16. Noches
Tomó asiento al lado de la camilla, pasando sus manos por su cabello. Notó que ya se encontraba demasiado largo para su gusto, al punto de que estorbaba su campo de visión y resultaba particularmente incómodo para su nuca. La silla era cómoda, pero estaba harto de la simple idea de estar en un hospital porque sus padres tuvieron un accidente y él viajó veintidós horas para ir a verlos.
Su espalda dolía, y sus ojos pesaban en cada uno de los parpadeos que daba. A su lado, se encontraban numerosos ramos de flores, globos y chocolates, todos y cada uno de ellos con pequeñas notas de saludos. Se levantó de su lugar, paseando sus manos por las plantas al momento en que el fuerte olor impregnó sus fosas nasales. Eran todas bonitas, de colores vibrantes y sin duda alguna bien cuidadas; rosas, margaritas, girasoles y tulipanes eran los que más podía destacar dentro de todas.
Uno de los ramos era notoriamente ostentoso, lleno de flores hermosas que no sabía reconocer. La nota que lo acompañaba era dorada, y sus pequeños decorados brillaban contra la fría luz que el lugar emitía.
"De la familia Hue, esperamos pronta recuperación. Nuestro más cálido abrazo".
Alzo una ceja, a la par que hacia una mueca de confusión y desagrado a la vez. Volvió a pasar sus ojos por la nota, tratando de corroborar que no había leído mal, pero no lo había hecho. En efecto, la familia de Keith Hue había mandado esas flores, y él no era capaz de recordar el momento en que sus familias habían hecho buenas migas.
Para comenzar, ¿Cómo habían logrado mandar flores al hospital?
Examino más de cerca el jarrón, repleto de preciosas plantitas, y que probablemente había costado un ojo de la cara. Parecían muy frescas, con una paleta de color de azules y blanco, haciéndola ver muy limpia, con algunas ramitas verdes que lo acomodaban. Tenía ganas de tirarla directa al bote de la basura, pero no era de su incumbencia, de forma que volvió a colocarlo en su lugar.
Su padre dormía plácidamente en su camilla, con las manos entrelazadas sobre su regazo y el ceño arrugado en su frente. A su lado, su madre se estaba dormitando en su lugar, sin haber dejado el lugar en casi dos días. Reo estaba en la guardería, porque todos sabían que le iba a resultar estresante estar en ese lugar con olor a muerte, aunque no dejaba de estar protegido por guardaespaldas incluso en la zona de niños.
Ya estaba siendo algo preocupante.
Le habían indicado que no podía quedarse a dormir ahí, lo que significaba que tenía que movilizarse antes de que cayera la noche, lo que le causaba un punzante dolor de cabeza solo al pasar la idea por su mente.
No quería hacerlo.
Su madre lo acompañó al hotel, pero se iban a quedar en habitaciones distintas, aunque contiguas, solo por razones de seguridad. Su hermano iba a dormir con su madre, por lo que él iba a estar solo toda la noche, aunque solo fuera esa. Sabía que tenía que volver a Inglaterra al día siguiente o al que seguía de ese, pues, a pesar de todo, sus padres iban a hacerlo retomar sus responsabilidades.
—Ryo, descansa —su madre le dijo antes de que se separaran. Se veía cansada; dos sombras oscuras y arrugas bajo sus ojos la delataban, al igual que su falta de maquillaje (que nunca faltaba) y la ropa que llevaba puesta, que no era nunca como la que formaba parte de su diario. La mujer se acercó a él, abrazándolo por más segundos de lo que eran usual.
—Te quiero, mamá, cuídate.
Cuando se separaron, cada uno entró en su habitación. Ryo por fin pudo verla: era muy amplia, de paredes blancas, una enorme cama en el centro, una mesita de café y un sillón blanco. Había un baño cerca de la puerta, y un closet más que grande para él. No creía que valiera la pena para las pocas noches que iba a pasar ahí. Se quitó los zapatos al entrar, quedándose únicamente en calcetines y tomó asiento en la cama.
