
4. Cartas de amor e incomodidad
El siguiente día de clases transcurrió sin ningún problema, lo más destacable fue el intento de Roy y Allan por investigar a Keith y tratar de conocer las intenciones detrás de su amabilidad. Por esto, se les ocurrió pedirle a Ryo que si les podía permitir visitar el Marina, con la excusa de ir a ver a Misumi.
—Alguno de ustedes dos debe darme un argumento del porque debo hacer eso —el muchacho los miró, despegando la vista de su Switch y pausando el Zelda a la vez. Pocas cosas le causaban furia como que lo obligaran a pausar sus juegos—. Yo no soy ese tipo de hermano para Misumi. Y, sería raro.
Los muchachos soltaron sonidos de exasperación, solo para seguirle rogando. Sus amigos sabían que estaban portándose de forma infantil, y parecían estar encantados por eso.
—Aun así, no te cuesta nada dejarnos... —Roy fue perdiendo el volumen en la voz mientras veía detrás de él con la boca abierta.
—Pues, no quiero —presiono el botón de reanudar, dando por zanjada la charla.
—¡Hola! —saludó una voz femenina, causando que Ryo alzara de nuevo la vista y se topara con una chica de alborotados cabellos castaños, que sonreía y al lado de ella, otra más bajita, pelinegra y nariz respingada—. Roy, ¿podríamos hablar contigo un momento, por favor?
El aludido se quedó carburando unos segundos con un rostro notablemente confundido, para proceder a levantarse y seguir a las chicas. Uchinaga notó que una de ellas parecía particularmente nerviosa.
Volteó de nuevo la vista a su consola, notando que, frente a él, Allan se removía en su lugar con la vista perdida en otro lado.
—Foster, ¿Qué te tiene tan nervioso? —cuestionó, mirándolo con burla por unos segundos. Los ojos de su amigo solían ser particularmente expresivos.
—Idiota Ryosito, ni siquiera quiero mencionarlo —ahora era el chico el que parecía fastidiado, cruzándose de brazos y resbalando sobre su asiento.
—Ya te dije que no me digas Ryosito, tonto —gruñó—. Siéntate acá y jugamos un rato, así no te ves tan obvio.
Allan hizo un puchero, para levantarse y acomodarse a su lado con desgane.
Se encontraban en una de las zonas de descanso de la escuela, esperando a que se hiciera un poco más tarde para irse a sus casas, y después a hacer el trabajo que tenían pendiente. Ese día habían terminado su horario bastante temprano.
Le cedió uno de los mandos de su consola y terminaron jugando Mario Kart por unos minutos, hasta que el más alto de los tres estuvo de regreso.
—Adivinen que —Roy parecía bastante feliz cuando se sentó frente a ellos; sus hoyuelos pronunciándose por su sonrisa.
—¿Qué? —preguntó Ryo, sabiendo que Foster no iba a querer decir nada. Quería evitarse ese silencio incomodo.
—¡Me dieron una carta de amor! —el menor rio e hizo un pequeño baile en su lugar. Sus ojos brillaban con una mezcla entre malicia y gusto.
¿Ese baile no es de Fortnite...?
—Yo quiero saber que dice —finalmente habló el más bajito de los tres. Uchinaga soltó un suspiro de alivio; ya se había cansado de ser parte de la conversación.
Oyó el sonido de un papel desplegarse, maniobrado por las largas manos del rubio.
—Para Roy Bonnet —comenzó a leer el chico—. Soy Miranda, de la clase de Física. El día de hoy me armé para valor para darte esta carta, y quería decirte que me gustas desde hace dos meses. Me gusta tu sonrisa, la forma en que te ríes y también tu personalidad. Me pareces un chico muy lindo, atractivo y adorable, y me preguntaba si querías salir conmigo o al menos darme una oportunidad de demostrarte lo que siento por ti —ambos chicos alzaron la vista, pausando el juego finalmente—. Me siento tan halagado.
