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31. Te quiero

—Y bueno, ¿ahora que vas a hacer? —la mujer, parada en el centro de la habitación, se cruzó de brazos. Estaba hecha una furia, si se podía describir con una palabra cercana a que parecía que quería matar a alguien en ese mismo instante.

Toda su familia se encontraba reunida en la sala en ese mismo instante, excepto su padre y Reo, que dormían arriba. Sus hermanas lo miraban con incredulidad, confusión y risa en sus rostros, como si aun creyesen que todo era una broma.

—¿O sea que más bien mamá lo sabía? —lo cuestionó Minori, abriendo los ojos en grande.

—Pues, no fue a propósito que se enteró —fue lo único que respondió.

—¡Yo sabía que esas miraditas que se echaron en el baile no eran de enemigos! ¡Lo sabía! —Misumi exclamó—. Aun así, me molesta que no me hayas dicho. Pensé que había una buena relación.

—¡Ya, cállense ambas! —gritó Sumi, frunciendo el ceño y dedicándoles miradas de enojo a sus hijas—. Lo que importa aquí es que las personas van a comenzar a enterarse de eso y a hacer rumores sin tener confirmación o gran sustento. No sé cómo se enteraron, pero es una enorme vergüenza. ¿Te das cuenta de que es, literalmente, la persona menos apropiada con quien estar? Y ni hablar de que eres maricón.

Ryo rodó los ojos. Si su madre siempre era un fastidio, había momentos en que se excedía.

—Mamá, ¿Qué te pasa? —reclamó Misumi, frunciendo los labios—. Al menos trata con respeto a tu hijo.

—Yo haré lo que se me dé en gana, ¿me oíste? Pensé, te di la confianza de que todo esto lo ibas a terminar pronto, pero ahora todos saben y todo está hecho una mierda. Dios mío... ¿Qué voy a hacer? — puso las manos y estiró sus cabellos, ojos abiertos como si fueran a salir de sus cuencas. Ryo estaba, si podía explicarlo de esa manera, jodidamente harto—. Mi primogénito es un desastre.

Incluso ambas de las adolescentes parecían comenzar a enojarse con su progenitora. Era más que obvio que no conocían para nada esa faceta de la mujer. Aunque la diferencia de edades entre ellas y el mayor fuera muy poca, si que había existido una diferencia de trato y exigencia muy obvia.

—Mamá, ¿puedes callarte? —se levantó, pronunciándose alto frente a la japonesa—. ¡No es mi culpa que mi bisabuelo haya matado al suyo! ¿Sabes? ¿No es mi culpa de que tu familia y la de mi papá sean todos mafiosos de mierda y crean que la mejor opción para solucionar problemas es tirar cuerpos muertos a acantilados! ¡Yo no hice nada, mierda! Si no querías que algo así pasase, ¡no nos hubieras puesto en la misma puta escuela!

—¡O sea que tú eres la blanca paloma de todo este problema! ¡Ay, tu no hiciste nada! ¡Eres tan inocente, dulce y simple, mi amor! Que lindo hijo he criado —hizo mímica con las manos, mirando hacia arriba con dramatismo.

—¿Verdad? Criaste a un hijo que no puede contarte nada porque te pones como una maldita loca, ¡y perdón por levantarte la voz, pero estoy harto de ti! A veces... ¡a veces quisiera que mis intentos hubieran funcionado, así no estaría viendo tu cara! ¡Es mi culpa, es mi culpa! Es mi culpa que no me quieras, y solo me veas como lo que debo ser y no lo que soy.

En ese punto de la conversación, los cúmulos de lágrimas estaban ya colocados perfectamente en sus ojos, amenazando con salir y convertir toda la situación en algo peor. El nudo en su garganta formado unos minutos atrás provocaba que su voz se quebrase por segundos. Se frotó rápidamente el rostro, desapareciendo las lágrimas y recomponiéndose al instante.