Desde la habitación se podía ver la ciudad, a través de una especie de ventanal grande, y siempre se había sentido atraído por lo bonitas de las luces contra la dura oscuridad de la noche, pero esa vez, no estaba interesado. Tomó su teléfono, sintiéndose ligeramente mareado y abrió un chat, que no tenía demasiados mensajes pero que se había mantenido hasta arriba desde hacía un par de días.
"¿En qué hotel estás hospedado?"
El texto de leído no se hizo esperar, causando que abriera los ojos un poco más de lo normal y volviera a entornarlos para observar la burbujita moverse.
"New Otani, ¿y tú?" Hizo memoria, dándose cuenta de que estaban en el mismo, de pura casualidad.
"Yo igual."
"Ah, ¿sí?" Su respuesta fue poco satisfactoria, pero no podía comprender por qué estaba esperando algo más. Quería entender por qué quería tomar esa decisión, pero realmente no lo hacía, solo sabía que su corazón le latía como loco, y tenía la boca seca.
"Si."
"Ven a verme, si puedes". El pecho se hundió en sí mismo.
Mierda. Se odiaba a sí mismo y a todas sus estúpidas decisiones, como lo había sido involucrarse con el mismismo Jean Corsair, en primera instancia.
"Te detesto mucho. ¿En qué habitación estas?"
"709".
Se dio la vuelta, tomando la tarjeta que funcionaba como llave y acercándose de nuevo a la puerta, donde se puso los zapatos que llevaba anteriormente. Asomó la cabeza por la puerta, dándose cuenta de que los guardaespaldas ya no estaban ahí, pero probablemente no estaban muy lejos, así que salió casi corriendo por todo el pasillo, lleno de preocupación de que fueran a verlo y a decirle a su madre que él estaba ahí, sobre todo porque en ese piso únicamente se hospedaban ellos en ese momento.
Dio click al botón del elevador, que no tomó demasiado tiempo en llegar, así que una vez subió, fue la primera vez que dudó. Sus ojos bailaron, a la par que su mente se apaciguaba y la voz de la razón le decía que se detuviera, pero sus dedos ya habían clickeado el piso 7, y su cuerpo no respondía a la petición de su cerebro.
Las puertas se abrieron, y el simplemente salió caminando con toda tranquilidad, no sin antes mirar de lado a lado. No tardó demasiado en dar con la habitación, siendo esta una de las primeras en el pasillo. Se acercó, tratando de no hacer nada de ruido, y finalmente estuvo frente a la puerta, donde tocó solo una vez.
Si Jean no abría, sabría que no era lo correcto haber ido, por lo que regresaría feliz a su habitación, donde se acostaría a dormir y a ver The Office hasta quedarse tranquilo.
—No tardaste nada —cierto rubio lo veía con superioridad desde el umbral, y Ryo ya se estaba arrepintiendo hasta de nacer. Un escalofrío le recorrido la espalda; Corsair vestía un pantalón de dormir gris, con patrón de cuadrados, y una camiseta negra, sin mangas.
Retiro su mirada de los brazos del más alto, viendo sus ojos por más segundos de lo que le hubiera gustado.
—No tardaste nada en abrir, tampoco —se encogió de hombros—. ¿Tanto necesitabas verme?
Entro con toda confianza en la habitación, quitándose los zapatos y escuchando al chico aclarar su garganta antes de hablar, o probablemente eso era.
—Quizá.
No contestó nada más, y un silencio se instaló en el lugar, poniéndolo nervioso como jamás. Solamente ver al chico le ponía diferente a lo usual, quizá más intranquilo y temperamental de lo que nunca había imaginado.
Solamente lo vio acercarse e inclinarse, atrapando sus labios en cosa de segundos, y robando cualquier rastro de aliento que le pudiera quedar. Sintió su lengua introducirse en su boca, cosa que lo sorprendió y lo hizo sobresaltarse.
