35. Regresa a mi
—No es que la esté rechazando por siempre, pero sé que no se sentía listo —Jean se encogió de hombros—. Tengo entendido que será después que acepte, siempre y cuando todo salga bien para que se la cedan de nuevo, por eso es importante tener de su lado al nuevo CEO.
—¿Y no crees que haya alguna otra razón? Digo, tú lo conoces mucho más que yo, pero no me parece del tipo de hacer campaña.
—Bueno, es campaña dentro de la empresa. Nosotros estamos enterados porque mis papás son unos entrometidos —respondió. Seguían hablando en voz bajita—. Conociéndolo, quizá tenga algo en mente, pero no creo que me incumba.
—¿Y si se trata de ti?
—¿De mí? ¿Por qué lo sería? —hizo una mueca—. Igual, no quiero ni hablar de eso.
—¿Estás seguro de que ya se rindió con lo suyo?
—Tampoco así, pero no me parece que sea algo que tenga mucho en mente —dijo. Aparentemente, el chico tenía algún tipo de lesión y estaba guardando reposo por el momento—. Quiero pensar que ahora mismo no es una prioridad estar con alguien a quien conoció poco más de dos meses, tampoco es tan caprichoso.
Y se sentía culpable por no tomárselo tan a la tranquila tampoco. El mismo había abordado a Roy Bonnet y le había preguntado sobre la salud del chico, hasta el punto en que pareció irritado por la cantidad absurda de cuestionamientos.
—O eso crees.
—Tampoco lo conozco tanto.
—Pues, para que ya lleven un mes separados, no se quita el anillo —rio suavemente—. El viernes aún se lo vi puesto, y tu traes la cadena.
—¡Obviamente que la traigo! —exclamó, aun en un susurro—. Si yo estoy loco por él, y eso no se me va a pasar pronto. No tienes idea de lo que siento cada vez que lo veo.
—Si, probablemente no tenga idea. Con Leo fue algo diferente —sus ojos decaían cada vez que hablaba del pelirrojo—. Se siente horrible que te rechacen dos veces.
—¿Me dices que sí llegaron a... ajá? —preguntó el rubio, inclinándose hacia el chico para que nadie escuchase—. ¿Tu...?
—¿Eso que tiene de relevante?
—¡No lo sé! —exclamó—. Me causa mucha curiosidad, no te lo voy a negar.
—Si, Jean, yo fui el activo la primera vez.
—Increíble —y vaya que lo era. Sin embargo, no le parecía absurdo que así fuese; probablemente Lishi no tenía demasiada experiencia con personas de su mismo sexo—. En fin, ya no haré preguntas de ese tipo.
—Mejor para mí. Pero, si llegas a tener alguna duda general, pregúntamela y le buscamos respuesta —el chico lo miró con una pequeña sonrisa—. ¿Qué vas a hacer en navidad?
Corsair siempre había sido ávido fan de las festividades en general, pero esos días estaba perdiendo la usual emoción que se sembraba en su pecho cuando se trataba de reunirse con su pequeña familia y rememorar todos los recuerdos de esos doce meses. Ese año, no obstante, terminaba de una manera amarga para su existencia; ambos de sus padres se veían cansados todos los días por razones parecidas, y él mismo regresaba por momentos a sus antiguos ciclos.
—Nos vamos a Medellín justo después de mi último examen. Toda la familia de mamá se va a reunir ahí, y después nos vamos a la costa; rentaron una casa de playa para todos, así que va a estar bien —se encogió de hombros—. ¿Y tú?
—Iremos a Hong Kong a visitar a mi familia igual, pero no creo divertirme mucho —ladeó el rostro—. Nunca la paso tan bien cuando tengo que estar diez días con mis padres, ya sabes que no nos adoramos demasiado. Ya me da igual, pero mi primo Qiang probablemente me entretenga. Es el único que se salva de ese montón de personas que no hacen más que criticarme.
—Y eso que hay cosas que no saben.