Se sentía avergonzado por mostrarse así, tan poco capaz de controlar lo que sentía. Ryo sentía que estaba perdiendo el control con demasiada frecuencia en los últimos días, y estaba molesto consigo mismo por llegar a su punto de quiebre frente a quien menos quería.

—Ryo, ¿es mi problema que no puedas cumplir nada de lo que te pido? Cuando quería que fueras el mejor de la clase terminaste tratando de matarte porque no pudiste con la carga, y ahora no puedes con la carga de esto, ¡es tu destino, es tu responsabilidad! ¡Si no querías enfrentarlo, te hubieras encargado de morir en serio!

Si Ryo creía que ya tenían una mala relación, ese había sido el punto de no retorno. La miró, atónito ante sus declaraciones y no hubo fuerza en el planeta tierra que detuviese las lágrimas de derramarse como cascadas sobre sus mejillas. Sus hermanas los miraban atónitos, como si no pudiesen entender de donde provenía todo este desprecio mutuo.

Tampoco era que él lo comprendiese.

Limpió el agua de sus mejillas con rapidez, arrugando la nariz. Compartieron miradas.

—A ver, ¡ya! —Minori se levantó, tomando el brazo de su madre y alejándola lo más posible del chico—. Mamá... por favor.

—Yo... —Sumi se quedó en silencio. Sus castaños ojos se teñían de rojo ante la suave luz del ventanal, que coloreaba de azul el llanto de rostro—. No. No puedes seguir con él. No quiero ni que lo veas a los ojos. Si me entero, no voy a conocer límites. No sabes de lo que soy capaz.

La mujer se dio vuelta, dejando a los tres en un pesado ambiente que ella misma había causado. El pelinegro suspiró, dejándose caer en el sillón y sintiendo las lágrimas secarse lentamente conforme pasaban los segundos. Parpadeó un par de veces, pasando su mano por sus ojos y limpiándolos lentamente.

—No me miren así, par de tontas —dijo, en un tono ligero. Ambas rieron, sintiéndose más aliviadas, probablemente—. Sé que tienen sus dudas.

—Muchas, de hecho —habló Misumi. La observó sentarse en el sillón de una plaza a su lado—. Pero creo que no es momento, hermanito.

—Tampoco tengo mucho que hacer.

—Las gemelas estamos ideando un plan ahora —Minori dijo, en tono cómplice—. Ya sabes que tenemos telepatía.

—¿Qué? Ahora sí la tengo que obedecer si no quiero quedarme sin casa —muy en el fondo, sentía que estaba olvidándose de sus verdaderas obligaciones y necesitaba enfriar sus prioridades. Aún si lo que más quería era estar con Jean, tenía que seguir su sentido de deber.

—En eso tienes razón.

—¿Entonces?

—¿Te das cuenta de que no pueden terminar por mensaje, no? Además, probablemente ninguno de los dos quiera que eso sea así.

—Pero va a doler más si lo veo en persona —respondió. Se sorprendió a si mismo porque sus impulsos autodestructivos no lo azotaban aun, y suponía que era simplemente por lo rápido que todo había sucedido.

—Si, pero si no lo ves hoy, ¿Cuándo será el ultimo día que lo vas a besar? Ryo, ¡no hay navidad, año nuevo, san Valentín ni cumpleaños para ustedes! Si te estabas acostumbrando a verlo, tienes que volver a estar sin él en tu vida.

Entornó los ojos. Su vista seguía fija en el techo, pero su cerebro comenzaba a procesar todo, aunque de manera lenta.

Sus ojos se llenaron de lagrimas en cosa de segundos. No quería dimensionar lo que era no estar con el por mucho tiempo, era como si se quedase sin agua de un momento a otro, como si le dieran un golpe en el pecho tan fuerte que le quitase la respiración.

Misumi parecía escribirse con alguien en el teléfono, a juzgar por el ruido que hacían las teclas.