No pasaron más de dos segundos para que Jean se separara.
—Perdón —tomó asiento a su lado, con un pequeño puchero—. Me emocioné más de la cuenta.
Le dieron ganas de reír.
—Me asustaste, pero no me molestó —fue lo único que dijo, volviendo a acercarse y colocando sus manos en la cintura del contrario, aunque esa posición fuera algo incomoda. Se inclinó sobre el cuerpo ajeno, mientras los largos dedos del chico daban ligeros masajes sobre el cabello de su nuca; el beso era lento y pausado, pero cada movimiento de la lengua del chico dentro de su boca le causaba una cantidad excepcional de sensaciones alrededor de todo el cuerpo.
Y no quería parar. A ese punto, era más probable que su cayera todo el edificio a que ellos se detuvieran.
Jean respiraba lentamente, y podía sentir lo necesitado que estaba en ese momento, a pesar de verse tranquilo o incluso altanero, sabía que se estaba volviendo loco ahí mismo. Fue cosa de segundos para que se alejara, mirándolo con las pupilas dilatadas desde su lugar, ropas revueltas y la piel rojiza.
Uchinaga volvió a romper la distancia, abalanzándose contra el cuello contrario y dejando numerosos besos en él, más lentos de lo usual y algo húmedos, pero era agradable sentir al contrario tensarse contra su agarre, ahora en la amplia espalda del chico.
—Uchinaga... —el chico dijo, más en un susurro que en una verdadera exclamación.
Se separó. Se había escuchado nervioso.
—¿Sí? ¿No te gustó?
—Sí me gustó, pero creo que no estoy muy acostumbrado —entonces lo examinó. Jean estaba rojo como la granada, y tenía una sonrisa ligera sobre sus facciones. Dejó un beso sobre su mejilla, bajando su mano y acariciando los largos dedos del pelinegro—. Tu cabello está muy largo, me gusta.
—Quiero cortarlo —dijo, desviando la mirada. Estaba algo apenado, pero no sabía cómo decirlo—. No quería verme con demasiada confianza.
—En serio, no hay de que disculparse —el chico sonrió—. Me vuelves loco con el mínimo roce, necesito que lo dimensiones, Uchinaga.
Rio bajito. Sentía que estaba siendo un completo idiota.
—Quizá me siento así, también —comentó en voz bajita, como algo poco relevante para la conversación.
—¿Crees que haga mucho frio abajo? No tuve tiempo de caminar en el sendero que hay frente al hotel, y veo que es muy bonito de noche.
—¿Quieres ir?
—¿Tu?
—Si tú quieres ir, voy contigo —lo miró de arriba abajo—. Pero tienes que abrigarte.
Observó al menor levantarse, perdiéndose de vista en el pasillo por el que se encontraba el baño y el closet. Miró una última vez la espalda ajena antes de regresar su vista hacia adelante, examinando la habitación en la que se encontraba.
Era parecida a la suya, variando ligeramente en la organización de las cosas, pero en general muy similar. En la esquina del cuarto reposaba una maleta abierta de par en par, llena de ropa y algunos botes de líquidos pequeños. Escuchaba a Corsair tararear desde su lugar, una canción de Lauv.
Unos minutos después, el chico volvió; vestía pantalones, un blazer y una sudadera con capucha de color negro. Llevaba en la mano un par de Dr. Martens, acomodándose a su lado para ponérselos, cubriendo completamente sus calcetines verde pantano, con estampado de ranitas.
—Que bonitos —señaló, con un deje de burla en su voz—. ¿Te los regalaron en el jardín de niños?
El chico hizo un puchero, mirándolo mal, aunque parecía querer reírse. Siguió amarrando sus agujetas hasta que hubo terminado, volteando a verlo por un par de segundos.
—Si, ahí mismo fue donde conocí a tu mamá —dijo, en un tono de voz serio. Ryo carcajeó, dando un ligero golpe en su hombro.