—Obviamente. No me los imagino maldiciéndome en chino si se llegan a enterar de que soy bisexual —se encogió, como si hubiese tenido un escalofrío—. Prefiero que lo dejemos en relaciones cordiales. En fin, ¿vienes conmigo a Londres el viernes en la noche? Vamos a presentarnos en un club aún más grande.
—Claro que sí, pero al día siguiente vas a ir al Golf conmigo y mis papás. Juran que necesitan algo de relajación, y es su excusa perfecta —estrelló el rostro contra la mesa—. Una semana más y seremos libres de esta mierda. Igual tengo partido el sábado en la noche, así que igual vienes.
—¿Tengo opción?
—La verdad que no.
(...)
—Siempre tan hermosa tu mamá —suspiró el pelinegro a su lado, con los ojos fijos en la mujer de cabellos castaños y ojos verdes. Yian llevaba puesto un conjunto beige de pantalones y camisa de manga larga, acompañados de gorra y zapatillas blancas.
—No me agrada tu comentario —rechinó sus dientes el rubio. Corsair vestía pantalones, zapatillas y camisa blancos, con un suéter beige amarrado sobre los hombros, y manejaba el carrito de golf sobre el que iban—. Odio venir aquí, te lo juro.
Eso ultimo lo dijo en voz baja, pues tenía miedo de que sus padres lo escuchasen, a pesar de que estaban lo suficientemente lejos y absortos en sus propias conversaciones. Estaban acompañados por otra pareja, que eran algo así como los amigos con los que más convivían, y con su hijo.
Antoine Fitzgerald era el dueño de una compañía de seguros, y él junto a su esposa Anna eran probablemente las personas con las que más tenía que encontrarse en los momentos de "relajación" de sus padres. Por su parte, London, su hijo menor, siempre los acompañaba; era un chico alto de ojos azules, cabello negro como la noche y complexión muy delgada.
—Y aun así me obligaste a presentarme —el chico cerró los ojos con dolor—. ¿No ves que tengo resaca?
—¿Y eso me importa por...? Prometiste que me ibas a acompañar, y así como yo fui contigo tu tenías que venir. Te agradezco, no sabes cuanto me aburro.
Se colocó más al fondo la gorra, cerrando los ojos con fastidio conforme avanzaban.
—No es nada —sonrió con petulancia su amigo, y volteó a ver hacia donde se encontraba el pelinegro—. ¿Cuántos años dices que tienes, London?
—Acabo de cumplir quince en noviembre.
—Vaya, prácticamente tenemos la misma edad.
Escuchó la suave y tímida risa del chico, rodando los ojos de forma inevitable por el comportamiento de su amigo.
—Yo no diría la misma —comentó el rubio—. Le llevas poco más de un año.
—Si, pero eso no es nada —sonrió el pelinegro, presumiendo su brillante dentadura y llevándose un pequeño pellizco en el brazo de parte del conductor—. Mira, que campo tan más precioso.
Jean alzó una ceja, riéndose internamente por las tonterías que salían de la boca de su amigo. ¿Acaso seguía borracho? Esa era una excelente pregunta.
—Que ni crean mis papás que voy a jugar esta mierda —suspiró mientras se estacionaba a algunos metros del auto de las parejas—. Es más aburrido que verte tratar de responder un examen de matemáticas.
—Pero ¿Quién habla? —bajaron del automóvil al llegar al lugar. Su padre cargaba algunos palos mientras reía a carcajadas. Por su parte, los tres adolescentes permanecían a algunos metros, parados con los rostros enfurruñados por la luz del sol.
—Felipe, ¿no vas a jugar? —se le acercó su madre, fulminándolo con la mirada. Jean sintió un escalofrío bajar por su espalda y negó con cuidado.
—No, ma, prefiero verlos —la mujer entrecerró los ojos—. ¿Y tú, Yian?
—Claro que sí, señora —asintió el chico, tomando uno de los palos que ofrecía la castaña con una sonrisa y se llevó un pisotón de su amigo una vez se hubo alejado—. ¿Qué? ¿Esperabas que esté aquí cinco horas solo viéndolos jugar? Al menos tendré con qué entretenerme.
