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7. Escándalo

Ese día en particular, la clase estaba llena de bullicio; alumnos se cruzaban de un lado para el otro, algunos soltaban exclamaciones y quejas repentinas, otros de pronto se abrazaban entre ellos.

Uchinaga asumía que se debía a que septiembre, de manera extraña, había traído un frente frio bastante cruel, y arremolinaba los árboles de arce se observaban desde la ventana del segundo piso. El edificio donde tomaba esa clase se localizaba hasta el fondo de la escuela, por lo que se podía observar desde ese punto únicamente el patio principal de la escuela, mas no la entrada o el estacionamiento.

Entre todo el ruido que había en la primera hora del día, a eso de las casi nueve de la mañana, pudo observar dos chicos entrar a la clase. Mientras Jean Corsair y Kai Mitchell cruzaban el aula hasta sus asientos, atrajeron más miradas que solo la suya; el chico llevaba un parche en la mejilla y un moretón debajo del ojo, mientras que la chica igualmente tenía una marca morada en su pómulo y del otro lado igualmente estaba parchada en su mejilla, además de llevar un suéter de cuello de tortuga bajo la camisa.

—Vaya... —Roy silbó: aparentemente sus ojos se habían dirigido hacia el mismo lugar que los suyos. Su amigo tenía acomodado un espejo entre ambos, mientras arreglaba su sedoso y brillante cabello—, se ve que alguien tuvo problemas ayer.

Frente a él, Allan no parecía haber tenido mucha reacción y mantenía sus brazos en forma de cuna y su barbilla apoyada, o eso parecía desde su vista. Martin, el compañero de asiento de ese día de Foster, se dio la vuelta hacia ellos, con lo que parecía el propósito de hablarles.

Ryo bajó la vista hacia su cuaderno cuadriculado, en el que tenía una ecuación incompleta y que parecía esperarlo con suma paciencia, así que tomó de nuevo su lápiz y siguió resolviendo su tarea, mientras trataba de decirle de forma indirecta al chico de adelante que no le interesaba lo que fuera a decirle.

—Me sorprende que esos dos sean tan amigos —el tono en el que lo decía parecía bastante casual, incluso inocente.

—¿Hablas de Corsair y Mitchell? —Ryo hizo un ruido con la muela; Roy no parecía haber captado la indirecta de que no tenía ganas de oír la chillona voz de cierto pelirrojo.

De pronto la resolución de esa diferencial se veía muy interesante.

—Así es —soltó una risita, que se prolongó más de lo que le hubiera gustado—. Me parece increíble que a la familia de Corsair no le importe, ya sabes...

—¿De qué hablas, Martin? —la risa nerviosa de su amigo inundó sus oídos, como la sirena de un auto de policía.

—Que Mitchell sea negra —soltó una risa—. Es como si fuera su esclava...

Hubo un silencio sepulcral entre ambas mesas, con el barullo de las personas de fondo. Alzó la vista, notando que Allan ya se había levantado y observaba al chico a su lado con una mala cara, mientras este lo retaba con la mirada.

Aclaró su garganta.

—No quisiera causar ningún escandalo aquí, Martin —el rubio alejó uno de sus mechones del rostro y bufó—. Que sepas que, aunque ese grupo de amigos son todos desagradables para nosotros, nada tiene que ver su tono de piel.

—¿En qué momento pensaste que hacer ese comentario frente a nosotros era buena idea? —Allan enarcó una ceja, con una mueca en su pálido rostro y atrayendo de un par de miradas hacia él.

—En serio que eres un enorme idiota —dijo, enfurruñando sus cejas y dándole una mirada de reproche—. Puedes decirle eso a tu grupo de amigos de supremacistas blancos, pero aquí no vamos a respaldar tus chistes de mierda.

Y se sentía enojado, porque sabía todos los comentarios del chico iban dirigidos a cualquier persona que no fuera blanca y acorde a su estándar. Negando con la cabeza, su mirada se desvió hacia el espejo de su amigo: sus ojos eran pequeños y rasgados. Cualquier persona que lo viera sabría que era asiático.