—Eso es porque eres egocéntrico —dijo el japonés.
Los tres parecían estar bastante sorprendidos hasta la noticia, sobre todo porque la suerte de su amigo con las mujeres se había acabado ya hacía un par de años.
—No puedo creer que en serio le gustas a una niña —comentó Allan, con su mayor cara de estupefacción y soltó una risita.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Ryo.
—¿No es obvio? Le voy a decir que salgamos, y de ahí será donde veo cómo funciona —Bonnet se encogió de hombros—. No es la primera a la que le gusto. Estoy muy acostumbrado.
Los otros dos muchachos simplemente compartieron miradas.
—Bueno, espero que les vaya bien o que funcione —Allan forzó una sonrisa, levantándose y acomodando el saco del uniforme—. Llamé a mi madre hace ya tiempo y creo que ya llegó, así que ya me voy.
Les dio la espalda y simplemente se fue caminando hacia el estacionamiento, dejando a un Roy un tanto confundido atrás. Bonnet lo miro, con una ceja alzada y un puchero.
—El nunca se despide así —el rubio se veía muy extrañado.
—Acuérdate que su mamá es un poco impaciente —se levantó igualmente—. Ya vámonos nosotros también, te llevamos a tu casa.
Bonnet asintió, aun dudoso.
(...)
El chofer de su familia aparcó el BMW frente a una gran casa de paredes verdes: El edificio de dos pisos era bastante simple y se veía acogedor por los colores y el jardín, lleno de flores y árboles que le daban vida a la vivienda.
Se bajó, tras agradecer a su chofer, y se vio obligado a abrir el grupo de chat que Lia había creado. Mientras escribía, otro mensaje llegó a este.
"Lia, ¿es una casa verde?" Al lado del número que lo había mandado, relucía el nombre "Jean", causando que Ryo alzara la vista y en efecto, se encontrara con su enemigo, que cerraba la puerta de un Lamborghini azul marino.
Retiró el rostro en cuanto lo reconoció, dándose la vuelta y esperando que el chofer no lo hubiera reconocido, aunque probablemente no diría nada.
Thomas era particularmente discreto, y nunca cruzaba la línea.
—¿En serio tenías que estar aquí justo cuando llegué? —oyó la voz del rubio acercándose, acompañado del ruido de sus secas pisadas en el pavimento. De pronto, el vecindario parecía fantasma.
Ryo se acercó a la puerta y tocó el timbre, esperando en silencio. No lo podía negar y por más que quisiera evitar la sensación, estaba incómodo.
—Pudiste llegar tarde —respondió, frunciendo el ceño—. Además, tampoco es que yo sea alguien muy reconocible.
—Tu también pudiste llegar tarde.
Si era honesto, Jean era un grano en el culo, y Ryo acababa de sentarse en una silla de madera.
—Yo nunca llego tarde.
—Como sea, joven perfecto.
Rodó tanto los ojos que temía que en algún punto se le quedaran atorados.
Pero él no era el único irritante, Corsair no parecía encontrar una posición donde acomodarse para esperar. Su pierna se movía con inquietud, y jugaba con sus manos de forma insistente.
Lo ponía de los nervios.
—¿Por que no te quedas quieto? —le salió todavía peor de lo que planeaba, que de por si ya era una grosería. Hizo una mueca, bajando la vista a sus pies con las manos apoyadas en las caderas.
—¿Que te importa? —claro que el otro no se iba a doblegar. Jean frunció los labios, por fin quedándose en un solo lugar.
—Gracias por hacerme caso.
—¡Tu...!
La puerta se abrió, dejando ver a una chica que los miraba con una sonrisa débil. Hasta a ella se le notaban los nervios a flor de piel.
—¡Hola, chicos! —saludó, apremiándolos con la mano—. Gracias por llegar temprano. Pasen, así esperamos a los demás.
Ya se esperaba llegar a tiempo, pero nunca que serían justamente los primeros en llegar. Le esperaban un par de momentos incómodos.
