17. Detente, por favor
En el momento en el que escuchó el click de la puerta, supo lo que esperaba. Una sensación caliente se apropió de su mejilla en forma de golpe, haciéndolo cerrar los ojos mientras su rostro y cuerpo se impulsaban hacia atrás casi de forma automática.
No quería hacerlo, pero decidió volver a abrirlos. Frente a él, se encontraba su madre: ojos ligeramente rojos bien abiertos, cabellos oscuros encrespados y un horrible ceño de furia, que se componía de sus delgadas cejas enfurruñadas y sus labios acomodados como un depredador a segundos de abalanzarse hacia su presa.
—¡Mami, no! —otro golpe se hizo presente, esta vez en la mejilla que se encontraba libre hasta ese momento. Reo protestaba, tratando de alcanzar la mano de su madre entre saltos, completamente en vano—. ¡Detente, por favor!
Incluso si no era algo demasiado doloroso, podía sentir el enojo latente en cada uno de los golpes de su madre, y sentía que se quizá merecía todos y cada uno de ellos.
—No... es... posible... que la indicación más importante de la familia haya sido la que justamente burlaste, Ryo —fue tomado de la sudadera y zarandeado de un lado hacia el otro, siendo consciente de lo aterrorizado que su hermano menor se veía—. ¡Que estúpido fuiste! ¡En serio! Esto es una gran decepción para mí.
Y odiaba el tono con el que lo decía; como si fuera una escoria horrenda y sacada de lo mas bajo del inframundo.
Fue demasiado para él; se arrancó con fuerza las manos de la mujer de sus prendas, yéndose hacia atrás y dándose un ligero golpe con el buró. Una botella se estrelló con el suelo en un ruidoso estruendo y se hizo añicos, mientras el trataba de equilibrarse contra la cama.
El líquido se desparramó, a la par que sus zapatillas de mojaban y pisaba los vidrios verdes oscuro.
—¡Mierda, mamá! —no quiso alzar la voz, pero le salió mucho más fuerte de lo esperado—. ¿Cómo te explico que no fue mi intención? ¡Hablo putamente en serio!
Pasó sus manos alrededor de su cabello con desesperación. Podía escuchar sin ningún problema sus propios latidos, siendo consciente de que su vista se desorientaba de vez en cuando.
—¡Tu lenguaje, por favor! —fue amenazado por la mayor—. ¿Qué se supone que vas a hacer cuando tu papá se entere? Él no te va a dar siquiera la oportunidad de que te expliques como lo hago yo, y no soy realmente capaz de dimensionar de lo que puede llegar a hacer.
—Ya lo sé, créeme que no he dejado de pensar en eso —soltó—. ¡Deja de decirme cosas tan obvias, por favor! Estoy tratando de solucionar esto.
Su madre se acercó a él, con la vista bien fija y un asomo de una sonrisa. Se veía tan horripilante como nunca. Se sentía como dentro de una película de terror.
—Mira, Ryo, esto es lo que podemos hacer... Tú, vas a cortar cualquier vínculo con el hijo de Norbert, y así tu padre jamás se enterar de lo que pasa o lo que sea que pase entre ustedes, ¿me escuchas? —las nudosas manos sostuvieron sus mejillas, pero no fue agradable como en otras ocasiones, o con distintas personas. Sentía que era parte de Coraline en ese momento, y que esa no era su mamá—. ¿¡Me escuchas, o no?!
—Mierda, mujer, puedes ser verdaderamente histérica si te lo propones —se alejó. Solamente era testigo de cómo las palabras brotaban de su boca como cataratas—. ¿Por qué me tengo que alejar, así como así? Realmente, ¿en que afecta eso a la compañía?
Para ese punto de la conversación, los pequeños ojos de Reo, algo llorosos, solamente se mantenían fijos en ambos, como si estuviese en alerta y en espera de algo a la vez. Ver su semblante le causaba una horrible sensación de incomodidad en el pecho.