Se preguntaba cuántos comentarios así habían hecho otras personas de él o cualquier otra persona de color.

—Chicos, era broma —el pelirrojo rio; sus ojos verdes se movían de un lado al otro y fueron a parar en la mirada del chico de cabellos negros y lacios, que lo observaba en silencio—, no sabía que se lo iban a tomar tan en serio —sonrió y movió sus cabellos con un rostro particular de petulancia y en un susurro, como si no quisiera que lo escucharan, dijo—: Puede que en realidad sí sea su esclava.

Cuando Ryo se dio cuenta, Roy ya se había levantado de su lugar y su mano sostenía los rojos cabellos Martin. Se movió de asiento, levantándose y tratando de hacer que el chico lo soltase con su propia fuerza, más era notable que su amigo, que iba al gimnasio todos los días, tenía el poder en ese momento.

Cerró los ojos entonces cuando el estruendo se hizo presente; su amigo había estrellado el rostro ajeno en la mesa con rudeza, que crujió como una bolsa de papas al ser apretadas. Allan soltó una exclamación, a la par que la clase entera dirigía las miradas hacia su lugar.

En cuanto la mano de su amigo soltó los cabellos ajenos, Martin se levantó con piernas temblorosas y mucha dificultad. Su rostro estaba empapado en sangre, desde la nariz hasta la barbilla, apoyándose con dificultad en las mesas del aula hasta la puerta, saliendo del lugar y dejando atrás un ambiente incomodo en el lugar.

—¡Martin! —un chico castaño y petizo se levantó, para abrir la puerta y salir detrás del pelirrojo, perdiéndose de su vista con el sonido de pisadas de fondo. La clase se había quedado en silencio, que fue interrumpido por un sonido brusco.

—Idiota, ¿qué crees que estás haciendo? —otro de los que parecía ser amigo del chico se había levantado de su lugar, tomando con suma brusquedad al rubio del cuello de la camisa y empujándolo hasta el fondo de la clase.

La espalda de Roy chocó con uno de los libreros, provocando que los libros detrás de él cayeran uno por uno al suelo en un fuerte sonido. Le siguieron un par de grititos por parte de distintos alumnos y murmuraciones imparables.

Volteó a ver a Allan, cuyos ojos constantemente se movían hacia la puerta con nerviosismo y no parecía saber que hacer en ese momento. Encendió su teléfono, dándose cuenta de que no faltaban más que un par de minutos para que el profesor entrara y tratara de dar su clase.

No fue el único que se acercó a la escena, pues sintió las pisadas a sus espaldas mientras trataba de abordar a su amigo. Tomó al chico, separándolo con brusquedad de Bonnet; el chico pareció ofendido, más fue detenido por otros de sus compañeros, facilitándole el tomar del brazo a su amigo.

—Roy, puta madre...

—Quítate, Ryo. Estorbas.

Le sorprendió la facilidad y fuerza con la que su amigo puso su mano en su pecho, empujándolo y haciéndolo perder el equilibrio por un par de segundos. Alguien detrás de él lo sostuvo de la espalda, mas no volteó a ver el procedente, pues una vez estuvo en pie de nuevo, se acercó con largas pisadas a Roy.

El sonido de un golpe se hizo presente en toda el aula; la marca de una mano relucía sobre la piel clara del contrario, y los ojos azules del más alto hicieron contacto con el profundo café de los suyos. El rostro de Ryo estaba impasible ante la inquisitiva mirada ajena, sin perder el deje de fastidio.

—Deja de hacer drama —se acercó y le dijo en voz baja, tratando de hacerlo entrar en razón lo más posible—. Siéntate o ve con él, pero que no implique estar haciendo más conflictos aquí.

Bonnet pareció despertar. Paseó su mirada por el lugar y probablemente notar que toda la clase lo estaba viendo fijamente. El rubio suspiró, finalmente marchándose con pasos ruidosos, soltando la puerta detrás de él y desapareciendo de la vista de decenas de adolescentes curiosos.

