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Capítulo 3: No creí que viviría para ver este día

Loreta

Me levanto contenta y emocionada. He tenido un sueño increíble del que me gustaría no haberme despertado, y que me ha llenado de energía. En el sueño era la campeona mundial de salsa, junto a Camilo, mi compañero de baile desde hace años. 

Ese campeonato es para lo que me he preparado toda mi vida, y aunque he sido primer lugar en la mayoría de competencias a las que he asistido, a veces siento que no soy lo suficientemente buena para el mundial. Es muy posible que solo sea un leve temor al fracaso.

Son las tres de la tarde. ¿He dormido tanto? Dios, ya se me ha ido la mitad del día y tengo mucho por hacer. Recuerdo la pesada broma que me hicieron anoche y se me baja el entusiasmo. Malditos, me las pagarán. Esta vez será en serio.

Salgo a buscar a Luisa y la encuentro en la sala de nuestro apartamento. Está descansando en el sofá, en un short y una camiseta de tiras que enmarca el maravilloso escote que tiene. Es tan bella; Sebastián es un hombre muy afortunado.

Me encanta la relación que tienen, yo siempre he sido indiferente ante las relaciones, he tenido muy pocos novios. Okay, está bien, solo uno, y no era el mejor ejemplo de novio. De hecho, mientras estuve a su lado, viví los peores días de mi vida. Gracias a Dios eso ya es historia.

De todas formas creo que no soy material para las relaciones. Puedo sentir una atracción muy grande por alguien, pero siempre me termino aburriendo. No sé por qué, pero así es. Creo que nunca me he enamorado y al paso que vamos, tal vez nunca lo haré —y tampoco es que me importe mucho—. Pero en el fondo me siento como una romántica empedernida cada vez que veo parejas como ellos que comparten ese tipo de amor cómplice que se desarrolla con los años.

—Buenas noches, Lore —dice mi amiga con ironía—. Un poquito más y tengo que ir a echarte un balde lleno de agua fría. Estabas noqueada.

—Llegué muy tarde acá.

—¿Sola? —Su pregunta se acompaña de una pícara sonrisa.

—Por desgracia, sí.

—Y el "Chayanne" con el que andabas anoche ¿qué?

—El "Chayanne" se ofreció muy amablemente a traerme, pero no quiso pasar —confieso con molestia.

—¿Qué? ¿Un hombre te ha dicho que no? ¡Ja! No creí que viviría para ver este día —ríe—. ¿Es casado o algo así?

—Pues, dijo que no.

—Ah, ya, seguro es gay —afirma mi amiga.

A lo mejor tiene razón, no lo había pensado.

—¿Quién es gay? —Nos interrumpe Sebas, que sale de su habitación.

Los tres vivimos juntos desde hace unos años, cuando entramos a Sabor Latino, nuestra academia de baile. Luisa quería compartir su apartamento para reducir costos, y Sebastián fue el primer inquilino. Yo llegué unos meses más tarde, cuando después de una fuerte pelea con mis padres decidí independizarme. Poco a poco ellos fueron enamorándose hasta que empezaron la relación más sólida y estable que he tenido oportunidad de presenciar.

—El levante de Loreta. El tipo del que te hablé ayer. ¿Cómo es que se llama? —pregunta Luisa dirigiéndose a mí.

—Vladimir algo.

—¿Vladimir Ventura? —pregunta Sebas.

—¡Sí! Vladimir Ventura ¿lo conoces?

—Sí. Es el mejor amigo de Pablo. Y no es gay, por si quieres saber, solo es... raro.

—¿Raro? ¿Cómo así? —Luisa también está curiosa.

—Pues Pablo dice que el tipo nunca pierde en los juegos de azar. De verdad, su suerte es cosa de otro mundo. Se hizo millonario con las apuestas y esas cosas, pero nunca entra a ningún otro casino en la ciudad, y dice que nunca se enamora. Que no puede.

