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Capítulo 27: Un hombre así no te conviene

Vladimir

Nunca me he sentido tan fuera de lugar en el mundo. Después de que Loreta se fue, decidí venir a ahogar mis penas en comida simple de la cafetería de la clínica. ¿A dónde tendría que ir y por qué? Si voy a mi casa, el único que me espera no puede ni preguntarme qué me pasa y aunque pudiera, no lo haría porque solo se la pasa durmiendo. En el casino, el único que se alegraría al verme llegar es Pablo, pero a esta hora debe estar en el quinto sueño. No más. Mi vida se resume en esos dos lugares, y ni siquiera entiendo por qué.

Tengo tanto dinero que podría viajar cada fin de semana si quisiera, pero no lo hago. Ahora que lo pienso, en realidad nunca gasto ni invierto mi dinero en cosas importantes. Las únicas cosas costosas que tengo porque las puedo pagar son mi apartamento, mi carro y unos cuantos aparatos tecnológicos. El resto es muy poco y no es tan costoso como lo que sé que muchas personas quieren tener pero no se lo pueden permitir.

Le doy otro mordisco a mi insípido sándwich, cuando veo a lo lejos al amiguito de Loreta. Trato de esconder mi cara con mis manos, pero está tan entretenido en su charla con una joven enfermera, que podría estar al lado del Presidente y ni cuenta se daría.

El hombre y la mujer son solo risas, él la toca en el brazo cuando quiere hablar o aparta mechones de su cara con especial coquetería. Ella parece que se derritiera. Es un mujeriego; qué asco.

Algo en mí se revuelve cuando me doy cuenta de que yo soy igual. O por lo menos lo era hasta hace un par de meses. ¿Por qué me molesta tanto ver esa escena ahora? Bueno, acepto que si no supiera que esta misma noche va a salir con Loreta, el doctor y sus fans me importarían una tonelada de rábanos.

Pero ¡oye!, si vas a quitarme a Loreta, ¡por lo menos ten la decencia de respetarla!

La mujer se despide dándole un beso en la mejilla y él sigue su camino como si nada, saliendo de la cafetería. ¿Se irá a coquetear con otra mujer? A lo mejor hasta es casado y además tiene moza, y la engaña con su mejor amiga. ¡Se ven muchos casos así!

Un impulso fuerte me obliga a levantarme de mi asiento. No sé ni siquiera qué es lo que quiero averiguar, pero tengo que seguirlo. Me embuto el pedazo de sándwich que me queda y tomo mi café para disimular en caso que lo necesite. Salgo a toda velocidad en su misma dirección.

Después de seguirlo por varios pasillos, por un momento creo que lo perdí de vista después de tomar el camino que supuse él había tomado. Estoy a punto de rendirme, cuando aparece el susodicho saliendo de una habitación con su sonrisita molesta y su bata tan pulcra. Mira hacia mi dirección, mi corazón se acelera; rápidamente pongo el café en mi boca y me giro para darle la espalda por un momento para no perderlo de vista de nuevo.

Él toma otro pasillo y camina como si nada, no me ha notado. Lo sigo más o menos por una media hora. Él hombre parece haber estado concentrado en sus rondas, visitando pacientes y coqueteando de vez en cuando con enfermeras. Mi persecución acaba cuando entra tras una puerta marcada con su nombre.

"Francisco Capriani". Debe ser italiano, o de ascendencia italiana. Definitivamente Loreta tiene gusto para los extranjeros. Estoy dispuesto a irme después de quedarme un rato frente a la puerta sin saber qué hacer, cuando veo que el doctor sale de su oficina y deja la puerta abierta. Debe haber salido por solo un momento.

