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24. Muchas opciones

Estaba convencido que todo esto era un gran castigo divino, incluso si solo serian dos noches, y todo se debía a que el destino había provocado que estuviera en la misma habitación que Keith Hue, y peor, en la misma cama.

Claramente, no quería mencionarle a nadie al tema que supiera de los probables sentimientos del chico hacia él, ni siquiera a Jean, pero le incomodaba la idea de que no lo supiese.

De cualquier manera, después de abandonar la habitación de Roy entró a la suya, donde sus compañeros hacían ya su rutina para antes de dormir, incluido el pelinegro, cuyo rostro se iluminó cuando lo vio entrar. Fingió no ver nada, dirigiéndose al baño y abriendo la puerta.

Se sentía extraño, porque realmente extrañaba ver el rostro de Corsair. Cuando salió, tomó asiento en la cama y abrió sus mensajes, donde ya reposaba uno de parte del rubio.

"¿Quieres que mañana nos fuguemos después del del pase de lista?"

Suspiro al verlo; le resultaba una idea malísima, si era muy honesto. Pero, a pesar de todo, no podía decir que no, porque también le emocionaba el simple escenario de salir con el chico en una ciudad donde nadie los conocía.

"Me parece malísima idea, pero vamos"

"Ok, mañana nos vemos guapo. Sueña conmigo"

"¿Sabías que comparto cuarto y cama con Keith Hue?" Dejó el mensaje como no gran cosa, levantándose a buscar su ropa. Cuando ya tuvo sus pijamas, de color azul marino, en su brazo, volvió a entrar al baño con su teléfono en mano, que comenzó a vibrar en cosa de segundos.

El rubio lo estaba llamando. Respondió y colocó el teléfono en su oreja.

—¿Sí?

—¿En serio? —no se escuchaba molesto—. Que malísima casualidad.

—¿Por qué? ¿Te causa celos? —preguntó, queriendo jugar un poco con el rubio. Aunque era un tema bastante frustrante para él, no quería hacerlo más grande de lo que realmente era.

Un poquito. Yo quiero ser el que duerma contigo, no el —confesó Jean. El calor subió a su rostro, llegando hasta sus orejas. Pudo verlo reflejado en el espejo, por lo que se dio la vuelta para cambiarse sin que le diera vergüenza verse a sí mismo—. Cada vez que te veo quiero besarte sin parar —soltó una risa algo amarga—. Así que, hay que divertirnos mucho mañana.

—Si.

¿No te vas a sentir incomodo?

—¿Qué? ¿Por lo de ya sabes? —cuestionó. El chico del otro lado de la línea parecía algo dubitativo—. Yo digo que no, o eso espero.

—Me dijeron que le gustabas.

—Pues, anteriormente lo habíamos discutido con mis amigos y ellos sostenían que sí, y yo que no. Espera —hizo una pausa, acomodándose el pantalón del pijama—. Pero ya me di cuenta de que sí.

No me gusta para nada —bufó—. Todavía, antes de que estuviéramos juntos, ya me comparaba mucho con él.

—¿Por qué? ¿Por sus posiciones en el equipo?

Aja, pero somos de deportes diferentes. En mi defensa, es muy llamativo y super popular.

Asintió. Llegaba a comprender a Jean cuando le contaba ese tipo de cosas; solía compararse con otras personas y podía ser inseguro a pesar de la constante reafirmación de parte de otras personas. Ryo iba a tratar de decírselo hasta que lo tuviera por seguro.

—Tu eres igual de popular e incluso más atractivo que el —se encogió de hombros, sintiéndose estúpido porque igual no lo podía ver—. Además, con el que estoy obsesionado es contigo.

Ya —Corsair dejó salir una especie de grito ahogado y profundo, sacándole algunas risas—. En serio, ya quiero verte y matarte a besos.

—Eres asquerosamente cursi —le dijo, rodando los ojos. Jean soltó un par de carcajadas—. Tengo que colgarte.

—¡Pero quien habla! Tú también eres cursi y empalagoso cuando quieres, pero me gustas por eso —refutó—. Yo también, te veo después, guapo. No dejes que ese baboso se te acerque demasiado; patéale los huevos si se te quiere arrimar.

