Final. De amor
No pudo hacer mucho cuando se dio cuenta de lo que había pasado. Solo regresó a su casa, se acostó en su cama y dejó que las horas pasaran hasta quedarse dormido, ni siquiera probó bocado.
Un sentimiento extraño de emoción lo recorría de pies a cabeza cuando pensaba en que, probablemente, existía ahora la posibilidad de que él y Jean regresaran.
De cualquier manera, al día siguiente no tuvo tiempo de hacer otra cosa más que andar de un lado para otro. Su familia había organizado una fiesta en honor a su cumpleaños diecisiete, y él tenía que estar, aunque sea mínimamente pendiente de todo lo que pasaba, aunque era su abuela la que estaba más involucrada que otra cosa.
Según lo que le habían dicho, no habían invitado a demasiadas personas fuera de su círculo social. Eran sus amigos, su tía Hana, su tío, sus primos pequeños y su familia como tal, por lo que eran poco más de diez personas.
El sol había caído cuando lo obligaron a subir y bañarse, lo cual hizo obligado. Dejó que su cuerpo se relajase bajo el agua caliente de la ducha, y se demoró casi treinta minutos en escoger su ropa. Al final, se decantó por una camisa roja y unos pantalones negros.
Peinó con cuidado su cabello hacia los lados y se colocó todos sus aretes, uno por uno. Finalmente, se colocó un par de zapatos negros, y algo de su colonia típica.
Se quedó otros quince minutos dando vueltas en su habitación, como queriendo extender lo más posible el tiempo en el que tendría que portarse como un ser humano social. Pero, al final, tuvo que bajar.
Sus familiares le silbaron al verlo caminar hacia la barra, donde muchos ya se encontraban. Hana lo abrazó y extendió hacia él una pequeña caja; su abuela igualmente lo estrechó una vez más y dejó un suave beso en su sien. Sus hermanas lo abrazaron y le dijeron lo mucho que lo querían, cosa que solo causó que el rostro de Uchinaga se pintase de un rojo parecido al de su camisa.
—Me encantó la decoración —comentó el chico, alzando ligeramente el rostro para ver una enorme lona con las palabras "It is your birthday". Era lindo que recordaran sus gustos.
La sala estaba repleta de globos blancos y negros, serpentinas y habían acomodado una cortina dorada detrás de la barra, con el dicho cartel arriba. Además, habían colocado cortinas de luces que provocaban un ambiente más acogedor.
—Hijo, ven acá —su padre lo llamó, y Ryo se inclinó para abrazarlo, recibiendo la caja forrada en papel brillante que le ofrecía el hombre—. Te amo, gracias por nacer.
—También te amo, gracias por seguir aquí.
Sus hermanas probablemente habían comprado demasiados postres, pues parecía que se trataba de un evento para treinta personas, pero no le molestaban las pilas de cupcakes y el tiramisú. Una chef y su ayudante preparaban sushi, arroz y yakisoba con una rapidez y agilidad impresionante. Ryo pudo jurar que se quedó tildado por un par de segundos antes de que sonara el timbre.
Alguien fue a abrir, y el ruido de hizo presente en la morada de forma instantánea. Roy entró con pequeños brincos y corrió hacia el azabache, tomándolo en brazos y alzándolo del piso.
El rubio vestía una camisa de manga corta, un par de pantalones negros y no llevaba zapatos. Su cabello estaba peinado fijo en su lugar, como si fuera a alguna fiesta formal.
—Ryo, ¡feliz cumpleaños! —Foster le sonrió en grande. Por su parte, el castaño llevaba una camisa café oscura y un par de pantalones de vestir beige, además de un peinado un poco más relajado. Sus mechones se infiltraban en su frente de forma rebelde—. ¿Qué te digo que no haya dicho ya? Te amo, y agradezco todo lo que has hecho por mí.
—No es nada, agradezco por ti igual.
Su pantalón fue jalado ligeramente por una personita, cosa que hizo que el azabache bajase la mirada y observara a Reo, que alzó sus manos y cerró sus manos como si parpadeasen.