Como una oportunidad así no se puede desaprovechar, entro al despacho sin siquiera tener un buen por qué. La oficina es espaciosa y pulcra. Creo que se parece mucho a lo que he imaginado cuando pienso cómo sería mi despacho si fuera algo así como abogado, ingeniero o incluso, médico. Tal vez tenemos más en común que nuestro interés en Loreta. Una de las paredes está cubierta con libros con nombres como "Ecografía Cardiovascular", "Hipersensibilidad a medicamentos", "Manual terapéutico en geriatría". Emocionantes títulos.

¿Qué los que escriben libros para médicos no pueden tener algo de creatividad para los nombres? Si yo escribiera un libro sobre cómo atender a viejos le pondría algo así como: "El último manual de su vida". Bueno, tal vez no vendería mucho, pero sin duda llamaría la atención en las librerías.

Me regaño a mí mismo por andar divagando en vez de buscar algo que me ayude a exponer mi caso de por qué Loreta no debe salir con el medicucho —sí, en definitiva tengo que ver menos La Ley y el Orden—. Me acerco al escritorio donde solo hay un calendario y un portátil abierto, que parece estar prendido. El mueble es grande, está impecable y veo que tiene varios cajones. Antes de abrirlos, miro hacia la puerta, no me gustaría ser atrapado con las manos en la masa, pero tengo que buscar algo. ¿Una argolla de matrimonio, tal vez? Mi corazón late fuerte y rápido; esto de ser espía es como un deporte de alto riesgo. Voy al primer cajón donde no encuentro más que un recetario, lapiceros finos y unas toallas húmedas desinfectantes. Sin tratar de desacomodar los elementos, miro si debajo de las cosas encuentro algo más, pero no hay nada. Nada incriminatorio, por lo menos.

—¿Qué haces, Vladimir?

Una voz femenina me exalta y cierro de golpe el siguiente cajón que acababa de abrir. Me asombro aún más cuando veo que es Loreta quien me habla, asomando su cabeza por debajo del escritorio.

—¿Qué haces tú aquí? —respondo nervioso.

La intrusa está a punto de responderme cuando sentimos que la perilla de la puerta está girando. Loreta me hala del pantalón con fuerza para que me agache y me esconda con ella, y es lo que hago enseguida.

Por suerte el escritorio es tan grande como para que quepamos los dos, aunque quedamos totalmente doblados y apretados, pero por lo menos sirve como escondite.

Guardamos silencio mientras nuestra mirada se queda fija en el otro, expectantes por lo que pueda pasar. Escuchamos unos pasos que cada vez se acercan más y más a nosotros, hasta que vemos unas piernas que corren la silla y se sientan.

Escuchamos las teclas del computador sonar y detenerse con rapidez. Luego, silencio, hasta un "Aló" que nos indica que ha hecho o recibido una llamada. El doctor empieza a hablar fuerte con quien esté al otro lado de la línea.

—Por Dios, Loreta, ¿estás stalkeando al doctor? —susurro muy cerca de su oído para que no seamos descubiertos.

—Lo mismo puedo preguntarte a ti —responde en el mismo tono casi inaudible.

—¿Y yo para qué voy a andar stalkeando doctores?

—Pues no creo que hayas entrado a su oficina y esculcado sus cajones para pedirle una opinión médica.

—...sí, voy a salir esta noche. —Loreta pone una mano en mi boca al escuchar al doctor decir esto—. Ajá, con una paciente, bueno, no es una paciente, es una conocida de una paciente... Uff, si la vieras, es hermosa... eso espero... sí, claro que me cuidaré. Siempre llevo protección. Bueno, te llamo más tarde.

Loreta empieza a mover sus manos en señal de victoria ante las palabras del doctor y yo quiero salir de mi escondite y partirle la cara al médico, lo peor es que ni siquiera tendría una buena excusa para hacerlo.

Volvemos a escuchar el sonido de las teclas y mis piernas se empiezan a encalambrar. Pasamos más o menos unos quince minutos escuchando el mismo sonido y empiezo a preguntarme: ¿no tiene rondas que hacer este doctor? Me dará gangrena en las piernas si no las estiro cuanto antes.