—Eres un idiota —sonrió ligeramente—. Ya me voy. Sueña bien.

Adiós.

Al regresar del baño, se percató de que Hue igualmente había ya regresado. Alzó ligeramente las cejas; esperaba que no hubiese entendido todo lo que estuvo diciendo, suponiendo que probablemente no lo hubiera hecho. El chico no lo miró, y tampoco es que eso le interesara demasiado.

La sola idea de dormir con él le causaba escalofríos en la espalda, por lo que esperó pacientemente y sentado en la salita, a que el pelinegro se acostase. En la televisión pasaba un programa algo entretenido de competencia de cocina, así que apenas y se percató cuando ya todos estaban acostados.

Se acercó a la cama, acomodándose en silencio y dándole la espalda a su compañero. Para su fortuna, no tenían que compartir frazada.

Siendo muy honesto, no se sentía para nada bien ahí.

La noche estaba resultando particularmente incomoda, dado que el mismo no encontraba la forma de ya no sentirse extraño al estar ahí con Keith, y había momentos en los que el futbolista se movía hacia su lado, de forma que podía sentir la respiración ajena en su nuca.

Se incorporó, poniéndose las pantuflas completamente a oscuras, y decidió abrir la terraza en silencio. La vista de Londres era muy hermosa; no era tan parecida a Osaka, puesto que esta era mucho más pequeña aun, pero lo luminosa y colorida que era a la noche le resultaba familiar. Se pintaba de un cómodo amarillo, con partes azules y rojas, dando una sensación de que las únicas personas dormidas ahí eran ellos, y toda la ciudad estaba activa en un jueves cualquiera.

Octubre le calaba los huesos de una forma única, si tomaba en cuenta que todos los demás meses eran más bien calurosos, y no muy avanzado el mes, comenzaba a recibir invitaciones para fiestas. No era la persona más social, pero podía presumir de ser a quien buscaban, y no quien buscaba.

Obviamente, no se trataba, o al menos para sí mismo, de su flamante y carismática personalidad. Ryo Uchinaga solo era simple, serio, y aburrido, pero nunca se sabía cuándo necesitarías un contacto, ¿no es así?

Se dio la vuelta, cerrando la puerta detrás de él y observando en penumbra a los tres adolescentes completamente perdidos en su sueño. Caminó hacia la salita, encendiendo la televisión de nuevo y bajando el volumen hasta el quince. Encendió entonces su teléfono para ver la hora.

Eran las dos y veinte de la mañana.

Y no sentía que había dormido en algún momento.

Se mantuvo así hasta que fueron aproximadamente las cinco, pues, en su defensa el programa de repostería en repetición que estaban dando no era específicamente malo, y no quería teclear su cuenta de Netflix para ver algo verdaderamente de su gusto. Sobre todo, porque, el Ryo de trece y catorce años conocía lo que era verdaderamente hacerse adicto a algo, de forma que no pegaba el ojo en toda la noche.

Y si, los videojuegos no le iban a traer mucho bien a su vida académica ni mental. Porque no, el League of Legends no lo iba a convertir en el jugador asiático más famoso del mundo.

Era raro para él el rebobinar en ese tipo de etapas.

Espero que esto no sea una etapa.

Su despertador fue lo siguiente que recordó. Abrió los ojos con susto, estirando su brazo para tomar su teléfono y ver la hora. Descubrió que apenas eran las seis de la mañana; su total de sueño era de unas tres horas, y lo sentía en todo su cuerpo.

Tomó un baño largo, comenzando a escuchar ruido afuera mientras lo hacía, y habiéndose cambiado y lavado los dientes, salió para descubrir que, en efecto, todos sus compañeros de habitación estaban ya despiertos, todavía algo adormilados. No les dijo nada; ya tenía algunos mensajes de sus amigos con el propósito de ir a desayunar, por lo que salió disparado hacia el buffet mañanero.

—Ryo, ya sabes que tienes que mantener la calma entre tus compañeros cuando estemos en el museo, ¿está bien? —se dirigió a él el profesor Rogers una vez estuvo abajo—. Es tu responsabilidad como miembro de la sociedad de alumnos.