—¿Nadie más ha llegado...? —preguntó Jean a Lia, que negó con la cabeza—. Está bien, te agradezco por dejarnos venir a tu casa esta semana.
—No hay problema en serio, pasen —la chica abrió en grande la puerta, dejando entrar primero a Uchinaga, y posteriormente al otro.
Lia West tenía un largo cabello rubio platinado, piel pálida como una perla y mejillas rosadas. Siempre vestía a lo que dictaban las celebridades de moda y era particularmente una chica destacable en el colegio, por ser sonriente ante todo. Futbolista y fuerte, era el objeto de devoción de numerosos estudiantes.
Incluso, alguna vez había estado con Roy.
(...)
West los guió a una sala de paredes beige y pinturas cuidadosamente seleccionadas. La luz que entraba por la larga ventana que daba a una zona del jardín que no se veía por la entrada, y creaba una comodidad particular.
La chica les indicó que tomaran asiento, mientras empujaba con las rodillas una mesa un poco más alta que la de café.
—¿Quieren algo de beber? ¿Agua? ¿Té? —se ofreció, moviendo uno de los mechones de su cara.
Jean se preguntaba si él iba a ser capaz de ser tan cordial como la muchacha cuando fuera el turno de recibirlos en su casa o si siquiera iba a poder hablar sin ponerse nervioso.
—Yo estoy bien, muchas gracias —Uchinaga tomó asiento en un sofá de una sola plaza y Jean, por su parte, no se acomodó.
—Un poco de agua estaría bien, Lia, pero si gustas te acompaño —Corsair haría cualquier cosa por no quedarse solo con el del peinado de cortina, así que fue detrás de la rubia.
La chica lo orientó a la cocina, de paredes blancas y bastante amplia. Era igual de luminosa que el resto de partes de la casa.
Abrió la alacena para tenderle un vaso, de patrones de flores, y después buscó algo en su refrigerador, de donde sacó una jarra y llenó el vaso del chico.
—Jean —llamó la joven, acomodándose en uno de los bancos y mirándolo con los brazos cruzados—, ¿te causa incomodidad todo esto?
—Un poco, más que nada porque... —comenzó a explicarse, pero se vio interrumpido por el solitario sonido del timbre. La chica se puso en sus pies de nuevo.
—Tengo que abrir. Si terminas de tomar agua, deja tu vaso por ahí —entonces se fue, dejándolo en medio de la cocina.
De esa forma, regresó a la sala, donde Ryo escribía algo en su teléfono sin prestar mucha atención a sus alrededores. Cuando escuchó sus pasos, el muchacho alzó la vista por unos segundos y la regresó al aparato en sus manos.
Jean se percató de que, a diferencia de cuando estaban en clase, el pelinegro llevaba puesto un par de aretes negros en las perforaciones de la parte superior de su oreja. Esto le daba un aspecto un poco más casual y menos recto a como solía vestir y usar su uniforme cuando estaban en el colegio. Esta vez llevaba puesta una camisa de manga corta blanca y pantalones oscuros. Su lacio cabello estaba perfectamente peinado en su lugar, y no le permitía ver su frente el lo absoluto.
Antes de que siguiera viendo de reojo al japonés, dos muchachos entraron a la casa con un poco más de ruido. Uno de ellos era ligeramente robusto y de mejillas rojizas, que llegó a abrazarlo. Jean les sonrío y rio ante el contacto de Antonio. Igualmente, saludaron a Uchinaga y finalmente tomaron asiento en los sofás grises.
—Primero que nada, tenemos que ir predisponiendo las fuentes que vamos a utilizar para el ensayo —habló Lia, tomando asiento al lado de la otra chica del equipo.
—Considero que lo mejor es que usemos libros —dio su opinión Ryo, que finalmente había abandonado su teléfono—. El profesor no creo que permita alguna página de internet.