—Hermanito Ryo, feliz cumple —su hermanito dejó un suave beso con olor a tiramisú en su mejilla, que le sacó un par de risas ligeras—. Yo, Reo, te amo.
El menor se rehusó a soltarse de sus brazos incluso cuando estaban a punto de comenzar a comer. Su tía Hana contaba una curiosa anécdota de la vez que casi es arrollada por un camión de embutidos mientras se preparaban para comenzar a comer. Su padre soltaba ligeras carcajadas ante los comentarios de su abuela y su tío, que siempre eran acertados, y Ryo, sus amigos y las gemelas jugaban UNO en una esquina del comedor, a algunos metros.
—¡Les dije que no me gustaba este juego! —exclamó el cumpleañero, a punto de despeinarse de la desesperación de estar comiendo cuatro cartas más. Ya había cantado el UNO, pero claro que no se la iban a poner fácil.
—Hermanito, no te enojes —Reo hizo un puchero, aun sin soltarse de su hermano, y puso algo de crema sobre su nariz.
—¿Cómo no, Reo? Solo ve a estos tontitos, haciéndome sufrir en mi propio cumpleaños —protestó el chico.
Pasaron los últimos minutos de la partida, y Ryo juraba que le estaba saliendo humo de la cabeza de la frustración de haber perdido ante el grito molesto de Misumi, chillón como pocos días. Roy rio de una manera demasiado simpática para su gusto, y tuvo que tragarse el grito del pisotón que le propinó su mejor amigo.
—¿Qué les parece que empezamos a comer? —los llamó Chiyo desde la barra.
—Ya vamos —respondió el azabache. Todos se levantaron para finalmente sentarse en sus lugares, y fue el momento de agradecer por la comida.
—Gracias por la comida, y gracias por permitirnos compartir estos momentos en familia —dijo Kuta, con una pequeña sonrisa.
El sonido del timbre hizo presencia en el silencio de la casa. Todos se miraron los unos a los otros con duda.
—¿Estábamos esperando a alguien más?
—Igual y es un delivery —se encogió de hombros Hana.
El cumpleañero se levantó y caminó con calma hacia la puerta, hasta que estuvo frente a ella. Ens u cerebro rebotó la idea de que su madre hubiese encontrado la forma de huir de rehabilitación y estuviese ahí, dispuesta a arruinar su vida una vez más.
Con cuidado, la abrió, y se quedó sin palabras en ese momento. El cuerpo entero se le entumió en su lugar, y su corazón comenzó a latir desbocado, todo eso junto al calor que subió a su rostro.
Juraría que el mundo se detuvo en ese momento. Sus familiares y amigos preguntaban quién era detrás de él, pero sus oídos no captaban absolutamente nada.
Porque frente a él se encontraba Jean.
Jean.
Corsair llevaba puesto un pantalón negro y una camisa blanca, sobre la cual relucía un collar dorado con una perla en el centro, pero eso fue lo último que el chico de cabello negro notó cuando lo vio. En una de sus manos sostenía un ramo de tulipanes blancos envueltos en papel que hacían juego, y en la otra una enorme bolsa de cartón.
Se veía tan bonito como siempre, resplandeciendo bajo la suave luz del porche. Sus dorados cabellos brillaban aún más y sus ojos verdes lo dejaron enloqueciendo por un par de segundos.
Su mente procesaba aún que ahí estaba, dispuesto a reanudar todo, y habiendo desafiado a todo lo que era correcto.
—¿Todavía hay comida? —preguntó el chico, con una sonrisa tímida en el rostro. Y Ryo hubiese soltado una respuesta de las suyas si no fuese porque parecía que le habían absorbido todo el oxígeno de los pulmones.
No dijo nada. Sus piernas se propulsaron hacia el chico y sus brazos se estrecharon contra el cuerpo ajeno, sin dejar ni un centímetro de espacio entre ambos.
Jean rio, pero fue acallado por un par de labios sobre los suyos. Ambas de las manos de Ryo se colocaron alrededor del rostro ajeno, y quiso tomarse todo el tiempo para besarlo hasta que quedarse sin aire, tocando su suave piel con el tacto de los dedos que tanto lo extrañaban. La mano del chico se posó en su cintura, pegándolo aún más hacia él y dejándolo arquearse ante el contacto.