—Bueno, si es lo que tú quieres —para su fortuna, parecía que el día no iba a ser demasiado caluroso.
—Hijo, ¿ya viste quienes están ahí? —su padre se acercó lentamente. El rubio mayor llevaba puestos pantalones claros y una camisa azul marino, acompañados de una gorra. El hombre señaló con los labios hacia adelante, donde se encontraba otro hoyo.
Algunos hombres se encontraban de pie ahí, aparentemente conversando entre ellos. Uno de ellos estaba en silla de ruedas, y tenía a un par de personas, aparentemente, atendiéndolo. Igualmente había una mujer de cabello castaño, un hombre azabache y otro que parecía más joven y se apoyaba en un bastón.
Se le heló la sangre y pudo jurar que se puso pálido. Los presentes eran nada más ni nada menos que Kuta y Ryo Uchinaga, al igual que Kang Seungmin.
¿Qué hacen aquí?
Apretó la mandíbula.
—Ya, ya vi —respondió secamente, dándose cuenta de que su oración no funciono cuando su padre se acercó más y bajó su rostro para hablar. Norbert tomó su brazo, alejándolo con cuidado de los demás.
—Sé que no hemos hablado de lo que pasó con él, pero tengo confianza en que puedes manejar estas situaciones —Jean tragó duro, su manzana de Adán moviéndose.
—Papá, no va a pasar nada, te lo juro —respondió en un susurro—. Sé que sigo siendo un niño para ti, pero te juro que puedo pretender que no está aquí. ¡Lo veo todos los días en la escuela! Bueno, últimamente ha faltado mucho porque la vida lo trae de saco de box, y obviamente eso me preocupa, pero...
—¿Ves lo que te digo? No trato de decirte que eres un niño, pero es obvio que el muchacho te gusta —replicó—. Y bastante. Ni siquiera sabía que te gustaban los niños.
—Nunca le vi necesidad a decírtelo directamente, o sea, ¿para qué? Confié en que te lo tomarías bien cuando te presentase a alguien con quien veía un futuro —bajó el tono de voz—. No me salió exactamente como planeaba, sin embargo.
—Pero ¿te gustan las mujeres igual, o solo los hombres? Digo, de mera curiosidad.
—¿Es en serio, papá? ¡Ya no hagas preguntas y vete a jugar! —carraspeó y vio hacia abajo con timidez—. Solo me gustan los niños.
—Bueno —se encogió de hombros, siendo empujado por su hijo—. No habrá nieto heredero. Mira, te prometo que trataré bien a los Uchinaga si eso te da gusto.
—No es tu compromiso, solo tienes que ser un ser humano normal —rodó los ojos, ignorando el comentario de su hipotética descendencia—. ¿Puedes olvidar los asesinatos por un rato?
—Eso no es fácil —respondió—. Además, los yakuza no solo matan gente, también son participes de trata de personas, narcotráfico, extorsión, apuestas, ¡prostitutas!
—¿Puedes guardarte esto para después? No es como que Ryo y su papá sean yakuza, solo sus antepasados.
—Eso no lo sabes, habrá que ver si tienen algún tatuaje.
—Pues Ryo no tiene ninguno.
Se arrepintió al instante de decir eso, pues el calor le subió hasta las orejas y el rostro se le puso del color de la grana.
—¿Cómo? ¿A qué te refieres? Hijo... —su padre se escandalizó, y Jean no pudo evitar darle la razón.
—¡Hey, Norbert! —Antoine lo llamó desde la lejanía—. ¡Ya es tu turno!
—Papá, ya vete.
—Bueno, pero que conste que esta conversación no se ha acabado.
El hombre, aun más alto que él mismo, se alejó a pasos lentos. No parecía seguro, pero lo observó cambiar su rostro y acomodarse para hacer su tiro. Yian lo miró con una ceja alzada, apoyándose en el palo con una pequeña sonrisa.
—No te rías —le dio un codazo—. Mi papá siempre escoge los lugares más inapropiados para hablar de cosas serias.
