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3. Oídos sordos

Era muy temprano para tener las manos sudorosas, pero ahí estaban. Sus amigos, por su parte, estaban quietos en su lugar, sin querer moverse ni un centímetro.

Entonces, Norbert se movió y caminó directamente hacia la mesa.

—¡Chicos! —saludó efusivamente, acomodando ambas de sus manos en los hombros de Leo y Yian—. Me da gusto verlos a todos.

—Hola señor Corsair, ¿Cómo está? —preguntó la chica del grupo, sonriendo un poco.

El hombre rebuscó algo en sus bolsillos mientras intercambiaba palabras con los amigos de su hijo, e hijos de sus socios comerciales.

—Vine a comprarme algo ligero, que después tengo que volver a la oficina —dijo el hombre, que acababa de sacar su reluciente black card—. Voy al mostrador.

—Si padre, en un rato te alcanzo —respondió su hijo, con una sonrisa que aún denotaba nerviosismo. El mayor se alejó de ellos, y cuatro pares de ojos lo siguieron cuidadosamente hasta el lugar.

Norbert Corsair simplemente no parecía haber notado las presencias de las demás personas en el lugar, pero Jean se había percatado de que algunas personas de las mesas contiguas, en efecto, lo habían reconocido.

Y era imposible que no lo hicieran, pues la cantidad de trabajadores de la empresa que frecuentaban el lugar lo convertía básicamente en una extensión no oficial de la compañía.

El hombre pagó la ensalada griega empaquetada y volvió a la mesa a despedirse de los más jóvenes, procediendo a abrir la puerta con total elegancia y retirarse del lugar.

—¿En serio no los vio? —cuestionó Leo, observando la espalda del mayor alejarse entre la multitud de las calles—, ¿o simplemente se hizo el disimulado?

—Pues no encuentro la razón por la que lo haría, a menos que quiera evitar problemas—puso una mano en su mentón Yian—. De todas formas, nosotros ya nos salvamos.

—¿Ya pagamos? —interrumpió la charla Kai, todos los demás asintieron—. Dejen pido la cuenta.

—Chicos, voy al baño —habló Leo, levantándose y hurgando entre sus bolsillos. Les dejó un par de billetes en la mesa—. Para evitarnos el rollo de las tarjetas, ahora vuelvo.

Eso obligó a todos los demás a buscar billetes en sus bolsas y bolsillos, de mala gana. Jean sacó un billete de cincuenta de su cartera, suponiendo que sería suficiente.

El mesero, que Jean había notado, parecía estar interesado en su amiga por la manera tan atenta en la que los había tratado por toda la mañana, se acercó y finalmente hizo el cobro, no sin antes entretenerse a charlar con la azabache.

Mientras tanto, revisó su teléfono en espera del muchacho, y se quedó algo ensimismado de las diferentes publicaciones en su timeline de Instagram.

—Cómo que ya se está tardando mucho, ¿no? —habló Lishi, rompiendo su burbuja, mientras revisaba su teléfono—. Tiene como diez minutos que se fue.

—Voy a ver qué pasa —se levantó Corsair—, puede que le haya dado una hiper diarrea explosiva y esté solito ahí el pobre. Al menos le daré apoyo moral.

Yian simplemente se rio, y dejó que el más alto fuera en busca del chico.

El chico abrió la puerta del baño de varones, vislumbrando la iluminada sala y notando al instante otra presencia en el lugar. Recargado en el espejo, había otro chico, de cabellos negros y ojos rasgados color chocolate. El muchacho llevaba puesto un pantalón de vestir negro y un suéter de lana azul.

Se quedaron mirando por varios segundos con muecas.

—¿Qué haces ahí? —le preguntó, mirándolo con una inevitable irritación.

—Hay alguien vomitando en el baño —señaló el chico, arrugando la nariz. El rubio miró el cubículo y se agachó con rapidez.

—Leo, bro, ¿eres tú? —cuestionó, confirmándolo sin necesidad de palabras al ver la suela de sus Vans blancas. A la pregunta le siguió algo como una afirmación y el sonido de líquido ser expulsado—. Tranquilo, sácalo todo —se levantó y volvió a ver al muchacho delgado con fastidio—. ¿Por qué no te metes al baño?

—¿Qué te importa? —obtuvo como respuesta.

Rodó los ojos, dándole la espalda con fastidio.

—Eres un insoportable —farfulló, frunciendo el ceño—. Si no quieres entrar porque te da asco, ¿Por qué no te vas?

—Dile a tu amigo que deje de vomitar.

Se levantó y se acercó con rapidez al menor, mirándolo desde arriba con enojo. Ryo lo miró con aburrimiento.