Lo besó con desesperación y necesidad, sin tener el deseo de soltarlo en algún momento. Su corazón repiqueteaba contra su pecho sin cesar, y era como si su estómago hubiese hecho erupción en su lugar. La lengua de Jean pidió permiso para entrar a su boca, y lo hizo después de que Ryo lo dejase sin poner objeciones. Jugó algo con el cabello del chico, tomándose el tiempo como para acariciar sus preciosas hebras mientras Corsair emitía ruidos gustosos.
Era como si sus bocas se extrañaran, aunque no hubiese pasado demasiado tiempo desde la última vez que se habían visto.
Pero seis meses eran seis meses.
Lo último que quería hacerlo era dejarlo ir; el miedo de que volviera a irse era latente, pero aun así lo hizo. Sus bocas se separaron y únicamente sus narices mantuvieron el contacto entre ellas, rozándose entre sonrisas enormes. Sus dedos se entrelazaron de manera ligera, como dos hilos volviendo a unirse.
Se sentía tan correcto estar ahí, gozando del calor corporal y la sensación de asfixia que le causaba el rubio.
—¡No se preocupen! —Roy explotó su pequeña burbuja—. Aquí hay un reencuentro de amor. Bien dicen que nunca vuelvan con sus exes, pero estos dos no hacen caso a eso.
—Cállate, Bonnet —dijo Ryo, pero la sonrisa de su rostro nadie en el planeta tierra se la quitaba.
Regresó su rostro al del chico, y las emociones que lo abordaron fueron indescriptibles, como si un manto de puro amor los rodeara.
—Gracias por venir —susurró—. Pero ¿Cómo...?
—Mis padres me dijeron que lo hiciera —se encogió de hombros—. Y yo mismo me moría de ganas de verte de nuevo.
—Ya nos veíamos todos los días.
—Si, pero yo veía a Ryo Uchinaga —replicó—. Ahora veo a Ryochi, y era el a quien yo tanto extrañaba. Espero que también me hayas extrañado.
—¿Es broma? No podía dormir de lo vacío que me sentía sin ti —rio el chico. La mano del rubio acarició su mejilla con dulzura, toque ante el que se hizo pequeño—. ¿Quién te dijo de mi fiesta?
—Roy.
—Ese entrometido —musitó, pero sonrió—. Siempre me salva el culo. ¿Quieres pasar?
—Me da mucha vergüenza, pero quiero conocer a mi nueva familia política —el chico asintió, y se dejó ser guiado por Uchinaga hacia adentro. El azabache recibió las flores, tomándose un par de segundos para observarlas—. Qué pena.
Ryo dejó salir una melodiosa risa que casi no pudo reconocer de sí mismo, deteniéndose en sus pasos justo antes de llegar al comedor y volteándolo a ver. Le sonrió, buscando que se mentalizase. Sin embargo, sabía que su familia no se la pondría demasiado difícil; no después de lo de su madre.
—Familia —aclaró su garganta. Bueno, si estaba algo nervioso—. Les presento a Jean —todos los presentes sonrieron con amabilidad—. Jean, te presento a mi padre, a mis hermanas, a mi tía Hana y a mi tío Kazuya, y obviamente a mi abuela, Chiyo.
—Hola, mucho gusto —el rubio puso una de sus sonrisas más amables y se acercó a cada uno de ellos, estrechando sus manos con timidez. Ryo disfrutó de la vista, por fin podían comportarse como seres humanos normales—. Gracias por permitirme estar aquí.
—No te preocupes por eso, Corsair —su padre lo miró con amabilidad—-. Siéntete cómodo, esta es tu casa.
—Muchas gracias —contestó el muchacho, casi sin poder ver al hombre a los ojos. El chico aguantó las ganas de reírse, únicamente porque era respetuoso al amor de su vida.
Ryo colocó los tulipanes y el vino que Jean había llevado en la mesa de café y regresó después de segundos.
La conversación se reanudó sin mayor comentario al respecto, y Uchinaga agradeció internamente por la normalidad con la que lo habían manejado. Lo guio a sentarse al lado de Roy, y el mismo se acomodó a su lado.