—Hablando honestamente, podía vernos casados, pero nunca pude vernos festejando san Valentín juntos —soltó, con voz ahogada—. Todo el tiempo supe que, quizá, era cuestión de tiempo. Ahora no veo nada.

—Bien —su hermana menor se dirigió a el—. El chofer que no es Thomas vendrá por ti en cuarenta minutos y mañana a las seis irá por ti, antes de que se despierte mamá y a tiempo para que puedas regresar. ¿Acaso no tienes que guardar descanso, ya sabes?

—No me pasó nada grave. Pero si, mañana no voy a la escuela.

—Perfecto —sonrió la chica—. Entonces, nos vemos aquí en un tiempo para que te ayudemos a salir. Pero tienes que pedirle tú al rubio que él salga de la casa de sus papás igual.

El timbre sonó dos veces antes de que una voz masculina hiciese presencia del otro lado de la línea.

—¿Hola? ¿Ryo? ¿Todo bien? ¿Escuchaste las noticias? —se escuchaba afectado, quizá algo lloroso.

—Si a todo lo que me dijiste —rio suavemente—. ¿Podemos vernos?

—Claro que sí, amor mío —el apodo del chico causó miles de emociones dentro de su pecho, pero, sobre todo, tristeza—. Salgo ahora mismo de la casa de mis padres, ¿te parece si nos vemos en mi casita?

—Claro que sí. Adiós, te quiero.

—Yo más, bonito.

(...)

Sus hermanas se tomaban las cosas muy en serio. Las dos se encontraban frente a la puerta de la casa, vestidas en pijama, pero sin una sola gota de sueño en sus rostros.

—Ryo, sigo molesta porque me dejabas hablar de mi enamoramiento por Jean como una tonta —frunció el ceño la menor, cruzándose de brazos—. Ahora vete, ya, ya.

Le palmearon la espalda un par de veces, empujándolo entre susurros.

—Estaremos pendientes, así que ve con cuidado, ¿sí? —le dijo Minori, pellizcándole el brazo mientras cerraban la puerta—. Te veo.

Salió de la residencia en camino a subirse al auto que ya lo esperaba. Saludó al conductor, que no era el mismo que lo había salvado de su fatídica muerte dos días atrás. Se sentía todo como una racha, como si estuviese pagando algún tipo de deuda karmica, porque no podía procesar como nada salía bien últimamente. Tenía la cara lastimada por los vidrios del jarrón, la cadera adolorida por su caída en Londres y la espalda completamente jodida por el accidente, y ni hablar de su sentir.

Conforme se acercaban a esa pequeña calle y la mujer que daba las indicaciones en el tablero del auto se volvía más específica, el nudo en su garganta se afianzaba. Agradeció antes de salir del automóvil, sintiéndose culpable por hacer trabajar al hombre hasta tan tarde.

Quería creer que se trataba de esa casa. Algunas flores se encontraban sembradas en la parte de afuera, iluminadas suavemente por la luz, cálida y suave, proveniente de una lampara arriba de la puerta. El viento soplaba fuertemente contra sus mejillas, causándole escalofríos.

Se mantuvo de pie por cierto tiempo, contemplando la vivienda que se encontraba frente a él a pesar de estar congelándose. La calle ya se encontraba vacía y oscura a esa hora, por lo que asumía que podía verse raro, incluso peligroso.

Era una casa bonita, quizá no del estilo de Ryo, pero se sentía tan propia de Corsair que era acogedora solo de verla.

—¿Qué haces? —una suave voz lo llamó desde arriba. Ryo alzó el rostro, encontrándose a un rubio apoyado en una ventana del segundo piso; la luna le iluminaba una parte de los cabellos de blanco, mientras que la propia luz de su casa los pintaba de amarillo. Sus miradas se encontraron, manteniéndose así por segundos, aunque la de Jean se oscureciese por su posición—. ¿Por qué no me has dicho que ya llegaste?

