Capítulo Único: De blanco a negro
Muchas veces olvidamos valorar a aquel que tenemos a nuestro lado, fielmente presente en nuestras alegrías y amarguras; ignorando su propio sufrimiento con tal de ahuyentar el nuestro. Egoístas somos pues, ya que al estar siempre para nosotros, nos hacemos a la falsa idea que ellos tienen la obligación de estar allí siempre, para aguantar nuestros caprichos y sufrir en silencio por nuestras acciones hirientes.
Tristemente me di cuenta de ello muy tarde, cuando siendo cegado por el ego y el orgullo, me dejé llevar por mis emociones egoístas; lastimando a quien más amaba de tal forma, que pasó de iluminarlo todo con su sonrisa, a solo emanar oscuridad.
No quise ver la realidad mis actos hasta ya hecho el daño. Como un idiota pensaba que no era la gran cosa, que se le pasaría tras un par de días y volvería conmigo. Pero tras pasar el tiempo y ver la soledad de una cama fría, contemplé al fin todo el daño que causé y cuan desgraciado me estaba comportado. Ahora todos me señalan como el culpable. La familia que ya no lo ve me reprocha, y los amigos que no lo reconocen me culpan por haberlo dañado así.
—¿Qué quieres ahora? —preguntó él, con una frialdad tal que podía sentir como los gélidos carámbanos se clavaban en mi humanidad.
Nuestro encuentro en aquella discoteca colmada de gente, alcohol, música e ímpetu pudo ser gracias a la casualidad o el destino. Fuese lo que fuese, tal vez era una última oportunidad de recuperarlo y mostrar mi arrepentimiento, aunque su mirada sin sentimientos dijera lo contrario.
Tal como me habían dicho, estaba totalmente cambiado. Después que lo perdí, su vida ahora consistía en fiestas y excesos; relaciones fútiles a base de alcohol y muchos cigarrillos, pero carentes por completo de sentimientos. Muy al contrario de cuando estaba conmigo, cuando era yo quien vivía entre vicios y solo lo premiaba con penurias y dolor. En esos momentos no me detuve a pensar en él ni en sus sentimientos. Todo tenía que ver conmigo y nada más. Pensaba que ese chico dulce nunca me abandonaría. Pero jugué mal mis cartas por largo tiempo y mis errores acumulados terminaron por matar lo nuestro y destruir su identidad.
—Ya no soy el mismo de hace un año. He cambiado, permíteme demostrártelo —supliqué, pero en vez de una respuesta, solo recibí la indiferencia expresada en un trago seco de tequila y un gesto de fastidio nacido del rencor.
Tal vez se debía a lo trillado de mi súplica, o por el hecho de haberla dicho tanto que las palabras habían perdido ya toda su esencia. Seguramente para él no era más que un intento inútil y repetido, con tan poca importancia que no valía la pena responder si quiera; solo le quedaba tomar otro sorbo de tequila, para quitarse el sabor amargo de la boca.
Francamente nunca me hubiese imaginado que ese chico amante del blanco, ahora danzara con falsa alegría vestido de negro. Dejándose ver y tocar por extraños, hasta el punto de perderse a sí mismo y dejar que otros consumiesen su humanidad.
Con un nudo en la garganta esperé expectante una respuesta real, que no fuese un gesto de desdén o fingir no haber oído nada. Tal vez mi deseo fuese egoísta y no merecía pedirlo, ya que yo fui el causante de tanta destrucción.
—Luego de haberte encontrado en nuestra cama, revolcándote con mi mejor amigo... —dijo por fin, luego de un trago seco y un gesto de amargura al pasarlo a su garganta. Pero lo fuerte de la bebida no era nada en comparación a lo diría—, me culpé de todo. Pensaba que debía haber una explicación para tu traición. Incluso me había hecho ilusiones pensando que si me causaste tanto sufrimiento era porque en el fondo me querías. Realmente era un estúpido —sacó del bolsillo de su pantalón ajustado una caja blanca y roja, junto con un barato encendedor naranja. Encendió un cigarrillo, e inmediatamente le dio una profunda bocanada, reduciendo a cenizas casi la mitad de éste. Luego expulsó todo ese humo gris hacia arriba, mostrando relajación tras ese acto irreconocible en él—. Tras llorar y llorar como un idiota, comprendí que eso era lo que se recibía cuando se le daba a otra persona demasiada influencia sobre ti. Te amaba hasta el punto de soportar tus desplantes y maltratos. Pero ese chico que tanto jodiste terminó muriendo por tantas heridas. Ahora queda lo que ves, gracias a ti.