—Ya lo noté —contestó el chico, comenzando a conversar para dirigirse al siguiente hoyo, donde justamente se encontraban de pie los hombres mencionados.
La respiración se le cortó en cuanto estuvieron en un rango de menos de diez metros, y bajó la mirada al suelo. Escuchó algunas conversaciones, y por fin se dignó a alzar el rostro.
—Buenos días, Kuta —su padre extendió su mano hacia el hombre con expresión seria pero amable, agachándose ligeramente. Jean abrió los ojos en grande, pero trató de disimular. Jamás había sido tan interesante el pasto, limpio y verde—. Qué bueno ver que estás mejor.
—Gracias, Norbert —el hombre respondió el saludo desde su lugar—. Lo mismo digo, es un alivio que tu esposa ya esté bien.
—Claro que si —guardó silencio—. No sabía que jugabas.
—Solía hacerlo cuando estaba de pie aun, pero es bueno tomar algo de aire limpio. Te presento a Kang Seungmin, es el jefe de operaciones de Uchinaga.
El aludido plantó una suave sonrisa en el rostro, acercándose rápidamente y extendiendo su mano hacia el rubio, que la tomó sin duda en el rostro.
—Mucho gusto conocerlo —su padre respondió, pero regresó su atención a Kuta al instante—. Es una lástima que no pueda seguir siendo CEO, pero supongo que se mantendrá como socio mayoritario, ¿no?
—Claro que sí, mis acciones no las venderé ni hoy ni mañana —el hombre sonrió, un par de arrugas formándose bajo sus ojos—. Algo le tiene que quedar a los hijos, ¿no cree?
—Obviamente —su padre igual correspondió la sonrisa—. Bueno, fue un gusto charlar con usted. Pero, si me disculpa, hay un partido que ganar.
Jean analizó la escena desde su lugar, y buscó al pelinegro con la mirada. Ryo se mantenía de pie con la mirada puesta en el intercambio de palabras entre los hombres, y no era el único que miraba, pues los Fitzgerald susurraban cosas entre ellos sin despegar sus ojos, acompañados de su amigo y su madre.
Sintió su estómago retorcerse cuando pensó en que, en todo el tiempo que habían estado ahí, Uchinaga no lo había mirado ni por un segundo. Los ojos le escocieron ante la indiferencia contraria, y se dispuso a concentrarse en algo más.
Caminó hasta la familia con la que se encontraba su madre, sonriéndoles mientras se acercaba.
—Vaya, no sabía que se llevaban bien —comentó Anna, pareciendo algo desconfiada.
—En Osaka pasaron muchas cosas que nos terminaron involucrando a todos, así que no quedó de mucha opción —su madre se cruzó de brazos, aun viendo fijamente al intercambio—. Kuta es un hombre agradable, pero cuando pudimos hablar con él no estaba completamente lucido. De los Uchinaga, solamente lo salvo a él; Chiyo es totalmente insufrible, Hana es más bien tibia, y ni hablar de Sumi.
—Supongo que no conocen a los niños —dijo Antoine.
—Obviamente no, pero, al menos Ryo parece ser neutral —se encogió de hombros la castaña, sin dirigirle la palabra a su hijo menor—. Es bueno que las cosas se mantengan neutrales, pero no sería cosa mía si algún día nos llevamos bien. Suena muy absurdo, hasta imposible.
Los tres rieron, enfrascándose en otro tema de conversación mientras su padre terminaba su charla y se acercaba a ellos. Por su parte, Jean se acercó a London y a Yian.
—¿Quieren dar una vuelta en el carrito? —preguntó, buscando alejarse lo más posible de cierto japonés que le robaba la estabilidad emocional.
—No puedo, ya sabes que estamos comenzando la partida —respondió Lishi, con un falso puchero.
Por su parte, los azules ojos de Fitzgerald se iluminaron y asintió suavemente.
—Por favor, sácame de aquí —el rubio rio ligeramente, despidiéndose cortamente de los presentes y caminando hacia donde habían dejado los vehículos. El silencio entre ambos adolescentes era cómodo, y ninguno de los dos era extremadamente hablador.
