32. Te amo
No volvió a dormir después de escucharlo irse. Jean abrió los ojos, acostumbrándose a la poca luz que entraba por la ventana. Escuchó el ruido de un motor alejarse lentamente, mientras sus brazos aún se negaban a moverse.
El olor a la colonia de Ryo permanecía en su almohada y en toda su cama. Siendo honesto, no quería levantarse a seguir con su vida. No quería regresar a esa cama y que su olor se hubiese perdido.
Sin embargo, cuando su usual alarma sonó, aceptó que no podía quedarse ahí todo el día. Sus padres lo habían llenado de textos preguntándole por qué no estaba, y las razones de su escape.
No respondió, se levantó y se dirigió al baño con el propósito de lavar su rostro y cuerpo. El agua caliente le relajó los músculos y la humedad del vapor le proporcionó algo de la tranquilidad que estaba necesitando. Frente al espejo, se miró una vez más.
Tenía el cuello lleno de marcas moradas, los ojos rojos, hinchados y adoloridos, y la piel pálida como pocas veces. Sin mencionar que, como era usual, su acné se encontraba disparado; numerosos granos rojos adornaban sus mejillas y frente. También, sus heridas del rostro apenas estaban cicatrizando.
Cambió sus pijamas por el único conjunto de uniforme que le quedaba limpio, y peinó un poco su cabello.
El camino a la escuela fue silencioso. Su padre había ido a recogerlo personalmente, pero no parecía querer iniciar una conversación más allá de los usuales saludos mañaneros. No parecía molesto, pero si podía notar que no quería tocar ningún tema sensible, y Jean se encontraba agradecido por eso.
—Vendré por ti en la tarde, ¿sí? A menos que tengas algún plan.
—Gracias, pa. Te veo.
Sintió las miradas desde el momento en que puso un pie en el oscuro asfalto del estacionamiento, algunos estudiantes lo miraban con curiosidad y murmuraban entre ellos, pero no era la primera preocupación del rubio lo que los demás estuviesen pensando en ese momento. Se cruzó a muchas personas en el camino que lo saludaron con miradas hibridas de pena y curiosidad, pero siguió adelante hasta que estuvo en su clase, donde se sintió aún peor.
Yian se encontraba sentado hasta el fondo de la sala, en la esquina izquierda. Apenas y podía ver su expresión, pues se encontraba cabizbajo, pero se percató de su presencia de forma inmediata.
El pelinegro lo miró, frunciendo los labios mientras Jean se acomodaba a su lado.
—Jean... yo...
—Cállate —respondió, en forma más brusca de la que pretendía—. Perdón, no quise que sonara así. Pero si, cállate, que no quiero que me digas que lo sientes o algo así.
—Perdón, pero no sé qué decirte después de todo lo que ha pasado en cosa de días, amigo —suspiró. Se encontraba totalmente desparramado sobre la mesa y su cabello cubría casi de forma completa su rostro—. Quiero apoyarte de alguna manera, pero las palabras no son lo mío.
—No necesitas decir nada, mucho menos aquí donde todo el mundo te puede escuchar —colocó su mano en su brazo, dando un pequeño apretón. No tenían a nadie cerca, pero no podía evitar dejar a su paranoia trabajar—. Sé que estás conmigo, pero esto es... una mierda.
—Lo siento mucho, hermano. Ven acá —extendió sus brazos, siendo aceptado por su amigo. Colocó su barbilla en el hombro contrario y aspiró ligeramente el olor del pelinegro, algo fuerte, pero sin perder ese agradable toque—. Sabes que cuentas conmigo, en serio. Quisiera que todo volviera a como estaba antes.
Asintió. El nudo en su garganta se afianzó, haciéndolo soltar un sonido lastimero y cerrar los ojos. Quería llorar, otra vez, pero era vergonzoso.
—¿Crees que Kai y Leo supieran todo? —la sola posibilidad provocaba que su estómago se hundiese en su lugar. Quería negarse completamente y aferrarse a que, de ninguna manera sus amigos lo habían estado delatando.
No era posible de absolutamente ninguna manera.