—Hola —saludó Corsair a sus amigos, que tenían sembradas en sus rostros sonrisas incluso más grandes que la del mismo Ryo, que ya se había tranquilizado un poco más, pero cuyo corazón martillaba sin parar en su lugar.
—Corsair, ¡que sorpresa verte aquí! —le sonrió Bonnet—. No me lo esperaba para nada.
—¿Verdad? Yo tampoco esperaba verte aquí, Bonnet —sonrió tímidamente Jean, y Ryo se quedó asombrado ante el brillo tan hermoso de sus ojos.
—Nunca te pregunté si te gustaba el sushi —dijo Ryo, levantándose y tomando el plato del rubio para servirle alguno de los rollos—. Como sea, hay más comida en caso de que no te encante.
—Si, si me gusta —el chico replicó—-. Sírveme todo lo que tú quieras.
Ryo asintió, sonriendo ligeramente y dejó que la chef colocara los rollos en el plato del chico mientras escuchaba a sus amigos susurrarle a Corsair entre risitas, probablemente burlándose de él. Regresó unos segundos después y colocó el plato frente a Jean, que le sonrió.
Seguía viéndose muy nervioso, sus manos temblaban ligeramente a pesar de que el ambiente estuviese muy relajado. El azabache extendió su mano por debajo de la barra, estrechándola con la del menor y apretando muy ligeramente.
Lo miró un par de segundos. Corsair sonrió ligeramente y torció su cuello.
—Gracias —y sabía que era por mucho más que por traerle la comida. Soltó su mano para comer, pues había extendido la derecha y no era lo suficientemente habilidoso con la otra como para comer con ella—. Me está latiendo como loco el corazón.
—Entiendo, entiendo —trató de tranquilizarlo—. Te prometo que no te van a juzgar ni nada.
Jean asintió, aun ansioso, y se dedicó a comer. Ryo probaba bocado y regresaba a verlo una vez más; temía despertar en algún momento.
—¿Ya vas a sacarte el carné, Ryo? —le preguntó Hana.
—No lo sé —se encogió de hombros el aludido, mirando a su padre—. ¿Tú que dices, pa?
—Podrías empezar a tomar clases. No quiero que se repita una ocasión como cuando estábamos en Saint-Tropez —el hombre lo miró, severo.
—Págame las clases entonces —el chico lo miró divertido.
—Bueno, no es una mala idea —el hombre pareció acceder—. Tienes que dejar de depender del chofer.
—¿De que habla? —preguntó quedito Jean.
—Te cuento después, pero resulta que no soy tan malo manejando —rio bajito. Sus amigos parecían divertidos viéndolos, incluso parecían burlones.
Siguieron comiendo entre pequeñas conversaciones. Uchinaga notaba que su familia trataba de evitar involucrar o cuestionar a Corsair, y estaba más que contento al respecto, porque el chico incluso reía de vez en cuando.
—Bueno, bueno —aplaudió Chiyo, levantándose—. Es hora de que el cumpleañero parta su pastel.
Uchinaga se levantó, aguantando una mueca al colocarse frente a uno de los pasteles. Sus hermanas habían comprado tres, y el del centro era el que tenía las velas. Era blanco con chispas azules, verdes y amarillas, y en la parte de arriba decía "HBD, Ryo", con un pequeño corazón y mala escritura, por lo que se notaba que sus hermanas lo habían hecho a mano.
Su corazón se calentó al notarlo, y sus ojos se iluminaron. Casi sonríe, pero le causaba vergüenza.
—Pero, primero, ¡fotos! —Hana exclamó, sacando de su estuche una cámara de polaroids—. Primero, toda la familia —la mujer miró a sus amigos, y parecieron captar al instante.
Ryo tomó asiento frente al pastel y todos los demás se acomodaron a su lado. Cabían perfectamente, pues no eran muchos tampoco. Después, fueron solo el, Reo, Misumi, Minori y su padre, sonriendo a la cámara como si nada hubiese pasado, aunque sabían que había una ausencia ahí.