El chico llevaba puesto un suéter ligero y los cabellos, que solían estar acomodados, estaban despeinados.

—No sabía si esta si era la ubicación —respondió. Un hilo de humo salió de su boca.

—Dame un segundo, estoy seguro de que te estás muriendo de frío —el chico se fue, y pasaron algunos segundos antes de que la puerta a unos metros del fuese abierta. Apareció frente a él Corsair, vestido aún con su ropa de calle.

—Me gustan tus rosas, ¿tú las plantaste? —preguntó Ryo, acercándose más a la entrada y dando un último vistazo a las plantas.

—Si, estoy intentando la jardinería —rio—. Dime que flores te gustan.

El chico le retiró el abrigo y la bufanda, colocándolos en un perchero a su lado.

—Nunca me he preguntado eso, realmente. Pero, si tuviera que escoger... tulipanes, tulipanes blancos —se encogió de hombros, siendo estrechados por un par de fuertes brazos. La puerta se cerró detrás de ellos, y fue solo hasta ahí donde sus músculos se relajaron. Su mente dejó de sobre procesar todo lo pasado.

—Plantaré algunos para ti —le dijo al oído. Uchinaga suspiró gustoso, aspirando el olor a colonia de Corsair. Una sonrisa se plantó en su rostro, aunque solo por unos segundos.

Alzó la vista, encontrándose con los llorosos ojos de su novio y colocó ambas de sus manos alrededor de sus mejillas, desapareciendo la distancia entre ellos. Sus labios se movieron en un suave compás. Los latidos de su corazón no dejaban de gritar el nombre del chico, que afianzaba su agarre en sus caderas y lo apegaba a su propio cuerpo con necesidad, como si el tiempo se les escapase de las manos.

Se permitió saborear a profundidad la boca ajena, apenas obteniendo lo que quería. Sentía que no podía conseguir lo suficiente como para estar satisfecho, sentía que podía fundirse en su piel y aun así no lo sería.

El chico mantenía las luces de su casa muy bajitas, por lo que no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que sus lagrimas mojaron sus propias mejillas. Ryo no pudo evitar reír suavemente, sintiéndose cruel al hacerlo, pero no era su intención.

—¿De qué te ríes, tonto? —lo cuestionó, separándose de sus labios después de algunos segundos de devoración mutua. El pelinegro rozó sus narices, aun aplastando al chico con sus manos.

—De que eres la cosa más bonita que hay en este mundo, ¿sí? Tienes que dejar de dejar que las personas te aplasten cuando quieran, eres muy amable para todas las personas que te rodean y mereces mucho, mucho. Tienes que escucharme.

—Deja de decir eso, Ryo. Suena como si nos estuviéramos despidiendo.

Guardó silencio. No se dio cuenta de lo que estaba diciendo, pero Jean tenía razón. Tragó saliva, desviando la mirada del par de ojos verde que sentía sobre los suyos.

—Perdón, pero tengo que sacar cosas que pienso y que quiero que sepas, bonito —suspiró. Ahora si sentía que quería llorar de igual manera—. ¿Qué te dijeron tus papás?

—Pues, en resumen, que su mayor problema actualmente no soy yo —una pequeña risa salió de la boca del chico, que aun lo tenía estrechado—. Me prohibieron verme con mis amigos, y me dijeron que no debería estar contigo.

—¿O sea... te lo prohibieron?

—No, no me prohibieron estar contigo, pero obviamente que les causó conflicto y me dijeron que no tenía que estar contigo de ninguna forma, pero que no es que hayan intentado matarme, ¿sabes? —respondió—. No tengo que explicar mucho.

—¿Qué pasó con tus amigos?

—Resulta que los papás de Leo fueron los que mandaron mercenarios por los tuyos y los míos, y estuvieron tratando de quitarle la empresa. Los papás de Kai estuvieron involucrados también, y puede que también hayan tenido que ver con lo tuyo, lo de hace dos días.