Asintió, sin decir mucho. Roy, Allan y Enzo ya estaban frente a la larga mesa de comidas, lo que le sorprendió más de lo posible, por lo flojo que podía ser el rubio.

—En serio, me sorprende verte despierto a esta hora —le dijo a Bonnet, colocándose a su lado y tomando un plato. Puso algunos hotcakes con mantequilla, manzana caramelizada y tomó otro, para poder poner huevo revuelto, tocino y algunas salchichas en este sin que se mezclasen las comidas entre ellas. Frunció los labios al ver la horrible combinación de comidas de su amigo: fruta con tostadas arriba, huevos estrellados, un par de hotcakes, tomates pequeños, mucho tocino, más pan, wafles y frijoles.

—Tenía mucha hambre —soltó el chico.

Ya se había percatado de eso.

—Tu comida parece vomito de perro —le dijo, dándose la vuelta y colocando sus platos en el final de la larga mesa. Regresó para tomar una taza y llenarla de café de cafetera, con toda la esperanza de que no supiese a mierda.

—¿Acaso te atreves a decirle así a un digno desayuno británico? —pareció ofenderse, abriendo la boca en grande.

—El tuyo no es un desayuno británico, en serio parece cagada.

—Te odio tanto, en serio.

—Aja, aja —Vio de reojo lo que Allan había servido en su pequeño plato: un poco de sandía, melón, papaya, y pan tostado. Entrecerró ligeramente los ojos; recordaba bien que el chico solía comer muy bien.

—De verdad, no es mi culpa que tu seas especialito.

—Solamente no me gusta mezclar demasiado lo que voy a comer —regresó a sentarse al lugar que ya había apartado, justo detrás del ventanal y con vista directa hacia la puerta. Sus amigos no tardaron demasiado en alcanzarlo, acomodándose a su alrededor.

Pudo entonces ver a Jean entrar al lugar con un bostezo; sus ojos verdes se iluminaban ante la luz que entraba por las numerosas ventanas. Pasaron algunos segundos para que este lo viera entre toda la multitud, suavizando su mirada, que después se tiñó con un ligero tinte de preocupación. Ladeó la cabeza con confusión, tratando de no pasar demasiado tiempo viéndolo fijamente, porque se vería raro.

Bajó la mirada a su comida, comenzando a picar su huevo y tomando su pan con su otra mano, a la par que su teléfono se iluminaba sobre la mesa. Lo levantó al instante, leyendo la pantalla.

"Buenos días, bonito. Te ves cansado, ¿todo bien?"

En su mente, soltó un chillido.

"Casi no dormí".

—Chicos, nos vamos en cuarenta minutos —el profesor anunció—. Si no han bajado sus cosas, háganlo de una vez.

"¿Por qué? ¿Pasó algo?"

"Todo bien, pero no estaba cómodo. Debí dormir como unas tres horas".

"¿Estás seguro de que quieres que salgamos hoy en la noche? No quiero que te desveles".

"No te preocupes por eso. Quiero que nos veamos".

"¿Estás seguro?".

"Creo que sí".

"Bueno, entonces te veo".

Bloqueó su teléfono con una pequeña sonrisa en su rostro, mientras Roy Bonnet lo miraba con asco en el semblante.

—Cállate, mierda. ¿No está por aquí tu novia?

—¡Pero yo no dije nada! Como sea, si vino, pero no nos hemos visto —el chico sonrió—. Creo que nos vamos a ver hoy en la tarde.

—Qué bueno, así ya quitas tu cara de aburridito.

—Púdrete —guardó un pequeño silencio antes de volver a hablar; aunque fuera un idiota, quería saber la opinión del chico en lo que había hecho—. Ayer, cuando salimos a caminar, ¿viste que me metí a una tienda?

—Aja, a una de perlas, ¿no? No sabía que te gustaban.

—Pues no me gustan —dijo, encogiéndose de hombros—, entré a ver los collares y terminé comprándole uno a... ya sabes.

—¿Qué? —Bonnet abrió los ojos en grande, pareciendo incrédulo de lo que oía—. Eres más romántico de lo que pensé. ¿Cuánto te costó?