Su aseveración insípida era algo que esperaba, pero escucharla finalmente me convenció al fin de cuanto mal había causado, el cual resultaba ser mucho más de lo que imaginaba. Él era otra persona. Me cuestionaba el hecho de pedir siguiera una oportunidad, ¿Cómo podía ser capaz de pedirle que volviera conmigo, después de haberlo dañado de tal forma? Nunca me detuve a pensar realmente como se sentía él. Volví a caer en el papel del mártir y sufrir solo por mi soledad y abandono; olvidando que mis errores fueron los que me llevaron a perderlo. Tal como decía su familia y amigos, fui yo quien lo hizo pasar de blanco a negro.
—Por favor... —intenté un último ruego. Pero ver su rostro carente de sentimientos y ojos castaños desprovistos de luz, hizo darme cuenta que cualquier súplica sería totalmente en vano.
Él había escudado su corazón contra cualquier sentimiento y ahora era incapaz de hallarle realidad a mis palabras. Lo hice repudiar el amor y despreciar el afecto puro. Ya no era capaz de darle color a los atardeceres, tal como hacíamos antes que me perdiera en mis malas decisiones. Inclusive había borrado de su memoria aquellos días lluviosos donde nuestros cuerpos permanecían entrelazados, compartiendo calor y afecto; también las risas nocturnas mientras veíamos una mala película de terror; o la felicidad de aquel día cuando decidimos vivir juntos finalmente, a pesar de la oposición de sus padres.
Tal parecía que el dolor de mis acciones hizo que todo lo bueno desapareciera de su mente. Ahora solo se dedicaba a salir de noche cada fin de semana, tomar licor hasta perderse a si mismo e irse con cualquier desconocido para rellenar su vacio con un instante de placer.
—Déjame en paz y olvídame como yo lo hice contigo. Haz como cuando estábamos juntos; embriágate y luego vete con cualquiera que se te ofrezca. Yo haré lo mismo —aseguró con sequedad, mientras tomaba un último trago de licor para irse al centro de la pista de baile.
Solo me quedaba observarlo perderse entre la multitud que bailaba bajo el vapor y las luces parpadeantes; hasta que finalmente desapareció del lugar, junto a otro desconocido que solo buscaba un instante de placer sin un motivo ni emociones verdaderas.
No tenía el derecho de exigir o reprochar, puesto que todo era resultado de mis propias acciones. Entre bebidas amargas y lágrimas de resignación, tuve que aceptar a mala gana la culpa pesada y punzante sobre mi espalda. Comprendí que su rechazo era el premio que merecía y el castigo que enseñaría.
En algún momento superaría su ausencia, pero lo que nunca me iba a perdonar era todo el mal que le causé, hasta hacerlo vivir una existencia vestigial y carente por completo de afecto verdadero. No me sentía merecedor de tener alegría luego de haber destruido la suya; y dormir sin él en las noches frías sería mi castigo perpetuo.
Muy tarde entendí que mis traiciones y errores solo dejaron un sendero sinuoso, que me guió con malicia hacia el camino de la desesperanza; donde yacía putrefacto el cadáver acuchillado de un amor que antes fue bello.
Hola a todos, aquí Miguel.
Espero que les haya agradado este relato y disculpen por los errores y horrores ortográficos que queden por ahí. Me encantaría conocer sus opiniones acerca de este relato y saber si les dejó alguna enseñanza útil. Si creen que lo merece, pueden regalarme un voto. Me haría una personita muy feliz.
Los invito a pasarse por mis otras historias y comenten sus impresiones de ellas. En caso de haberlo hecho ya, pueden hacer sus comentarios aquí también. Serán muy bien recibidos.
Nuevamente gracias por tomarse el tiempo de leerme y les deseo un feliz día, tarde, noche, madrugada, amanecer, etc. etc. Nos leemos luego.
Chao, chao.
—Miguel Vald.
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