13. Niño de ojos verdes
Norbert sonrió. Hacía ya algunas horas desde que había comenzado el evento más importante de la semana. Se encontraba rodeado de personas, que se saludaban los unos a los otros con rostros de felicidad y gusto. Hacía ya dos días que el evento había comenzado, por lo que apenas y había podido tomarse un descanso. Aunque estuviera cansado, no podía decir que quería irse. Sentía que podía dar mucho más todavía.
No iba a negarlo; él también se sentía contento de estar con todas esas personas, a excepción de uno de ellos.
El patriarca de la familia Uchinaga se encontraba no demasiado lejos de ellos, saludando igualmente a los demás empresarios con una mirada afable. El hombre no era particularmente sonriente, pero, incluso con su miopía, Norbert podía notar que este presumía de su usual carisma. A su lado,
Bufó.
—¡En serio nos da gusto verlos! —a su lado, Casandra se encontraba charlando con la CEO González, dueña de una empresa de telecomunicación de España. Su esposa era completamente fluida en el español, lo que les daba puntos frente a los demás empresarios. La mujer hablaba mas de cuatro idiomas, y tenia una cantidad excepcional de experiencia—. Hacia ya tiempo que no escuchábamos de ustedes, desde que asistimos a la apertura en la sucursal de Barcelona.
Aparentemente, después de ese evento los iban a llevar al buffet mas prestigioso de la ciudad, con el propósito de que convivieran los unos con los otros de forma mas informal. En ese momento, estaban en el rascacielos más alto de la zona, de enormes ventanales y con la vista grandiosa a la ciudad, que le daba más bien vértigo.
La vista desde los edificios altos le sorprendía como si fuera el primer día.
Caminó hacia la barra, sentándose en uno de los bancos de esta mientras buscaba con la mirada al bartender, que tenía la mirada fija en el trago que se encontraba preparando, de un suave color rosa con espuma. La reconoció al instante, decidiendo en automático lo que quería.
—Un Clover Club, por favor —ordenó, acomodándose y sacando su teléfono, revisando su bandeja de notificaciones. Jules no le contestaba ninguna de sus llamadas todavía, cosa que lo ponía de un mal humor impresionante. Tenia mensajes de otras personas, como sus socios o amigos, pero no había nada que resaltar.
No sabía en qué momento su relación se había vuelto tan llena de rencores y desprecio mutuo, y ni siquiera podía remontar al momento en que sus lazos se habían tensado al nivel en el que no podían verse. Suponía, muy al fondo, que se había tratado del momento en que Jean había cumplido los doce, pues fue en esa fiesta en el que lo presentó como el heredero oficial de Casino. Pero siempre había sido así, Norbert jamás le dijo a Jules que el iba a heredar la empresa, porque no consideraba que fuera su primogénito, y, por lo tanto, consideraba que seria incorrecto hacerlo. Cuando Jean le dijo que él quería dedicarse a vender y diseñar ropa, supo que, podía que no quisiera tener Casino, si no Corsair.
Fue hasta ese momento en el que consideró a Julian, pero se sentía horrible de pensar que fue su segunda opción todo el tiempo. Y odiaba la forma en que se habían dado las cosas.
Su hilo de pensamientos fue cortado en el momento en el que la bebida fue deslizada por la barra, sin pensarla dos veces antes de dar un largo trago a esta, que llenó su boca de un agridulce sabor y que manchó su bigote con algo de espuma.
Una parte de él tenía miedo de que Jean y Jules volvieran a encontrarse y tuvieran de nuevo una pelea, que terminara todavía peor que la anterior. No podía negar que le había preocupado despertar esa mañana con llamadas y mensajes perdidos de Marlon, donde le decía que el menor de sus hijos había tenido un accidente.
Su corazón se paró por unos segundos, provocando que su estomago se hundiera. Fue mas tranquilo cuando el mayordomo le aseguró que todo estaba bien, y que Jean solamente estaba algo adolorido, además de que estaba tomando reposo.
—¿En qué estás pensando? —Cass, como él llamaba a su esposa, se acercó por su izquierda, sentándose en el banco con su usual rostro impasible, mirándolo de lado—. Un Cinzano Asti, por favor —ordenó, regresando su mirada a su esposo—. ¿Sigues preocupado por lo de Jeannie? Porque quiero que sepas que no va a servir de nada que estes perturbado. Estamos aquí por trabajo, y lo sabes.
La castaña dio un trago a su vino, cerrando ligeramente los ojos con una sonrisa pequeña. La copa se había quedado marcada del fuerte rojo de su labial.
—Quizá tienes razón —asintió.