—Ahí está lo que te iba a decir. Cuando lo compré no me pareció gran cosa, es decir, es solo un bonito detalle, pero quizá es demasiado considerando que solo llevamos como dos citas y nos confesamos hace literalmente una semana.

—¿Fue caro?

—Poco más de mil euros.

El rubio abrió la boca y los ojos, quedándose estático por unos segundos, y comenzó a carcajear, llevándose un golpe por parte del chico.

—¡No puede ser! ¡Si que eres romántico! —el chico presumía de diversión en el rostro—. Mira, se lo puedes dar como un pequeño regalo, al fin y al cabo, para el quizá no es mucho tampoco, entonces no es exageradamente caro. ¿Le vas a pedir que sea tu novio?

Se quedó pensando un par de segundos.

—Hoy vamos a salir, y si el me pide no creo decir que no, pero no siento que sea aún el momento perfecto para ser novios oficiales. No sé, siento que quizá es muy pronto.

—Pero se han visto muchas veces, ¿no?

—Pues, salimos en Japón una noche, y después llegando acá fui a verlo a su casa y dormí ahí...

—¿Te acostaste con él, facilón? —preguntó el chico, llevándose un puñetazo automático en el brazo. Se sobó con una mueca—. Ya, perdón.

—No, no nos hemos acostado. ¡Soy más tímido que eso! Como decía, ese día dormí ahí y luego fui el día siguiente igual y volví a quedarme ahí. En resumen, me he quedado a dormir en su casa como tres veces, pero sin hacer nada más.

—Mira, le estas preguntando a alguien inexperto; Miranda y yo nos hemos estado viendo por un poco más que ustedes y ni siquiera nos hemos confesado, entonces igual no sé muy bien. Todo depende de cómo te sientas al respecto, porque han tenido muchos momentos de intimidad al principio de la relación, que puede indicar que no lleva un rumbo tan, entre comillas, estándar, ¿me entiendes? Solo has caso a lo que tu sientas.

—Maldita sea, te odio porque si sabes dar consejos.

—Sé que me amas.

El recorrido por el museo le resulto menos aburrido de lo que pensó. Los dividieron por grupos pequeños, de forma que pudieran hacer preguntas e interactuar con las personas que dieran el tour.

Se trataba de un edificio con un estilo antiguo bastante parecido al de una escuela y con una enorme cúpula verde en su parte superior, un jardín verdoso por la estación del año y un enorme tanque en la entrada, con el que muchos alumnos se hicieron fotos.

Aunque lo suyo no fuera la historia, tenía que admitir que todo lo que pudo ver fue hasta interesante. Muchos tanques, aviones, documentos y uniformes que hacían todo menos aburrido, aunque procesar tantas fechas y hechos históricos lo hacía querer tener un botón de bloqueo en el cerebro.

Además, los maestros los tenían más vigilados dentro del museo de lo que los tenían en el hotel, a juzgar por la indiferencia con la que les pasaban lista y el hecho de que probablemente no se dieran cuenta de que muchos alumnos se salían sin fuera de la hora "correcta" a hacer quien sabe que, y probablemente a los recepcionistas les importaba menos.

—No estuvo tan mal —Bonnet dijo, dándole una enorme mordida a su burrito de roast beef. No habían pasado más de tres horas desde el desayuno, y el chico estaba completamente hambriento—. Me gustaron los aviones y los tanques enormes.

Por su parte, el solamente bebía café latte de un vaso de unicel. Asintió en silencio. Otra vez se habían quedado solo ellos dos.

—Allan y Enzo no están —comentó.

—Ya sé —gruñó, llevándose una mala mirada de parte del japonés al instante—. Sé que te dije que me iba a comportar con madurez, pero también quiero que te des cuenta de que es mi mejor amigo.

Auch.

Se mentiría a si mismo si dijera que no lo sabía.

—Lo sé, lo sé —tuvo que darle la razón a regañadientes—. Te ves amenazado, pero tienes que entender que el bro viene de intercambio, o sea, se va en diciembre, y se gustan.

—Pues no me agrada, y no lo apruebo para mi Allan —siguió comiendo de su burrito, chupándose los dedos en ruidos algo escandalosos. No dijo nada; ya estaba acostumbrado a que la gente hiciese ruido a la hora de comer—. Siento que eso lo va a lastimar muchísimo.