Regresó a sentarse, sintiendo el estómago pesado mientras se acomodaba y volvía a concentrar su atención en los problemas matemáticos que tenía que resolver, tomando su lápiz mientras oía a su amigo hablar con algunos de sus compañeros.

El sonido de los zapatos del profesor Jones se hizo presente, mientras el hombre de aproximadamente cuarenta años, barba tupida y lentes de botella saludaba a los alumnos que se habían levantado de sus lugares, haciéndoles una seña con la mano para que volvieran a sus asientos.

Le sorprendía lo ajeno que alguien podía ser a un problema que acababa de ocurrir.

—Buenos días alumnos, espero que se encuentren bien —tomó asiento mientras acomodaba algo que parecía documentación—. Antes de empezar la clase de hoy, quería hacerle un anuncio a toda la clase —Huffman revisó con los ojos al alumnado, con algo de duda—. Por el tema que estamos viendo actualmente en Historia, los otros profesores de la asignatura y yo hemos decidido que, dentro de las siguientes semanas, llevaremos a cabo una excursión a Londres. Visitaremos distintos museos relacionados a las guerras en las que Reino Unido ha sido participe, con el propósito de que se produzca un aprendizaje didáctico.

Se oyeron distintas exclamaciones de sorpresa y gusto por parte de los jóvenes, acompañados de platicas y risitas.

—Guarden silencio, chicos —los acalló el docente, para continuar hablando—. Como les decía, la escuela estará citando a sus padres y tutores mediante el grupo de chat y los correos que nos han proporcionado, de forma que podamos confirmar las fechas y todo lo relacionado al presupuesto, al igual que hagamos las citas con los respectivos museos. La visita es muy recomendada, pero no obligatoria —guardó silencio unos segundos, volviendo a examinar el lugar—. Chicos, estoy observando y noto...

Un par de toques se hicieron oír en la puerta, llamando la atención del profesor, que caminó hacia esta y la abrió. Del otro lado se encontraba una mujer de gafas, vestimenta formal y una mirada severa, que sostenía una carpeta de azul oscuro con el logotipo del colegio.

—Buenos días, profesor Jones, ¿cree que pueda hablar con usted? Dos estudiantes me han comentado de una situación en particular —la prefecta, siempre tan seria, asomaba la cabeza por la puerta, sus ojos bailando entre todos los estudiantes del salón, y posteriormente regresando su atención al hombre frente a ella—. Si es posible, quisiera que fuera en privado.

El profesor pareció confundido, pero terminó accediendo con notable duda, y siguió a la mujer. La puerta volvió a cerrarse y le siguieron un par de murmuraciones, que no era capaz de escuchar por su posición. Se dio por vencido; no era su fuerte la escucha.

Ryo juraba que jamás había visto a la puerta abrirse y cerrarse en un lapso tan corto como lo eran esos minutos.

—Chicos —el hombre se asomó por la entrada; su semblante era el de alguien inquieto—, tengo que ir a dirección. Por favor, no salgan ni hagan desastres.

Cuando Huffman se fue, se desató la conversación en todo el salón, probablemente con el tema principal de la trifulca que sucedida unos minutos atrás. Oía preguntas, susurros y chismes mientras trataba de concentrarse en lo que hacía en ese momento.

Su concentración no lo favoreció en absoluto. Alzó la vista y observó a Foster de nuevo; el chico se veía intranquilo y mordía sus uñas con la mirada fija en la pizarra frente a él.

—¡Hey, Mitchell! —una voz grave resonó en el lugar, llamando la atención de todos, de nuevo. Se trataba de Tristan Higgins, que presumía una cínica sonrisa en su rostro—. ¿Ya te enteraste de que fue sobre ti todo este problema?

La chica volteó el rostro hacia el muchacho, al igual que la siguieron sus tres amigos, cuyas expresiones no demostraban felicidad ante el comentario anterior.

—¿De qué hablas? —preguntó la pelinegra, calmada como siempre. La chica apoyó su mano en su mentón con desinterés.