—Es tradición; las tradiciones no se cuestionan, Ryo —fue lo que obtuvo como respuesta. La mujer apenas y se había dado cuenta de la botella hecha añicos en el suelo—. Me sorprende que incluso te lo llegues a preguntar.
—Es como hablar con la pared... —susurró, poniendo los ojos en blanco—. Ponte en mi lugar, solamente eso te pido.
—Para empezar, ¿Cómo mierda empezar a estar juntos? ¿No se supone que estaban en actividades completamente distintas? ¿Desde cuándo te gustan los hombres?
Un dolor de cabeza comenzó a hacerse presente.
—No empieces. Por favor, estoy cansado y no tengo los ánimos para pelear contigo ahora.
—Agradece que no fui inmediatamente a contarle a tu padre, porque sería tu fin. Pórtate bien, Ryo —agitó su índice frente a su nariz, por un par de segundos—. Mi silencio tiembla.
Suspiró, alejándose automáticamente y tomando su abrigo. Su hermano lo miró de nuevo.
—Hermanito Ryo, ¿puedo dormir contigo? —su pequeña mano se adhirió a su abrigo, sacudiéndolo de arriba hacia abajo—. Mami está rara.
—Vamos —no se lo pensó dos veces antes de sujetarlo, llevándoselo y cerrando la puerta detrás de él. Ralentizó su paso, por la notoria diferencia de tamaños, y cruzó hacia su habitación en un silencio que le caló hasta los huesos—. ¿Qué pasa con mamá? ¿Te dijo algo?
—Llevaba un rato tomando de su botellita, y no tenía para nada un buen olor —hizo un pucherito, mientras subía a la cama, por suerte, King Size—. No me gustó nada lo que decía, por eso le pedí que fuéramos a pasear a recepción.
Así que fue tu culpa.
Reprimió ese estúpido pensamiento, solamente enfocándose en que Reo estuviese lo suficientemente cubierto
—Entiendo.
Se dedicó entonces a cambiar su ropa por su pijama, doblando cuidadosamente la hoodie que le había prestado el rubio y poniéndola en una de las sillas, aunque realmente fuera muy cómoda para él.
—Hermanito —su atención volvió a ser llamada por el chico—. El... ¿es tu novio?
Rio ligeramente.
—Pues... no como tal, Reo —desvió la mirada de la inquisitiva del más pequeño—. Pero, digamos que nos gustamos.
La mirada del menor parecía inquisitiva, como si no terminara de entender por completo lo que sucedía ni mucho menos lo de hacia solo unos minutos. Ryo se sintió aliviado de que no se escuchara más ruido proveniente de la habitación contigua, encargándose en su lugar de que el menor estuviera bien arropado.
—A veces mami da miedo —susurró Reo, mientras Ryo se acomodaba a su lado—. Pero también la quiero mucho y no quiero que ella esté mal.
No contestó nada, con la mirada más que perdida en el techo. Trataba de dimensionar lo que le esperaba para el día siguiente, aunque la simple idea le causaba jaqueca y una mueca en el rostro se sembraba. Desde su lugar, podía apreciar el leve reflejo de la luna contra el candelabro.
—Yo también la quiero —fue lo único que dijo, más como un suspiro que como una frase, sintiendo como el menor se removía en su lugar y eventualmente envolvía sus brazos alrededor de su torso. Mientras su mirada no se despegaba del techo, pudo escuchar como la respiración del niño se apagaba lentamente.
Y, aunque su cuerpo, cansado y adormilado se lo pedía, su mente no dejaba de maquinar como nunca lo había hecho. Y, quería suponer que Jean estaba aún peor, por lo que conocía de él.
No supo en qué momento se quedó dormido.
(...)
Despertó. Su mente daba vueltas, y, por un segundo, no reconoció ni donde estaba ni cuando se había quedado dormido, después de haber llegado en total silencio a su habitación. No sabía si debía escribirle algo a Ryo, o si era mejor simplemente esperar que el contrario dijera algo.
Se dio una ducha y cambió su atuendo en silencio, con el clock del reloj como único sonido de fondo. Su estómago dolía, por lo que suponía que era hambre, y la falta de descanso le corría cuenta, dado que sus ojos no querían abrirse por completo.
