Recogiendo los pedazos de vidrio de los vasos, obvio. ¿O es que pensás que nos quedemos así toda la noche, con ese reguero ahí? —contesto como si fuera lo más normal del mundo.

—¡Pero los vidrios están aquí! —se para junto al sofá y me señala el piso, donde me doy cuenta que, en efecto, están los vidrios.

—Bueno, al menos ahora el apartamento está bien limpio. —Ambos nos reímos con demasiada fuerza y Pablo tiene la sensata idea de quitarme de las manos la escoba y el recogedor y recoger él los trozos de vidrio.

En el celular de mi amigo comienza a sonar una melodía conocida y yo salto de emoción, busco el control del equipo y subo todo el volumen. En cuanto el cantante comienza con lo suyo, yo lo sigo con mucho sentimiento:

Sabías que te quería
que sin ti todo lo perdería
no lloro solo por llorar
diera la vida entera por reír ...

Pablo ha llevado los restos de vaso a la cocina y regresa con dos nuevos vasos que, si mi vista borrosa no me engaña, creo que son de plástico y me pasa uno.

—¡Pablo, vos sos el mejor amigo del mundo! —grito con emoción y corro a abrazarlo—. Cómo dice: Porqué vuelves... a meterte en mi pensamiento... a acabar con la poca fe que me queda... para viviiiiiir...

Pablo se une a mí y formamos un coro bastante afinado que canta, mejor dicho, grita, sacando todo lo que llevamos adentro, y recuerdo cuando canté con Loreta.

No quiero pensar en ella pero todo la trae a mi mente, en especial la letra de esta canción.

Es que tú no sabes para qué sirven
los sentimientos de otra persona...

¿Por qué jugaste con mis sentimientos, Loreta? ¿Porqué me abandonaste? 

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