—Ahora, Allan y Roy —los dos chicos aprovecharon que estaban cerca para tomar algo del betún de los pasteles y embarrárselo en la nariz. Uchinaga protestó, pero fue obligado contra su voluntad a posar por un par de manos más fuertes que él, pertenecientes a Bonnet.
Su tía sonrió, y miró a la única persona que hacía falta en las fotos. A Corsair se le subieron los colores al rostro y debatió por milisegundos.
—Muy bien, Jean —el chico se acercó a Ryo y lo miró.
—¿Quieres que te limpie la nariz? —preguntó suavemente, mirándolo desde arriba.
—Déjalo así —negó con la cabeza, divertido y miró hacia las cámaras, la del teléfono y la de su tía—. Mis amigos son unos estúpidos.
Ahí, no podía hacer más que estar feliz. Sabía que estar contento era un sentimiento, algo pasajero, pero lo sentía permanente ahora que las piezas de su vida estaban unidas. La suave mano del chico en su espalda baja se lo confirmaron, que, a pesar del estrés, la tristeza y la incertidumbre, la felicidad era algo más allá de la momentaneidad.
—¡Sonrían! —su tía exclamó. Y ambos sonrieron, Jean mucho más en grande.
(...)
—No te lo he dicho, pero feliz cumpleaños —el chico le susurró al oído—. Te ves precioso, como siempre.
—Tonto, no coquetees conmigo en frente de mi papá —le dio un pellizco muy suave.
Se encontraban ya todos en la amplia sala. Muchos se habían excedido de comida, por lo que trataron de pasarlo con champagne, cosa que tampoco les funcionó. Uno de ellos fue su padre, que parecía estar en el limbo entre estar despierto y morir de un exceso de comida.
—Tu papá no parece muy atento en este momento. Ni tu abuela.
Y era cierto, Chiyo dormía ruidosamente en el sofá de al lado, recargada contra Roy, que no parecía querer separarse del vino de veintisiete mil dólares que Jean había llevado. Su tio únicamente rellenaba la copa de Bonnet cada que el rubio lo pedía. Kazuya jugaba con Reo y sus primos, que parecían tener energía interminable gracias al pastel, al igual que ambas de sus hermanas.
Todos sus regalos estaban sobre la mesa de café, incluida la bolsa del rubio y los tulipanes.
—Abre tus regalos, Ryo —apremió Hana, que se veía algo adormilada pero contenta.
Su sobrino asintió, tomando la primera caja, que era más bien pequeña y algo pesada. Comenzó a despegar el papel y se sintió grato al ver una colonia.
—Muchas gracias, ya se estaba acabando la pasada —sacó el producto de su caja y lo examinó con sus ojos. Se trataba de una pequeña botella con etiqueta dorada, que rezaba "Tom Ford" y "Soleil Blanc", en letras blancas—. ¿Qué aroma es?
—Creo que pistacho, bergamota, coco y ámbar, igual creo que es algo floral —dijo su tío—. Pero, espero que te gusto. Creo que usas olores más fuertes, pero no creo que te disguste este.
—El que usaba era Aventus —comentó el chico—. Tenía vainilla, así que no era demasiado fuerte. Muchas gracias, tío.
Jean asintió ligeramente a su lado, como si estuviese corroborando que su colonia no era tan intensa.
—Bueno, vamos por el siguiente —abrió la siguiente caja, algo más grande pero ligera. Había una bufanda tejida a crochet, de color café, y una caja. Examinó la prenda por más segundos de los que pretendía, pero estaba maravillado—. ¿Este de quién es? —miró a todos los presentes, y se dio cuenta de que se trataba de su abuela.
La había visto practicar su crochet esos últimos días.
—Siempre tan linda Chiyo —y Hana tenía razón. Era un detalle precioso, por lo que se quedó palpándola unos segundos más—. Te falta la otra caja.
Y si, lo había olvidado. La otra contenía un par de lentes YSL, pero se encontraban opacados por el otro regalo.
El regalo de sus amigas era conjunto. Se trataba de un par de libros y un nuevo cargador MagSafe; el ultimo se le había caído y nunca se había tomado la molestia de comprar uno nuevo. Además, había algunas velas en la caja y un paquete de incienso.