—Lo dudo, en serio pienso que... —el chico se quedó en silencio, rompiendo su abrazo y mirándolo a los ojos; la negra y abundante cabellera obstruía gran parte de su rostro la mayoría del tiempo—. En uno de los momentos en los que llegamos a estar juntos, recuerdo que Leo me comentó que algunos de sus mensajes ya se encontraban leídos cuando abría la aplicación después de entrenar, o en la mañana al despertar, ¿crees que tenga algo que ver?
El rubio entrecerró los ojos, recargándose en su asiento y observando a los demás alumnos llegar a sus clases. Las mañanas eran lentas, pero eran raros quienes llegaban tarde a las primeras clases.
La primera del miércoles era física, por lo que no era ninguna novedad que todos llegasen con caras largas y arrastrando los pies, a pesar de ser casi las nueve de la mañana.
—Podría ser —se encogió de hombros. Quería creerlo, con todas sus fuerzas. Pero, si es que todo era como los hechos lo indicaban, iba a doler mucho más—. Si se pueden comprobar todos los crímenes que cometieron sus padres, lo menos que puede pasar es que los encarcelen o que tengan que huir del país. De cualquier manera, Kai y Leo no van a volver a esta escuela.
Una rubia acababa de acomodarse frente a ellos, acomodando sus cosas con particular parsimonia mientras movía sus largos cabellos de lado a lado. La chica los miró por el hombro, examinándolos por un par de segundos con una ceja en alto.
—¿Cuatro alumnos en menos de tres meses son muchas bajas para esta escuela, no creen? —comentó en tono cantado.
Isis Silvastri era, en pocas palabras, misteriosa. Hija del dueño de una empresa de seguridad, nunca buscaba llamar la atención de nadie, pero ese par de ojos verdes claro parecían escudriñarte a la lejanía. De estatura promedio, cabellos muy rubios y siempre perfectamente arreglada, era más solitaria que otra cosa.
—Supongo que si —le respondió de mala manera Yian, alzando una ceja de igual manera. La chica rio suavemente, regresando su vista a su escritorio.
—¿Tienen ya la tarea de física? —volteó a verlos una vez más. No parecía molesta, a juzgar por como brillaba su mirada.
—Ya —volvió a responder de mala manera el chino. Jean asintió; parecía que el gato le había comido la lengua.
Se la había pasado su amigo, pues el mismo no estaba sobrado de tiempo últimamente.
—¿Me la pasan? —ladeó su cabeza. Viéndolos de esa forma, parecía muy dulce.
—¿A cambio de qué? —Jean alzó una ceja ante la respuesta de su amigo. Rara vez se comportaba tan grosero sin razón alguna.
—¿Hay algo que quieran saber? ¿De alguien?
—¿Y tú como lo sabrías?
—Dime un nombre, y más vale que te apresures.
—Keith Hue —entró a la conversación el rubio. La chica sonrió ligeramente, intimidándolo al instante.
¿Sabía algo?
—Próximo capitán del equipo de futbol, próximo canterano de algún equipo de la Premier League, es, definitivamente heterocurioso. Primero planeaba hacer conexiones con la familia Uchinaga, pero igual no es tan fácil por lo cerrado que es Ryo. Ha tenido más novias que dedos en total, y está bastante prendado de cierto azabache asiático... Y no hablo de ti, Lishi. Hay que estar pendientes de sus próximos movimientos ahora que tiene terreno libre.
—¿De qué hablas? —ladeó el rostro el rubio.
—Obviamente Uchinaga está afectado, y bastante, por lo que podría tomar ventaja —parecía debatirse de entre decir o no algo—. Y soltero, ahora que, probablemente, tu y él lo dejaron.
Era la segunda vez que alguien sabía algo que, se supone, nadie sabía. Su respiración se detuvo y abrió los ojos con confusión.
—Nosotros no estábamos juntos, de ninguna manera —hizo el mayor intento de negarlo, de hacerse el loco. No pareció creerle.
—Te sorprendería la cantidad de padres que hurgan en las cosas privadas de sus hijos, Corsair —dijo—. ¿Sabías que tú y él no quedaron en el mismo equipo solamente de casualidad?
—A ver, ¡ya! ¿Cómo sabes tanto? —Yian comenzó a alterarse. Parecía querer jalarla de los pelos en cualquiera momento.