Cuando abrió la puerta, descubrió que ya tenía a los guardaespaldas de su papá fuera, al igual que la secretaria se acercaba hacia el por el pasillo.
—Buenos días, joven Corsair —honestamente, le resultaba sorprendente lo ajena que alguien podía ser a las cosas—. ¿Ya está listo?
—Vamos —se acomodó el abrigo, comenzando a caminar, aunque sintiera los pies pesados y lentos.
—Su padre busca que usted regrese a la escuela, a más tarde, mañana —le comunicó, mientras subían al ascensor. Se sintió descolocado automáticamente, volteando a verla con un ceño fruncido y la duda plantada en su mirada—. Dígame.
—¿Cómo se supone que vuelva si mi madre todavía no está bien? —no había sido su intención, pero el tono le había salido más irritado de lo que esperaba.
—Esas han sido las indicaciones de su padre —las puertas abrieron, lo que le trajo un pequeño y desagradable deja vu; pero no había nadie fuera, más que el recepcionista y las personas que hacían check-in o check-out. El lugar era alto, decorado con sillones color crema y paredes blancas, al igual que jarrones enormes de flores rosas y lilas.
No dijo nada más, solo aceleró el paso hasta el estacionamiento, disfrutando un poco de la dificultad de la chica para seguirle el paso.
Estaba siendo desagradable.
El pensamiento le llego a la mente como un extraño flash, haciéndolo detenerse sobre sus pisadas y esperar a que lo alcanzaran. Ahora estaba incomodo por su propio comportamiento, y quería disculparse, aunque le daba vergüenza.
—¿Qué auto es? —preguntó, aunque prefirió seguir a los guardaespaldas, que se acercaban al Mercedes negro, de cristales blindados—. ¿Este?
Recibió un asentimiento por respuesta, así que abrió la puerta del copiloto y se montó en el vehículo, siendo saludado secamente por uno de los choferes, cosa que no le sorprendió mucho tampoco. De fondo, sonaba una canción en japonés que creía reconocer por algún anime que Yian veía.
Su mente volvió a Uchinaga mientras veía los bonitos edificios y arboles de la ciudad, pensando que quizá él estaba esperando un mensaje suyo al igual que lo estaba haciendo el mismo.
¿Y si le dice que ahí lo dejen?
La idea lo hacía sentirse desagradado, pero no creía que fuera tan ajena. Y, por desgracia, no iba a poner oposición a ella si el chico se lo pedía. No es que el no quisiera tener nada o acabar con todo, pero era capaz de dimensionar todo lo que conllevaba, y no estaba lo suficientemente loco como para aventarse con los ojos vendados a una piscina de pirañas.
De igual forma, si Ryo no le escribía en el transcurso del día, temía que se iba a sentir necesitado de hacerlo, y no era que estuviera enamorado; ni siquiera era capaz de reconocer sus propios sentimientos y emociones en esa situación. No le gustaba de una forma dulce y linda como había sido durante todas sus anteriores casi-relaciones, porque ninguna de estas había funcionado en alguna ocasión.
No estaban las famosas mariposas, pero cada vez que lo veía sus mejillas se calentaban y era como cuando subía a un ascensor y este arrancaba, o como cuando el auto bajaba hacia un túnel muy oscuro. Así se sentía cuando el chico fijaba sus pequeños pero expresivos ojos oscuros en los suyos. Era un nerviosismo incomodo, y le picaba la piel con un solo toque.
Como decía, no estaba enamorado.
Entre la forma en que su mente había galopado locamente en un establo sin final, visualizó el gran edificio perteneciente al hospital, de estructura redonda y gran altura, lo cual lo distrajo finalmente de todas las conclusiones apresuradas que había estado sacando. Aunque no era como que iba a olvidarlo así de fácil; era solo mientras mantenía ocupada su mente.