—¿Puedes dejarlo vomitar en paz, por el amor de Dios? —no era una persona violenta, pero sin duda lo sacaba de sus casillas la presencia contraria—. De verdad, estás de más aquí.

Un par de manos tomaron su saco y lo quitaron con violencia, seguido de un fuerte empujón que lo dejó trastabillando. Uchinaga acomodaba sus prendas con simpleza.

—No te me acerques, por favor —escupió el menor, finalmente dignándose a abrir la puerta del baño—. Cualquier persona puede llegar y de esa te no te salvas —dijo—. Además, me da asco estar en el baño cuando a la persona de al lado casi se le salen los intestinos.

—¿Y eso es culpa de él? ¿O a ti nunca te ha dado indigestión?

—Pues, no —se encogió de hombros. Jean lo miro con recelo—. Tu y tus amigos me dan asco.

Cuando dijo eso, la puerta en la que se encontraba recargada se abrió, haciendo que el chico estuviera a punto de perder el equilibrio por segunda vez y ante los ojos de la misma persona.

—¡Tu, imbecil...! —exclamó, pero el japonés ya se estaba yendo. Quería soltarle un puñetazo con todas sus fuerzas.

Leonald acababa de salir de su cubículo, con los ojos algo llorosos y un rostro más pálido que la luna.

—Creo que ayer comí demasiado —pronunció.

Mientras tanto, un agitado Yian entraba al baño, encontrándose con la escena y poniendo una cara de confusión al instante.

(...)

El fin de semana pasó sin ningún inconveniente más, Jean estuvo todo el domingo frente a su computadora supervisando las estadísticas y en general el rendimiento de su tienda. Llevaba ya más de un año creando ropa y vendiéndola en internet, y le estaba yendo relativamente bien.

Sin embargo, aún no encontraba su enfoque. Su marca.

El grupo de amigos no había dejado de molestar a Leo con su vomito explosivo del día anterior todavía; aparentemente el muchacho había comprado kebab en un puesto en la calle que no conocía, y le había gustado tanto que había comido a reventar. Y claro que Kai y Yian no lo habían dejado en paz igualmente con que habían entrado al baño y el y Ryo Uchinaga parecían un par de perros rabiosos.

Al lunes siguiente, el clima parecía estar bastante intranquilo: las nubes grises se arremolinaban en el cielo y todos podían adivinar que probablemente iba a llover bastante fuerte.

Ese mes en particular estaba lleno de días lluviosos.

Jean bajó del auto y tras cerrar la puerta, una motocicleta se aparcó a unos metros del lugar donde se encontraba. Reconoció a dos de sus amigos en esta. Kai iba detrás abrazada del chico de adelante, Yian.

—Jean, buenos días —saludó la muchacha, sacando el casco de su cabeza y dejando sus rulos caer libremente por su rostro, para darle un corto abrazo—, ¿trajiste paraguas?

—Hoy si fui inteligente así que si traje —sonrió a la chica, chocando el puño con su otro amigo. Este dio unas palmadas en su espalda, procediendo a palmear su trasero—. Acosador de mierda.

El menor carcajeó con su clásica voz de fuckboy y movió su cabeza, haciendo que su lacio cabello rebotara con gracia mientras se adelantaba. Jean no hablaba en serio, estaba más que acostumbrado a la personalidad de su amigo.

—Por suerte hoy si pudiste ser inteligente —dijo este en respuesta, cambiando el tema—. ¿Y Leo?

—No lo sé, ni siquiera dijo si iba a venir hoy o no —hizo un puchero Corsair—. Quizá ya está adentro.

—Pasen ustedes, yo me quedo esperando a mi príncipe azul —dijo el chino, recargándose en una de las paredes de la entrada.

—Nos avisas cualquier cosa —comentó Kai, poniendo su mochila en su hombro—. Bueno, a mi porque Jean nunca contesta ni los mensajes ni las llamadas, no sé cómo se hace llamar emprendedor.

El aludido dejó soltar un gruñido y un par de maldiciones en voz baja, procediendo a seguir a Mitchell y a hacer señas con su mano a su amigo para volver a dar la espalda.

Una vez estuvieron en el aula, sentados al fondo y comiendo algunas cosas que habían comprado en el camino, la chica le habló, volviendo a su usual seriedad.

—Mañana tienes que reunirte con tu equipo de Historia, ¿no? —su mirada se notaba insegura mientras mordía una barra de hojaldre con fresa.

—Tienes razón —contestó, sintiéndose intimidado.