—Pues, solo tienes que estar ahí cuando sea el momento. ¿O tú le preguntaste si aprobaba a Maya?

—Se llama Miranda.

—Ah, perdón.

—Como sea, quizá tengas razón —se levantó, botando la envoltura a uno de los botes de basura y limpiando sus manos en sus jeans—. Vámonos, tenemos que volver a la exposición. Y es en equipos, así que te toca con Corsair y toda esa bola de ratas que tienes como compañeros.

Y esa fue la parte más incomoda de todo el día. Al hablar de guerras y enfrentamientos siempre se tenía que hablar de dos cosas en particular, y ambas involucraban de formas espeluznantes a su país, de anteriores intereses cuestionables y con una historia tan trágica como destructiva. Las miradas de todos sus compañeros se dirigieron a él cuando se mencionó, en particular, a esa ciudad de su país.

No dijo nada, solo mantuvo su vista hacia adelanta, pretendiendo perfectamente que no se daba cuenta para nada de los susurros de los demás, y sus pequeñas risitas.

No es que el quisiera mencionar todos los crímenes de guerra de Gran Bretaña en ese tiempo, pero si lo veía necesario, lo iba a hacer. Y todo eso le recordó, lamentablemente a los chistes de sus compañeros de equipo, que justamente se encontraban presentes.

Quería ponerse violento.

Y sentía la mirada de  Jean sobre él, pero no era para nada igual a la de los demás. Se sentía pesada, pero no de una forma fea o incomoda.

Podía decir que era un tema más complicado; en serio quería tomarle la mano y saber que ahí está para él.

Finalmente, y después de seis largas horas, estuvieron de regreso todos en el hotel. Los profesores les dieron la tarde libre, y al día siguiente iban a ir al segundo y último museo. El plan era sencillo; solo tenía que estar ahí hasta que llegara la hora del pase de lista, por lo que planeaba tomar una siesta, despertar e irse, así que subió a su habitación sin apenas despedirse de los demás.

Cuando llegó, tuvo la felicidad de que estuviese vacía, sacándose los zapatos y recostándose. Su teléfono reventaba en mensajes de grupos de trabajo de la empresa, y su madre le había mandado como ochenta mensajes sobre reportes que había que tener listos para el siguiente miércoles, sobre todo financieros y de evaluación.

Por lo que notó, y no es que fuera específicamente mentiroso, pero a Casino no le estaba yendo nada bien en el mercado de acciones, pero esto lo tenía que hablar con el mismo Jean para que le diese una explicación del por qué, porque, aunque el mismo supiese a la perfección las razones de esto en general, siempre tenía que aplicarse una situación en particular a cada empresa, sobre todo si los dos CEOs estaban completamente ausentes de sus labores usuales.

Hizo caso omiso de sus mensajes, cubriéndose con su frazada y acomodando su almohada del lado más frio posible, y de esa forma pudo caer completamente dormido. Eventualmente, estuvo despierto de nuevo; la habitación estaba a oscuras, sentía un peso extra a su lado y tenía la boca seca, pero sus ojos apenas y estaban acostumbrándose al entorno. En un bostezo, volteó su mirada, y lo encontró.

Keith Hue estaba a centímetros de él, con los ojos bien cerrados y una de sus manos sobre el estómago del pelinegro; los cabellos le caían de forma desordenada sobre la frente y hasta traía puesta su pijama, de rayas blancas y azul clarito.

Completamente asustado y sorprendido, dio la vuelta sobre si mismo sin darse cuenta de que estaba justo en la orilla de la cama, y cayó sin gracia ni gloria sobre el duro suelo, dándose un golpe directamente en la espalda baja, que se escuchó aún más escandaloso.

Hue fue despertado por su ruido, incorporándose y mirándolo desde arriba, en cuclillas.

—¡Que susto, Uchinaga! ¿Estas bien? —se puso de pie completamente, acercándose a él y ofreciéndole la mano. Cerró los ojos, viendo hacia el techo por unos segundos.

De verdad lo perseguía la desgracia.