La tarde transcurrió sin más problemas, hasta que llegó la hora de trasladarse al buffet, que, se supone, no quedaba demasiado lejos del hotel donde se encontraban. La empresa organizadora se encargó de trasladarlos y guiarlos hasta el lugar.
El edificio, de una forma más o menos ancha y cuadrada, se ciñó frente a ellos, con una arquitectura más clásica y peinada con una suave iluminación amarilla. Estaba llena de ventanas, desde las cuales se podían ver las mesas y parte de la construcción.
Una vez estuvieron dentro, les asignaron una mesa, que compartieron con otras dos parejas. Norbert se regocijó de que no tuviera que compartir mesa con Uchinaga, porque probablemente hubiera preferido que lo colgaran del enorme candelabro sobre ellos, porque apenas y era capaz de verlo, y estaba seguro de que el hombre se sentía igual.
Su cena fue tranquila, sin ningún inconveniente y sumamente deliciosa, pero había llegado ya la hora en que sus parpados comenzaban a pesar, por lo que estaba a punto de ir a convencer a su esposa de que ya se fueran, cuando esta se acercó a él con una expresión bastante extrañada.
—Norbert, nos vamos —la mujer pareció haberse dado cuenta de su confusión—. Nos van a escoltar a todos hasta el hotel, así que es mejor que nos vayamos ahora.
Asintió, levantándose y despidiéndose de todos los demás. Entonces se dio cuenta de que había otra pareja que igual se estaba yendo.
Gruñó. Se trataba de los Uchinaga, cuyas espaldas podía reconocer sin ningún problema. Estos parecían estar esperando igualmente a que les dieran luz verde, pero no notaban su presencia aún.
El valet parking trajo su auto, entregándole las llaves y retirándose. Dio la vuelta, abriendo la puerta para Cass y regresó al lugar del conductor. Una vez estuvo dentro, revisó la hora. Su watch marcaba la una de la mañana, que daba la explicación de por qué estaba tan somnoliento.
Estuvieron unos minutos esperando a que por fin les dejaran irse. Cuando lo hicieron, no se la pensó dos veces para encender el auto, ya cansado de ver el Mercedes azul oscuro que llevaba como cinco minutos frente a ellos, y cuyo dueño se le aparecía en sus pesadillas de vez en cuando.
El tráfico no solía ser mucho a esa hora, pues era miércoles y la mayoría de las personas ya estaban en sus casas, durmiendo para comenzar la siguiente jornada de trabajo. Las luces de Osaka se encargaban de iluminar la noche, al punto de que no se podían ver siquiera las estrellas.
Casandra tarareaba una canción de Adele, que, según él, se llamaba Love in the Dark, en un silencio que mas que incomodo era normal. Después de tantos años juntos, a veces se quedaban sin temas de conversación, tratando de disfrutar la compañía del otro lo más posible, pues eran momentos escasos los que eran tan tranquilos.
En la radio, se escuchaba algo de música que no podían ni reconocer. Norbert pensaba que probablemente era música de adolescentes, de la que a veces escuchaban tararear a Jean cuando estaba distraído. A pesar de casi ser mayor de edad, le costaba dejar de ver al rubio como un niño, y se culpaba a si mismo por eso.
Jean había tenido una infancia mas o menos normal, pero conforme crecía comenzó a presentar problemas de nervios. Las situaciones las convertía en algo mucho mas grande, y cada vez que el y su esposa peleaban, lloraba y se escondía. Cuando las cosas se calmaban e iban a buscarlo, lo encontraban con las manos sobre sus oídos, y los surcos de lágrimas todavía marcados en las mejillas.
Aunque se veía normal en ese momento, hubo un punto en el que transpiraba por situaciones que no podía controlar, perdía el equilibrio y perdía completamente la noción de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Fue ahí donde supieron que no era algo normal, y que no solamente era un niño sensible.
Le diagnosticaron ansiedad a los nueve, pero solamente tomó terapia, hasta que, comenzó a ser medicado a los doce, cuando ya pudo tomar la decisión por si solo. Norbert no quería imponerle nada a su hijo como lo eran antidepresivos, sobre todo siendo tan pequeño, y mucho menos quisieron decirle hasta que ya podía hacer juicio por sí mismo.
A veces, cuando lo veía, todavía pensaba en ese niño de cabellos rubios, ojos grandes y una que otra pequita en su piel, que lo miraba con duda y una mueca de tristeza.
—¿En qué piensas? —fue sacado de sus pensamientos por una voz aterciopelada.
—En Jean.
Hubo un silencio entre ambos.
—Tienes que dejar de verlo como a un bebé, ¿sabes?