—Se lo tomaron muy personal, entonces —el chico lo tomó de la mano, guiándolo hacia las escaleras y de ahí a una habitación. Era idéntica en decoración a la que había en la residencia Corsair, por lo que solo resentía el cambio de paredes y suelo—. ¿Cómo se enteraron de lo nuestro? Es lo que me tiene mucha duda, ¿fueron tus amigos los que te delataron?

Ryo tomó asiento en el sillón del chico, observándolo quitarse el suéter, la playera y poniéndose la de su pijama ante su atenta mirada. Jean le sonrió desde su lugar, acercándose e inclinándose, para dejar un beso en su mejilla.

—No sé, es lo que me temo —hizo una mueca—. Ruego, ruego porque haya sido algún error y no que Kai y Yian estuvieron traicionándome todo este tiempo —se sentó a su lado y lo abrazó contra su pecho—. Me siento... agh. ¿Cómo estás tu?

—Me duele todo últimamente —se sinceró—. No solo es que un coche se estrelló contra mi y sobreviví, pero toda esta carga me está acabando como persona, y ahora que mi madre se enteró de que todo mundo se enteró... Ella sí me mató. Te juro que me aterra, me da tanto miedo de lo que sea capaz, incluso de correrme de la casa y desheredarme por el resto de mi vida —dejó salir una risa amarga—. Estoy harto de ella, pero no tiene solución. Incluso mis hermanas se dieron cuenta de cómo es realmente.

—No diré nada en contra de mi suegra, amor. Pero, a pesar de todo, estoy feliz de que no te haya pasado nada grave —su mano hizo algunas caricias sobre la mandíbula del japonés—. Estaba tan, tan preocupado que me dio un ataque, tonto Ryo.

—Ya, ya estoy bien. Te quiero, te quiero mucho. No quiero seguir haciendo que te preocupes, lo juro, pero es inevitable. Comienzo por creer que me sigue algún tipo de desgracia, quizá tenga que ver con toda mi familia siendo asesinos, ¿no crees?

—Igual la mía, y puede que tengas razón —dejó salir una pequeña carcajada—. De cualquier manera, yo te quiero más. No quiero ser cursi, pero te juro que estoy perdido por ti.

—Fallaste, si que fuiste cursi —bostezó—. Ya déjame acostarme en tu cama.

—Vamos —el chico se levantó, inclinándose y cargándolo en brazos—. Soy muy fuerte, ¿no es así?

Lo aventó entonces hacia la cama, haciéndolo rebotar algunas veces.

—Me sorprendes.

—Pero no llevas puesta pijama aún. Deja te busco una rápido —se movió de un lado a otro, sacando prenda tras prenda hasta que pareció encontrar un par, sosteniendo unos pantalones y una camiseta grises—. Listo.

Una vez estuvo cambiado, supo que era el momento de acurrucarse. Las prendas olían a lavanda con toques suaves, cosa que le causaba una sensación extraña en el estómago. Se acomodó del lado derecho, poniéndose de lado y disfrutando de la vista del chico bajo las luces verdes, que igualmente lo observaba en silencio; llevaba puesto el collar de regalo a pesar de ya no llevar ropa de calle.

Lo alcanzó con su mano, jugueteando ligeramente con este y acercándose a los labios de Jean, que pareció sorprenderse, pero se dejó llevar en cosa de segundos. La mano del chico se colocó en la parte baja de su espalda, y emitió un ruido de gusto. Sus lenguas hicieron choque, estrellándose la una con la otra en un suave vaivén.

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que el chico lo separó de su cuerpo, mirándolo con espanto desde su posición, debajo de él.

—¿Qué pasa? —su mirada se suavizó, mas fue acallado por los labios de Ryo una vez.