—No te preocupes, no duele —hizo un gesto con la mano de despreocupación, tomándose unos segundos para ponerse de rodillas y levantarse sin que doliese demasiado. Gimió de dolor al levantarse, horrorizándose a sí mismo. Pero a juzgar por la expresión del chico, no le había causado ningún tipo de terror, lo que lo hizo querer meterle una patada.

Con una exactitud perfecta, su teléfono comenzó a sonar. Se inclinó por él, colocándolo en su oreja y huyendo hacia el baño. Una vez dentro, se recargó con aun más dolor contra el lavabo y cerró los ojos.

—¿Hola? —Jean hablaba desde el otro lado de la línea.

—¿Qué pasó?

—Oí que ya van a pasar lista, ¿Dónde nos vemos?

—Tu dime, no conozco mucho esta ciudad —eso era tanto cierto como mentira, pero no quería que el chico afuera del baño escuchara nada importante.

—Te voy a mandar la ubicación de un café a unas cuadras de aquí, lo suficientemente alejado para que nadie nos vea, ¿sí? Ahí te veo y nos vamos a otro lado.

—Me parece bien. Te veo.

Terminó la llamada, saliendo de nuevo y encontrándose a otro de sus compañeros de habitación cuyo nombre no recordaba muy bien. No podía negar que apenas podía caminar bien, pues todo el dolor se esparcía en su cadera al momento de moverse, pero aun así se agachó y buscó el outfit que se iba a poner, optando finalmente por un suéter de cuello de tortuga, pantalones de vestir y botas Chelsea Saint Laurent negras, junto con un blazer beige. Solo colocó las prendas en su lado de la cama y tomó asiento con una lentitud muy particular.

—¿Estás bien? —el pelinegro le preguntó, inclinándose un poco y con notoria preocupación en el rostro. No hizo ninguna cara, solo asintió.

—Si, gracias por preocuparte, pero no duele —mintió, bajando la mirada y viendo la hora en su teléfono. Eran más o menos las ocho de la noche, siendo cierto que esa era la hora en que los profesores pasaban lista. Se levantó para ducharse, llevándose dentro la ropa y poniendo seguro a la puerta con mucho cuidado.

Ni siquiera tardó mucho; ya se había bañado en la mañana así que no puso demasiado esmero en esa ocasión, pero estar de pie comenzaba a causarle dolor otra vez. Suspiró, saliendo la ducha para secar su cuerpo y cabello, vestirse y peinarse con cuidado, pasando sus finos dedos por su ahora casi melena.

Cuando terminó y salió de la ducha, vio que ya estaban ahí todos los demás chicos. No llevaba puestos zapatos ni el abrigo todavía, para que los profesores no sospecharan demasiado de su apariencia.

—¿Vas a salir, Ryo? —le preguntó un chico castaño del grupo tres que, según él, se llamaba Ryan, pareciendo más que nada sorprendido.

—Ajá.

Buscó su billetera dentro de la mochila al igual que el collar que había comprado el día anterior, guardándolos dentro del abrigo junto con su teléfono.

—¿Tienes pareja? —preguntó de nuevo su compañero, mirándolo con una especie de miedo en el rostro. El pelinegro lo miró por unos segundos, sintiendo los ojos de los demás sobre sí mismo en el momento.

—Algo así —volvió a agacharse con dificultad frente a su maleta, tomando un par de calcetines negros hechos bolita e ignoró a todos los demás en el lugar. Un par de toques se hicieron presentes en la puerta y Ryan se levantó. El profesor Jones se encontraba frente a la puerta con su portapapeles en la mano.

—Buenas noches, ya es el toque de queda, ¿Quiénes están aquí? —preguntó el hombre, sus ojos paseándose por todo el lugar y deteniéndose en el chico, agachado sobre sí mismo, por algunos segundos—. ¿Te cambiaste la ropa, Uchinaga?

Ryo se incorporó, mirando con fastidio por unos segundos al mayor.

—Estoy probándome ropa para mañana —dijo, para continuar poniéndose su calcetín.

El hombre asintió.

—Entonces aquí están Uchinaga Ryo, Keith Hue, Ryan Cho y Robert Grace, ¿no es así? —todos los chicos asintieron—. Perfecto, buenas noches.