El auto viró, ingresando en el estacionamiento subterráneo del hospital, y finalmente se apagó, cortando abruptamente Dance Monkey, de Tones and I, cosa que agradeció fuertemente. Le declaraba todo su odio a esa canción.
Bajó, acomodando su ropa y caminó por todo el estacionamiento, ligeramente oscuro y con luces verdes y rojas distribuidas por todos lados. Podía observar desde ahí el ascensor, al cual llegó, eventualmente.
—¿Qué piso era? —volteó su rostro hacia la chica, cuyo nombre no recordaba, teniendo que mirar hacia abajo, porque no la encontraba.
—El doce, joven Corsair —ahora que lo pensaba, ella no se veía mucho mayor que él. A lo mucho, tenía veinte.
¿Cómo consiguió ese empleo?
En fin, esas preguntas eran para cualquier otro momento excepto ese. Subió al ascensor, junto a los otros tres. Y ahí estaba esa sensación, la misma que le causaba el estar con Ryo.
Aprovechó la ocasión para revisar su teléfono, leyendo los mensajes de sus amigos, los cuales habían estado escribiéndole mucho esos últimos días, especialmente ese. Parecían tratar de apoyarlo a su manera, y estaba muy agradecido por ello. Pero, después de todo, no era de quien quería recibirlo.
Instintivamente se dirigió al chat de Ryo, comenzando a escribir lo primero que venía a su mente, que era el cómo estaba y qué había pasado. Sin embargo, se detuvo, eliminando todo y volviendo a dejar su barra de texto vacía.
No podía ver si estaba activo, ni cuando había sido la última vez.
Y de nuevo, podía distraerse, pues las puertas se habían abierto, y se encontraba ante el piso del hospital. Salió, recordando bien el número de habitación y se decidió por caminar lo suficientemente rápido esta vez como para dejar atrás a los guardaespaldas y la asistente.
No toco lo puerta, simplemente abrió y se adentró a la (en su opinión) insípida habitación, decorada de forma deprimente. Igual, no entendía muy bien porque se sentía tan enojado últimamente.
En realidad, si lo entendía, pero prefería no admitir la razón.
—Buenos días —saludó a su padre con respeto—. ¿Cómo amaneciste, pa?
—Todo muy bien, hijo, creo que ya no van a tardar en darme el alta —Norbert sonrió. El hombre estaba pálido, y todavía parecía tener algo de dolor en sus ojos—. O, al menos eso espero.
—Eso está bien —hizo un ligero puchero, tomando asiento al lado de el—. ¿Qué hay de mamá?
—¿Qué hay de mí? —una voz femenina lo saludo desde el otro lado de la cortina. Abrió los ojos de par en par, levantándose como si el sofá lo estuviera quemando duramente. Corrió las cortinas de un golpe, teniendo la bonita vista de su madre sonriéndole, con sus usuales hoyuelos y ojos expresivos. Parecía cansada, pero eso no le importaba en el momento.
Se acerco con pasos rápidos, abalanzándose a abrazarla de la forma más delicada que conocía y enterrando su rostro en el cuello ajeno.
Si en algún momento había estado de mal humor, ya no más.
—¡Estás despierta! ¿Cuándo? ¿Cómo te sientes? ¡Te extrañé, nunca te vayas así de nuevo! ¡Estaba asustado! —abrió su boca, y simplemente no pudo detenerla una vez comenzó a hablar, aunque la mujer no parecía disgustada en absoluto al ver su sonrisa. Casandra paso su mano por la mejilla de su hijo, dando un golpe ligero en ella.
—No te pusiste así de feliz cuando yo desperté, Jean —su padre reclamó desde el otro lado de la habitación, con un tono falso de molestia.
—Sabes que no es lo mismo, papá. Yo sabía que tu ibas a despertar, pero de mamá quizá me daba miedo que no lo hiciera. Fácil —se encogió de hombros, aunque sabía que el hombre no podía verlo—. Soy un niño de mami, no se puede hacer mucho al respecto.
—Y vaya que lo eres, Felipe —carcajeó la mujer—. Aun así, necesitamos que vuelvas a la ciudad, Jean.