—Eres un puto ridículo, Corsair —aunque quería verse enojado, sentía que no estaba siendo muy exitoso, a juzgar por la pedante mirada del rubio, que se inclinó sobre él, chocando ambas bocas con una tranquilidad aplastante, a la vez que sus lenguas se embarcaban en una incesante lucha por control en el territorio del otro, y el sonido de la saliva compartida era fuerte.
Jean parecía querer aspirar cada posible centímetro de su boca, si era posible, y el no se encontraba lejos de la desesperación que conllevaban besos tan intensos como esos, que lo dejaban con ganas de no dejar de hacerlo en ningún punto. Sentía la frente ardiendo, y había perdido el control completo de sus manos, que estaban introducidas dentro de todas las capas de ropa del contrario, y realizaban movimientos verticales sobre toda su columna vertebral.
Se separaron, bajo el sonido incomodo de un chasquido y las sobras de su beso entre ambos, representadas con un hilo de saliva casi imperceptible.
—Que bien te ves así —el rubio susurró; sus ojos clavados en todo su rostro, perforándolo con la mirada—. Me pareces mas atractivo cuando no estas insultándome, Ryo.
Ryo.
Ryo.
La temperatura se le volvió a subir, abriendo los ojos en grande ante el ceño de confusión del contrario. Tragó saliva, aunque no parecía ser suficiente para si mismo; la cabeza le daba vueltas y la constante sensación de adrenalina no estaba dispuesta a abandonar su cuerpo.
Soltó aire, retirando su mirada de los verdes ojos que lo engatusaban, y la dejó reposar en la alfombra del suelo, color gris.
—No digas ese tipo de cosas así de fácil —se levantó, tomando la mano ajena—. Vámonos.
(...)
Conociendo mejor a Uchinaga, se había percatado de que, en realidad, era una persona físicamente muy afectiva. Aunque no llevaban mucho tiempo en esa cosa tan rara que tenían, era notorio que era más fácil para el expresarse mediante acciones que por palabras.
Siempre había tenido a Ryo en el concepto de ser una persona mas verbal, pero estaba muy equivocado.
La noche estaba completamente presente, y muy pocas personas paseaban por el sendero, quizá solo una pareja más, y ya. Estaba perfectamente iluminado, y lo rodeaban árboles, que eran verdes en el momento, pero que hubieran sido rosas en otra ocasión.
La mano de Ryo estaba fría como un bloque de hielo, a comparación de la suya, mas calentita y un poco mas grande. No era que el chico fuera bajito o chico; al contrario, era alto y, aunque no era musculoso, si tenia unos hombros lo suficientemente anchos.
Les llegaba a las cejas, por lo que asumía que era una diferencia de no mas que unos cinco o seis centímetros, y esas eran cosas que notaba en el trayecto, y que no había reflexionado hasta el momento. Pero no había pensado tanto en realmente nada hasta ese momento, donde se dio cuenta de que estaba demasiado involucrado con el chico, y la peor parte era que no quería dejarlo.
Quería más.
Mucho más.
Y se sentía horrible porque sentía que era probable que Ryo no lo viera de esa forma, que quizá no buscaba mucho más que algo de un tiempo, y no tenia sentimientos fuertes por él, o puede que solo sintiese atracción física, porque era algo muy normal.
Desde su experiencia, muchas personas lo buscaban por cómo se veía, o por quien era. Muchas personas solamente habían buscado experimentar cogerse al heredero de Casino, y no realmente tener algo con él, y aunque nunca les había resultado, si habían sido pérdidas de tiempo.
¿Y si Ryo solamente estaba ahí por mera curiosidad, y no porque gustase de él?
Y nunca se había cuestionado si gustaba de él, o si siquiera tenía un mínimo sentimiento fuera de algo físico, fuera de besarlo o tomarlo de la mano o salir con él. Y, aunque sabía que no había nada que Uchinaga pudiera desear de el como individual, la espina seguía ahí.