No quería dar explicaciones, y mucho menos quería rememorar todo lo que lo hacía sentirse tan insatisfecho.

—Quiero ser tuyo, por siempre —susurró cuando la respiración de su cuerpo no se prestó mas para seguir ignorando sus problemas. Era vergonzoso decir ese tipo de cosas, pero no eran menos que una verdad, que se sembraba en su pecho como una molesta rosa.

—Lo eres, y yo soy tuyo —el tono con el que Corsair le hablaba no le causaba otra cosa que una profunda desolación, como si una parte de su cuerpo se tuviese que desprender de el de un momento a otro.

El silencio que los envolvía se sentía pesado como pocas veces, enterrándose en sus pieles y perforando sus venas. Ryo se sentía avergonzado, entre muchas otras emociones con las que no sentía que podría cargar por otro segundo.

Un sollozo silencioso se escapó de su boca, provocando que tapase sus ojos con su antebrazo. Sabía que el rubio estaba pensando exactamente en la misma solución para este problema, que había escalado a alturas repentinas pero inesperadas. La respiración ajena, la iluminación y las capas de sábanas que los cubrían eran todas cálidas, pero nada ni nadie le quitaba el sentimiento de frío del corazón.

—¿Qué haremos ahora? ¿eh? —preguntó. Justamente era un tema que no quería, pero debía tocar.

—No te hagas el tonto, Ryo —lo miró con una media sonrisa—. No me quieras hacer que diga que terminemos.

Si pensarlo era horrible y devastador, escucharlo era mil veces peor. Jean suspiró, poniéndose boca arriba y mirando el techo con un rostro neutral.

—Ya lo hiciste.

—Si, pero es una idea que suena como un chiste, ¿sabes? Llevamos poco más de un mes de relación y ya tiene que ser el final.

—No es como que hubiéramos tenido tanto futuro en algún punto, igual —dijo. No quiso sonar así, en ningún momento, pero lo hizo. El rostro de Jean se desfiguró en una mueca, una especie de mezcla de enojo y tristeza, un puchero formándose en sus labios—. Yo... no... perdón. Por favor, escúchame —estiró su mano para tratar de acariciar su mejilla, siendo rechazado de forma instantánea—. Me refiero a que, al hacer esto, teníamos que saber las consecuencias y posibles escenarios futuros. Yo te quiero, te quiero tanto que soy capaz de decirles que me importa un carajo todo si tú me lo pidieras. Pero, mierda...

—Yo nunca te pediría eso, bonito. Entiendo lo que quieres decir, pero... carajo, me odio por pensar que esto tendría solución en algún punto —habló con voz temblorosa el británico—. Soy muy idealista, y tu tan realista, cielo.

Ryo cerró los ojos, sintiendo las lagrimas seguir bajando por sus mejillas. Su nariz ya estaba acuosa en ese punto, por lo que los ruidos de sorber eran una de las cosas que se escuchaban en ese momento.

—Lo sé, y por eso pienso que eres único en tu clase. Pienso que ni yo mismo te merezco en momentos, y no quisiera que nadie te haga daño —dijo, limpiándose el rostro con la mano y procediendo a acercarse al chico hasta que no hubo espacio entre ambos. Los dos resultaban ser bastante largos, por lo que en momentos no terminaban de acomodarse físicamente—.  Te quiero, te quiero, te quiero, ¿me oíste?

—Yo te quiero muchísimo más, tonto.

—Ya, vamos a dormir —se acercó una vez mas a dejar un beso en sus labios, pero no fue algo rápido. El chico lo atrapó en un contacto lento, con la intención de terminar de saborear cada milímetro de su boca que le hiciese falta. Su playera fue levantada por un par de manos traviesas, que acariciaron desde sus costillas hasta la banda de su pantalón, causándole escalofríos mientras sus labios no veían libertad aún.