—Es difícil —dieron la vuelta en una calle concurrida, entrando a una especie de callejón cuya mayor iluminación provenía de un farol alto y grande. Había una cantidad notable de basura en las aceras, al igual que estaba bastante solitario—. Maldito Uchinaga, va demasiado lento. Quiero salir de aquí.
La sangre se le helaba cada vez que pasaba por lugares así de abandonados, al igual que el clima no favorecía en absoluto. Podía ver lo helado del ambiente sin salir del auto, solamente por las particulares en el aire.
—No avanza.
Abrió los ojos, frenando de emergencia y moviéndose bruscamente hacia adelante por unos segundos. Cuando se incorporó, notó que la calle se había llenado de personas en ese momento. Eran hombres, altos y vestidos con especies de capuchas.
Algunos de ellos se acercaron a su auto, tocándole el vidrio con los nudillos. Tragó saliva, mientras estiraba la mano hacia la de la castaña. Se percato de que en el auto de Uchinaga también había personas, rodeando completamente el vehículo.
—¿Qué ocurre? —preguntó, manteniendo la compostura y mirando hacia donde se supone, deberían estar los ojos del sujeto. En su lugar, unos lentes de montura grande y negros lo recibieron, solamente viéndose, y con dificultad, a si mismo en el reflejo.
No parecían ser militares, mucho menos policías.
Escuchó una especie de roce, y, cuando se percató, habia un cañon justo en su frente. Su estomago se hundió, sintiendo sus brazos entumecerse y su respiración se volvio frenética. Miró hacia adelante, observando que estaba pasando exactamente lo mismo con el auto frente a ellos.
En ese momento, su mente solamente fue a parar a Jean, que probablemente estaba dormido en ese momento, con su usual tranquilidad. Jean esperaba que llegaran a casa sanos y salvos, no que, probablemente, le llegara una llamada de que su padre habia muerto.
No podia hacerle eso a su hijo, a su único hijo.
—Los dos, abajo —fue ahí donde se percato de que a su esposa también le estaban apuntando, y su estomago dio una vuelta entera. No la pensó dos veces antes de bajar del auto, recibiendo el choque del aire en el momento en que salió.
Tiritó, sintiendo sus piernas temblar y sus ojos humedecerse del pánico.
No quería morir.
—No te muevas, blanquito —la grave voz se hizo presente en su mente. Jamás habia escuchado alguna así—. Te vuelo los sesos, a ti y a tu esposa, si lo haces.
Recibió una patada en las piernas, haciéndolo caer de rodillas hacia adelante. Probablemente ya estaba sangrando de la caída. Sintió el cuerpo de su esposa a su lado, siendo aventada igualmente.
Casandra llevaba puesto un vestido esa noche, por lo que, estaba seguro de que había sentido incluso más dolor que él. Pero no había hecho ningún ruido.
Observó a los hombres rebuscar entre sus cosos, saqueando completamente cualquier cosa de valor que pudieran traer en el auto. Sus relojes, el efectivo, lo que traían en la cochera, la bolsa de Casandra, llaves, tarjetas, hasta documentación. Aunque la luz era muy tenue, pudo ver la increíble cantidad de cosas que embolsaron.
—¿Estas bien? —su esposa le susurró, rozando su mano.
—Estoy bien. ¿Tu?
La persona seguía apuntándoles, pero no estaba lo suficientemente asustado para paralizarse, sobre todo porque no parecían tener intención de que matarlos o algo así. O quizá, les iban a robar y luego a matarlos.
En ese momento, no sabía lo que venía.
—Las llaves.
—¿¡Que?
—Entrégame las putas llaves, ahora.
—Mierda.
Rebuscó en su saco, sacándolas al momento en un tintineo. Volvió a sentir el cañón en su frente, esta vez tan fuerte que probablemente le dejo marca. El hombre sostenía un arma larga, lo suficiente para que la tuviera que tomar con ambos brazos.
Apenas las entregó, recibió un golpe que lo dejó completamente mareado. Su cabeza daba demasiadas vueltas, y comenzaba a ponerse muy asustado, los gritos de su esposa envolviendo sus oídos como sirenas de policías, haciéndolo marearse, asquearse y llenarse de un pánico indescriptible. No sabía ni que estaba pasando, ni por que estaba pasando. Tenia miedo por su esposa, con quien habían quedado muchas cosas pendientes de hablar y arreglar, con Julian, con quien ya no quería estar peleado, y con Jean, que solamente necesitaba saber cuánto lo amaba.
No quería morir.
Todo fue negro después de eso.
holaaa, sé que este capitulo fue algo corto y no tan relevante a lo principal, pero era muy necesario, así que lo trajeeee
graciaaaaaas <3
-boo
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