—¿Estás ahí? —una voz lo saco de su hilo de pensamientos. El chico lo miraba con duda y confusión a la vez, presumiendo de su usual ceño fruncido. Las luces de los faros hacían que sus oscuros ojos se iluminaran—. ¿Me estabas escuchando?
No dijo nada por unos segundos, evitando la pregunta.
—No, me perdí completamente. Perdón.
El chico lo examino con la mirada, y pareció llegar a una conclusión antes de decir algo más.
—¿En qué estás pensando? —era una pregunta sencilla, sin nada detrás, pero se había sentido cálida y cariñosa.
—En ti.
La piel pálida del chico se coloreó de un fuerte rojo.
—¿De buena o mala manera? —sintió un ligero apretón en la mano—. Me atraes, Jean, es todo lo que puedo decir. No soy tan bueno identificando mis propios sentimientos, pero si sé que, ahora mismo, probablemente tenga algunos por ti —dio un suspiro—. Solo, no quiero precipitarme y hacerlo mal.
—Ryo... Uchi... Ryochi... —su rostro se iluminó—. Ya encontré tu apodo.
El chico soltó su mano.
—Quiero decir, solo te veo como un amigo —se dio la vuelta y comenzó a caminar, dejándolo atrás. Jean carcajeó, persiguiéndolo y llegando a el en cosa de segundos. Coloco sus manos alrededor de su cuerpo, atrayéndolo hacia si mismo bajo la cara de disgusto del contrario.
Sus frentes hicieron un choque ligero, que le permitió apreciar la belleza del chico. Había descubierto que le encantaba ver los lunares del más bajo.
—Si solo me ves como un amigo, ya no debemos besarnos.
—No trates de aplicarme la misma; yo no te he puesto ningún apodo.
Volvió a soltar algunas risas, dejándose llevar completamente por el momento. El pelinegro volvió a tomar su mano, guiándolo a través del lugar. El suave sonido del rio le causaba una tranquilidad inexplicable, al igual que disfrutaba, como nunca el poco ruido del que el lugar gozaba.
—Me pone nervioso que alguien nos vea, y nos reconozca —comentó, paseando la vista alrededor de todo el sendero.
—No te preocupes, mi madre y mi hermano ya están dormidos, y el personal de la empresa no se quedó aquí. No hay nadie relevante hospedado aquí, así que no hay mucha probabilidad.
—Perdón, estoy pensado todo de más, de nuevo.
—No hay por qué disculparse —el chico hizo un ademan con la mano que tenía disponible, todavía sin soltar la suya. Algo de vapor salió de su boca, perdiéndose en la oscuridad—. ¿Cómo están tus papas?
Fue una pregunta algo repentina, por lo que no pudo evitar descolocarse. Aunque trataba de mantener su mente distraída, con todo lo que había por organizar en la empresa, y los procesos que se estaban llevando a cabo en el momento, el solo recuerdo de la razón por la que estaba ahí lo entristecía, y le causaba dolor en el estómago.
—Están... bien. Mi mamá aún no despierta, pero los doctores dicen que lo va a hacer pronto —parpadeó varias veces. No quería hablar mucho de eso—. Tengo hambre.
Ryo coloco sus manos alrededor de sus mejillas, mirándolo desde abajo. Los ojos de Jean estaban ligeramente aguados, y su rostro presumía una mueca de tristeza.
—Te ves estresado —comentó Uchinaga, acariciando ligeramente su piel con el pulgar y colocando una de sus manos en su cuello, causándole escalofríos al instante y la sensación de que iba a explotar. Su respiración se ralentizó, sincronizándose con la del japonés.
Probablemente era la vista mas hermosa de su vida. Simplemente estaba enloquecido e hipnotizado por los profundos y pequeños ojos del contrario, sus poquitos lunares, la manchita café clara sobre la punta de su nariz, y la notoria falta de sus aretes, a los cuales se acostumbraba y desacostumbraba cada cuánto.