—Roy se enojó porque Martin dijo que parecías la esclava de Corsair —el rostro de Kai se desfiguró en confusión. Abrió los ojos en grande, aun pareciendo procesar lo que sus oídos habían captado.

—¿Disculpa? —la cara de Yian Lishi, que ya se había levantado de su lugar y retaba con la mirada al chico, se había tornado del color de la granada. La chica estiró el brazo, sentando al chico de regreso en su lugar—. Mas te vale que no estés aprovechando esto para atacarla. Maldito idiota...

—Sea o no cierto, ya me enteraré de la verdad cuando sea el momento —dijo Mitchell en un tono de tranquilidad. A su lado, sus altos y fornidos amigos parecían quererle cortar la cabeza a cierto castaño, que parecía ligeramente intimidado ante sus expresiones.

—Aunque aquí hay personas que lo pueden confirmar en este momento —justo como había estado queriendo evitarlo, una cantidad considerable de miradas se clavaron en su rostro—. ¿O no? ¿Me van a decir que ustedes dos no escucharon nada?

Uchinaga miró de nuevo a su amigo, que parecía ahora demasiado nervioso. Frunció el ceño; no entendía en absoluto por qué parecía tan perturbado, si normalmente era una persona serena.

—Si escuchamos —finalmente se dignó a hablar—. Si lo dijo.

Después de su confirmación, el salón se volvió un caos. Ryo miró fijamente a Tristan, notando que estaba consiguiendo justamente lo que quería: provocar el caos y discordia sin razón alguna.

—¿Entonces por qué ustedes no parecían enojados también? —una chica más se sumó a la conversación—. Ryo, ni siquiera dejaste que tu amigo se defendiera de James, incluso le pegaste. ¿Estabas de acuerdo?

Estaba perdiendo la paciencia. Toda la situación se estaba saliendo un poco de sus manos, y lo confirmaba al ver que la mirada verde Jean Corsair se encontraba clavada en la suya. No sabía leer completamente su gesto, pero le daban ganas de meterle un puñetazo al rubio de mierda.

—Eso no pasó así —Allan finalmente se pronunció, jugando con sus manos en un gesto de notable inquietud—. Nosotros estábamos defendiendo a Mitchell cuando Roy se levantó. Ryo lo detuvo porque no valía la pena estar peleando en vez de ir con el verdadero causante del problema —su voz sonaba cansada—. No traten de pretender que no saben cómo funciona esta mierda.

Nadie mas dijo nada; todos parecían debatir lo sucedido con otros. Algunos estudiantes se fueron, seguramente buscando algún desayuno rápido.

De esa forma, acabó la clase sin que el profesor volviera. El pelinegro no tenía ganas en lo absoluto de mezclarse con la multitud, por lo que espero a que la mayoría estuviera fuera para acomodar sus cosas, sin notar que solo quedaba cierto grupo de amigos en el aula.

—Uchinaga —una voz aterciopelada lo llamó. Cuando volteó, Jean lo miraba fijamente. Los amigos del más alto salieron del lugar, dejándolos solos finalmente.

—¿Qué?

—Dijiste que hoy le íbamos a decir a Casares, así que espero que cumplas tu promesa.

Sus palabras le causaron gracia, y se odiaba a sí mismo por ello. Rio sarcásticamente.

—Eres demasiado idiota si crees que yo no tengo palabra —ladeó su rostro—. Si te voy a acompañar, y será cosa de minutos.

El chico asintió, no viéndose completamente convencido de las palabras ajenas.

—Estas amenazado, Uchinaga —entrecerró los ojos, y se retiró, dejándolo algo desconcertado ante esa interacción tan extraña.

—¡Ryosito! Apúrate, que tenemos educación física y ya sabes como es Alquati —su amigo lo llamó desde fuera. El aludido dio pasos rápidos y de esa forma se encaminaron hasta las canchas.