—No termino de entender por qué no quisiste cambiar de equipo —soltó. Jean volteó a verla y notó que se veía igual que siempre, pero su tono era de regaño—. Tu padre se va a enojar si se entera.

—No voy a dejar que sepa que nos estaremos reuniendo —respondió—. Hasta que acabemos el trabajo no voy a dejar que se entere, y nadie de la clase va a decir nada, estoy seguro. No es territorio en el que se quieran meter.

Conforme se acercaba la hora de clase, más y más personas llegaban al aula, y su tono de voz disminuía.

—No es bueno esconderles cosas importantes a nuestros papás —refutó la chica, mientras hacía bolita su envoltura y se levantaba a tirarla. Volvió segundos después—. Cuando se entere ahí si va a haber un problema, y tu relación con él se puede fracturar.

—Kai, entiendo que te preocupes por mí, pero...

—Ya no voy a cuestionar tus decisiones, Jean —lo interrumpió finalmente—. Es la última vez que me refiero a eso en sí, ¿te parece? Soy tu amiga y te apoyo, pero no puedo quedarme callada cuando veo algo que no me agrada.

Se quedó en silencio, mientras jugaba con sus manos y tragó saliva.

—Gracias, Mitchell.

—Idiota, no me hables por mi apellido —lo miró mal y sacó su pequeño espejo.

Mientras la mujer a su lado hacía algo con su cara y cabello, se dedicó a observar la clase. Ya estaban casi todos los alumnos y la profesora no tardaría en llegar.

Cosa que se hizo real, pues segundos después la docente entró al aula, siendo recibida con el mismo monótono saludo de siempre y procediendo a dictar la lección de siempre.

Se oyeron un par de pasos apresurados por el pasillo y un fuerte sonido.

La profesora Valle se levantó de su lugar y fue a abrir la puerta. Yian se encontraba del otro lado de esta y a juzgar por su cara, acababa de resbalarse en el suelo.

—Señor Lishi, ¿está usted bien?

—Si profesora, gracias por preocuparse —contestó el chico con una sonrisa incomoda—. Se me hacía tarde y venia corriendo.

Las risas no se hicieron esperar en el salón. Valle los acalló.

—No se preocupe, pase por favor y trate de secarse.

Y en efecto, parecía que la lluvia lo había alcanzado, pues el más pequeño del grupo de amigos tenía gotas de agua en el lacio y largo cabello y había zonas de su camisa que parecían húmedas.

No podía negar que se veía un poco muy gracioso.

Mientras lo veía acercarse, trató de aguantar la risa y terminó poniendo la cara sobre su mochila, mientras las carcajadas brotaban de su boca. Sintió un golpe en la nuca y alzó la vista, enojado.

Su amigo no se veía para nada feliz con él.

—No voy a comentar nada al respecto —fue lo que único que comentó Mitchell, mientras trataba de sacudir el cabello del pelinegro—. Tengo que hacer el ridículo yo esta semana para completar el set.

—Tonta mujer —la miró mal—. Tampoco digo nada porque al menos no te estás riendo como ese idiota —señaló al mayor de todos—. Leo nunca llegó y tampoco vi que llegara su papá o su mama, así que solo queda esperar a que se comunique.

—Quizá si está enfermo ahora —escribió el título del tema del día, volviendo a pensar en su amigo—. Espero que esté bien.

—Si se comunica con nosotros temprano, hay que visitarlo.

Asintieron.

(...)

Para Ryo fue irritante escuchar las risas de sus amigos durante tres minutos enteros, que todavía no parecían superar lo que había pasado en la mañana. Se cuestionaba sus amistades en momentos como esos.

De por si la gente pensaba que era aburrido, ahora parecía el doble al ver que no se reía. Sus dos amigos parecían un par de hienas.

Pero hacían cuatro horas que había pasado la caída, y a Allan y Roy les seguía causando gracia.

Quería darles un zape, incluso si no la agresividad física no era lo suyo.

En el camino a la cafetería, se cruzó con un particular chico de cabellos negros, que llevaba puesto el uniforme del equipo de fútbol escolar. Este estaba constituido por una playera color vino y blanco, shorts largos y los clásicos tacos.

No sabía la razón, pero le resultaba particularmente familiar. Se quedó escudriñándolo con los ojos durante mas segundos de los que debería.

—¿Qué haces, Ryosito? —preguntó Allan, abrazándolo. A este se le unió Roy, provocando que Uchinaga hiciera una mueca.

—Basta —se removió, haciendo que solo ellos dos se quedaran abrazados—. Nos vemos raros aquí.

Fue ahí donde su excelente memoria funcionó. El chico sintió su mirada después de unos segundos y volteó a verlo, haciendo contacto visual durante un par de segundos.