—Gracias —dijo—. Igual, gracias por el pastel. Estuvo muy rico.
Y era cierto, pues Foster seguía comiéndoselo en la barra. Su amigo devoraba las fresas y ensuciaba su rostro con el betún blanco sin decir mucho.
Su tía Hana le regaló un teclado nuevo y una cámara muy parecida al que ella misma tenía, de esas que tenías que revelar y que daban un efecto retro a las fotos.
—Muchas gracias, tía. Es muy linda, pero tienes que enseñarme a usarla —dijo Ryo. A su lado, Corsair la miraba con curiosidad propia de un cachorrito.
El regalo de sus amigos no quería abrirlo. Tenía miedo de que fuese algo vergonzoso, pero suponía que eso estaba en la caja dentro de la caja, únicamente forrada por papel cartón y con una pequeña escritura abajo que decía "No lo abras con tu familia". Uchinaga casi apuñala a Bonnet ahí mismo, de no haber sido porque era la razón por la que su rubio estaba ahí.
Aparte de la caja, le habían regalado un par nuevo de AirPods. Tenía los más viejos, e internamente agradecía el regalo.
—Muchas gracias, ya los necesitaba —asintió, y vio el ultimo regalo. Quedaba únicamente el de Jean, y se sentía emocionado de abrirlo—. Bueno, vamos a ver.
Sacó la caja de la bolsa y la abrió sin mayor dificultad, únicamente deshaciendo el listón negro que formaba un moño sobre este. Dentro de la caja se encontraban varias cosas: una caja de chocolates, algo que parecía un suéter perfectamente acomodado, algunas velas aromáticas, galletas, y algo que parecían cartas. Era una caja grande, llena de cositas que probablemente no notaría sin rebuscar en ella.
—¿Me falta más? —preguntó, estirándose y dándose cuenta de que, en efecto, había más. Era una caja celeste la que lo esperaba ahí, y la abrió lentamente, aun expectante. Se encontraba dentro de esta una nueva Nintendo temática de Animal Crossing, y todos los accesorios.
Los ojos se le iluminaron, y casi se lanza a besarlo en frente de todos. Casi, pero el pudor y la vergüenza de tener los ojos de todos encima le ganaron.
—Es... bueno, es precioso —susurró—. Gracias, Croissant. Gracias a todos.
Pasó una hora más y todos comenzaron a sentirse adormilados, incluso sus amigos. Su padre despertó únicamente para subir y propinó un último abrazo a su hijo.
—Espero que te la hayas pasado bien, hijo. Yo me voy a dormir, igual tu abuela —cierto. Su abuela ahora prácticamente vivía ahí; fungía como una madre para el menor de la casa—. Jean, estás en tu casa. Pero, permítenos un segundo —tomó suavemente del brazo—. Hijo, he hecho todo lo posible por darte la mejor educación, así que sé que ya sabes que hay maneras de cuidarse, es normal...
—Papá, por favor —protestó Ryo, rehuyendo de su mirada. ¿Por qué todo el mundo pensaba que iba a tener sexo esa noche? Las miradas que sus amigos le dedicaron antes de irse nunca las iba a olvidar.
—Bueno, pero no olvides mis palabras —hizo una señal para que el chico bajara la cabeza, y dejó un sabe beso en su frente—. Ahora sí, lleven a este vehículo a la parte superior.
Subieron después de unos segundos, Ryo guiando al chico hacia su habitación. Esta, para su fortuna, estaba algo alejada de la de los demás, justo al lado del estudio y de un baño.
—Creo que nunca te he traído —abrió la puerta y encendió la luz del lugar. Por suerte, ya había deshecho el desastre obsesivo bajo el que se encontraba. Todos los documentos estaban ahora doblados y guardados en una caja al fondo de su closet, y ahí debían quedarse.
—La verdad que no —musitó el menor, y sus ojos pasearon por todo el lugar. No se estaban tomando de las manos únicamente porque ambos cargaban todos sus regalos.
—Déjalos aquí —señaló su escritorio.