La mayoría parecía estar de acuerdo en ese aspecto; era más que obvio que para los trabajos de tal importancia no se podían utilizar fuentes poco "fiables" como lo eran Wikipedia o alguna otra página de dudosa procedencia.
—¿Libros digitales o de papel? ¿Alguno de ustedes tiene libros históricos o sobre el tema? —cuestionó Jean, recibiendo negaciones como respuesta—. Podríamos ir a una biblioteca.
—También podemos utilizar como fuente algún documental —añadió Mia—, para que se vea más variada la bibliografía.
De la Borbolla era la clase de persona que voltearías a ver dos veces en la calle. Largo cabello azabache y profundos ojos grises, tenía un aspecto que extrañamente le recordaba a una Megan Fox de labios gruesos.
Sus flecos, por su parte, le recordaban a los de cierto nipón a unos metros de él, que apenas y hablaba.
—Parece buena opción, pero tendría que ser un día en el que tengamos horas de sobra y ninguno de nosotros tenga algún compromiso —Antonio tecleaba algunas palabras en su laptop—. También tenemos que repartir las partes o al menos las que son exclusivas como la introducción, conclusión y las referencias.
Siguieron charlando durante aproximadamente veinte minutos hasta que llegaron a la conclusión de que, una vez avanzada la investigación, verían algún documental para complementar la información.
—¿Entonces tenemos que ir a la biblioteca a buscar libros? —preguntó Jean—. ¿Alguno de ustedes tiene credencial para poder pedirlos?
—Yo tengo uno, pero no lo traje —Mia dijo—. Aun así, mi casa queda muy cerca, podría pasar por el pase y de ahí nos vamos directo.
Lia subió por sus pertenencias entonces, mientras todos los demás chicos se levantaban y volvían a guardar sus cosas para cuando fuera hora de irse. Cuando la chica volvió, fueron caminando hasta la estación de tren.
—Chicos, perdón porque nos tengamos que ir en transporte, pero no están ni el chofer ni mis papás —musitó la anfitriona.
—No te preocupes por eso —Casares le sonrió, dientes blancos casi antinaturales.
Adelante iban Mia y Lia, mientras que Antonio, Jean y Ryo iban caminando atrás en un silencio algo sepulcral.
—Ryo —Lia se volteó y lo miró con una pequeña sonrisa—, ¿puedo decirles lo que oímos?
—No veo por qué no —el chico mantuvo su rostro impasible, y el semblante de la más bajita se iluminó. Todos los demás parecían bastante confundidos.
—Esta semana nos llegó la noticia al consejo de que el profesor Huffman está planeando llevarnos de excursión a Londres —contó la chica—. Creo que nos quiere llevar a museos relacionados a las guerras que ha habido.
—Seria el Museo Imperial de la Guerra entonces, ¿no? —habló Jean—, o también puede que nos lleve al RAF. También...
—Hay más museos que solo ese, sabes —habló en voz baja Uchinaga, para que solo Corsair lo escuchara. El más alto (por como cuatro centímetros) volteó a verlo, con una vena de la frente resaltando.
Sabía que el mayor disfrutaba de verlo enojado.
—Yo opino que sí, pero igual nos puede llevar a paseo de Churchill Blitz —continuó la conversación Antonio, que no parecía haber escuchado lo que el más alto había dicho.
Jean se consideraba a si mismo alto, pero no en demasía. Media metro ochenta y tres centímetros, y probablemente crecería más. Por su parte, Uchinaga media aproximadamente metro ochenta, o al menos a su percepción era más bajo que el, pero por poco.
Era Antonio el más bajito de los tres chicos. Jean calculaba que media más o menos metro setenta y poco más.
A Corsair le encantaba hacerse preguntas sobre las otras personas.
—Cualquier cosa me viene bien, sobre todo porque esos días no tendríamos clases —dijo Lia, causando risitas por parte de los demás del equipo—. Además, me gusta Londres.