—Tengo una buena idea para ya no estar estresado —le robó un beso, y después otro, hasta que se convirtió en un patrón. Eran cortos, y muy castos, pero le causaban tantas emociones como eran posibles. Cuando se cansó, juntó sus rostros, rozando sus narices.
La ligera risa de Ryo fue como una melodía a sus oídos. Le encantaba cuando tenia un buen humor, o cuando le causaban gracia sus chistes malos, o cuando le sonreía con ternura.
Realmente estaba enloqueciendo.
Se tomaron fotos, algunas donde se veían sus rostros, mientras que otras eran mas discretas, pero siempre donde se pudiera observar el lindo lugar. Uchinaga le sacó algunas fotos con su teléfono, y el hizo lo mismo, pero no se las compartieron.
—Vamos a comer algo —lo jaló de la mano—. Supongo que no podemos comer en el hotel, así que vamos a algún lugar bonito por aquí. Creo que se puede comer ramen cerca.
—Nunca lo he probado —se dejó guiar por el chico, saliendo completamente del establecimiento, hasta que se encontraron en una calle que colindaba con el hotel, desde la que se podía ver un pequeño puente, que cruzaba el rio.
—Entonces esta será la primera vez que lo pruebes —respondió, asintiendo. Se encogió en si mismo, arrugando el rostro.
—¿Tienes frio? —lo examinó; solo llevaba puesto un suéter color negro de lana, pantalones de vestir y zapatos. El clima era frio, tanto que, incluso el mismo apenas y se sentía cálido, pero llevaba puesto un suéter debajo del blazer, por lo que no consideraba que fuera a echar demasiado de menos su sudadera—. Espera. ¿Quieres el blazer o la sudadera? —preguntó.
Se quitó el blazer, extendiéndolo hacia el Ryo, que lo tomó con algo de duda.
—Te voy a dar la sudadera —se la quitó, pasándola por su cabeza y sintiendo como esta arrastraba lo que llevaba puesto debajo, a juzgar por la sensación en su estómago. Entonces la metió sobre su cabeza, como si se tratase de un niño pequeño.
—Este no es mi estilo de ropa, es raro para mi usarla —comentó el pelinegro, pasando sus brazos en las mangas, sin embargo.
Siguieron caminando. Jean observaba cada uno de los detalles disponibles de la calle; la particular forma de las tiendas, la cantidad de anuncios que tenían y que una de ellas incluso tenia un peluche frente a ella le llamó la atención, comparándolo automáticamente con los de Inglaterra, que eran mas simples, por decirlo de esa forma.
—Traías puesto algo así el día que nos besamos —llegaron hasta el puente eventualmente, cruzándolo sin pensarlo dos veces—. Definitivamente no es tu estilo.
—Era de Roy.
—Ese día me puse celoso. Pensé que habías estado con alguien.
Escuchó la risita de Ryo, más de burla que de verdadera gracia.
—¿Lo dices en serio?
—La verdad es que no —le sonrió. No estaba mintiendo; le había causado algo de ruido, pero no se había puesto celoso, aunque ahora le hubiera gustado haberlo hecho—. Creo que no tengo una naturaleza muy celosa, y, no sabia si tenia algo por ti en ese momento.
—¿Y ahora lo sabes?
Silbó.
—Me encanta esta ciudad.
—Oye, no me cambies el tema.
Soltó algunas risas, tratando de evadir el tema completamente, aunque sabia que no lo estaba haciendo disimuladamente. Uchinaga pareció dejar el tema, aun así.
—Haces muchas preguntas, Ryochi —lo miró de soslayo, divirtiéndose ante su mueca de fastidio. Sin embargo, todavía sostenía su mano sin reparo.
—Tu me das muy pocas respuestas —hizo una especie de puchero, quitándose el cabello del rostro—. Mierda, tengo el cabello demasiado largo, ya lo detesto. Me lo voy a cortar en cuanto tenga la oportunidad.