El hombre procedió a retirarse en silencio, y todos los demás siguieron con sus actividades normales. Dejó salir el aire de sus pulmones.

No parecía, pero le ponía particularmente nervioso desobedecer órdenes. Los siguientes veinte minutos, no hizo más que ver su teléfono, ponerse sus aretes y verse mucho en el espejo frente a la cama, tanto que probablemente podría decir la distancia en centímetros entre el lunar debajo de su ojo y su nariz.

Se levantó finalmente, saliendo del lugar sin decir mucho.

El camino fue frio y muy silencioso, lo que lo hizo arrepentirse de no haberse abrigado un poquito mejor a pesar de que apenas estuviesen en octubre. Sus dientes castañetearon ante una suave pero gélida brisa y sus ojos se mantenían fijos en su teléfono; estaba a una sola calle de llegar a la ubicación que el rubio le había mandado. Conforme fue acercándose, notó una figura alta frente al lugar, reconociéndolo al instante como Corsair, que se hacía pequeño contra su propio cuerpo sin percatarse de su presencia.

—Estoy aquí —dijo como saludo, sin demasiada emoción en su voz. El chico pareció sorprenderse, sus ojos iluminándose y una gran sonrisa formándose en sus labios; llevaba puesto un abrigo, pantalones y zapatos negros con un suéter beige clarito.

—¿Salió todo bien?

—Sorprendentemente.

—Vámonos —el chico lo tomó de la mano con total confianza, comenzando a caminar—. ¿Quieres que tomemos un taxi? Dado que fui yo el que te hice la invitación, hice una reservación, pero, si no te gusta, vamos a otro lugar.

Ryo trató de seguirle el paso, dado que no era mucha diferencia de altura y usualmente caminaba rápido, pero el constante dolor en su cadera le hacía fruncir el ceño en cada paso que daba.

—No te preocupes por eso —suspiró—, ¿pero, a dónde vamos?

—No sé si ya has ido, pero es un restaurante chino del otro lado del Palacio que se llama Park Chinois. Está super cerca.

—Nunca he ido, pero sí que lo conozco —se quedó pensando, con la mirada en la calle. A su lado, Jean volteó a verlo por unos segundos, sumiéndose completamente en la mirada del chico más de lo debido.

—¿Qué te pasó? —su mirada, ligeramente oscura, se tiñó de preocupación, cosa que notó una vez regresó la mirada.

Se detuvo sobre sus pasos, viéndose obligado a reconocer que, en efecto, no podía caminar con la normalidad con la que lo hacía. Tomó asiento en una de las bancas de por ahí, sintiendo un alivio instantáneo, y no le quedó de otra más que darle el contexto completo de la situación al chico.

Cuando terminó, Corsair tenía la boca echa un puchero y notoria molestia en el semblante.

—Ryochi, perdón por hacerte caminar hasta acá, ¿estás seguro de que no prefieres ir a descansar al hotel? —ahora parecía un perrito pateado de nuevo—. No quiero que estes así.

Dejó salir una pequeña risa, colocando su mano sobre la contraria.

—Mira, yo quise salir contigo a pesar de todo, porque me gusta —dijo—. Entonces, Jeannie, te pido que cierres el pico.

Corsair pareció rendirse, asintiendo ligeramente e inclinándose para capturar sus labios en un suave beso. Ryo colocó su mano en el suéter ajena y la cerró en un puño, profundizando el contacto a pesar de estar en una posición algo incomoda. Cuando se separaron, pasaron algunos segundos sin hablar.

—Está bien, pero nos vamos en taxi.

—Si, pero nos alternamos el pago.

—Me parece perfecto.

Jean se inclinó hacia él, tomándolo de la cintura y levantándolo. Acomodó su mano alrededor de su hombro, y así se dejó cargar todo el trayecto hasta que finalmente estuvieron en el taxi, que se tardó como diez minutos en llegar. Cuando bajaron, Ryo sintió que podía caminar con normalidad de nuevo.

—Jean, no te preocupes —lo tomó de la mano con toda la delicadeza posible—. Entremos.