—¿No puede? ¿Por qué? —pregunto.

—¿Quién sabe? Tampoco es que me la pase hablando del tipo con Pablo. Tendrás que preguntarle a él —responde Sebas dirigiéndose a la cocina para dejarnos solas otra vez con nuestra conversación.

Su comentario ha despertado el bichito de la curiosidad que habita en mí. ¿Por qué Vladimir Ventura no puede enamorarse? Pero ¿será que no puede o no quiere? Esas son cosas muy diferentes. Por la forma en que me rechazó anoche, puedo concluir que no quiere. Si no pudiera enamorarse, es decir, si físicamente fuera imposible que sintiera algo por alguien, podría haber entrado a mi apartamento y advertírmelo antes de acostarse conmigo. No es que yo me enamore de todos con los que me acuesto; sexo es sexo y amor es amor. A veces simplemente no se mezclan.

Luisa y Sebas se han adelantado al casino para el ensayo de la función de hoy. Yo aún estoy tratando de localizar mi celular, pero sigue apagado. Estoy empezando a pensar que no fue ninguna broma lo de anoche, sino un robo de verdad.

Gracias a que Luisa me ha prestado lo del taxi, termino de arreglarme y de buscar mi ropa de repuesto para no perderme la presentación de hoy. Al inicio de cualquier temporada de show siempre nos dan dos vestuarios iguales, por si algo pasa con uno de ellos. Toda una función no puede cancelarse porque algún descuidado dañe o pierda su traje, o se lo escondan como una broma.

Cuando estoy lista para salir, me doy un último vistazo en el espejo que tenemos junto a la puerta principal. Los tres somos muy vanidosos, y una de las primeras cosas que compramos para decorar el apartamento, fueron espejos. Hay diferentes diseños de ellos por todos lados. Parece que viviéramos en esas cabinas de las ferias de las películas en la que entras y te ves reflejado a dónde quiera que mires.

Luzco bien, incluso sin una gota de maquillaje. ¿Por qué Vladimir no quiso subir al apartamento? Maldita sea, odio pensar en eso todo el tiempo. Es decir, en la vida ya me han rechazado algunas veces... bueno, honestamente no puedo recordar un solo rechazo. He tenido muchos pretendientes y también me he lanzado sobre muchos hombres —en el buen sentido de la palabra— que nunca me han dicho que no. ¿Y a este qué le pasó?

Tampoco quiero pensar demasiado en el asunto. Simplemente no le gusto y ya, no hay que ser científico de la Nasa para darse cuenta. Deben gustarles las mujeres ricas, cultas, elegantes; no sé, mujeres que no son como yo. ¿Y eso qué? Hay muchos otros hombres a los que sí les gusto.

Sacudo la cabeza como si el movimiento pudiera sacar de mi mente ese monólogo estúpido y tomo mi bolso, las llaves de repuesto y la plata que Lu me ha prestado para irme en taxi. Salgo a toda prisa pues ya voy muy tarde.

Llego al hotel y voy directamente al casino, ya todos deben estar ensayando. Veo al entrar que Camilo, mi pareja de baile, está concentrado viendo algo en su celular; ni siquiera se da cuenta cuando llego. No puedo decir lo mismo de Juan, nuestro director.

—¡Muy linda la hora de llegar! Doña Loreta... —dice con un tono de voz tan irónico que me molesta. Camilo levanta su mirada y me observa con cara de quererme matar.

—Tal vez si tuviera mi celular podría haberte avisado que llegaba un poquito tarde —respondo hablando más fuerte de lo normal para que todos escuchen.

—Querida, ¿te robaron el celular? —dice Juan en un tono de voz más calmado pero preocupado—. ¡Es el colmo con la inseguridad en esta ciudad! Ya no puede uno andar tranquilo...

—No me robaron —lo interrumpo antes de que coja impulso y se quede media hora despotricando de lo que sea, cosa que le encanta hacer—, me jugaron una broma muy pesada.