—Es bueno que nuestros padres hayan encontrado un hueco en sus agendas —comentó el mayor de ambos, subiendo al carrito y poniendo sus manos sobre el volante. Se colocó un par de lentes de sol que había enganchado en su camisa—. Quiero creer que están igual de ocupados.
—Y asumes bien —el chico confirmó—. Pero creo que los tuyos aún más, por lo que he escuchado de mis padres.
—Si, ellos no paran —rio, encendiendo el auto y echándolo a andar. Se alejaron lentamente de donde se encontraban sus familias, manejando en los senderos que conectaban a las colinas entre ellas—. Pero estoy acostumbrado, igual no es que a mí me sobre tiempo.
—Supongo que sí, ¡soy muy fan de Corsair, créeme! —el chico sonrió en grande—. El cambio de estilos que hiciste me gustó mucho, aunque no es que yo sea de usar vestidos de boda.
—¿Quién sabe? —carcajeó el rubio—. Muchas gracias, siempre es bienvenido el comentario.
—Pero, fuera de los vestidos, creo que estás encontrando un punto de equilibrio entre algo que puedes llevar a una fiesta, a un evento elegante, e incluso en la calle. Créeme, es fascinante —el chico volvió a halagarlo, y Jean sintió sus mejillas calentarse—. Cuando hacías streetwear, no era de comprar a pesar de que me gustasen; ya sabes cómo son mis padres.
—Claro, claro.
—Pero este estilo high-end que estás queriendo implementar... ¡Ya no diré nada! —rio nervioso el azabache—. Solo, sigue así. Eres bueno.
—Gracias, muchas gracias —sonrió Corsair, pisando un poco más el acelerador y disfrutando el aire que le desordenaba el cabello.
Jean no pensó que fuese a sentirse cómodo con alguien con quien no había tenido nunca demasiado acercamiento, pero London era un chico simpático, incluso de presencia cálida. El tiempo se hizo corto, y en poco tiempo estuvieron de regreso con los demás, que ya estaban cerca de terminar su juego.
—Esto es cansado, créeme —Yian se secó el sudor de la frente al verlo acercarse—. ¿Te la pasaste bien?
—Si, es un buen chico —Jean asintió—. Me hizo olvidarme de lo que es tener tan cerca a Ryo.
—Mira, creo que él está sufriendo igual o peor que tu —su amigo carcajeó suavemente—. Cuando te vio en el carrito con London, puedo jurar que casi le da un infarto. ¡Es expresivo!
—Solo cuando llega a un extremo. Es bueno ocultando lo que siente, en realidad.
—No me pareció eso.
—Pero sí es celoso.
—También me pareció.
Jean solo rio. Por alguna razón, le daba gusto.
(...)
Roy lo encontró sentado en el patio trasero de su casa, con un cigarrillo en la boca. No había rastro alguno del sol, pero este había dejado detrás de él un suave morado pintando el cielo. El único ruido era el de los solitarios autos que pasaban en la acera, y el de los pequeños animalitos que rondaban su jardín.
—Cuanto tiempo sin verte, querido amigo —se acercó el muchacho, rebuscando en sus bolsillos y sentándose a su lado—. Fuego.
Ryo rodó los ojos, tomando el encendedor y poniendo la llama en el cigarrillo de su amigo.
—Nos vimos hace dos días, y no fue exactamente mi idea —respondió, expulsando humo por la boca y llenando el rostro del contrario de este, que maldijo por algunos segundos. Claro que Bonnet y Foster lo visitaban constantemente en esa semana en la que no había puesto un pie en la escuela.
—Ya estaremos en exámenes la semana que viene, así que necesitas recomponerte —dijo, dándole una mirada a su cadera—. ¿Te duele?
—Duelen mas las terapias, es como ponerle mas sal a una herida. Pero el lunes ya iré —comentó—. Tengo que seguir usando el bastón, y eso es una pena.
—Es mejor que seguir sintiendo dolor.
—Mi dolor me importa una mierda.