Estaba completamente de más decir que el lugar tenía una fachada hermosa a pesar de estar en una calle más bien reducida, con rejas verdes y un arco lleno de flores coloridas y hermosas, pero que no se podían apreciar completamente por la hora que era.

—Buenas noches, tengo una reservación a nombre de Jean Corsair —la mesera abrió ligeramente los ojos y buscó en su computadora por un milisegundo, antes de asentir.

—Acompáñeme, por favor.

La siguieron a través del lugar, rebosante de colores rojos y dorados, terciopelo, cristal y luces en demasía. Le tomó algunos segundos acostumbrar su vista al completo cambio de ambiente que acababa de suceder, pero no evitó para nada apreciar a mayor cercanía el lugar en el que estaba.

Se sentaron en una pequeña mesa de mantel blanco y sillones verdes con estampados de flores rojas, uno frente al otro.

—En un minuto les toman la orden. Me retiro.

La mujer se alejó tras ofrecer una reverencia, y ambos regresaron la atención al otro.

—Entonces, Keith estuvo de pegajoso contigo mientras dormías.

—Así es —asintió, bajando la vista hacia el menú y comenzando a leer todo lo que ofrecían—. Me asusté mucho porque tenía la mano sobre mi abdomen, y estaba muy oscuro así que literalmente brinqué. Que susto, en serio.

—De verdad, parece que te acosa —el rubio cerró los ojos en desconfianza, igualmente revisando la carta—. Hay muchas opciones aquí, y no conozco ni un cuarto de todo esto —dijo, sacando una pequeña risa del chico—. No te rías, no tengo experiencia en esto. ¿Tienes hambre?

—La verdad que sí, pero tampoco sé que pedir, ¿quieres que compartamos platos, y así?

—Estaba esperando que me lo pidieras —el chico pareció aliviado—. Soy muy curioso, así que no podría quedarme sin probar lo tuyo y sin que tu probaras lo mío.

—Entonces hay que pedir mucho. No soy muy fan del cerdo, entonces... me decantaré por el camarón con wasabi de entrada.

—Yo pediré el pollo con chili, siento que va a estar bien. Y... ¿Qué pido de plato principal?

—¿Te parece bien el Park Carbonara? También pediré los gyozas de carne Wagyu... y la lubina a la parrilla. Y ya, para dejar espacio para el postre —dijo, con un deje de risa en el rostro.

—Me parece perfecto —los ojos del chico se iluminaron cuando terminó de hablar, como si hubiera dicho algún tipo de poema hermoso—. Yo... no he probado mucho de esto, pero pediré los rollos primavera, los fideos picantes, el rib eye escocés... y una sopa Hot & sour... sip.

A pesar de que, quizá era demasiada comida, Ryo no podía dejar de sentir algo emocionante en el estómago, como si encontrar a alguien exactamente como el a la hora de comer fuera completamente nuevo, y sí que lo era. Muchas personas eran recatadas a la hora de compartir comidas, pero Jean parecía ser completamente lo contrario.

No pasó mucho antes de que el mesero llegase a la mesa, que se quedó algo sorprendido al escuchar la cantidad de comida que habían pedido entre solo dos personas, pero que supo disimularlo antes de marcharse. Sacó su teléfono de forma discreta y apuntó al chico, que justamente tenía la mirada baja y enfocada en la manga de su suéter. Sus mejillas se calentaban solo al verlo, y era increíble. Así como lo sacó, lo dejó de forma silenciosa sobre la mesa.

—¿Qué pasó? —Jean extendió su mano con una sonrisa, siendo tomada automáticamente por la suya—. No hemos decidido que vamos a tomar.

—¿Eres capaz de acabarte todo?

—Yo sí, ¿y tú?

—Yo también.

Se miraron unos segundos antes de soltarse a reír cortamente.

Entonces, lo supo.

—Creo que voy a pedir un Shanghai Soleil.

no sé como sentirme sobre este capitulo, pero buenooo aquí se los dejo. muchas gracias por su paciencia y cariño hacia esta historia, en serio muchas gracias, los amo mucho aun asi tengo q decir q soy gran fan de estos dos aunq yo los haya creado lit

nos vemos los amo

-boo

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