—Mira, yo no soy ninguna chismosa, entonces, tu secreto está a salvo conmigo. Pero, una de las personas que trabaja con mi padre fue el encargado de hurgar tanto en el teléfono de Price mayor como de Price menor —Jean no sabía si enojarse con la chica, amenazarla o llorar. Estaba demasiado cerca de que todos en la escuela se enterasen—. No creas que todo mundo va a saber porque yo sé, solo se dieron las circunstancias.
Lishi le entregó el cuaderno con mala cara, rodando los ojos ante la satisfacción de la contraria.
—Todo lo que tengo que hacer por una tarea, que desperdicio.
(...)
—Tenemos que mantenerla cerca —suplicó—. No hay manera de que la dejemos ir libre por la vida con todo lo que sabe, ¡auch!
Se había perforado su propio dedo con la máquina. No era raro que pasara, pero únicamente le ocurría cuando estaba o muy distraído o muy alterado. Suspiró, poniendo su boca y chupando la sangre que brotaba con decisión de su dedo.
—No me cae bien. La conozco desde preescolar y siempre ha sido así; se cree que sabe todos los secretos del universo solo porque su papá deja que sus empleados se metan en la vida privada de los demás —bufó su amigo—. Además, ¿Por qué es tan entrometida?
—Exactamente porque es tan entrometida es que tenemos que llevarnos más con ellas, Yian.
—Me rehúso —se cruzó de brazos.
Se encontraban en la casa de Jean. La noche caía a través de las ventanas de la casa, y la suave luz del lugar se encontraba ya encendida. Había acomodado un par de sillones en la planta baja, sobre las cuales se acurrucaba Lishi, cuyos dedos se paseaban con ligereza sobre las cuerdas de su bajo. Jean, por su parte, terminaba de confeccionar una de las decenas de vestidos de su lista; este en particular, era beige con detalles de flores.
Se sentía más solitario cuando solo eran los dos.
Un par de toques se hicieron presentes en la puerta. Fuertes, desesperados, y aterradores.
Alzó la vista, compartiendo miradas de confusión con su amigo. No parecía saber nada de alguna visita, por lo que levantó, caminando a paso lento e inclinándose a ver de quien se trataba. No se distinguía a las personas del otro lado, por la oscuridad.
Abrió la puerta, encontrándose a esas dos personas que no salían de su mente desde el día anterior.
Leo y Kai se encontraban de pie frente a su casa. Parecía que habían corrido kilómetros, a juzgar por sus cabellos desordenados y respiraciones temblorosas, además de los puntos de sudor que brillaban bajo la leve luz de su porche.
—Jean —no negaba que le causaba algo de gracia verlos parados como perritos regañados, pero los sentimientos que se sembraron en su pecho al momento de verlos no eran olvidables en absoluto—. Queríamos hablar contigo.
—Por favor —suplicó Kai. Jamás la había visto tan alterada; su cabello estaba crispado, su rostro fundido en una mueca y su ropa nunca se veía tan mal como ese día.
—Pues, pasen —se encogió de hombros.
—Primero que nada, queremos pedirte unas enormes disculpas en nombre de nuestros papás... Dios mío, no sabía que todo eso estaba pasando frente a nosotros. ¿Cómo no me di cuenta? Lo siento tanto, no tienes idea...
Leo no había casi esperado a que cerrase la puerta para abalanzársele, tomando ambas de sus manos y mirándolo con suplicas. Se veía tan pequeño así, aunque solo fuesen unos diez centímetros de diferencia.
—Te lo juro, Jean, en serio; nosotros no sabíamos nada de nada de lo que iba a pasar y ahora... ahora se jodió todo. No sabes lo horrible que me siento al haber sido tan tonta —Kai se le unió, con los ojos llenos de lágrimas que amenazaban con derramarse en cualquier momento—. Eres mi mejor amigo, y te quiero tanto, Corsair.
Soltó un par de risas, dejando caer su cabeza hacia atrás ante los atónitos rostros de sus amigos.
—Ya, par de idiotas —apretó la mejilla del pelirrojo, que comenzó a llorar de forma inevitable. Si seguían así, no iba a poder cambiar su propio destino—. Ya sé que ustedes no tuvieron nada que ver, pero los daños son irreparables, ¿Qué puedo decir? No deberían estar aquí.
A pesar de no estar enojado en absoluto con ellos, pues sabía que no estaban realmente involucrados, no podía verlos de la misma manera. Cuando miraba en esos ojos, pensaba de forma inevitable en aquella mujer dueña de sus terrores.