Se quedaron en silencio, solo viendo el exterior y dando caladas. Para ser sincero, Ryo no era de ninguna manera el más fan de estar sobrepasado por sus emociones, pero no le gustaba no sentir; la ultima vez que dejó de sentir, entró en un espiral.
—¿Qué pasa? —el chico lo miró serio, bajando la mirada al objeto que Uchinaga sostenía entre sus dedos una vez su rostro estuvo despejado. El aludido se encogió de hombros.
—No pasa nada —respondió de forma seca. Lo último que quería hacer era poner en palabras el sentimiento de pesadez que no dejaba su pecho. Desearía dejar ese estrés que se clavaba en su espalda con crueldad.
—Claro que pasan cosas. Tu nunca fumas, incluso nos has dicho que odias el olor —el tono del rubio era fuerte, como si estuviese reprochándole por algo y a la vez regañándolo, pero sin abandonar la preocupación de su hablar.
—Si he tenido temporadas de fumador, pero solo a veces. Y aunque lo haga, el olor solo me agrada cuando me tengo que forzar a acostumbrarme a él.
—Entonces estás pasando por una temporada.
—Puede que sí. ¿Es realmente relevante?
—Claro que lo es, soy tu amigo —soltó un profundo suspiro, tomando una calada y expulsando el humo gris hacia afuera, que se perdió en cosa de segundos contra la oscuridad de la noche—. Solo quiero saber, ¿Por qué?
—Eso ya da igual, ¿sabes? —quería levantarse y huir, abandonar la conversación e incluso dejar a su amigo fuera de su casa. La forma en que lo interrogaba era, en pocas palabras, irritante.
El frio le calaba los huesos de un momento para otro, y consideraba que era una excusa bastante válida para largarse.
Alcanzó su bastón e hizo el esfuerzo máximo por levantarse con cuidado, tirando el cigarrillo contra el pasto y apagándolo con el mismo zapato que se había llevado al golf. Tenía la esperanza de que sus padres no fueran lo suficientemente observadores como para verlo al día siguiente.
Hizo el intento de alejarse del chico, pero este siguió hablándole y caminando detrás de él, en la vasta extensión del jardín.
—Dios, Ryo, ¿Por qué nunca hablas conmigo? ¿Acaso soy muy mal amigo? —guardó silencio Roy, exasperado, pero sin hablar golpeado—. Sé que nuestra relación es así; nos tratamos mal, nos insultamos mutuamente hasta el cansancio, pero al menos tengo la esperanza de que te abras conmigo.
Uchinaga volteó a verlo, el rostro rojo y convertido en una mueca.
—¿De qué quieres que hable? Mierda —tomó su cabello con sus manos, jalándolo con desesperación—. ¿Es que no entiendes que no es sobre ti? ¡No estás haciendo nada mal, si es lo que te preocupa!
—¡Esto no es sobre mí! ¿Hace cuanto no es sobre mi nada? —el muchacho espetó, ahora estaba igualmente molesto—. Trato de preocuparme por ti, de recibir los recados de ya sabes quién cuando me pregunta por tu bienestar, pero... solo dime, dime si en serio te molesta mi presencia.
El rubio se acercó a pasos agigantados y colocó ambas de sus manos alrededor de los hombros de Uchinaga, que se retorció en un vago intento de zafarse del agarre.
—Mira, solo sé que... —se encogió en su lugar. Sus ojos se aguaron en cuestión de segundos—. No sé qué siento, ni como lo estoy sintiendo. Dame un descanso, ¿quieres? Eres un idiota si crees que me molesta tu presencia —se rindió—. ¿Crees que seguiría hablándote e invitándote a mi casa si te odiara? Hijo de puta, no estoy tan necesitado.
—No llores, tonto y ridículo —el chico soltó algunas risas—. Tampoco eres muy sociable. No hay duda de que tú me necesitas más a mí de lo que yo a ti. Ven acá.
Se fundieron en un abrazo, de esos que solamente ocurrían en fechas especiales como cumpleaños o la única graduación que pasaron juntos. Los abrazos de Roy eran diferentes a los de Jean, y no ocasionaban cosas ni remotamente parecidas; Bonnet gritaba compasión e intenciones de demostrar cariño en su agarre, cosa que Ryo agradecía.