Y Corsair no podría estar más de acuerdo: le encantaba todo lo que transmitía la capital y la cantidad de edificios preciosos y antiguos que tenía.
Una vez estuvieron en el subterráneo, no hablaron mucho, simplemente se mantuvieron en silencio hasta que se adentraron en el vagón. Les indicó a las chicas que había un par de asientos libres por la esquina y se quedó parado, tomando uno de los barrotes. Sintió la presencia de otra mano debajo de la suya.
Cuando volteó a ver, notó que había tomado la mano de cierto pelinegro; se había acomodado justo al lado de Ryo, y este tenía una expresión amenazadora en su rostro.
Como si tuviera acido, quitó con brusquedad su mano y soltó una maldición, colocando su mano en la parte más alta del barrote mientras que notaba como se llenaba más el vagón en el que se encontraban, hasta el punto en el que las personas se encontraban apretadas como sardinas.
Miró la hora en su Rolex, notando que, en efecto, eran las tres de la tarde y era una de las horas pico del día. Y, ni hablar de que era una de las estaciones más frecuentadas.
—Muévete, soquete —chistó el muchacho, empujándolo con el hombro a la vez que Jean trataba de evitar moverse más de la cuenta.
—¿Qué dijiste? —preguntó uno de los hombres de atrás, mirándolo mal—. Hazme el favor de respetar a tus mayores, muchachito.
—Lo siento —contestó Uchinaga, y lo miró con los ojos entornados. Corsair le dio la espalda y no pudo evitar reír un poco en voz baja.
—¿Te han dicho ya que eres un fastidio? —preguntó en voz baja, una vez se recuperó de la risa.
—Justamente todas las veces has sido tu —fingió una sonrisa con su clásico cinismo—. Tú no eres solo un fastidio, eres mucho más que eso.
—¡Chicos, no peleen! —sonrió sinceramente Antonio, quitando un auricular de su oído, y después se puso serio—. Compórtense, estamos en el subterráneo y la gente no viene aquí a escucharlos pelear como perritos rabiosos.
Finalmente, el muchacho volvió a colocar el cable en su lugar, dejando a ambos chicos extrañados.
Estaba claro que ninguno de los dos esperaba un regaño por parte del más bajito de los tres. No obstante, era probablemente el mayor.
Quizá es porque es acuario.
Se quedaron el resto del trayecto en silencio, hasta que llegaron a la calle más cercana a su destino y por fin pudieron respirar el aire libre.
—Ya se me había olvidado lo que era usar el metro —comentó Jean—. Bastante desagradable.
—¿Verdad que si? —rio Mia—. Ahora vuelvo chicos, paso rápidamente por mi credencial y estoy de regreso.
De la Borbolla se adentró en una calle y dobló en una esquina. De esa forma, se quedaron esperando por un par de minutos sin decir mucho, simplemente observaba la forma en que pasaban los autos mientras Antonio acariciaba a uno de los perritos que paseaba por ahí y charlaba con su dueño.
Mia estuvo de regreso en cosa de minutos, un poco sudorosa y sin aliento, pero con un objeto pequeño en la mano, que parecía tener una fotografía de ella.
—Gracias, Mia —le sonrió de forma dulce la otra chica.
—No hay problema, vámonos —contestó la contraria, finalmente caminando hacia el edificio.
La construcción de la biblioteca era algo antigua y lujosa, con un fascinante estilo barroco, pero todavía era muy frecuentada por estudiantes y en general investigadores. Era una pública, así que no hubo problema alguno en que pudieran ingresar, caminando directamente hacia el área histórica.
—Chicos, ustedes comiencen a buscar la información y yo voy a llevar a Mia a que descanse un poco —les dijo la rubia, con su clásica sonrisa amable.
Los tres asintieron y se encaminaron a las grandes estanterías de lugar, repletas de libros de todo tipo de tamaños.
—¿Qué guerra nos tocó, chicos? —preguntó Casares.
—Guerra de Corea —contestaron ambos a la par, antes de irse por lados completamente opuestos.