—Regresando al tema, ¿Por qué? ¿No debería quedarme aquí por más días? Sobre todo, para cuidarlos y ver que estén bien. No importa que me pierda de algunas cosas.
—Hijo, sabemos que tienes que presentar un proyecto final dentro de una semana y que tienes programado el viaje a Londres este jueves, además, debes seguir tus entrenamientos de americano. Eso sin contar tu marca, hijo. Realmente mereces y debes cumplir con tus obligaciones allá —dijo Norbert.
Iba a replicar, pero se escucharon un par de toques en la puerta.
—Con su permiso, vengo a retirar la cortina, si me permiten —una voz desconocida —de la enfermera, probablemente— hizo presencia en el lugar, y unos segundos después, desprendieron la cortina divisora, lo que le facilitó todo.
Se levantó, tomando uno de los sillones y arrastrándolo hasta estar al lado de Casandra. Le tomó la mano a la mujer, dejando un suave beso en esta y apretando con suficiente fuerza.
—Entiendo que son cosas importantes, pero no creo que haya problema con que tarde un poco más de lo debido, saben —se encogió de hombros. Siendo honesto, quería quedarse con ellos al igual que quería evitar volver a Inglaterra tan rápido como para dar cara a la realidad y todo el caos que implicaba esa semana.
—Ya lo dialogamos, y realmente queremos que sigas tus actividades —su madre dijo—. Vamos a pedir que te mantengan informado sobre nuestro progreso aquí, y obviamente te vas a enterar de cuando nos den el alta. Aún así, nosotros tenemos que quedarnos aquí por razones obvias, porque tenemos que continuar con todo nuestro proceso y representación. No veo que debas quedarte a cuidarnos, Jean.
—Además, alguien debe quedarse a cargo allá, como lo has estado haciendo —su padre complementó.
—Ya entendí que todo esto es un plan para deshacerse de mi —tapó su rostro dramáticamente—. Está bien, entiendo. ¿Cuándo salgo?
—Jean, sabes perfectamente que estamos tratando de ver por ti —lo regañaron.
—Sales hoy a las once, así que mejor que estés listo como a las siete allá, ¿te parece?
—Está bien —se levantó, revisando su reloj. Apenas eran las ocho de la mañana con un cuarto de hora—. ¿Ya desayunaron?
Recibió una negación por parte de ambos adultos, levantándose totalmente dispuesto a encontrar bísquets, ensaladas buenas y café en algún lugar cercano. Era ese momento en el que era conveniente para él tener de su lado a alguien que conociera la ciudad.
Como Ryo.
Casi se pega a si mismo; se sentía estúpido porque juraba que el pelinegro no estaba pensando en él ni la mitad de lo que el lo estaba haciendo, y lo entendía. El chico tenía cosas mucho más importantes que hacer que él.
Y ahora se preguntaba: ¿Cuándo iba a volver él a la ciudad?
No sabía si quería que fuera pronto o que se tomara el tiempo suficiente para solucionar sus problemas en Japón y ver a su familia, y después volver.
—Jean, recuerda que también está aquí la abuela, y no tarda en venir —le advirtió su madre—. Trae desayuno para ella también.
Asintió, saliendo de la habitación y sintiéndose molesto por el par de presencias que lo seguían. Así que volteó y los detuvo con la mano.
—Por favor —subió al ascensor sin darles tiempo a seguirlo. Se detuvo un piso abajo. Le dio un tumbo el corazón cuando un pelinegro cabizbajo subió, cuyo olor característico le gritó a la cara que era el, que era Ryo.
No sabía si hablar, esperar a que el chico lo reconociera o quedarse en silencio.
—¿Estás bien? —preguntó suavemente.
—¿Perdón? —Uchinaga se volteó con una expresión de enojo, deteniéndose unos segundos al notar que era él. Los le ojos destellaron, y se produjo en silencio brutal entre ambos—. Corsair.
—No me preguntes que hago aquí —rio suavemente.