El viento golpeaba y moldeaba los cabellos de los adolescentes, que ya se encontraban en el campo cuando terminaron de cambiarse los uniformes por los de deportes.

—Chicos, apresúrense y fórmense todos en una fila —el hombre robusto y de cabello escaso les señaló el centro de la cancha—, hoy vamos a jugar futbol mixto —el hombre comenzó a contar los alumnos con los dedos—. Muy bien, les voy a asignar un número y así van a ser sus equipos.

Afortunadamente, había quedado en el mismo equipo que Allan y Lia, que, según su juicio, eran bastante habilidosos en el deporte.

—¿Quién se queda de portero? —una voz ligeramente familiar llamó la atención de todo el equipo.

—Yo, yo quiero —una voz que no reconoció habló.

Se percató entonces de que Corsair igualmente formaba parte de su equipo.

¿Por qué, Buda?

Suspiró, alzando la vista al cielo como un intento de pedir clemencia hacia su pobre alma. Ya comenzaba a escuchar la voz de su madre en su cerebro.

El color cenizo de las arremolinadas nubes no le motivaba en absoluto, causándole un latente mal humor y eliminando cualquier gana de moverse en ese momento. Caminó hasta las afueras de la cancha y se sentó en el frío césped bajo el, abrazando sus piernas aprovechando que los otros dos equipos se estaban enfrentando.

La tela de sus pantalones era más bien delgada, permitiendo que el viento se infiltrara en sus piernas y causándole escalofríos en todo su cuerpo. Subió completamente el cierre de la chamarra de la escuela y se ajustó el gorro, para finalmente acomodar su mentón en sus rodillas.

No supo cuánto tiempo estuvo sentado ahí, sintiéndose cómodo y calentito en su pequeña cueva, y dormitando ligeramente. Oyó un alboroto y un par de gritos, mas no se sintió motivado para alzar el rostro.

—Idiota, casi te pegan con un balón... de nuevo —ya llegaba a reconocer la voz de Jean Corsair de tanto que parecía perseguirlo. El chico parecía algo cansado.

Estoy harto de este imbécil.

Lo miró, despertando de su ensueño y sintiéndose ligeramente extrañado por la reacción del rubio cuando alzó la mirada, incapaz de interpretar su expresión.

—¿Tú como sabes? —regresó la vista al partido que disputaban los otros equipos. Como siempre, se lo estaban tomando muy en serio—. Chismoso.

—Mis amigos me dijeron. Eres un grosero.

—Que te den.

Le sorprendió lo rápido que la respuesta salió de su boca, como si fuera un robot automático.

—A ti, cabrón —su respuesta no se hizo esperar.

—Imbécil.

—Cabeza de pito.

—Ven para acá.

Cuando se dio cuenta, ya estaban dándose manotazos como niños de preescolar que peleaban por un sándwich de pollo. En cosa de segundos, Allan ya se encontraba en medio de ellos, separándolos silenciosamente.

—Gracias por salvar a Ryo de ese balón, Corsair —el chico dijo, sonriendo ligeramente y volteando a mirarlo con molestia. Jean se dio la vuelta, retirándose sin decir otra palabra, sus pasos haciendo ruido sobre el mojado césped.

—Si, gracias —sinceramente, le causaba gracia que parecía el hijo regañado de su amigo en ese momento por su sarcástico tono.

El castaño se acomodó a su lado, colocando su rostro en su hombro y quedándose en silencio.

—Deja de hacer tonterías, Ryosito, te van a llevar a hacerle compañía a Roy a la dirección.

—Me dejé llevar —tragó saliva—. Y ya no me digas así...

—Estas jugándote mucho el pellejo al ponerte a pelear en frente de toda la clase —el muchacho rebusco en el bolsillo de su abrigo, sacando una caja blanca y un encendedor.

El golpe del chico sobre su mano no se hizo esperar, tirando la caja de cigarrillos de su mano y tomándola con brusquedad.

—¿Te atreves a decirme esto cuando estás a punto de fumarte un cigarro en frente del profesor? —frunció el ceño, devolviéndole la caja con mal humor y arrebatándole el mechero, para guardarlo en su pantalón—. Adictos.