—Tengo ganas de orinar —murmura Loreta—, y no será divertido si no voy al baño en al menos cinco minutos...

Pongo un dedo en su boca para indicar que guarde silencio. Si el doctor nos escucha susurrar, estaremos en problemas.

Ella empieza a tratar de hablarme por señas y yo trato de responderle, pero creo que ninguno de los dos entiende lo que el otro dice. Si tan solo le hubiera hecho caso a mi mamá cuando me decía que jugáramos a las mímicas, sería más fácil adivinar de lo que me habla.

De repente, el sonido de las teclas del portátil para y escuchamos que el doctor contesta otra llamada.

—Ya voy para allá —dice, y Loreta y suspiramos de alivio; felices de que por fin esta tortura china vaya a terminar.

Vemos que los pies de Capriani corren la silla hacia atrás y luego sale del consultorio sin perder el tiempo. Escuchamos la puerta azotarse.

—Espera un momento —le digo a Loreta, poniendo una mano en su pierna para que aún no salga.

—¿Estás loco? Te orinaré encima, y no de una manera divertida.

—Tal vez se le haya olvidado algo y se devuelva.

Loreta asiente comprendiendo lo que quiero decir y empieza a prestar atención a cualquier sonido que indique que el doctor podría regresar.

—Listo, no se le quedó nada —dice y empieza a salir de debajo de la mesa.

La sigo tratando de que mis encalambradas piernas respondan. Loreta no tiene ni siquiera necesidad de estirarse.

O esto de stalkear es más constante de lo que creo, o su flexibilidad de bailarina le da una ventaja. Voy a suponer que es lo segundo.

La mujer va directo hacia a la puerta, la abre un poco, con cautela y se asoma para ver si el pasillo está despejado para que podamos salir. Me hace una seña con la mano para que nos vayamos y la sigo, tratando de hacer que el flujo sanguíneo vuelva a mis extremidades.

—¿Qué hacías como un delincuente en el consultorio de Francisco? —Odio esa familiaridad con la que ya lo llama. Caminamos hacia la salida de la clínica cuando empieza con su interrogatorio.

—¿Quieres la verdad? —respondo retador.

—Claro que sí, pero después de que encuentre un baño.

Sale corriendo y mira desesperada puerta por puerta, hasta que parece que da con el baño. Me dirijo también hacia ahí, tengo curiosidad de saber cómo terminará esta conversación.

—Listo ¡Qué alivio! —Loreta sale del baño y en su cara se nota que está mucho más relajada. Aunque eso solo dura unos pocos segundos.

—Bueno. ¿En qué estábamos? —continúa— Ah, sí. Que exijo que me digas qué hacías como un stalkeador en el consultorio de Francisco.

—Creo que algo se guarda el doctor. Quería averiguar qué.

—¿Que se guarda algo como qué? —responde cambiando su expresión de molesta a sorprendida.

—Que es casado o tiene pareja, o algo así. Lo vi coqueteando con muchas enfermeras como para estar totalmente limpio.

—¿Y a ti qué te importa?

Ante eso no sé qué responderle.

—Espera, ¿qué estás tratando de decirme? ¿Que no debería salir con él? —pregunta bastante indignada.

—Así es, Loreta. Un hombre así no te conviene.

—¿Y entonces cómo me conviene? ¿Si no es un apostador compulsivo que no teme perder grandes cantidades de dinero en un casino pero le da pánico intentar algo conmigo, entonces no está bien para mí? Vete a la mierda, Vladimir.

Empieza a caminar a paso más rápido al decir esto. Voy tras ella pero de repente empieza a correr como una loca hasta el paradero del Mío, que por pura coincidencia, para a recoger pasajeros en el mismo momento que Loreta llega detrás de dos mujeres que empiezan a subir al bus. Ella hace lo mismo y me quedo parado, viéndola alejarse, dejándome con esa voz interior que a veces me regaña, diciéndome: Ella tiene toda la razón, idiota. 

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