Se odiaba a si mismo por sentir rechazo hacia Leo.
—Sé que no deberíamos, pero quisiera hablar contigo una última vez. No sé qué va a ser de mi mañana, no sé qué voy a hacer o si voy a estar en este país.
—Pues, espero que sigan en este país —bufó, cruzándose de brazos y llevándose una mirada sin nombre por parte de su amigo. Parecía conflictuado; Jean sabia lo mucho que quería a sus padres—. Te quiero, amigo, y sé que nada de esto salió como lo pensamos.
La realidad lo azotó, entonces. Le escocieron los ojos ante la posibilidad de que quizá, era una de las ultimas veces que se iban a ver en condiciones normales. Una parte de él tenía la esperanza de reunirse algún día próximo, de regresar a la normalidad.
Se dirigió entonces a su amiga, cuyos labios estaban formados en un puchero. La chica extendió sus brazos, siendo aceptada por el rubio, que la estrechó con todas las fuerzas que tenía su cansado cuerpo. Dejó un suave beso en su cabeza, mientras la chica no parecía querer soltarse de él. Solo así, lloró. Dejó salir algunas de las lágrimas que aún le quedaban, como si no fuese suficiente para su ser; su cabeza estaba comenzando a doler, al igual que sus pies y manos.
—No te alejes demasiado, Mitchell —suspiró—. Y deja crecer tu cabello, es precioso. Sé que a ti también te gusta, así que déjalo salir y expresarse de la forma en que es, ¿sí? Gracias por todo lo que has hecho por mí, por calmarme en mis peores ataques y por siempre defenderme cuando no podía.
—¿Cómo olvidar cuando era más alta que tú? El gusto me duró literalmente un año antes de que empezaras, y no te has detenido a día de hoy —rio suavemente la chica, dejando salir un ligero hipido—. Te quiero rubio, gracias por quererme a pesar de todo.
Y lo soltó, volteándose hacia cierto azabache que los miraba, aun sin expresar demasiado. Observó su rostro flaquear en el momento en que hicieron contacto visual.
—¿Qué no era yo tu mejor amigo? —reclamó el chico, levantándose y extendiendo sus brazos—. Todas las mujeres son iguales, no hay duda.
—Los tres, los tres son los mejores amigos que hay. No habrá otros —dijo la chica, acercándose al chino y aplastándolo. Sus alturas coincidían todavía un poco más que con Corsair.
Se volteo hacia Price, que igualmente los había estado observando.
—Ven acá —lo abrazó. Era bajito pero de gran musculatura, por lo que sus abrazos se sentían diferentes a los de otras personas. Además, el aroma de colonia de Price era diez muy fuerte—. No hagas estupideces, no embaraces a nadie, no dejes que te muelan a golpes, y no te desvíes de tus metas, nunca. ¿Me oíste?
—Claro que te oí, tonto. Tú, sigue con lo que amas, ¿sí? No dejes que nadie te diga que es a lo que un hombre dedicarse, y a lo que no. Eres, y seguirás siendo excelente —le dijo—. Sigue siendo tan apasionado y sigue amando tanto como lo haces. Supongo que las cosas no están tan bien con Ryo, ¿o sí?
—Pues, no. Al final, lo hemos dejado por la paz.
—No te preocupes por eso, Jean. Lo que es para ti, será. Y lucha, si es necesario.
Eventualmente se separaron, quedando únicamente dos personas sin decirse adiós. Yian y Leonel compartieron una mirada llena de sentimiento; el pelirrojo se adentró, acercándose lentamente a su amigo y compartieron un suave abrazo. Susurros se hicieron presentes en el lugar, y Jean volvió a mirar a su amiga.
—Asia ha dejado de escribirme —comentó la chica, inclinándose y tomando el collar que colgaba del cuello del contrario. Sus largas uñas, de un suave nude, juguetearon con la perla en el centro con curiosidad—. Pero, debo admitir que es una decisión razonable.
—¿Quizá? Es una lástima que no terminaremos muchas de las conversaciones que tanto me gustaría tener contigo, pero te pido que no desaparezcas completamente.
—Eso es... complicado de cumplir. Pero, te escribiré. Lo prometo —suspiró, seguía llorando—. Soy muy chiquita para esto.