—Te faltan la caja de Roy y Allan —alzó las cejas juguetonamente, y Uchinaga casi se carcajea. Se acercó y sacó la caja, rompiendo el papel con facilidad. Dentro de la caja había una caja de condones y una pequeña botellita de algo que probablemente era lubricante.
Ryo negó con la cabeza.
—¿O sea... todos sabían que ibas a venir? ¿O cómo? —frunció el ceño—. Son tan malévolos que pasaron a comprar las cosas únicamente hoy solo para joderme la vida.
—Bueno, ya les daremos uso, ¿no crees? —Jean habló en voz bajita, mirándolo con las pupilas dilatadas, y Ryo recordó todo, todo lo que su mente pensó en ese periodo de separación. Los labios del chico hicieron contacto con los suyos de forma automática. Ahogó un gemido, sus manos colocándose en la espalda del chico, tocando con todo el tiempo del mundo los músculos que tanto ansiaba.
Trastabillaron hacia la cama con dificultad, Ryo cayendo sobre el de forma casi normal. Su rostro estaba más caliente de lo usual, y ni hablar de su cuerpo. Sintió los dedos del chico desabotonar su camisa con desesperación, y lo dejó ser; un fuerte calor se formó justo debajo de su abdomen. Mientras tanto, se estiró y apagó la luz de la habitación, dejándolos en penumbra.
Después, hizo lo mismo con Corsair, respirando con dificultad mientras devoraba su boca entera y su corazón latía con desesperación, buscando salir de su lugar. Los labios del chico se separaron de los suyos, y fue cuestión de milisegundos para tenerlos en su cuello, succionando y dejando trazos de saliva que casi quemaban.
—¿Cuál va a ser tu regalo, Ryochi? —su voz, grave y excitada, vibró contra su oído. Algo se movió dentro de su cuerpo, como un jalón de calor fuerte.
—Me diste muchos... hoy —replicó, oponiéndose a sonar desesperado—. Solo, quédate cerca... de mí.
—Eso nunca estuvo en duda. Hoy eres el consentido.
Y cumplió su palabra, besó y dejó marca en todos los lugares no visibles, saboreando los rincones de piel del chico. No hacía falta el tiempo.
—¿Puedo? —el chico colocó una mano a centímetros del ya notable bulto en su pantalón, y Uchinaga casi la pone ahí con la suya. Asintió, sintiendo el botón de su pantalón desabrocharse y el cierre bajar. La mano de Jean hizo contacto con él, y no tuvo de otra más que gemir, suave pero incontrolablemente.
Su sonido pareció gustarle al chico, pues dejó un suave beso en su mejilla y lo dejó debajo de el en un rápido cambio de posición. Lo apresó contra él mientras su mano lo rodeaba por completo.
—Jean... —suspiró, y se sintió tan mal como tan bien. Sus labios hicieron contacto mientras sentía los movimientos verticales del chico; arqueó sus piernas contra el torso contrario, mientras sus sonidos eran acallados por la boca contraria. Ambas de las manos de Ryo fueron a parar en la espalda del chico, rozando con sus uñas la extensión de su espalda y dejando algunas marcas ahí.
—¿Si, mi amor?
Los sonidos fueran audibles de no ser, por el contrario, que lo tenía arqueándose contra el en ese momento. Finalmente, se liberó y cayó en la cama entre suspiros.
El chico lo atrapó con una mano y se quitó su propio pantalón con agilidad con la otra, entrelazando sus piernas con las de él.
—Nada mal —comentó Ryo, riéndose y viéndolo. La suave luz de la ventana rodeaba sus facciones de Corsair. Y juraba que era lo más hermoso del mundo—. ¿Necesitas ayuda?
Y claro que lo hacía. El chico tenía un gran problema ahí.
—Si te ofreces, no estaría mal.
(...)
—Te extrañé —confesó Uchinaga. Ya se les había pasado el calor del momento, y ahora solo se abrazaban en silencio bajo la suave luz de la luna—. Cada minuto de mi vida.
Sus palabras hicieron al chico sonreír y hacer mas fuerte el agarre en su cintura. Lo tenía ahí, mas cerca que nunca. El cálido aliento de Ryo chocaba con el cuello del chico, y sus labios dejaban besos perezosos en este.