El rostro del otro se tiñó de rojo, lo que lo descolocó totalmente. No pudo evitar fruncir ligeramente el ceño, causando que el contrario se exaltara y siguiera su camino.

—Ese chico que acaba de cruzar es el que me dio el pañuelo y el hielo —se colocó en la fila de la cafetería, detrás de sus dos amigos. Cual niña de El Exorcista, ambos voltearon sus cabezas hacia él—. No me miren así, por favor.

—¿¡Pero que me estás diciendo?! —exclamó Roy—. No quiero hacer ningún escándalo, mi querido enanito, pero tenemos que excavar mas en el tema en un rato.

—¿A quien le dices enano, cabrón? —avanzó un puesto mas en la fila—. ¿En que planeta soy bajito? —se volteó un segundo—. Por favor un sándwich de pollo sin mayonesa ni queso y una Coca-Cola —pidió.

—¡Exacto! —lo secundó Allan—. Ryosito es bastante alto, estás tomando una posición equivocada.

Bonnet y Uchinaga se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro. Eran raras ocasiones, pero en ese momento ya sabían exactamente lo que el otro pensaba.

—Sabemos que no lo dices por apoyar a Ryo —pronunció Roy, después de aclararse la garganta—. Es porque si Ryo es enano tu eres del tamaño de un átomo.

El ojo del mas bajito de los tres tembló, y un puñetazo no se hizo esperar en el estomago ajeno. Uchinaga miró hacia los lados para comprobar que nadie lo estuviera mirando y sonrió con malicia por un milisegundo al ver al rubio retorcerse.

Probablemente se reiría mas de eso mas tarde, pero no le daría a nadie la satisfacción de verlo hacerlo.

—Podré ser pequeño, pero definitivamente hay una cosa que no es pequeña en mi...

Uchinaga hizo oídos sordos a las siguientes palabras de su amigo, tomando su almuerzo y abandonando a los otros para ir a buscar una mesa vacía, que encontró casi en una esquina. Se acercó, con los ojos fijos en esta para que nadie más la tomara.

Por estar distraído en el momento, un tipo que se estaba levantando de su mesa y él chocaron, en un ruido seco y algo desagradable. Se tensó al segundo, dando un par de pasos hacia atrás y mirándolo con enojo.

Se aferró, sin embargo, a su Coca como si fuera lo último en la faz de la tierra.

—Lo siento mucho —el muchacho lo miró a los ojos, acercándose a él. De nuevo era el chico que se había cruzado—. ¿Estás bien?

Su cara de confusión parecía ser la respuesta suficiente para la pregunta. El otro pelinegro estaba incómodamente cerca, y lo único que quería hacer el era reanudar su camino.

—Si, gracias —trató de ser lo mas amable posible—. Con permiso.

Siguió su camino sin más, sintiéndose ligeramente avergonzado al notar que el chico seguía parado ahí y sus amigos se reían, viendo a la vez que Allan y Roy lo habían alcanzado mientras tomaba asiento.

—¿Otra vez se te cruzó el chico? —Allan se sentó frente a el—. ¿Será que le gustas?

—Quizá si —Roy hizo un puchero—. Es Keith Hue, del equipo de futbol y es algo así como un jugador bastante top. También está en la sub del club Marina.

—¿El de tu papá, Ryo? —no fue una afirmación, pero Allan parecía estar tratando de recordar algo.

Ryo abrió su teléfono y buscó dentro de sus imágenes. La mayoría de su galería era o fotos que tomaba de videojuegos o fotos de tablas de contabilidad y estadísticas, y una que otra familiar, de amigos o de el por su cuenta. Finalmente, encontró la foto que buscaba y puso su teléfono en la mesa.

—¿Este? —sus amigos asintieron—. Obviamente sabe que mi papá es dueño. No lo sé... ¿querrá sólo ser amable?

Ni Roy ni Allan parecían para nada convencidos de lo que acababa de decir, y para ser sincero, ni siquiera Ryo estaba convencido, le parecía algo demasiado conveniente y estaba seguro de que había algo más allá de lo que parecía.

—¡Ryo! —oyó que alguien lo llamaba y una chica se acercó a su mesa, esta se veía un poco nerviosa pero feliz—. Me preguntaba si me podías pasar tu número para hacer un grupo y mandarles la ubicación.

—Ah, tienes razón.

Le dictó su número a la muchacha y una vez se retiró y sus amigos siguieron con su charla, una alarma sonó en su cabeza.

El día siguiente se iban a a reunir en la casa de Lia. O sea que el día siguiente iba a tener que convivir con Jean Corsair durante algunas horas seguidas.

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