—¿Quién le pasa la tarea a quién? Hablemos cuando sea así, ¿te parece? —algunas lágrimas bajaron por sus mejillas y sorbió ligeramente sus mocos, riendo ante su propio nivel de ridiculez.
—¿Es sobre Jean, Ryo?
—Hoy lo vi, estábamos en el golf y parecía tan tranquilo. Su cabello se mecía contra el aire, y sus ojitos tenían luz, como si nada hubiese pasado —respiró con dificultad—. Me di cuenta de que me miraba, pero después se fue y estuvo con un Fitzgerald. No sé, bro, pero verlo reírse tan despreocupadamente con alguien con quien sí puede estar en público, que sus padres aprobarían y que no le causaría dolor... ¿Y si el ya no quiere intentarlo?
—¿Por qué piensas todo eso con solo una interacción? London, si es de quien creo que hablas, y Jean son amigos desde siempre, igual sus padres —el chico lo sacudió, como queriéndolo hacer entrar en razón—. ¿Quieres saber si te quiere? Es tan fácil como preguntárselo.
—No voy a hacer esa mierda, que puta vergüenza.
—Si no quieres, tendrás que seguirle haciendo saber que tú lo quieres, y que quieres que regresen, aunque te cueste más que la mierda.
—Puedo hacer que lo secuestren y después comprarlo...
El chico le pellizcó la oreja, separándose y mirándolo con disgusto.
—Eres un enfermo mental.
—Técnicamente, si lo soy —se encogió de hombros—. Y, técnicamente, él también es un enfermo mental.
—Si, pero no de esa manera.
—Como sea, estoy bromeando —se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, sorbiendo por última vez—. Hay que entrar, y ten cuidado. Lo último que quiero es que mis hermanas me vean así. Yo no tengo corazón.
—Si tú lo dices.
(...)
La respuesta, sin embargo, llegó más rápido de lo esperado.
—¿Dónde está Allan? —Roy regresaba de la cafetería con una absurda cantidad de frituras en los brazos. Era el último día de clases antes de las vacaciones, y solo estaban en espera de a última revisión de un examen—. ¿Aun no paso?
—Se fue a llorar con Enzo, ¿no ves que ya no se van a ver hasta quien sabe cuándo?
—Ah, cierto que ya se acabó su semestre de intercambio —el chico juntó los labios de forma desinteresada y alzó las cejas con falsa empatía—. Vaya lastima.
—Sigues de celoso.
—Bonnet, Roy —el profesor llamó a su amigo, que se levantó con expresión de susto.
Lo observó acercarse al hombre, y desvió su atención hacia su teléfono. En cierto periodo del año, mensajeaba constantemente con cierta persona, por lo que no le sorprendía encender el aparato y encontrar treinta notificaciones de "Croissant".
No obstante, en esos días no había nada. Mensajes de su compañía de telefonía, notificaciones de aplicaciones estúpidas, correos llenos de archivos del jefe del departamento de finanzas, solicitudes de seguimiento en redes. ¿Cuándo se había convertido de los que se preocupaban tanto por quien les escribía?
Su amigo regresó con una pequeña sonrisa, y se colgó rápidamente la mochila al hombro.
—Un perfecto B, muchas gracias, amigo.
—Siempre es un gusto hacerte aprobar.
—Perdóname que te deje, pero tengo que ir a ver a Mimi —Ryo rodó los ojos ante el apodo cursi—. La voy a terminar.
—Eres un hijo de puta —rodó la cabeza, impactado por la falta de vergüenza de quien, probablemente, era su mejor amigo—. Igual falta mucho para mi turno, así que lárgate. Ya no quiero verte ni un segundo más.
—Como si te estuviese pidiendo permiso o algo. Adiós.
Y se marchó, caminando como si el mundo entero estuviese a sus pies. Uchinaga no dijo nada y se inclinó contra su asiento, pero una pequeña incomodidad se presentó en su zona intima; quería hacer pis.