—Somos muy chiquitos para estas cosas.
La azabache se paseó lentamente por la casa, sus botas resonando contra el piso de madera.
—Me gusta mucho tu casita —comentó. Ambos de sus brazos se encontraban detrás de su cuerpo, en una pose de curiosidad inocente.
Ambos de sus amigos parecieron terminar de despedirse. Leo estaba lloroso, igual Yian. Corsair sentía que su despedida era mucho más de lo que se veía, más que solo dos amigos diciéndose adiós sin saber cuándo se dirían un hola.
—¿Nos vamos? Van a comenzar a echarme de menos si sigo aquí —Price miró a su amiga, que asintió lentamente.
—Si, vámonos.
Ambos chicos caminaron hacia la puerta, siendo detenidos por Jean.
—Un último abrazo —los estrechó a ambos a la vez, uniéndoseles Lishi en cosa de segundos. Se apretaron por el mayor tiempo que pudieron, deseando congelar el momento—. Cuídense, tontos.
Y de la misma manera en que esos dos niños llegaron a su vida cuando apenas y sabían multiplicar, se fueron. Observó ambas siluetas desaparecer en la oscuridad de la calle. Noviembre era frío, casi desolador.
(...)
Perdió el sueño de manera inevitable pero no automática. Sus hermanas lo interrogaron días después siguiente, al menos teniendo la consideración de no caer encima de el cuándo la herida aún estaba fresca y recién abierta.
Minori estaba restringida de salir con sus amigas, tanto a fiestas como a otras salidas, por seguridad. Y poco era decir que Misumi seguía la rutina de terminar sus clases, ir a entrenar y regresar a casa antes de que el sol comenzara a ocultarse contra el horizonte.
Ese mismo lunes estaría de regreso en la escuela si todo salía de acuerdo con el plan; el plan que sus hermanas le comunicaron, pues su madre no le dirigía en absoluto la palabra. No es que le molestase; al contrario, era bastante gratificante no tener a alguien clavando sus colmillos en tu cuello todo el día.
—¡Te hemos dejado reposar demasiado! —su puerta se abrió con estruendo. Uchinaga levantó la vista de su libro de manera desinteresada. Al paso de aburrimiento al que iba, estaba terminando uno al día.
Bonnet se adentró con total confianza. Llevaba una gran bolsa de papel en la mano, y en la otra un montón de cajas de videojuegos. Dejó ambos objetos en el suelo y se acercó a sus ventanales, abriéndolos de par en par y dejando que el frío aire del exterior entrase a la habitación hasta el último rincón. El dueño de esta cerró los ojos cuando la luz le dio de lleno en el rostro, dejando salir algunas palabras no apropiadas.
—¿Quién te dio permiso de entrar así? —cuestionó, alzando una ceja—. ¿Y si estaba en algo?
—Número uno, eres tremendo virgen. Número dos, si estuvieses chaqueteandote, confío en tu inteligencia para poner seguro en la puerta.
Tuvo que darle la razón a su amigo en ese aspecto. Allan entró unos segundos después, sonriendo en grande al verlo y acostándose a su lado de forma instantánea.
—Ya no hay más espacio, eh —advirtió el castaño. El rubio frente a ellos conectaba el Xbox a la plasma con una mano en la cadera.
—Ni quien quiera estar ahí con ustedes, seguro Ryo no se baña desde que murió María Antonieta. Siempre se olvida de sí mismo cuando se deprime, lo conozco un poco —se encogió de hombros.
—Primero que nada, no estoy deprimido, y sí me he bañado —era mentira, solo cambiaba de ropa y boxers, pero no había tocado el agua en casi cuatro días—. Segundo, los japoneses no sudamos ni olemos tan mal como ustedes los europeos, y los estadounidenses.
—¿Tú que dices, Foster? —se dirigió al chico, que se acercó peligrosamente a su cuello y comenzó a esnifarlo, siendo rechazado en automático por su amigo. El cabello de Uchinaga estaba desordenado y hecho mierda en su frente, apenas permitiéndole ver a los demás.
—A mi me parece que huele bastante normal, pero tampoco a limpio —el chico dijo—. Hoy nos vamos a quedar a dormir aquí, si no te molesta.