Tarado.
Antonio y el terminaron en casi la misma estantería. Charlaban de temas irrelevantes y una que otra cosa relacionada con el proyecto, hasta que tuvo una duda.
—Antonio... —habló, con una pequeña sonrisa en el rostro.
—¿Sí? —respondió el chico, mientras leía la portada de uno de los libros que había tomado.
—¿No notas nada entre Lia y Mia?
El chico rio, como si supiera algo que él, por su parte, no.
—No lo creo, probablemente a una de las dos le gusta la otra —respondió Casares, cuyos ojos se iluminaron—. No creo que a Mia le guste Lia, debo decir.
—¿Yo que? —la rubia apareció de la estantería de atrás.
—Hablamos de que Jean no sabía que Mia y tu eran amigas cercanas —contestó el más bajo.
—Nuestros papás son amigos, así que nos conocemos desde que íbamos en preescolar. Puedo decir que somos casi mejores amigas —dijo la muchacha, antes de moverse a otro lado de la zona y dejarlos de nuevo solos.
—Ya después sabrás porque lo digo —añadió Antonio—. Hay que verificar que los libros sean de algún autor coreano, o al menos que no sea estadounidense.
Jean asintió, entendiendo su punto de vista, pero quedándose un poco confundido por lo que había dicho primero.
Nunca le había gustado la gente misteriosa, y gracias a eso sentía que poder conectar con su equipo le iba a resultar más difícil de lo que creía.
Regresaron después de unos minutos y se acomodaron en una de las salas de estudio de la biblioteca. Ryo estaba sentado en uno de los sillones pequeños, lejos de ellos y enfocado en uno de los libros.
Por su parte, el teléfono del japonés no dejaba de moverse en la zona de la mesa en la que lo había dejado su dueño. La sola vibración sobre la superficie molestaba lo suficiente.
—Ryo... —dijo Lia, mirándolo mientras parecía querer decirle algo.
—Permítanme, mis amigos me están bombardeando de mensajes —se levantó el chico y pegó su teléfono a su oreja, mientras se alejaba de los cuatro sentados.
—Así bombardearon a su país también, ¿no? —el comentario de Mia causó risas en Antonio y Lia.
—Que gracioso —Jean los miró con sarcasmo y reproche. Si querían hablar mal de el, mejor hacerlo en su cara.
La chica no parecía estar arrepentida de lo que dijo completamente, pero se notaba en su mirada que esperaba que todos se rieran de su comentario.
—Además, a ti te cae mal Uchinaga, ¿no? —comentó Antonio, que no parecía ya tan divertido con la broma de la chica.
A Jean le molestaba que había notado que el muchacho solo se había reído para encajar dentro del par de chicas, y probablemente Lia se había reído porque se trataba de Mia.
—Mucho —respondió—, pero no tiene nada que ver. No veo por qué meterme con su país —se encogió de hombros, sintiéndose inquieto a la vez—. Voy al baño.
Y procedió a levantarse, dejando a los otros muchachos en silencio. Sabía que iba a ser difícil acoplarse a la convivencia con personas que no fueran sus amigos, pero no imaginaba que tanto.
(...)
Ryo colgó el teléfono. Sobó sus sienes y rápidamente hizo su camino hacia la sala en la que se encontraban los demás.
Lo último que quería era que lo trataran de flojo o de haber buscado alguna excusa para irse. Quería hacer las cosas bien, y eso implicaba tragarse sus quejas.
Había estado peleando por teléfono con Roy, que se encontraba incapaz de soltar la idea de ir al entrenamiento de Misumi solo para indagar en Keith Hue, y asegurando que Allan también quería y apoyaba la idea.
Sin embargo, cuando volvió a la mesa, notó al instante que el ambiente estaba raro. Todos tan silenciosos como si estuviesen molestos, y la ausencia de una persona en toda el área.
Pero no dijo nada, y estaba muy acostumbrado a no decir nada.
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