Se levantó en camino al baño con rapidez, con total seguridad de que faltaban bastantes letras del abecedario antes de llegar a la U, cosa que lo convertía en uno de los últimos de la lista. Sin embargo, un par de brazos lo tomaron por detrás y lo empujaron hacia una puerta.
Se vio a sí mismo en un pequeño armario, cuya única luz proveía de las rendijas de la puerta, y se preparó para soltar un puñetazo. Pero, al abrir, la puerta, lo vio a él.
—¡Jean! ¿Qué mierda haces? —susurró, antes de que los brazos del chico lo estrecharan con fuerza, colocándose alrededor de su cuello y aspirando su olor. Ryo no sabía que hacer, por lo que mantuvo sus manos sobre el abdomen contrario de forma incomoda.
Lo que menos quería en ese momento era emocionarse. El corazón le latía desbocado en su lugar de un momento a otro.
—Ryo, dime la verdad —el chico se separó, pero solo por los centímetros necesarios para verlo a los ojos. El suave aliento mentolado del rubio chocó con sus labios, en la vasta oscuridad. La línea de luz iluminaba únicamente la zona de la sien de Corsair, y besaba suavemente esos ojos que tanto le encantaban—. ¿Ya no me quieres? Sé que dirás que por qué me estoy tomando esto personal si no tenemos mucho que ver en este momento, pero no soporto verte todos los días, no soporto a Keith Hue cerca de ti, y no puedo con la idea de que me has olvidado tan fácil. ¡Pasó hace un mes! Y no puedo dormir solo porque no estás conmigo, solo porque no te tengo en mis brazos todos los días.
—A ver, cálmate —Ryo negó con la cabeza. Un sentimiento de alivio se sembró en su pecho, llenándolo y haciendo que este floreciese de forma incansable—. Yo te quiero, ¿Qué no te das cuenta? Te necesito a mi lado, pero esto no está bien. Así que no me beses, no hasta que solucione estos problemas —sintió las manos del chico colocarse en su cintura y acariciarle suavemente, y el estómago se le encogió—. Si te duele verme, es mejor que tomemos las distancias necesarias para que esto no se haga más difícil de lo que ya es —rozó sus narices y cerró los ojos—. Ten paciencia, corazón.
—Dime en que cursos vas a estar en el siguiente semestre, y no estaré ahí. Porque no sabes lo que siento cada vez que te veo...
—Claro que lo sé, porque me pasa lo mismo —rio, dejando un suave beso en la mejilla ajena. La forma en que lograba cambiarle el ánimo era, en pocas palabras, admirable—. No vuelvas a meterme en un closet.
Jean carcajeó, sus manos aun haciendo masajes sobre la piel contraria. Le causaba escalofríos el contacto, aunque fuese meramente superficial. Ryo no sería capaz de controlarse si Corsair alzase su camisa.
—Ya no lo haré, pero ya no aguantaba —el chico respondió. Sonaba como un cachorrito—. Ya te lo dije, te quiero y te necesito conmigo, así que lo que sea que sea tu plan, apúrate.
—Gracias por confiar en mi —susurró, colocando sus manos en las mejillas ajenas y apretándolas—. Necesito con urgencia ir al baño.
—Ten bonitas vacaciones, y rompe tu récord de distancia de pis.
—Igualmente tu. Bueno, no lo de la orina.
Se separaron, y fue como si le hubiesen quitado una parte del cuerpo, como si le hubieran hecho un hueco en el corazón. No había duda de que Uchinaga se había ablandado.
—Regresa a casa, Ryo.
—Lo haré.
hola linduraaas, siempre es bonito traerles otro capítulo mas cortito pero igual de puntual. no saben el gusto que me da escribirles una vez más, y saber que esta cosa ya se va a acabar :( quedan unos 2 o a lo mucho 3 capítulos estándar, pero no crean q no habrán extras!
disfruten el cap, que siento q estoy mejorando un poco más porque soy como el ryo. los sentimientos no se me dan muchísimo
los veo pronto, besotes
-boo
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