Ryo casi se suelta a reír, más que acostumbrado a los niveles de confianza que manejaban los dos chicos.
—Pues si me molesta —respondió, dejando Metamorfosis sobre su buró. Se levantó, sintiendo el calor de su espalda desaparecer y se acercó a la pantalla frente a ellos. Dado que tenía visitas, se sentía mínimamente obligado a salir de su inmundicia al menos por un día; no era normal de su parte no ser higiénico, pero había perdido todas las ganas de arreglarse, sobre todo sin ir a la escuela—. Voy a darme una ducha, y no vayas a poner tus juegos de mierda.
—¡Oye! ¿Qué tiene de malo el Fast and Furious? —protestó el chico, dejando la caja del juego en su mueble. Roy volteó a verlo, analizándolo con la mirada—. Sabía que no te habías bañado, tienes el cabello todo grasoso —estiró su mano para tocarlo, siendo rechazado por el japonés—. No confío en el olfato de Foster, y es preocupante que no te asees.
El castaño le mostró el dedo de en medio, aun acostado en la cama ajena; el rubio le sacó la lengua.
—Como sea —no iba a extenderse en su forma de sentir en ese momento—. Pon el FIFA, mejor. Aparto el Barça.
—Como te odio.
Salió veinte minutos después de la ducha, con el cabello chorreante y con olor a shampoo de mango. No negaba que la sensación de estar limpio era, probablemente, una de las más reconfortantes en ese momento, pero dudaba de verse capaz de bañarse pronto otra vez.
Cuando entró a su habitación, sus amigos ya se habían acomodado su sofá de forma que estuviese frente a la plasma, y ya comían alguna clase de fritura naranja. Los dedos de Allan se encontraban sucios y sostenían el mando, que por cierto era blanco.
Ryo casi se pone violento.
—Saca tus manos asquerosas de mi mando, Foster —tomó asiento en otro de los sillones, observándolos jugar—. ¿Qué equipo es el tuyo, Allan?
—Yo juego con el Bayern Munchen.
—Yo con el Madrid —comentó Roy, que parecía muy enfocado en el partido—. Pero no tienes para nada maximizado tu juego, así que esto es difícil. Dile a tu papá que te de la tarjeta de crédito así sacamos la carta correcta de Cristiano.
—Enseguida —hizo amago de levantarse de su lugar, mirando mal a su amigo—. Sobre todo, porque mi padre está muy lucido todo el día.
—Eso aumenta las probabilidades —a Ryo le dieron ganas de darle a un zape, pero la causó tanta gracia que soltó un par de risas, a las que se le unieron los demás. Parecían aliviados de verlo—. Perdón por ser un pesado, ¿Cómo estás? No hemos tenido la oportunidad de hablar de todo lo que está pasando
—Pues...
Un par de toques se hicieron presentes en la puerta, y Ryo temió al instante. Esperaba que no fuese su madre, acercándose a su habitación con el único propósito de arruinarle la tarde a él, y peor, a sus amigos también. Era completamente capaz, lo sabía.
—¿Podemos pasar? —la suave voz de Minori se escuchó del otro lado, causando que su hermano mayor dejara salir un suspiro.
—Adelante —contestó, volteando a ver a los dos adolescentes—. ¿Ven? Ella si sabe tocar.
Sus dos hermanas entraron al lugar, examinando a los presentes. Ryo fue testigo de la forma en que las mejillas de la menor de las dos se teñían de un suave rosa sobre su piel, pálida y sin maquillaje en ese momento. Casi le da una arcada.
—Papá te busca, quiere hablar contigo —se sorprendió, no pudo evitarlo. Sus ojos, pequeños por naturaleza, se abrieron de forma inmediata, mientras una chispa de esperanza se sembraba en su pecho.
Se levantó, sacudiendo su cabeza y observando la forma en que las gotitas caían con rapidez.
—Pareces perro haciendo eso —señaló Misumi.
—Ahora vuelvo.
Salió de su cuarto, cerrando la puerta detrás de él y caminando por el oscuro pasillo hasta llegar a la habitación principal de la casa. Dio un par de toque en la puerta, escuchando un seco "Adelante", por lo que la abrió y se adentró. Una enorme recamara le dio la bienvenida, ligeramente oscura por las cortinas cerradas. La pieza principal de esta era la cama, matrimonial y con numerosas almohadas rodeándolos.