El mismo se encargó de quitarle la parte de arriba del pijama al rubio, separándose por algunos segundos y dejando besos en su cuello, que duraban tanto como el lo decidía. El más alto dejó salir algunos ruidos gustosos, sosteniendo y jugando con su cabello. Repasó con su boca sus clavículas, su pecho y hasta su estómago, riendo ligeramente ante los suaves ruidos que emitía su, no por mucho tiempo más, novio.

Si lo pensaba, la trama de ser exes podía ser igualmente divertida en algún punto. Podrían fingir que se odiaban y eso afianzaría el papel de que se odiaban y se deseaban la muerte al abrir los ojos en la mañana, y no que estaba dejando marcas en todo el cuerpo en ese mismo momento.

—No sabía que tenías pecas acá también. Que bonito —Jean rio ruidosamente, la vibración de su cuerpo sintiéndose por el contacto entre ambos.

—Detente, tonto —colocó sus manos bajo sus brazos, levantándolo y acercándolo a su rostro de nuevo—. Ya, ven.

Lo hizo, recostándose en su pecho y cerrando los ojos. Corsair dejó algunos besos en su frente, antes de regresar su cabeza a la almohada; podía sentir su pecho subir y bajar con el compás de su respiración. Su mente divagó por algunos minutos, pero el calor del chico ajeno terminó arrullándolo hacia los brazos de Morfeo.

(...)

El llegar de la mañana fue frio, casi destructor hacia su cuerpo. Su alarma se disparó a la hora que se tenía planeada, rompiendo su perfecta ensoñación como si le hubiesen vaciado un balde de agua fría encima. Se removió en su lugar.

Ambos de los largos brazos del rubio se encontraban enredados por todo su cuerpo, manteniéndolo en una especie de cárcel de la que veía difícil escapar sin despertarlo. Una parte de él quería mandar todo al carajo y quedarse ahí, acurrucado con el dueño de su corazón.

Y se odiaba por ser tan prudente.

Escapó con cuidado del agarre ajeno, despertándolo de manera inevitable. Su novio se encontraba boca abajo, su amplia espalda siendo la única vista que brindaba en ese momento.

—¿Ya... te vas? —murmuró con voz pastosa, volteando su cuerpo y abriendo sus ojos con dificultad. Ryo se encontraba ya cambiando sus prendas cuando lo escuchó.

—Ya me voy, no tardará en llegar el chofer, y no quiero hacerlo esperar —se acomodó a su lado para ponerse los Nikes—. Cuando vivamos juntos, no vamos a dejar que la gente entre con zapatos a nuestra casa, ¿me oíste?

Una parte de él deseaba que se hiciese tan real que lo decía como un hecho.

—¿Sí? —a juzgar por la forma en que hablaba, seguía muy adormilado—. Lo que tú digas, cielo.

Se inclinó una vez más para acunar sus mejillas, plantándole el beso más absorbente que pudiese crear. El chico colocó su mano en su nuca y jaló sus cabellos, mordiéndole el labio con más brusquedad de la que esperaba. Ryo brincó, separándose y tocando su boca con su mano. Una línea de sangre hizo contraste con su blanca piel.

—Tonto —volvió a inclinarse, esta vez en un contacto más suave. Se separó para dejar numerosos besos en todo el rostro del chico. Su teléfono vibró en su bolsillo, lo que le dejó en claro que ya era el momento—. Ya me voy, sigue durmiendo. Te quiero.

—Adiós, Ryo.

y buenooo, siendo honesta no me gustó como quedó este capítulo. espero que les haya gustado y no q se hayan puesto tristes leyendo esto, pero hasta a mi se me hizo arrugadito el corazón <3

los quiero mucho, agradezco su paciencia por mis actualizaciones lentas y mala escritura, pero siento que soy muy literal para escribir y los sentimientos no son lo mío, pero hago mi intento

de cualquier forma, sentí que esta despedida fue muy propia de ellos porque son muy ellos, jaja

los amo

-boo

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