Lo que pasó fue más rápido de lo que pudo procesar: Ryo se abalanzó por él, jalándolo completamente hacia sus labios y devorándolos con una necesidad abrasante. Sus manos se quedaron en sus rubios cabellos, moviéndolos de forma frenética.
Juraba que toda esa cantidad de sensaciones alrededor de su grande cuerpo eran tan desconocidas como familiares, todas causadas por la misma persona y hacia él mismo. Era un nerviosismo y una adrenalina tan emocionantes como angustiantes.
Todo era nuevo y único para él.
Cuando se separaron, mantuvieron sus frentes juntas por milisegundos.
—Eres un idiota —susurró el japonés.
Entonces lo soltó, y las puertas se abrieron justo al tiempo en que estaban lejos. Ryo no se despidió, solamente acomodó su atuendo y se fue, perdiéndose entre la multitud como una aguja en un pajar.
Eso había sido tan confuso que no podía entender completamente si estaba feliz, triste, o preocupado por el chico. Solo podía concluir que necesitaba más.
(...)
Y ahí estaba de nuevo. Su vuelo había sido cansado, pero podía decir que estaba más tranquilo; no había una prisa abrumadora por llegar, y mucho menos una preocupación dura en su garganta, como había sido con anterioridad. Solo estaban el, sus audífonos de cable y el silencio agradable que coronaba el avión. Las nubes eran ligeramente grises, por lo que asumía que estaba lloviendo abajo, y no faltaba demasiado tiempo para llegar.
Fue agradable la sensación de estar volviendo a su casa, después de todo. El descenso tranquilo y el viaje poco problemático lo habían mantenido en bastante paz durante todo el trayecto, sin contar que su compañero de asiento había sido un hombre mayor que estuvo todo el tiempo dormido. Además, ni siquiera roncaba.
Estaba contento.
Estaba contento incluso cuando bajaba de su avión y hacia todos los tramites que significaban el viajar como menor de edad de forma internacional. Sus pies dolían de estar parado y su trasero de estar sentando, y empezaba a temerle al posible efecto del jet lag.
En sus audífonos se reproducía Heaven Knows I'm Miserable Now de The Smiths, ante la agradable guitarra de Johnny Marr.
—¡Jean! —escuchó algunos gritos en cuanto cruzó la puerta del aeropuerto, deteniéndose en seco y buscando con los ojos el origen. Tres chicos se encontraban sentados a unos simples metros de él, con sonrisas en sus rostros.
Se acercaron a él, abrazándolo uno por uno.
—¿Vinieron por mí? —preguntó, aunque sabía que era una obviedad.
—Nah, de hecho, estamos aquí por la prima de Leo que va a llegar a la ciudad —Yian dijo, con mucha seriedad en su tono—. Tu fuiste una casualidad.
—Entiendo —asintió. Sus amigos rieron; Leo se abalanzó hacia él, colocando uno de sus brazos alrededor de sus hombros, dejándolo reposar en su cuello para seguir caminando a la salida. El pelirrojo llevaba puesto una sudadera con capucha gris oscura, un par de jeans claros y zapatillas blancas—. ¿No fueron a la escuela hoy?
—¿Qué nos vas a invitar de desayuno, Jeannie? —se acercó a él Kai, entrelazando sus brazos—. No fuimos a la escuela solo para esperarte. ¿Nos trajiste algo?
Soltó una risa, mientras Yian hacia berrinches detrás de ellos, porque no tenía espacio para acercarse a él.
—Shh, Yian, no eres bienvenido aquí —dijo Leo, sacándole la lengua—. No cabemos todos.
—No dices lo mismo cuando... —el pelirrojo se abalanzó hacia él, tapándole con una mano la boca y mirándolo de forma amenazadora, ante la inquisitiva mirada de Corsair.
—¿De qué me perdí? —le preguntó a su amiga. Aunque, juzgando por su expresión, parecía que ella tampoco estaba completamente enterada de lo que pasaba entre ambos de sus amigos en el momento. Sus grandes ojos miraban con repruebo a ese dúo.