A su derecha se encontraba la puerta del closet, al que podías entrar y visualizar la cantidad absurda de bolsas de su madre y trajes de su padre. Sin embargo, no iba a dar vueltas por el lugar, cuando lo principal era la mirada que le lanzaba su madre, sentada al lado de la cama.
—¿Sumi, puedes...? —le indicó el hombre. Su esposa pareció reacia por algunos segundos, pero se encogió de hombros, levantándose y saliendo de la habitación en silencio. Ryo se sintió aliviado, pero ese sentimiento no duró demasiado—. Ryo, acomódate.
Hizo caso, sentándose en el mismo sillón en el que había estado su madre y observó al CEO de Uchinaga International. Jamás se había visto así de mal; su padre no era viejo, pero en ese momento parecía tener arriba de los sesenta años, con bolsas debajo de sus ojos y un tono de piel más pálido que nunca. En su buró, reposaban numerosas cajas de pastillas y curaciones en general, como vendas y ungüentos.
—¿Cómo estás? —se atrevió a preguntar, en su idioma natal. El hombre lo observó por unos segundos, con esos ojos almendrados—. No he podido hablar contigo.
—Y vaya que tienes cosas que decirme, hijo —le dio una mirada que no le indicó nada más que inminente desastre. Se puso nervioso automáticamente, evitando a su padre y fijándose en el tocador frente a ellos—. Ya me dijo todo tu madre, que vaya que es entrometida.
Ryo sonrió ligeramente, aún sin dar la cara. Cuando estaba con su padre, se volvía el más cobarde del mundo.
—Si...
—Me voy a retirar, Ryo. Voy a salir de este infierno llamado negocios, y me jubilaré. Después de todo el tormento que me han hecho pasar, he perdido la capacidad de gestionar un corporativo tan grande como lo es Uchinaga International, y ni hablar de todo lo que me ha hecho pasar tu madre incluso en el estado en el que estoy, quejándose de ti todo el tiempo, pero olvido todo el tiempo de lo que se queja, y quizá me olvide de esta conversación después, ¿o no? —pronunció. Su rostro estaba formado en una mueca deformada—. Quiero irme, visitar las Islas Canarias, o Hawái, quiero descansar y quizá llevar a tus hermanas a conocer los lados más cálidos del mundo. Pero, no quiero a tu madre conmigo, no quiero que siga reprochándome por no ser lo suficientemente duro contigo, cuando tampoco he tenido dignidad en los temas que se relacionan con ella... Es decir, después de todo, no estoy viviendo como me gustaría.
—Papá...
En su mente nunca existía la posibilidad de que, solo quizá, él no fuera el único que se agobiaba de toda la presión que existía. Su padre se veía cansado, y no solo físicamente. Era obvio que las terapias y la rehabilitación lo estaban deteriorando, pero su alma se veía tan desgastada que se odiaba a si mismo por nunca haberse dado cuenta, por ignorarlo y centrarse en sus propios problemas. Desde que regresaron de Osaka, lo único que había hecho había sido visitarlo mientras dormía, y solo quizá charlar con el de cosas triviales, pues su lucidez, tan momentánea, no valía la pena.
—Nos vamos a separar, es un hecho. No quiero divorciarme de ella por razones de contrato, pero no puedo seguir con alguien como tu madre, que me succiona toda la energía del cuerpo. Es una lástima, la amo tanto —pronunció. Estaba acostado, mirando hacia el techo—. No quiero olvidarme de esto, por eso te lo digo. Porque cuando mis lapsos de memoria terminan y regreso a mi estatus quo, pienso que vamos a arreglar nuestros problemas, pero nunca es así, ¿sabes?
—Lo entiendo.
Y vaya que lo hacía.
—Regresando a la empresa, me has decepcionado mucho, hijo —y lo miró, tan expresivo como siempre. Sus ojos eran más grandes, oscuros como la noche.
Bajó la cabeza, sintiéndose más regañado que nunca. No necesitaba que su madre le gritase, que le pegase y le dijera que muriera cuando esas eran las únicas palabras que realmente hacían un hueco en su corazón. No dijo nada, solo sintió las lágrimas bajar con lentitud por sus mejillas, hasta desaparecer en su recién lavada ropa.