Su amigo hizo un puchero, lanzándosele encima y tumbándolo en el césped, mientras el japonés protestaba bajo el. Foster lo atrapó entre sus brazos con suma facilidad, acomodándose sobre él y cerrando los ojos.

—¿Se puede saber que están haciendo, par de infieles? —un rubio acababa de llegar a donde estaban y colocaba sus manos en su cintura—. Me voy unos minutos y ya me están traicionando.

Allan se separó mientras Bonnet se sentaba a su lado, lanzándose a abrazarlo y colgándose de su cuello por unos segundos. Ryo fue testigo de la manera en que las mejillas del más alto se teñían de un rosa suave.

Y se suponía que era heterosexual.

—Ryo, lo siento por empujarte —el chico colocó sus manos alrededor de la cintura del más bajito, mirando con arrepentimiento al pelinegro.

—No te preocupes. Perdón por pegarte, también —le dio unas palmaditas mientras Foster se separaba y volvía a acomodarse a su lado—. ¿Qué fue lo que pasó?

—El lunes van a llamar a Mitchell. Ella va a decidir que se hace, aunque probablemente que ambos nos vayamos castigados y quizá nos suspendan o incluso expulsen —se levantó, sacudiendo el césped de su trasero—. Voy a buscar al profe, para que me asigne en su equipo.

El chico se fue, justo a tiempo para que el partido entre los otros equipos terminara y fuera su turno.

Se colocaron en sus posiciones, quedándose él como lateral izquierdo. No recordaba muy bien como jugar, pero algún partido de Santos le había mostrado su padre de pequeño.

Cuando era más pequeño, había jugado alrededor de dos años por decisión de Kuta, y no sabía si mantenía todavía la pequeña habilidad que había desarrollado. El fútbol había sido solo una de las numerosas actividades extracurriculares que había llevado; alemán, francés, karate, natación, piano, batería...

Viéndolo así, lo habían sobreexplotado.

Lo máximo que hacía era tratar de quitarle la pelota a quien viniera y hacer pases cuando lo veía necesario, pero, si era sincero, odiaba todo lo que implicaba jugar ese deporte. Todavía le gustaba un poco más jugarlo.

Veía de lejos a sus amigos correr llenos de sudor, cansados y llenos de interés.

El resto del partido no fue muy interesante, pero si lo suficientemente movido para que sus rodillas crujieran un poco y su respiración se agitara aunque fuera un poco. Y si era honesto, no había estado tan aburrido como lo creía.

Cuando el silbato del profesor sonó, se percató de que había estado ensimismado en cuidar los balones que se acercaban a la portería por más tiempo del que creía, pero no tanto como sus amigos, que estaban hechos sopa. Sin embargo, parecían satisfechos ante su victoria con una mínima diferencia, dando brinquitos de aquí para allá.

—Jugaron bien, ambos —se acercó a los chicos, arrastrando los pies sobre la cancha y comenzando a encaminarse hacia los lockers.

Roy le colocó el brazo alrededor de los hombros, restregándole su cara con sudor y poniendo mas peso del necesario sobre el.

—Que asqueroso estás —se lo quitó de encima con un empujón.

—No todos no sudamos, ¿sabes? No está bien discriminar.

—Hijo de puta...

—¡Chicos! —un muchacho, que recién había llegado al lugar, llamó la atención de la clase—. Me presento, soy Richard Miles, capitán del equipo de futbol. Queríamos hacerles un anuncio como equipo —el castaño sonrió, presumiendo sus hoyuelos—. Este sábado tenemos nuestro partido de apertura, y queríamos pedirles su asistencia, al igual que su apoyo en este día.

—Cuenta con nosotros —el grupo de amigos de Corsair, Mitchell, Lishi y Price se habían acercado al chico, lo que Ryo tomó como la perfecta señal para salir huyendo a bañarse; no aguantaba su propia existencia en ese momento.