Yian tomó la oportunidad para acercarse, dejando esta vez de lado a Leo, que se cruzó de brazos con una graciosa mirada reprobatoria, y los siguió de cerca. El pelinegro llevaba el largo cabello atado en una coleta, un conjunto totalmente negro de cazadora de cuero y jeans cargo, junto con un par de Dr. Martens.
—Hoy te voy a llevar en mi moto, dile a tu chofer que no puedes irte con el —su amigo le comentó, arrastrándolo fuera del estacionamiento para autos. Kai y Leo lo miraron con repruebo mientras subían al auto de la mayor a algunos metros.
—¿A dónde vamos?
—Primero dime que tal te fue, supongo que estas cansado y quizá traerte aquí no fue la mejor opción para ti, pero eso podrás reprochármelo después —el chico le alcanzó un casco negro mientras él se colocaba el suyo. Entonces subió, indicándole con la cabeza que lo hiciera igualmente. Jean lo imitó, pasando una de sus piernas por el otro lado de la moto y colocando sus manos alrededor del contrario.
—Fue un poco estresante —comenzó a hablar a la par que el chico arrancaba. Era una sensación poco familiar y extraña, pero nunca había sido desagradable para el—. De verdad pasaron muchas cosas. Pero lo mas importante es que ambos de mis padres están muy bien.
La fuerte ráfaga de viento en su rostro lo hizo despertar por completo, olvidándose del cansancio que su cuerpo tenia acumulado desde hacia ya dos días. Para el, era completamente distinto al viajar en auto.
—¿Como qué? —Lishi viró bruscamente en una de las calles, haciéndolo sentir inseguro por algunos segundos. Parecía querer competir contra el Alfa Romeo negro que les llevaba algunos metros de distancia, perteneciente al padre de Leo, aunque mantenía una calma muy característica de él.
Quizá era el momento apropiado para decirle, al menos a él.
—Hay una parte de mi vida que no les he contado porque me da demasiada vergüenza —comenzó, aclarando su garganta y jugando con sus manos, acomodadas en el abdomen del contrario—. Resulta, que, por azares del destino, yo y Ryo Uchinaga estamos un poco... pues... enredados.
—¿Qué pasó? ¿Pelearon? —hizo una ligera pausa—. Bueno, ¿más de lo usual?
Miró al cielo, como una forma de pedir ayuda a quien sabe quién. Podía visualizar el auto de su amigo hacerse espacio entre los autos para meterse en calles que no eran completamente transitadas, siendo seguida por Yian, que mantenía un nivel de peligro en su forma de conducir, pero de forma premeditada.
—De... forma romántica.
—¿¡QUE?! —estaba seguro de que su grito se había escuchado dos cuadras adelante, a juzgar por la cara que pusieron los transeúntes, como si se tratase de un secuestro en proceso y el fuera un pobre muchacho en contra de su voluntad ahí, pero no tenían forma de comprobarlo, así que solo fueron unos segundos antes de que siguieran con su usual flujo. El rubio cerró los ojos, como si temiese que en cualquier momento se fueran a estrellar contra una cabina telefónica (que ya no muchas personas utilizaban)—. Perdón, pero ¡¿QUE MIERDA?!
Soltó una risa, que se componía mitad de nervios y mitad de verdadera gracia. Pero dado que Yian Lishi solía ser una persona más bien tranquila, era muy extraño escucharlo gritar o algo por el estilo.
Seguía con los ojos cerrados, tratando de evitar totalmente el tema.
—Yo...
Pero no sabía realmente que decir.
muchachooooos volvemos a nuestra usual programación (o eso espero). les pido una disculpota por todo este tiempo q los hice esperar, resulta que se me juntó todo y pues puedo decir con toda tranquilidad q TERMINE LA PREPAAAA neta q me costó un vergo porque tuve muchos problemas a lo largo de mi trayectoria, pero aquí estoy, casi graduada.
en fin, espero aprovechar bien estas vacas y escribir tanto para q cuando esté en uni no los deje flotando. Muchas gracias por su paciencia, los amooooooooooooooo
-boo
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