—¿En serio no te gusta? A mi me parece que te ves muy bien —alzó las cejas con picardía, disfrutando del ligero sonrojo del contrario—. ¿Estamos cerca?
Se encontraban entre algunas callejuelas, llenas de negocios y gente. Era lo suficientemente temprano como para que hubiera actividad en el lugar, y Jean podía decir con toda certeza que le resultaba particularmente fascinante el lugar.
Era muy diferente.
—Es aquí; he venido muy pocas veces, pero me ha encantado, aunque ya tiene un par de años que no lo hago —abrieron la puerta del local, que hizo sonar una campanita—. Buena noche.
Y fue ahí donde se perdió. Jean no podía entender una sola palabra de lo que Ryo decía, pero parecía estar conversando con el dependiente, una mujer de unos setenta años, cabello cano y ojos rasgados, como los suyos. El lugar estaba iluminado por una luz algo amarillenta, llena de promociones en carteles rojos, lámparas de techo algo rusticas y mesas de madera clara, pero que no dejaba de dar esa apariencia acogedora que le fascinaba.
Jamás había escuchado a Ryo hablar japones en su vida, de forma que le parecía muy interesante, incluso atractivo.
—Voy a pedir un ramen para ti, ¿te parece? —el chico se dirigió a él, mientras tomaban asiento. Había muy pocas personas en el lugar.
—Si, está perfecto.
El pelinegro regreso su vista hacia el camarero, a quien ordenó algunas cosas que no fue capaz de entender, entre las que destacaba la palabra "ramen" y "katsudon".
—¿Qué quieres de beber? —preguntó—. No pidas nada con alcohol.
—Coca cola, por favor —el mesero pareció entender lo que dijo sin problemas, de forma que se retiró, yéndose a una habitación escondida detrás de la barra. Volvió a ver a Uchinaga, en quien se reflejaba la luz del lugar—. Tu japonés es atractivo.
—Idiota —bufó; estaba cruzado de brazos en su lugar—. Cuando comas, haz ruido.
—¿Eh?
—Tu solo hazme caso, americanito.
—¿¡Perdón?! No me compares, por favor —se ofendió, haciendo un puchero.
—Para ellos eres un americano más, a eso me refiero —se encogió de hombros. Jean lo miró fijamente por unos segundos, dándose cuenta de lo extraña que era toda la situación, tanto que no podía procesar completamente lo que pasaba.
—¿Sabias que tanto mi papá como mi mamá tienen raíces latinas? —lo miró con suficiencia—. No soy tan blanco como crees.
El contrario soltó un par de risas.
—De tu mamá tenia idea, pero no de tu papá —asintió—. Pensé que solo eras mitad y mitad.
—Mi abuela es mixta, igual que yo —dijo—. Por eso es por lo que habla español muy bien.
—Tú también hablas bien español, me parece atractivo.
(...)
Jean recibió una llamada cuando regresaban al hotel.
—¿Entonces tienes que regresar, aun así? —le preguntó. Seguía aferrado a su mano, cosa que comenzaba a avergonzarlo.
—Si, voy a ir por mis cosas —cuando casi ingresaron, decidió soltarlo finalmente, sintiéndose algo extraño. Subieron al ascensor.
—Supongo que nos veremos en Inglaterra —Jean parecía algo triste, colocando su mano en su mejilla y acercándolo para depositar un beso en sus labios, que se prolongó hasta que estaban abrazados a la mitad del ascensor vacío.
Se hizo un pequeño ruido en el lugar, que los hizo separarse y alejarse, observando solamente a las puertas abrirse. Del otro lado, se encontraba una mujer alta, de cabellos negros y ojos rasgados.
Mierda.
—Mamá.
se prendió esta mierdaaaaaaa oigan perdonen x no actualizar casi no me da tiempo para escribir porque justo tuve exámenes otra vez pero aquí estoy
los quieroooo gracias x leer <3
-boo
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