—De cualquier manera, no hay nada en este mundo que yo ame más que a ti, tonto. Eres imperfecto, obviamente, pero eres el más humano que existe. Me arrepiento por la presión que puse en ti toda tu infancia, por querer que fueses perfecto cuando las cosas no deben ser así, así que te pido disculpas una vez más, así como cuando no querías despertar esa noche, cuando me di cuenta de que faltaba un bote entero de pastillas para dormir —ahora no eran el único que lloraba. El otro japonés derramaba lágrimas, silenciosas pero que lograban poner rojo su rostro—. Sé que nunca te lo dije, pero el mundo se acabó para mi cuando pensé que nunca ibas a despertar. Te amo, hijo, y te pido que me perdones por mis errores y mis descuidos como padre. Es mi responsabilidad orientarte, y lo he hecho mal. Ahora que no soy capaz ni de cuidarme a mi mismo, quiero que sepas que lo has hecho bien.
—Te amo, papá.
—Tu eres mi heredero perfecto, y nada me haría más feliz que verte como el CEO de esta empresa tan imperfecta y sucia, nada. Pero, quizá aún no es el momento, pues eres aun niño y tienes muchas metas que cumplir aparte de encadenarte tan rápido a esto —se encogió de hombros. Contrario a lo que pensó, Ryo sintió a su corazón aliviarse, lo sintió bailar con felicidad—. Es mucho para ti, ¿no crees? Sentimentalmente hablando, me he enterado de que tu madre te ha prohibido seguir con el rubio de los Corsair, o sea, con el menor —rio ligeramente el hombre—. Eso sonó mal, lo sé, porque Norbert es igual rubio, pero ese no es el punto. Yo estoy de acuerdo con que no es lo correcto ni lo que te hemos enseñado, ¿pero realmente somos quienes para exigirte? No es el momento, hijo, eso es todo, y no quiero que te encapriches con el muchacho. No hagas caso a lo que te diga tu madre, si tus sentimientos son tan genuinos por el que no puedes dormir, ya tendrás la oportunidad de que las cosas se den.
—Yo...
—Déjame terminar. Nada sería más importante que ustedes dos juntos, en el aspecto de que lograrían cosas impresionantes tanto para Uchinaga como para Casino, hijo, pero las cosas no son así de fáciles. Creo que nunca lo pensé de esa forma, pero como el empresario que soy, sería algo beneficioso hasta que fuesen amigos. Así que, tienes mi autorización para que, cuando todo este desastre se tranquilice y quienes tengan que pagar lo hagan, puedan ser amigos. Digo, amigos frente a los demás —volvió a reír. Ya no lloraba, solo lo miraba con una sonrisa enternecida—. Ven acá.
Se acercó, estrechándolo con cuidado de no hacerle daño, pero su padre lo apretó más. Eran muy cálidos sus brazos, y tranquilizaban su ser de una manera que no podía explicar de ninguna manera.
—Dime, ¿qué sientes por él?
—Ya sabes que no soy tan bueno con las palabras, padre —respondió—. Es tan diferente a mí, pero me motiva en todos los aspectos de mi vida, y me apoya cuando no tengo a nadie más. Cuando estoy con el me olvido de las cosas malas, me siento reconfortado y muy querido, y es una persona tan luminosa que me propongo a ser mejor para merecer que el me quiera, a pesar de que se encarga de reafirmarlo cada que puede. No me considero la mejor persona para él a veces, pero el cree que lo soy y yo le creo a él, porque lo quiero, lo adoro. Solo quiero estar con él.
El hombre lo miró enternecido, un par de arrugas formándose en sus mejillas cuando sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Me gusta mucho que tengas a alguien así, hasta brillas cuando hablas de él. Es una lástima que las circunstancias no se hayan dado —dijo—. No te des por vencido, ¿okay? Te amo, hijo.
—Te amo más, papá —guardó silencio. Un pequeño pensamiento hizo pop en su mente, y no pudo evitar sacarlo a flote—. Por cierto, quiero que despidas al presidente del Marina.
muchachoooooos, he regresado otra vez, esta vez con un cap medio equis yo diría, pero hay q prepararse porque no hay ryo x jean, pero espero q les haya gustado nenes y nenas, los amooo
btw, imagínense a isis como loreto peralta o emma stone, pero sobre todo le queda loreto
-boo
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