Una vez estuvo en los bañadores, abrió su locker y buscó su toalla, rápidamente buscando una ducha que estuviera vacía y metiéndose con rapidez. No le tomó demasiado tiempo enjabonar bien su cabello y cuerpo con el agua tibia. Escuchó entonces un par de ruidos secos y repetitivos, probablemente provenientes de la lucha contigua.

Parecía que alguien dentro estaba respirando con dificultad.

Apenas terminó de bañarse, colocó una toalla en su cintura, sobre su ya puesta ropa interior y salió con algo de trabajo de la regadera, sintiendo de nuevo el frio aire irrumpir en su pecho. Maldijo en voz baja.

—¿Todo bien? —preguntó, mas no recibía respuesta alguna. Por un momento pensó en que quizá la persona estaba ahogándose y él ahí preguntando como estúpido, así que cerró los ojos y abrió un poco la cortina—. Ay, lo siento.

Dentro de la ducha, había dos chicos que lo miraban fijamente. Uno de ellos estaba arrinconado y el otro tenía sus manos sobre la cintura contraria, con un total de cero espacios personales.

No dijo nada más, volviendo a acomodar la cortina como la había encontrado y dando la espalda a las duchas mientras parpadeaba numerosas veces.

Cuando volvió a los vestidores, se topó con su grupo de amigos y el de Corsair, todos sin camiseta. Su vista se detuvo por un par de segundos en cierto rubio de ojos esmeralda y su abdomen casi marcado. Al verlo, le entró la arcada de lo que acababa de presenciar.

Se dio la vuelta para sacar de regreso su uniforme y su mochila, y se hizo presente un incómodo calor en sus mejillas, que se sentía fuera de lugar. Se mantuvo ahí, esperando a que sus amigos se ducharan igualmente.

Los chicos que estaban en la ducha por fin habían salido, intercambiando miradas con él en cuanto llegaron a lugar. Ryo no hizo ninguna expresión, pero notó que los chicos, que reconocía como Peter y Adam, se veían como si quisiesen que la tierra se abriera y los comiera de un bocado.

Ambos se acercaron lentamente a él, precavidos sin razón alguna.

—Ryo, hola —uno de ellos, de cabellos fantasía (horribles, al gusto de Ryo), lo saludó con una sonrisa tímida—. Eh —rascó su cabeza en una acción de duda—, sobre lo que viste...

—Se que tu no estás de acuerdo con... ya sabes... ese tipo de cosas, pero, por favor —el otro, que reconocía como Adam y ligeramente más alto que ambos, habló quedito—, te suplicamos que no digas nada.

Ryo ladeó la cabeza; no sabía de donde habían imaginado que él era homofóbico, o cualquiera de las posibles opciones, pero eso no era en absoluto verdad.

—No tienen que preocuparse de nada, ¿saben? —entrecerró los ojos con duda—. Aunque la verdad, se me hace un poco inapropiado que hagan ese tipo de cosas en un lugar tan público, pero no es mi asunto.

Se encogió de hombros, doblando su ropa y acomodándola con cuidado en su mochila. Se puso su abrigo de nuevo, sintiéndose calentito por primera vez en un lapso de una hora.

—Gracias... —Peter le sonrió.

—Ya... —ambos se retiraron en silencio, dejándolo un poco descolocado. Para su suerte, Roy se acercaba por su derecha, terminando de colocarse una camiseta sin mangas blanca—. Hey —su amigo ahora estaba metiendo el brazo en la camisa de la escuela, con un logo azul y rojo en el lado derecho del pecho—, ¿crees que me veo heterosexual?

Bonnet rio.

Muchas gracias por leer este capitulo!! Hoy llegamos a las mil leídas y no se por qué me emociona tanto jajajaja, en serio les agradezco un chorrooo

Así que, espero que lo hayan disfrutado mucho, yo realmente gocé escribirlo y editarlo un par de semanas después, me encantaron todas las interacciones entre mis bebés

Pero quiero saber su opinión

Qué les pareció este capitulo?

-boo

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