—¿Sí? Yo también, no tienes idea... —suspiró el rubio, volteando a mirarlo. Capturó sus labios, en un contacto lento y pausado. Ninguno de los dos tenía suficiente del otro en ese momento, y se notaba por su posición. Las manos de Jean hicieron caricias en toda la amplia espalda del contrario, algo arañada. Ryo dejó salir un suspiro cuando el chico se volvió a acomodar sobre el y lo encerró entre sus piernas, profundizando el beso—. Me gustas, ¿ya te lo había dicho?
Su respiración fallaba en momentos así, y su mente no terminaba de procesar todo lo que estaba ocurriendo en ese momento.
—Creo que sí, pero puedes repetirlo.
—Me gustas, me encantas, eres lo mas bonito de este mundo —musitó, viéndolo a los ojos. Ryo sonrió, con dientes y todo—. Nunca te había visto sonreír así. Hazlo más seguido.
—Tienes que ganártelo, ¿no crees? —pasó su lengua por sus labios. Su corazón dio un tumbo en su lugar cuando descubrió mas y mas detalles del rostro contrario.
—Supe que tu fuiste el que estuvo planeando todo esto; que nuestras empresas pudieran trabajar juntas. ¿Fue muy difícil? —ahora estaba preocupado—. Te ves muy cansado.
—Bueno, mi único problema era que todo era muy lento —respondió, colocando una mano en la nuca de Jean y atrayéndolo hacia si mismo—. Yo solo quería estar contigo. Estaba muerto de miedo de pensar que me olvidabas y hacías tu vida con alguien más; con alguien que no te trajera problemas ni agravara tu ansiedad.
—Tu no me traes problemas. Al contrario, cuando estoy contigo solo puedo pensar en eso; mi mente se queda en silencio en esos momentos, y sé que estoy enfermo, y que no se cura. Pero, eres la persona que mas paz me da en la vida —parecía serio, incluso como si lo regañara por llegar a pensar eso—. Así que, no vuelvas a pensar que me traes problemas porque lo único que me importa es que estoy contigo, y que vamos a empezar de nuevo.
Dejó un suave beso en la mejilla del azabache, haciéndole cosquillas con sus indicios de barba.
—Gracias por venir —dijo, después de unos segundos de silencio—. Este ha sido el mejor cumpleaños de mi vida, y todavía hay muchas cosas que tengo que contarte.
—Igual yo. Pero, ahora tienes que descansar.
—Tu también. Te conozco y sé que no has estado durmiendo bien con todo esto de tus amigos y también lo mío, ¿ves lo que te digo? Como si te hicieran falta preocupaciones.
—Me hacías falta tú, y eso es todo —volvió a besarlo, esta vez de forma más corta—. Sé que no has dormido tampoco, y es lo que más me preocupa.
—No podía —respondió, acomodándose bajo el calor ajeno y atrapándolo entre sus brazos. Entre menos distancia pudiera haber entre ellos, mejor.
—Ni yo. Mucho menos cuando me enteré de que Keith Hue trató de besarte y lo mandaste al carajo diciéndole que ya querías a alguien mas —sonrió enternecido, haciendo suaves caricias en su cintura—. ¿Estabas borracho?
—Claro, era San Valentín y yo solo te extrañaba —tragó saliva—. La vida es más difícil cuando estás enamorado, ¿puedes creerlo?
—Lo entiendo completamente —disfrutó de verlo rojo, sonrojado ante solamente una palabra—. Porque... mas que enamorado, yo diría que te amo. Te amo, hoy y siempre.
Su corazón se detuvo.
y buenooooooooooo hemos terminado!!!! gracias por acompañarme durante esta historia que se prolongó mas de un año, a los que estuvieron aquí casi desde el comienzo y a todos los que siguen apoyando a pesar de la inconsistencia. gracias a esas personitas que comentan, porque pocas cosas me alegran tanto como eso <3 tienen mi corazon entero, y espero que les haya gustado este final (todavía falta el epílogo tho). besos, hoy y siempre ;)
-boo
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