Unas risitas de niñas traviesas se escuchan al fondo del escenario.

—¡¿Quiénes?! —Juan pasa de preocupado a indignado—. ¿Quién ha sido el que le ha jugado una broma así a Lore?

Su pregunta se dirige al aire, pero su mirada enfoca a Marcela López. Si yo fuera la heroína de la historia, ella sería la villana. Desde siempre ha tenido una rivalidad inmadura conmigo, tratando de sobresalir más que yo, tanto en los ensayos como en los shows y hablándole mal de mí a todo el mundo. No sé por qué no había pensado en ella.

—Yo creo que me encontré el bolso de Loreta... —dice tímidamente Valentina, una de las bailarinas suplentes a las que Juan hace que asistan a todos los ensayos. Saca mi bolso del suyo y lo levanta en el aire como para preguntarme si es el que busco.

—¡Mi bolso! —grito de la emoción—. ¿Dónde estaba?

—Lo encontré debajo de la tarima central, fui la primera en llegar al ensayo y una moneda se me cayó debajo, cuando fui a recogerla vi el bolso.

Corro hacia ella para recuperar mi preciada cartera y darle un enorme abrazo, pero se remueve incómoda como si mi gesto le doliera. Qué mujer tan extraña.

—Bueno, bueno, ahora que ha pasado la crisis, por favor sigamos en lo nuestro. —Juan trata de poner orden de nuevo en el ensayo.

Me subo a la tarima y me quito la sudadera y la camiseta para quedar en pantalones cortos y top, pues así es más cómodo ensayar. Camilo guarda su celular y se ubica frente a mí con sus manos extendidas para comenzar a bailar.

Ni siquiera me saluda. Es tan extraño. Yo era muy amable con él, siempre lo invitaba a todos nuestros planes para integrarlo, pero es demasiado callado y apático. Solo me habla cuando le da la gana. Después de muchos desplantes de su parte decidí no volver a determinarlo. Que me hable si quiere, grosera no soy, pero tampoco soy de las que intentan caerle bien a todo el mundo, o aquellas personas que ruegan. El que me quiera conocer o ser mi amigo, debe poner un poquito de su parte; y este al parecer no está interesado en nada que venga de mí.

Juan ha encendido de nuevo la música y empieza a contar los pasos. Camilo me guía con fuerza, como si estuviera molesto por algo. Lo ignoro por completo y trato de dar lo mejor de mí, como siempre.

Duramos varios minutos ensayado una y otra vez el mismo giro, ya que hay algunas bailarinas que aún no lo dominan a la perfección. Juan se cansa de repente y nos da permiso para que hagamos un receso de unos cuantos minutos mientras él va al baño.

—¿Ya viste quién está de chismoso en la puerta? —Luisa se acerca a mí, murmura y señala con un gesto disimulado hacia la entrada del teatro.

Me sorprendo al ver al mismísimo Vladimir Ventura.

—¿Qué estará haciendo aquí? —pregunto.

—¿Quién sabe, amiga? A lo mejor vino a verte.

—¡Ja! No lo creo.

—Pues está muy concentrado mirando para acá.

Una punzada de emoción se hace presente en mi estómago. No sé por qué, pero me gusta verlo ahí. Juan vuelve de su descanso y el ensayo continúa. Vladimir y yo nos lanzamos miradas furtivas que van acompañadas de sonrisas disimuladas y seductores movimientos de cadera de mi parte. No lo puedo evitar, quiero llamar su atención. Quiero esos intensos ojos negros sobre mi cuerpo y mis curvas, admirándolas y deseándolas. Sigo sin poder creer que me haya dicho que no.

Lo que me molesta no es el rechazo en sí, es que yo nunca he sido tan directa como lo fui con él; porque tampoco lo he necesitado. Será una espinita que algún día me tendré que sacar. Por ahora deberé seguir concentrada en mi baile.

O por lo menos, deberé tratar.



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